Tercer Domingo de Adviento
Juan Bautista:
Un profeta que nos exige signos concretos de conversión
Lectio de Lucas 3,10-18
Comencemos leyendo atentamente Lucas 3,10-18:
“10 La gente le preguntaba: ‘Pues ¿Qué debemos hacer?’
11 Y él les respondía: ‘El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo’.
12 Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: ‘Maestro, ¿qué debemos hacer?’
13 El les dijo: ‘No exijáis más de lo que os está fijado’.
14 Preguntáronle también unos soldados: ‘Y nosotros ¿qué debemos hacer?’ El les dijo: ‘No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada’.
15 Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo;
16 respondió Juan a todos, diciendo: ‘Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
17 En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga’.
18 Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva”.
Entremos ahora en el corazón del texto…
La idea central
El evangelio de hoy con este resumen: “Con muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva” (3,18). En este mismo pasaje el evangelista caracteriza al auditorio de Juan como “el pueblo (que) estaba a la espera” (3,15). La Buena Nueva para este pueblo era la venida del Señor, venida para la cual era preciso prepararse mediante la conversión, es decir, pasando del camino de pecado al camino del Señor.
Atención al contexto
El pasaje que leemos hoy hace parte del conjunto de pasajes que Lucas agrupó para describir de la manera más completa posible el ministerio del precursor del Señor. Esta parte del evangelio tiene cinco pequeñas unidades que nos presentan el ciclo completo del ministerio del precursor del Mesías:
(1) la entrada en escena de Juan Bautista (3,1-6);
(2) la predicación de la conversión (3,7-9);
(3) la dinámica de la conversión (3,10-14);
(4) el anuncio de la venida de Jesús (3,15-18); y
(5) la salida de Juan Bautista del escenario porque es encerrado en una cárcel (3,19-20).
El domingo pasado leímos la primera parte, hoy nos vamos a detener en la tercera y la cuarta, después de hacer alguna referencia a la segunda.
Profundicemos en el pasaje
Partiendo del mismo texto, dejémonos guiar por las dos preguntas que dinamizan el relato:
(1) ¿Qué debemos hacer?, es decir, la dinámica de la conversión, y
(2) ¿Quién eres tú?, o sea, el anuncio que Juan hace de Jesús mostrando la novedad de la obra del Mesías teniendo como trasfondo la suya.
1. La dinámica de la conversión: “¿Qué debemos hacer?” (3,10-14)
Después que Juan termina su predicación llamando a la conversión (3,7-9), la gente reacciona positivamente pidiendo pistas concretas para hacer el camino de conversión significado en el bautismo.
En su predicación inicial Juan Bautista le había dicho a la gente que venía a ser bautizada que se tomara en serio lo que iba a hacer, que no le sacaran el cuerpo a la conversión. Parece que la más común era sentirse seguro de la salvación sacando a relucir el ser hijo de Abraham, como si el hecho de ser israelita concediera automáticamente el derecho al cielo. Apoyarse en la infinita misericordia de Dios para excusarse de la conversión (como quien dice: “para qué, si al fin y al cabo Dios misericordioso me entiende y me perdona”) es un tremendo abuso. No hay que dejar para mañana la conversión. La decisión tiene que ser a fondo e inmediata porque la “ira es inminente” (ver 3,7-9).
Entonces tres grupos de personas se acercan al bautista y en las tres ocasiones le plantean la misma pregunta: “¿Qué debemos hacer?” (3,10.12.14).
La gente quiere darle cuerpo a la conversión y a la vida nueva en acciones concretas. La conversión se reconoce en la “praxis”, sobre todo la de la caridad y la justicia. Notemos que cinco veces se repite el verbo “hacer” (ver 3,8.10.11.12.14). Para cada categoría de personas que dialogan con Juan Bautista se propone un “hacer” específico.
1.1. Un grupo amplio de personas (3,10-11)
A las multitudes anónimas, el Bautista los invita a despojarse para compartir con los más pobres: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo”. El vestido y el alimento representan necesidades básicas.
