CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO AGOSTO 4 DE 2024

LECTIO AGOSTO 4 DE 2024

Decimoctavo del Tiempo Ordinario (B)
PARA QUE TENGAMOS VIDA (II):
Buscadores del pan que sacia verdaderamente
Lectio de Juan 6, 24-35

Introducción

“¡Queremos más!”, es la expresión que conecta el evangelio de este domingo con el del anterior.

Y Jesús, por su parte, nos invita a ir más a fondo con Él, en la búsqueda de la realización de nuestra vocación como seres humanos e hijos de Dios, para satisfacer el hambre y la sed que no se sacian con soluciones humanas, que siempre son incompletas y dejan siempre un “huequito” de insatisfacción. Jesús nos va conduciendo a la nueva mesa del banquete y del amor en la que la mediación para alcanzar la vida es un nuevo pan, un pan del cual, el repartido aquel día en la montaña, era apenas una señal del gran don que estaba por venir.

La multiplicación de los panes es el punto de partida para la catequesis de Jesús sobre el pan.

El pan, tanto ayer como hoy, ha sido siempre el símbolo de lo que sostiene y mantiene la vida.

Durante la revolución francesa, cuando la gleba de París hizo una manifestación pública frente al palacio de la Reina María Antonieta, protestando por la pobreza en que vivían, la reina reunió a sus consejeros y les preguntó qué era lo que estaba pasando. Sus consejeros le respondieron: “Es que no tienen pan”. María Antonieta que es recordada por la historia como una mujer de corazón duro, antipática e indiferente ante la gente sencilla, tuvo la osadía de responderles: “Entonces permítanles comer galletas”.

En el relato del evangelio de Juan, Jesús percibe que la multitud no tiene pan. Pero la reacción de Jesús fue bien diferente: Él no permaneció indiferente ante el hambre de la multitud, sino que los alimentó hasta la saciedad.

En esa ocasión el asunto no terminó muy bien

La gente no comprende el alcance real de la multiplicación de los panes y de repente emocionada se lanza sobre la pobre humanidad de Jesús para cargarlo sobre los hombros y llevarlo a Jerusalén para proclamarlo rey. Dice Juan 6,15: “Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo”.

En la multiplicación de los panes, Jesús puso el tema, sin embargo la gente comienza a tener malentendidos. Comienza entonces el proceso de clarificación de lo que la gente busca y de ofrecimiento de los dones de Jesús que efectivamente deben ser buscados.

Jesús, entonces, comienza a educar a la gente para que pase de la búsqueda del pan terreno al pan que da vida eterna, el pan que sólo puede ofrecer Jesús y que es el mismo Jesús. Este es el punto central de la primera parte de la hermosa catequesis sobre el “Pan de Vida” que leemos este domingo.

1. El texto y primeras anotaciones sobre él Leamos Juan 6,24-35

“24 Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.
25 Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿Cuándo has llegado aquí?»
26 Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado.

27 Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello».
28 Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?»
29 Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».

30 Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: «Pan del cielo les dio a comer?.

32 Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo;
33 porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo».
34 Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan».
35 Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

La didáctica de Jesús

Nuestro texto desarrolla una catequesis coloquial basada en preguntas y respuestas entre Jesús y la gente que lo busca. Cuando uno lo va leyendo despacio y atentamente, descubre un itinerario interno a lo largo de él. Al conversar con la gente, Jesús la va conduciendo como si estuvieran subiendo una escalera: cada paso lleva a otro más alto que, por su parte, presupone haber subido el anterior. Algunos comparan esta didáctica de Jesús con la sugestiva imagen de una espiral.

La estructura de esta parte del discurso

Hay un fuerte movimiento espiritual, rico de sugerencias, que encontramos en este texto; no hay que pretender explorarlas todas de una vez, pero sí se puede (y se debe) observar el itinerario básico. En la primera parte de la catequesis sobre el pan de vida (la liturgia de la Iglesia propone Juan 6,24-35, faltándole unos pocos versículos antes y otros después), notamos los siguientes pasos:
(1) El nuevo encuentro en “la otra orilla del mar” (6,24-25)
(2) Primer movimiento: Del hombre hacia Dios. Purificar los motivos de la “búsqueda” (6,26-29)
(3) Segundo movimiento: De Dios hacia el hombre. Aprender a leer los signos de su amor y salvación (6,30-33)
(4) La comunión vivificante entre el hombre y Dios: acoger el “Pan de Vida” que es Jesús (6,34-35)

2. El nuevo encuentro en “la otra orilla del mar” (6,24-25)

“24 Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.
25 Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: “Rabbí, ¿Cuándo has llegado aquí?””.

Recordemos que cuando Jesús multiplicó los panes había una gran multitud, solamente los hombres eran unos cinco mil (ver 6,10). La multitud quedó admirada por el pan inesperado, gratuito y abundante.

La gente se quedó aquella noche allí mismo, en la verde explanada a orillas del mar de Tiberíades, obviamente aguardando a Jesús quien se les había escapado. Por la mañana notaron que los discípulos se habían ido solos en el único bote disponible, y por eso dedujeron que Jesús todavía estaba por esos lados (v.22). Pero no demoran en caer en cuenta que Jesús efectivamente no estaba. Comienza entonces la búsqueda del Maestro (v.24).

Pensando que Jesús se haya unido a los discípulos más adelante, en alguna parte del camino, la multitud corre hacia los botes que estaban esa mañana a orillas del lago, los botes que habían llegado durante la noche huyendo de la tempestad (v.23; ver 6,16-21). Cruzan en esos botes hacia Cafarnaúm y encuentran a Jesús a orillas del mar (v.25ª).

Los discípulos le preguntan: “Rabí, ¿Cuándo has llegado aquí?” (v.25b). La pregunta, en realidad, no solamente significa “cuándo” sino que indaga también por el “cómo”: “¿Cómo llegaste aquí?”.

En su respuesta, Jesús hace caso omiso de la curiosidad de la gente sobre la manera cómo y cuándo llegó allí sin que se dieran cuenta, y más bien les responde, devolviéndoles la pelota, cuestionándolos sobre el “por qué” ellos han venido a buscarlo a Cafarnaúm. Sobre este punto se desarrolla ahora una vibrante conversación.

3. Primer movimiento: Del hombre hacia Dios. Purificar los motivos de la “búsqueda” (6,26-29)

“26 Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado.
27 Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.
28 Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?».
29 Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».

En el v.26, las palabras de Jesús presuponen la pregunta: “¿Por qué me buscan?”. Luego, en el v.27, da una orientación concreta sobre la dirección en la que hay que “buscar”. Finalmente, en los vv.28-29 dice claramente qué es lo que hay que hacer, esto es, la esencia de la vida en Dios, plenitud de la vida humana.

3.1. Primer momento: La constatación (6,26)

“Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado”.

Ya en Jn 2,24-25 el evangelista Juan nos había dicho que Jesús conoce lo que hay en el corazón del hombre y que no necesita que le digan nada porque “los conocía a todos”. Aquí tenemos un ejemplo concreto: Jesús lee en los corazones de la gente que lo busca ansiosamente, sus verdaderas motivaciones.

Hay un sí y un no: (1) “sí” lo buscan, como lo acabamos de notar, para que les repita el milagro de la multiplicación de los panes y (2) “no” lo buscan por lo que debía ser la verdadera motivación para ir donde Jesús, esto es, la fe auténtica que traza el camino entre el corazón del hombre y el de Dios, siguiente el camino de los signos que lo identifican como el Mesías enviado de Dios.

Este “no” está subrayado: “Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales”.

Las “señales” (o “signos”) hacen referencias a “pistas” para entrar en un camino de fe, de búsqueda de Dios. Desde el primer momento se expresa que la motivación interna para buscar a Jesús debe ser la fe, la comunión plena con Él, y no el interés por tal o cual milagro que nos puede hacer, la solución rápida y efectiva a las dificultades de la cotidianidad.

Jesús deja entender claramente que Él no es un repartidor de panes, que su obra en el mundo no es montar una gran panadería que resuelva el problema del hambre en el mundo mediante un increíble plan administrativo y financiero (que por cierto quebraría las demás panaderías del mundo). Se indica con mucha fuerza que el asunto no es por ahí, qué Él quiere ofrecer algo mucho más de fondo, algo más duradero y valioso que el mismo pan.

Al poner en crisis las expectativas de la gente, se pone sobre la mesa la pregunta más importante: ¿Qué es lo que Jesús vino a hacer al mundo? El punto no es solamente qué es lo que uno cree que el Señor deba hacer en la vida de uno y en el mundo, sino qué es lo que Él ha venido a hacer, aquello para lo cual fue “enviado”.

Y es así como Jesús va hacia delante con su catequesis, no solamente corrige sino que abre caminos.

3.2. Segundo momento: en qué dirección hay que “buscar” (6,27)

“Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.”

Notemos la paradoja: Jesús habla de un trabajo para conseguir lo que en última instancia es un don. La gente no le capta la idea a Jesús así, de buenas a primeras. Por eso Jesús va despacio, despejando las interpretaciones apresuradas, corrigiendo los malentendidos y dando pistas claras para la vida.

Hagamos un pequeño paréntesis (pastoral) aquí. Que los asuntos del Señor no los captemos de buenas a primeras, que sea necesario hacer un lento camino de maduración de la mentalidad, del corazón y de la acción, es algo que no nos debiera extrañar. Uno en el mundo educativo de la Biblia con relativa frecuencia escucha: “por qué no me dijeron eso antes… qué rico que hubiera entendido eso mucho antes, no habría perdido tanto tiempo”. Yo siempre respondo: “no te extrañes, la vida tiene sus procesos, si no lo supiste antes era porque no estabas preparado, ahora lo estás, disfrútalo y no lo sueltes más”.

Veamos ahora, en el v.27, tres puntos que Jesús acentúa y con los cuales le abre nuevos caminos a la “búsqueda” de parte de la gente:

Primero Jesús les dice: “Obrad (trabajad), no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna”.

Jesús no está diciendo: “No trabajen las cosas terrenas”. Hay gente que ha leído esta cita así y ha cometido errores graves. Lo que Jesús quiere decir es: “No trabajen simplemente para conseguir la papita”. La comida es importante, es necesaria para vivir y uno tiene que ganársela todos los días con el sudor de la frente. Pero ésta no es la única razón por la cual madrugamos para trabajar. Hay que trabajar “por el alimento que permanece hasta la vida eterna”.

La multitud de esa ocasión, como también mucha gente hoy, sentía que lo más importante en la vida era sobrevivir. Muchas cosas se hacen simplemente para sobrevivir más que para construir una vida con calidad. Hoy Jesús nos está planteando la pregunta: “¿Para qué estoy trabajando?”, “¿Trabajo para vivir o vivo para trabajar?”.

Y no perdamos de vista esto: a diferencia de los animales, nosotros los hombres somos los únicos seres del planeta que, por más que resolvamos lo básico, por más confort que tengamos, siempre estamos insatisfechos.

Jesús nos dice que más allá de lo inmediato de la vida –que tiene su importancia, es claro– tenemos una necesidad más profunda que tenemos que resolver y que si sabemos resolver lo segundo –el vivir plenamente– podremos resolver con mayor sentido lo primero –el sostener y promover la vida hoy–.