Juan aparece en sintonía con el espíritu del profeta Isaías, quien decía: “Partir al hambriento tu pan… a los pobres sin hogar recibir en casa… y cuando veas a un desnudo le cubras… de tu semejante no te apartes” (58,7). A lo largo del evangelio de Lucas ésta será una exigencia fundamental, como se ilustra en la parábola del rico epulón: uno que nada en la abundancia y tiene un pobre padeciendo a su lado está poniendo en ridículo la Palabra de Dios (ver 16,19-31).
1.2. El grupo de los cobradores de impuestos (3,12-13)
A los cobradores de impuestos, tentados de enriquecerse exigiéndole a los contribuyentes sumas superiores a las establecidas oficialmente, les pide que no caigan en la corrupción, que sean honestos: “No exijáis más de lo que está fijado”. Los cobradores de impuestos en la época eran delincuentes “de cuello blanco” ampliamente conocidos por su pésima reputación de ladrones. A lo largo del evangelio muchos de estos van a vivir un cambio radical de vida al lado de Jesús.
1.3. El grupo de los soldados (3,14)
A los soldados, que eran judíos enrolados en el ejército romano para ponerle mano dura a los cobradores de impuestos, les exige que no abusen del poder: “No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra paga”. En otras palabras, se les pide que no usen la fuerza, tortura o extorsión para obtener información sobre la gente sospechosa, y también a ellos se les pide que no busquen ganancias extras haciendo mal uso de la autoridad que se les dio.
Notamos cómo en los tres casos, el estilo de predicación de Juan Bautista es bien distinto al que adoptó inicialmente. No regaña a la gente sino que le ofrece caminos concretos de superación.
La preocupación de fondo es la de la justicia social. La predicación de Juan está en sintonía con la de los profetas que tenían claro que las devociones religiosas debían cederle espacio a toda forma de justicia social (por ejemplo: Isaías 1,10-20 y Amós 5,21-27). Igualmente está en sintonía con el espíritu de la Iglesia en Pentecostés (ver Hechos 2,44 y 4,32-35).
2. El desvelamiento – por contraste – de la originalidad del Mesías: ¿Quién eres tú? (3,15-17)
La segunda parte comienza con la típica pregunta sobre la identidad de Juan: “Andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo” (3,15). La novedad en el evangelio de Lucas es que la pregunta parte no de las autoridades judías que investigan al peligroso profeta (ver Juan 1,25), sino del mismo pueblo sediento de la venida del Mesías: “como el pueblo estaba a la espera…”.
La respuesta de Juan tiene dos partes, centradas ambas en los dos bautismos. En la primera habla de su bautismo (con agua) y en la segunda habla del bautismo que trae Jesús, que también es doble (con Espíritu Santo y fuego).
2.1. Juan bautiza con agua (3,16)
Juan se presenta a sí mismo como el hombre “fuerte” que “bautiza con agua”, símbolo de purificación y de vida para quien expresaba una conversión sincera, gesto que agregaba plenamente a la descendencia de Abraham.
Pero viene el contraste: si Juan es fuerte, Jesús es todavía más fuerte: “viene el que es más fuerte que yo”. Siguiendo el hilo del pensamiento de Lucas, notamos una referencia a palabras dichas anteriormente en los relatos de infancia: si de Juan se había dicho “será grande” ahora él mismo va a presentar al que “ha de venir” como uno que lo supera de manera tal que es “más grande” (ver Lc 1,32). Esto Juan lo visualiza (los profetas predican con imágenes) con la imagen de esclavo. El precursor se siente tan pequeño frente al Mesías “que viene”, que se declara indigno de prestarle aún el más pequeño servicio, que sería el de “desatarle la correa de sus sandalias”.
2.2. Jesús bautiza en Espíritu Santo y fuego (3,17)
Jesús es “más fuerte” que Juan porque lleva a cabo lo que el bautista proclama: “el perdón de los pecados” (3,3). Juan prepara el camino pero es Jesús quien lo realiza.
La fuerza del bautismo está descrita con dos términos significativos: “Espíritu Santo” y “fuego”. Para aquella persona que acoge a Jesús, el don del “Espíritu Santo” se convierte en el fundamento de una nueva vida. En cambio para aquel que lo rechace, es el “fuego” del juicio que comienza a cumplirse con la venida de Jesús.