Luego les dice: “…El que os dará el Hijo del hombre” (v.27ab)

Jesús se da a sí mismo un título: “Hijo del hombre”. Es curiosamente un título de “gloria”, pero que pasa por la “pasión”.

El problema que Jesús enfrenta con la multitud que lo busca para que repita el milagro del pan abundante, tiene que ver con la imagen que tienen de Él. Jesús les hace entender que en Él hay mucho más de lo que ven a primera vista. La gente se deja arrastrar por el mesianismo, quiere respuestas inmediatas y corre detrás del primero que le ofrezca soluciones inmediatas. Por eso, al final de la multiplicación de los panes ya querían hacer a Jesús Rey, pero Jesús –para desconcierto de ellos– lo que hizo fue esconderse.

Porque no entendemos a fondo a Jesús es que fácilmente nos llevamos decepciones en nuestra vida espiritual. La gente de la multiplicación de los panes pensaba en un Mesías Rey que usara su poder para eliminar a los romanos, un mesías que les repartiera pan gratuito todos los días sin tener que hacer ningún esfuerzo, un mesías que los mantuviera, un mesías hecho a la medida de las expectativas populares, un mesías que no le corrigiera al pueblo sus actitudes egoístas para perder puntaje.

Si queremos entender la vida tenemos también que procurar entender a Jesús: quién es verdaderamente Él, por qué Él no es un hombre cualquiera que se acomoda a cualquier expectativa.

Finalmente dice: “… Porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello”

La autoridad de Jesús viene de Dios. Esto lo expresa con una imagen: “el sello de Dios”.

¿Por qué esta imagen del “sello”? En la antigüedad no era la firma sino el “sello” lo que autenticaba los documentos. En el caso de documentos comerciales y políticos éstos se imprimían con un anillo, así las decisiones eran válidas y permanecían garantizadas. Los sellos se hacían de arcilla, de metal o de joyas, en los dos primeros casos parte del material se quedaba pegado en el documento y así se expresaba que el asunto allí contenido era en firme.

En Jesús está el “sello” de Dios: (1) Dios lo ha autenticado con la unción del Espíritu Santo: “El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz; porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida” (Juan 3,33-34; ver igualmente 1,33-34). (2) Él es la “verdad” encarnada de Dios (término que en Juan traduce el hebreo “emet”, que describe la fidelidad de Dios con su pueblo). (3) Por todo lo anterior, Él es el único que puede satisfacer el hambre de eternidad que está impresa en el corazón de todo hombre.

Hay que buscar a Jesús porque ofrece “firmeza”.

3.3. Tercer momento: qué es lo que hay que “hacer” para tener esa firmeza

“28 Ellos le dijeron: “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?”
29 Jesús les respondió: “La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado”.”

Ante el imperativo “¡Obrad!”, la reacción no se deja esperar: ¿Cómo llevarlo a cabo? En otras palabras: ¿Dónde hay que poner los mejores esfuerzos de la vida espiritual para que nuestra vida se realice en la dirección del proyecto de Dios?

En esta parte del diálogo de Jesús con la gente, aparecen a la luz nuevas luces sobre lo que debe caracterizar la relación de los hombres con Dios.

Notamos, en primer lugar, que la pregunta que le plantean a Jesús requiere una aclaración. Cuando Jesús habló de las “obras de Dios”, la gente entendió “las buenas obras”. Desde pequeños han sido educados en la convicción de que el favor de Dios se gana haciendo “buenas obras”. Por lo tanto, la pregunta “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?”, espera una respuesta concreta, casi prevista: cuál es la lista de las “Buenas Obras” que agradan a Dios.

La respuesta breve de Jesús corrige el intento de sus interlocutores y abre la puerta para entender las relaciones con Dios desde otro ángulo que es mucho más profundo y de grandes consecuencias.

En la frase “La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado”, se deja entender que lo que Dios espera del hombre es la “fe”: primero que sus “manos” les pide su “corazón”. Y esto es importante.

La espiritualidad es “acción”, pero es ante todo “relación”. Se corre el riesgo de perder de vista lo esencial cuando todo se reduce a procedimientos mecánicos de parte nuestra (ritos religiosos, de caridad, etc.), y peor aún, se ve a Dios como alguien que también se comporta mecánicamente con nosotros, al ritmo de nuestros requerimientos, en una lógica de contraprestación. Dios es Padre y Amigo, la relación con Él debe ser de confianza, de entrega, de obediencia, de amor, de gratuidad.

La “obra” que Jesús propone, entonces, es que construyamos una nueva relación con Dios:

Más cercana y profunda, determinada por su Palabra en la Escritura, avivada por la oración, recreada en la comunidad, coherente con nuestro estilo de vida, consistente con nuestros principios de acción.

La nueva relación con Dios (el caminar de la fe en Jesús) desemboca en un estilo de vida. Esta relación se convierte en proyecto de vida compartida entre Él y uno, entre uno y la comunidad de fe y de amor a la que pertenece. De ahí se desprenden todas las “obras buenas” de amor y de servicio, institucionales y espontáneas, porque todo lo que hacemos (y no solamente unas cuantas cosas) refleja ese conocimiento de Dios en Cristo que habita nuestra vida.

Para esta “obra” el mismo Jesús nos capacita. Esto es lo que se va a profundizar enseguida.

4. Segundo movimiento: De Dios hacia el hombre. Aprender a leer los signos de su amor y salvación (Juan 6,30-33)

“30 Ellos entonces le dijeron: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”»
32 Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo;
33 porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo”.”

El relato supone un momento de pausa. Luego se retoma la conversación en un nuevo nivel.

La última frase pronunciada por Jesús suscita una nueva pregunta de este tipo: “Si tú te presentas como el Mesías (= “el enviado”, “el que Dios Padre ha marcado con su sello”), y esto supone que te aceptemos con todas las implicaciones (= “creer”), entonces muéstrenos sus credenciales”. En otras palabras: ¿En qué debemos apoyar nuestra fe?

Y aquí se suscita una nueva parte del diálogo en el que intervienen (1) los judíos y (2) Jesús.

4.1. La interpelación a Jesús por parte de los judíos (6,30-31)

“30 Ellos entonces le dijeron: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: “Pan del cielo les dio a comer””.

Esta parte de la conversación es típicamente judía y nos recuerda tanto los temas como el estilo de las discusiones entre los rabinos: se plantea una pregunta difícil y se da una pista de solución en la que se indica el tipo de respuesta que el rabino estaría esperando.

Tomando como base la carta que Jesús acaba de poner sobre la mesa, que el creer en Él era verdadera obra de Dios, los judíos le hacen una interpelación académica: “Si tú eres el Mesías, ¡demuéstralo!”. Esto se plantea con dos preguntas sobre el “obrar” y un ejemplo “modelo” del “obrar” de Dios en la historia:

Las preguntas: “¿Qué señal haces… qué obra realizas?” (6,30)

Jesús es interpelado explícitamente sobre lo que Él “hace”. De hecho, si miramos la historia de la salvación el “hacer” de Dios siempre ha precedido el “hacer” del hombre. La obra del hombre es “creer”, pero previamente debe hacer una obra de parte de Dios que sirva de base y de ruta para el camino del creer. Esta es como la “prueba” de la confiabilidad de Dios.

Las dos preguntas, que en realidad plantean lo mismo (“¿Y qué prueba nos das, para que al verla te creamos?”), suenan extrañas. ¿Cómo se plantea semejante pregunta después de la multiplicación de los panes, en la que todos estuvieron de acuerdo de que se trataba de un hecho extraordinario? Es claro que la multitud no está satisfecha con el signo de los panes y los peces. No creen que sea un signo de que Jesús es el Mesías y por eso le piden un “signo” todavía mayor.

Los interlocutores de Jesús, teniendo en cuenta que Él se presenta como el que “obra” de parte de Dios, se remiten inmediatamente a una de las grandes acciones de Dios a favor de su pueblo en el caminar pascual y le piden que actúe en ese plano.

El ejemplo “modelo”: “Nuestros padres comieron del maná en el desierto…” (6,31)

El hecho de que todavía tengan en mente la multiplicación de los panes, los lleva a traer de la historia de la pascua uno de sus momentos más deslumbrantes: el don del maná en el desierto, cuando Dios alimentó milagrosamente al pueblo peregrino y los salvó de morirse de hambre. Toman este ejemplo y no otro por la conexión que se da en el “pan”.

El relato del don del maná en el desierto lo encontramos en Éxodo 16 (vale la pena volverlo a leer). Se cree que más tarde se había conservado en un recipiente algo de ese maná y se había depositado en el arca de la alianza que estaba en el templo de Salomón. Se cree también que, cuando el templo fue destruido por Nabucodonosor, el profeta Jeremías lo había escondido para sacarlo a la luz cuando llegara el Mesías.

Pero, ¿Qué es lo que tienen en mente los interlocutores de Jesús trayendo a colación el caso del “maná”?

Se le está pidiendo que repita un milagro, que bellísimas implicaciones:

(1) En el maná hay un alimento ordinario, natural (grano de coriandro)

Pero también una provocación al misterio. La palabra “maná” significa “¿Qué es esto?” (ver Éxodo 16,15; de la etimología popular: man hu). ¿Se imagina Usted comiendo “¿Qué es esto?” durante cuarenta años, todos los días sin falta, y luego mirar atrás y concluir que fue una gran experiencia?

(2) Se trata de una acción típica de Dios: su origen es el mismo Dios providente.

Esta comprensión se apoya en dos citas bíblicas que califican el maná como “el pan del Dios”:  “Este es el pan que Yahveh os da por alimento” (Éxodo 16,15) y “les dio el trigo de los cielos” (Salmo 78,24).

(3) Es un signo identificador del Mesías, porque éste actúa en sintonía con Dios para atender las expectativas vitales del pueblo

De ahí que se creyera que cuando viniera el Mesías se repetiría el milagro del maná, como dice el Talmud: “Así como fue el primer redentor, así será el redentor final; como el primer redentor hizo que cayera maná del cielo, así el postrer redentor hará descender maná del cielo”.

Pero es claro que los interlocutores de Jesús no han visto en el milagro de la multiplicación de los panes el signo pedido. Es como si estuvieran pensando: “Lo que hiciste ayer fue simplemente darnos panes y peces, nos diste comida común y corriente, lo que comemos todos los días aquí a la orilla del lago de Galilea. No hay nada extraordinario en los panes y los peces, aunque el hecho de multiplicarlos superó un poquito lo normal. Pero Moisés alimentó a nuestros padres cuarenta años con maná, comida del cielo. El pan y el pescado vienen de la tierra, en cambio el maná viene del cielo. ¿Qué haces para superarlo?”.

Por lo tanto, los judíos están interpelando la propuesta de Jesús de que “crean en el enviado” desafiándolo para que produzca “el pan de Dios”, “el pan del cielo” (como se le llama, a partir de las referencias ya citadas) y de esta manera justifique sus pretensiones y les dé un apoyo para depositar en Él su fe, al mismo nivel de su fe en Yahveh “Señor” y “Padre providente” del Pueblo que lleva su nombre.

4.2. La respuesta de Jesús (6,32-33)

“32 Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: (a) No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; (b) es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo;

33 porque el pan de Dios (a) es el que baja del cielo (b) y da la vida al mundo”.”

La raíz de las dificultades para “creer”, hasta ahora presentadas, es la incapacidad de interpretar los “signos” de Jesús. Los judíos que conversan con Jesús no han sido capaces de “ver más allá” del milagro: el pan que comieron los cinco mil no era más que pan terrenal, multiplicado como pan terrenal. Para ellos el maná sí era una prueba contundente.

La respuesta de Jesús se va por la línea educativa, no sólo corrige la visión estrecha que ellos tienen con relación a los asuntos de Dios, sino que también les da pistas para saber entender a fondo los signos de presencia salvífica de Dios en la historia. Dicho de otra manera, su respuesta, con palabras bien precisas, les abre los horizontes de la mente y el corazón para poder leer a fondo la presencia y la obra de Dios en la persona de Él.

Veamos los pasos, bien exactos, que da Jesús. En su respuesta, que hace con toda la fuerza de su autoridad (“En verdad, en verdad os digo…”) hace básicamente dos afirmaciones:

La primera hace una corrección al pensamiento “teológico” de sus interlocutores acerca del dador del pan: ¿Quién es el que da el pan? (v.32).
La segunda hace dos precisiones sobre la naturaleza del “verdadero pan del cielo”: ¿Cómo es este pan? (v.33).

Leamos despacio estas palabras de Jesús:

Sobre el “dador” del pan (6,32)

En primer lugar, Jesús les recuerda que no había sido Moisés el que les había dado el maná, sino Dios mismo.

En dos frases, una negativa y una positiva, Jesús pronuncia un “no” que descarta y un “si” que determina el verdadero “actor”, distingue claramente entre el pasado (“fue”) y el presente (“es”). Y, además, sólo uno tiene el calificativo de “verdadero”.

(1) “No fue Moisés”.

El verdadero protagonista de la Pascua no fue Moisés sino Dios. Moisés fue apenas un mediador.

(2) “Es mi Padre”.

El hecho de que se diga “es” y no “fue”, hace entender que Dios no sólo es el protagonista del maná sino también de la multiplicación de los panes.

Al decir que “es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”, se está afirmando que en la nueva pascua de Jesús, el Padre está ofreciendo un nuevo maná en el que no hay ambigüedades. Si bien el maná en el desierto fue toda una bendición que le dio “sobrevivencia”, que mató el hambre sólo por un tiempo; en el “pan” que ofrece Jesús, que es el pan que da el Padre, y del cual la multiplicación fue un primer aviso, apunta a un pan infinitamente superior que va más allá de la sobrevivencia (por eso dice que es “del cielo”) y mata el hambre definitivamente (por eso es “verdadero pan”).

Sobre la “naturaleza” del pan (6,33)

En segundo lugar, Jesús les dice que el maná no había sido el verdadero pan de Dios, sino apenas un símbolo. El “pan de Dios” tiene dos características: (a) “Baja del cielo” y (b) “da vida al mundo”. Notemos los dos polos que entran en diálogo: “el cielo” y el “mundo”.

(1) “Baja del cielo”.

Esta frase pone en tela de juicio las concepciones mesiánicas que han aparecido implicadas en las palabras de los que hablan con Jesús. Hay que estar muy atentos al “origen” de Jesús, y este es al mismo tiempo un criterio diferenciador de su mesianismo y una pista fundamental para comprenderlo adecuadamente.

(2) “Da vida al mundo”.

La visión estrecha se amplía no sólo cuando se reconoce el origen divino de Jesús (se va hasta el fondo del misterio) sino también cuando se observa el alcance de su obra en medio del mundo. Jesús dice claramente dos puntos que quiebran la mentalidad religiosa “cerrada” de su auditorio:

• Lo que hace: “Dar vida”. No la simple satisfacción del hambre física, sino la “vida” con todas sus dimensiones (en los versículos siguientes se va explicar el concepto novedoso de Jesús sobre la vida).
• A quién lo hace: “Al mundo”. No solamente para el pueblo judío sino para el “mundo”. Decir “mundo” es decir “todos los hombres sin excepción” y también “la sociedad de consumo cerrada en sí misma, que no se trasciende y que por lo tanto no tiene perspectivas de futuro”.

En síntesis…

Recogiendo todo lo anterior, podríamos intentar releer la respuesta de Jesús así: “Ustedes están equivocados. Moisés no fue quien les dio este pan. Es más, lo que vino en el desierto no fue el verdadero pan del cielo, fue únicamente un símbolo del pan del cielo, una pálida sombra de lo que iba a venir. El real y verdadero pan que baja del cielo ¡soy yo en persona! Yo bajé del cielo enviado por mi Padre. Si los alimenté ayer fue para significar el motivo por el cual vine: la plenitud y la gloria a que están llamadas sus vidas. El verdadero pan es el que baja del cielo, el que los vivifica a Ustedes y al mundo entero, y no como Moisés que alimentó sólo al pueblo de Israel, yo le doy pan-vida-plena al mundo entero, a todos de cualquier raza, en cualquier momento”.

5. La comunión vivificante entre el hombre y Dios: acoger el “Pan de Vida” que es Jesús (6,34-35)

“34 Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”.
35 Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed””.

La última etapa del diálogo de la gente con Jesús, es la petición y el ofrecimiento de ese pan que Jesús poco a poco ha hecho anhelar.

La reacción de la gente tiene los elementos de una oración: “Señor, danos siempre de ese pan” (v.34). Se dice

(1) “Señor”: un título que reconoce en Jesús su divinidad;
(2) “Danos”: se ha comprendido que lo que Jesús ofrece no se alcanza por el propio esfuerzo sino que es un “don” que requiere precisamente de esta apertura, de este deseo, de esta receptividad;
(3) “Siempre”: no un día ni dos, la relación con Jesús se construye en la constancia;
(4) “De ese pan”: ya no se quiere el pan de la multiplicación de los panes sino el nuevo pan del que habla Jesús. Con todo, la gente todavía dice “de ese pan”, sin saber nombrarlo. Falta todavía un pasito.

Los oyentes de la enseñanza de Jesús, están siendo educados incluso en la oración. Jesús arranca de ellos una súplica que parte del fondo del corazón y en la cual se deja entender que “Jesús” es mayor de las necesidades vitales del hombre.

Por fin la gente ha entendido que no hay que buscar en el Maestro únicamente el pan terreno, es claro que esto sería un triste empobrecimiento, una clara incomprensión de su gran valor. Se reconoce que Él puede, y de hecho quiere, dar un regalo incomparablemente mayor que viene de lo alto.

Hasta ahora Jesús ha dicho que es Él quien da ese pan, pero no ha dicho que Él mismo es el pan. En el v.35 lo dice claramente:

“Yo soy el pan que da la vida: quien viene a mí no pasará hambre, quien cree en mí nunca tendrá sed”

Lo que nosotros buscamos en Jesús y lo que debemos recibir de Él, está recogido en esta frase.

Aquí, por primera vez, nos encontramos con una de esas expresiones en las que Jesús, tomando como punto de partida una realidad terrena de necesidad vital, explica la importancia, el valor que Él tiene para nosotros. Este es el primer “Yo soy” de toda una serie: “Yo soy la luz del mundo” (8,12), “…el buen pastor” (10,11), “…el camino, la verdad y la vida” (14,6), “…la vid y vosotros los sarmientos” (15,1).

Mastiquemos un poquito más esta frase de Jesús, considerada entre las más bellas de toda la Biblia, profundizando en cada uno de sus términos y tratando de captar su propuesta.

(1) “Yo soy”

Con la expresión “Yo Soy”, Jesús nos remite a la revelación divina participada a Moisés en el momento de su llamado. En aquella ocasión, en el monte Horeb, Dios reveló su nombre: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14).

El verbo “ser”, en hebreo (como en otras lenguas también), significa también “estar”. Cuando Dios se revela como “el que es”, en realidad se está presentando como el que “está” (no es cuestión de metafísica ni de abstracciones similares). Por tanto, en la revelación de su nombre a Moisés, Dios se definió esencialmente por el hecho de estar presente en medio de su pueblo.

Con la definición que da de sí mismo, Jesús dice que Dios está presente en Él en función de nosotros los hombres y que está interesado por nosotros, por nuestra vida.

Jesús en persona es la nueva y definitiva forma de la presencia poderosa y activa de Dios, dirigida no solamente a ser protección y guía, sino a ser comunión personal de vida. Jesús no quiere darnos solamente pan, sino también la eterna comunión personal de vida con Dios.

Pero como a veces buscamos a Dios en una vida de oración caracterizada más por la “solucionática”, llegamos a colocar la comunión con Dios tan fuera de nuestros intereses y de nuestras expectativas naturales, que por eso no podemos captar el sentido de la propuesta de Jesús y vivimos “espiritualmente” pero ajenos al Señor.

(2) “… el pan que da la vida”

Uno puede comprender todavía mejor el sentido de ésta y de las otras expresiones que empiezan con “Yo soy”, si se determina con claridad de qué tipo es nuestra relación con las realidades terrenas señaladas y si conseguimos captar la pretensión que ellas contienen.

Por eso preguntémonos: ¿Por qué Jesús se compara con el pan? E inmediatamente salta la respuesta: pues, porque el pan (que es una manera de referirse al alimento en general) es imprescindible para vivir. La relación que una persona tiene con el alimento no es opcional ni accesoria.

Efectivamente, nuestra relación con el pan –y con el alimento en general– está caracterizada por el hecho de que debemos recurrir a Él necesariamente. Uno no puede darse el lujo de decir que va a vivir en este mundo sin alimentarse. Dependemos del pan no como algo a lo que se pueda renunciar, sino como a la base de nuestra existencia, para nuestra vida.

Veamos:

• La vida necesita alimento.

Sin las fuerzas que nos vienen del pan, no podemos vivir. Por naturaleza debemos recurrir al pan. El pan tiene una maravillosa capacidad de mantenernos la vida. Quien no tiene qué comer o no quiere comer, se muere. Esto no depende de nuestra voluntad, sencillamente es así.

• El alimento –y por tanto la vida– es dado.

Con relación al mantener la vida no somos independientes, soberanos, autárquicos; lo que el pan nos da no nos lo podemos dar por nosotros mismos, de ninguna manera, ni siquiera con los pensamientos más claros ni con las decisiones más firmes que tengamos. No hay un principio intrínseco que mantenga constantemente la vida por sí misma, más bien ella se mantiene por estímulos externos (que son todas las formas de alimentación: oxígeno, luz, agua, proteínas y todas las formas de nutrición).

• La vida es limitada.

Él tiene pan, tiene que ver directamente con la vida y con la muerte. Se trata pero de esta capacidad limitada, porque para cada hombre, irremediablemente llega el momento en el cual incluso el mejor alimento del mundo ya no puede sostenerlo más. Por varios años el alimento nos ha evitado la muerte, pero al final por más que comamos igualmente nos morimos.

De manera que, en un primer nivel de comprensión, Jesús nos está diciendo que Él es “causa” de vida, donde Él está brota vida. Y así como el alimento es necesario para la vida, Él es necesario para nosotros. Hay que buscar a Jesús con la misma motivación con que buscamos la comida todos los días. ¡Jesús debe ser para nosotros una necesidad vital!

Pero todavía hay más. Jesús ha dicho que “da la vida” (es más claro decir “pan que da la vida” que simplemente “pan de vida”). Y, ¿Qué es la vida? La reflexión profunda que ha venido provocando Jesús en este pasaje del evangelio lo ha dejado claro: es mucho más que la mera existencia física. Y, ¿Cuál es el sentido espiritual de la vida? También ya apareció antes: la vida verdadera es la nueva relación con Dios, esa relación de amor y confianza que se realiza en la amistad con Jesús. Esta comunión de amor es la verdadera vida, la existencia plena. De ahí que sin Jesús puede que haya existencia pero no vida.

Ahora podemos entender mejor por qué a Jesús lo podemos llamar “el pan que da la vida”.

(3) “No pasará hambre… nunca tendrá sed”

Si la multiplicación de los panes alimentó “hasta la saciedad” a los comensales de aquel día sobre la montaña, pasando ahora al plano espiritual, ¿Cómo será la plenitud que se alcanza en la relación con Jesús, la que lleva a fondo el corazón?

Jesús utiliza dos imágenes cotidianas y fuertes para expresar lo que sucede en el encuentro vivo con Él.

En Jesús la vida encuentra una nueva satisfacción porque es la repuesta a lo que está en el fondo de todas las búsquedas.

El hambre de la situación humana termina cuando conocemos a Jesús y, por medio de Él, a Dios. En Él el corazón inquieto encuentra su reposo, el corazón hambriento se halla colmado en sus más profundos deseos. La vida deja de ser un “sobrevivir”, y aún más un mero vegetar, o un campo de batalla indeseable donde nos derrotan las soledades y las frustraciones, para convertirse en una aventura llena a la vez de emoción y de paz.

En la comunión con Jesús, nuestra vida está segura más allá de la muerte. El último día, cuando lleguemos al puerto, cuando el presente histórico termine, no caeremos en el vacío porque la muerte no es carencia (hambre-sed) de vida sino plenitud de ella, porque –en última instancia– la vida está en Dios (ver Juan 1,4).

La frase sobre el hambre y la sed que se sacian definitivamente, nos muestra además el toque de eternidad que tiene cada presente. Cada instante de nuestra existencia es verdaderamente vida si está lleno de Dios.

(4) “El que viene… el que cree”

La última expresión es para reafirmar que el don de Dios supone una acción de nuestra parte: el creer.

El evangelio ha dejado claro que la comunión con Dios sólo es posible por medio de Jesús y por eso Él es “pan” imprescindible para la vida en Dios. Sin Él nunca habría sido posible y aparte de Él sigue siendo imposible, de ahí que haya que entrar en relación con Jesús, pero no cualquier tipo de relación.

“Venir” a Jesús es lo mismo que “creer” en Jesús. Con estos términos se está describiendo la fe como una dinámica relacional, como un acudir a Él mediante sucesivos acercamientos. A Jesús lo vemos cara a cara en la Santa Escritura, en la Eucaristía, en los hermanos, pero  el “creer” es más que verlo: hay que acercarse a Él, hay que dar el paso de la fe, esto es, hacerlo amigo, estrechar las relaciones como en una gran cena con Él, porque “venir a Él” es aceptar su invitación.

La dinámica de la fe es similar a la de la búsqueda del alimento. Si conectamos la imagen del “venir” con el del “hambre-sed”, que acabamos de leer, vamos a notar que es si se estuviera diciendo: ¿Qué es lo que uno hace cuando tiene hambre? Pues uno va a la nevera o a una cafetería y come, si uno come regularmente nunca tendrá hambre. ¿Qué es lo que uno hace cuando tiene sed? Lo mismo: uno bebe, y si uno se mantiene bebiendo agua o algún otro líquido regularmente nunca va a tener sed. Así es la dinámica de la fe: es un profundo impulso interno y no un acto racional y frío.

Pero, ¡atención!, es la búsqueda de una persona, no de cosas.

No se debe mirar a Jesús a distancia, como cuando se ve una película o se lee un libro (aún los de teología, con todo lo importantes que son). Hay que aproximarse a Jesús como a alguien accesible, como amigo que nos acoge en la calidez de su morada. Entonces, nuestra vida se fundamenta en Él y nuestro ser arranca y crece en un impulso de libertad, y nos sentimos a gusto con Dios y con la vida.

La vida que Jesús ofrece es proporcional a esta relación. Los horizontes del corazón se abren en la medida en que se ahonda la intimidad con el Señor.

En fin…

Nuestra vida se fortalece en la misma vida de Él, haciendo camino de la fe, para que en espacio de la relación profunda con Él, brote en nosotros su misma vida. Es así como recibimos el don del pan del cielo, vida que sin duda es verdadera vida.

6. El eje de esta primera parte de la catequesis del “Pan de Vida”: El llamado a “creer”

Retomemos lo esencial de esta primera parte de la catequesis sobre el “Pan de Vida”:

Con la expresión “Yo soy el pan de la Vida”, Jesús afirma que entre Él y nosotros los hombres hay una relación profunda, una relación que es del mismo tipo que el que se da entre el pan y nosotros.

Por parte suya, esto significa que en Él en persona, con todo lo que le pertenece, se puede dar aquello que nos da el pan, y no para una vida limitada mortal, sino para la infinita vida eterna. Lo que ningún pan puede darnos y a lo cual no llega ninguna promesa humana, por muy grande que sea, Él nos lo puede dar. Jesús es superior a la muerte y quiere conducirnos más allá de la muerte.

De parte nuestra, esto significa también que los límites de la muerte se vienen abajo. Así como encontramos en el pan el medio para superar la muerte y permanecer en la vida  eterna, así Jesús es para nosotros el camino para superar la muerte y entrar en la vida eterna. Su promesa es enorme.

Por otro lado, para que el pan me mantenga vivo, uno se lo tiene que comer. Si no como, me muero de hambre, aún delante de una canasta llena de pan. No basta simplemente hablar del pan, o simplemente hacer consideraciones piadosas sobre Él; debo entrar en la justa relación con Él.

Lo mismo se debe hacer para la justa relación con la persona de Jesús:

No basta simplemente saber algo sobre Él o hablar profundamente de Él; hay nexos reales y profundos con el Señor cuando tengo fe en Él, la fe es ese nexo.

Yo creo en Él cuando le entrego toda mi confianza, me apoyo en Él y me identifico con su propuesta, cuando construyo toda mi vida sobre Él, cuando entrelazo mi vida con la suya.

La fe no es en primer lugar una certeza intelectual ni el repetir una declaración o un dato, sino la actitud firme y confiada en la persona de Jesús, con la plena certeza de quién es Él y con el pleno reconocimiento de su identidad.

La fe es relación y nexo de persona a persona. Yo creo en Jesús cuando me uno totalmente a Él y me dejo determinar completamente por Él. Una buena amistad o un verdadero matrimonio nos demuestra cuán importante es una relación personal, sólida y determinante para la vida.

En la fe en Jesús, el poder y la eficacia dadora de vida que proviene del nexo personal con Él, llega a su punto culminante.

Y lo más importante:

La fe en Jesús da vida eterna. Este es el alimento que permanece para la vida eterna. Como se leerá más adelante en 6,47: “quien cree tiene vida eterna”.

Esta vida comienza con la fe en Jesús, no solamente después de la muerte. Ella crece y se refuerza en la medida en que crece la fe. Así como Jesús, también ella pasa a través de la muerte y llega a desarrollarse totalmente.

La vida eterna es vida de calidad, distinta y superior. Vida que es totalmente y sólo vida, la única a la cual se le puede aplicar con todas las letras el nombre de “vida”, que no tiende continuamente hacia su fin. Vida que no pasa, ilimitada, indestructible, sin pesos, tranquila, llena de significado, de alegría y de armonía.

Jesús trata de clarificar y de conducir nuestra búsqueda de Él hacia su don esencial. El alimento buscado por la multitud es un signo. Nosotros lo minusvaloramos si lo buscamos con base en nuestros intereses inmediatos y esperamos de Él pan y salud. Él tiene para darnos mucho más, por eso nos dice: “Yo soy el pan de la vida”.

7. Releamos el Evangelio desde la patrística

“Yo soy el pan de la vida: quien viene a mí nunca más tendrá hambre y quien cree en mí nunca más tendrá sed? (Juan 6,35). «¿Quien viene a mí? significa lo mismo que ¿Quién cree en mí?. ¿Nunca más tendrá hambre? quiere decir lo mismo que ¿nunca más tendrá sed?. En ambos casos se quiere significar la saciedad eterna, cuando no falta nada. Entretanto la Sabiduría precisa: «Aquellos que me comen volverán a tener hambre; aquellos que me beben volverán a tener sed» (Eclesiástico 24,29). […] Esta frase se puede entender con relación al mundo futuro: en efecto, en esta saciedad eterna hay una especie de hambre que no deriva de la carencia sino de la felicidad.

Los comensales desean comer sin parar: nunca sufren el hambre y, entre tanto, nunca dejan de estar saciados. Saciedad sin hastío, deseo sin gemido. Cristo, siempre admirable en su belleza, es igualmente siempre deseable. «Él, a quien los ángeles desean admirar? (1 Pedro 1,12). […]. Y hambre, no de la indigencia, sino de la felicidad consumada. Del hambre del indigente está escrito: «Quien viene a mí nunca más tendrá hambre, quien cree en mí nunca más tendrá sed». Pero del hambre del feliz se dice: «Aquellos que me coman volverán a tener hambre, aquellos que me beban volverán a tener sed”. (Balduino de Ford, De Sacram. Altar., 2, 3)

8. Para cultivar la semilla de la Palabra de Dios en el terreno de la vida

8.1. Propongo un diálogo en familia o en comunidad en torno a estas dos preguntas:
¿De qué tengo hambre? y ¿Qué hago para saciar esa hambre?
Una pista para el diálogo. No sólo hay hambre de cosas materiales (las necesidades básicas del alimento, el vestido, la casa, el status profesional, etc.), también hay otras “hambres”, como por ejemplo: (a) hay hambre de la verdad (y no olvidemos que sólo en Jesús se encuentra la verdad de Dios); (b) hay hambre de vida (y no olvidemos que sólo en Jesús encontramos vida en abundancia); (c) hay hambre de amor (sólo en Jesús se encuentra el amor que supera las heridas del pecado y la separación final de la muerte). Sólo Jesús puede satisfacer esa hambre más profunda que nos mantiene constantemente insatisfechos.

8.2. En un buen rato de meditación y oración puede releer el evangelio en tu propia vida y descubrir tu camino espiritual en él. Propongo, como ayuda, estas preguntas para “remar mar adentro” con el Señor:

8.2.1. ¿Dónde estoy buscando la realización de mi vida?
8.2.2. A partir del Evangelio, ¿Cómo se comprende la vida?
8.2.3. ¿Por qué se habla tanto de comida en este evangelio?
8.2.4. ¿Qué tan profunda es mi relación con Jesús?
8.2.5. ¿Jesús es una necesidad vital para mí?

8.2.6. ¿En mi camino de fe actual, siento a Jesús como generador de vida en mí?
8.2.7. ¿Cómo se puede conseguir el “verdadero pan” que viene del Padre y que Jesús ofrece?
8.2.8. ¿Cómo ilumina este pasaje mi comprensión y vivencia del sacramento de la Eucaristía?

8.3. ¿Después de leer, meditar y orar este evangelio, la frase que se coloca en los recordatorios de Primera Comunión, “Yo soy el Pan de Vida”, es para mí una simple frase bonita y poética, o consigo entenderla con todo su rico contenido y sus consecuencias?

P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

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