De esta forma ante la obra de Jesús, el bautismo en el Espíritu Santo, la humanidad se divide en dos: los que reciben a Jesús y los que lo rechazan. Recordemos que Jesús es “signo de contradicción”, como dijo Simeón: “éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel” (2,34).
Con todo el énfasis del texto recae en lo positivo: se espera la apertura a Jesús y a la obra de su evangelio, con un deseo sincero de conversión (ver el excelente ejemplo de Hechos 2,37-38). Entonces seremos testigos de la maravillosa experiencia del poder vivificador del Dios creador en nuestras vidas que nos integra al nuevo pueblo de Dios.
Pero el evangelio de hoy se detiene también a considerar las graves consecuencias del rechazo. Con las imágenes poderosas y significativas para el mundo judío que aparecen en v.17 y que nos recuerdan el lenguaje profético de Isaías – para quien el fuego es símbolo de destrucción (ver Isaías 29,6) – , Juan Bautista quiere una vez más sacudir la tierra desierta de los indiferentes. Cada uno se juega su futuro en la decisión que tome ante el anuncio que Dios le ha hecho. Decir que “no” es decidir por sí mismo la eterna separación de Dios y por lo tanto la auto negación de un futuro de vida.
En fin… no nos perdamos la fiesta…
La conversión es una buena y no una mala noticia. Como lo va a desarrollar poco a poco este mismo evangelio de Lucas, la conversión total, continua y cotidiana llena el corazón de luz, de justicia, de amor y de alegría. Jesús hablará con frecuencia de la alegría que se siente cuando se recibe el perdón y, paradójicamente dirá que es aún mayor la alegría del Padre de los Cielos: “convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado” (15,32; ver también 14,7 y 10). Con razón la predicación de Juan es una “Buena Noticia” que trae alegría.
3. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia
“Aquel que bautiza en el Espíritu Santo y en Fuego –dice la Escritura- tiene en la mano el instrumento para separar el grano de la paja y limpiará su era; recogerá el grano en su granero y quemará la paja con el fuego que no se apaga’ (Lc. 3,17). Quisiera descubrir cuál es el motivo por el cual Nuestro Señor tiene en la mano “el instrumento para separar el grano de la paja” y, ya que sin el viento no se puede separar el grano de la paja, cuál es el viento que arrastra la paja ligera de aquí para allá, en cuanto el grano pesado cae siempre en el mismo punto.
El viento, según juzgo, son las tentaciones, las cuales, en la masa indistinta de los creyentes, muestran que algunos son paja y otros buen grano. En efecto, cuando tu alma se deja dominar por cualquier tentación, no es porque la tentación la haya transformado en paja; sino precisamente porque eras paja, o sea, hombre ligero e incrédulo, la tentación se limitó a revelar tu naturaleza secreta. Por el contrario, cuando enfrentas con valentía la tentación, no es la tentación la que hace fiel y paciente, sino que más bien se limita a sacar a la luz del día las virtudes de la paciencia y de la fortaleza que estaban en ti, pero escondidas”.
(Orígenes, Sobre Lucas, 26.3-4)
4. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
Escuchando la voz del precursor del Mesías, tendríamos que preguntarnos hasta qué punto su llamado a la conversión toca los corazones de nosotros hombres y mujeres del tercer milenio. Nuestra conciencia podría hacerse “de la oreja mocha” ante las denuncias y los gritos de los pobres, como si las injusticias que se cometen en el mundo no tuvieran que ver con nosotros. Es común oír decir: “Yo he hecho lo que he podido”, “He trabajado toda mi vida”, “Me he ganado el dinero con el sudor de mi frente”, “Esta es mi propiedad y es mi derecho legítimo”, y tantas otras excusas -a lo mejor valederas- que no hacen sino evitar la interpelación de Dios. Mientras tanto crece cada día más la gran masa de los pobres y los excluidos a nuestro alrededor. Hoy le preguntamos a Juan Bautista: ¿Qué debemos hacer?
1. Siguiendo las pautas dadas por el Bautista ¿Cómo se hace un camino de conversión? ¿Cómo lo podría hacer? ¿Qué sugerencias le da esta página del Evangelio a una comunidad que quiere vivir seriamente el tiempo litúrgico del Adviento?
2. ¿Cómo presenta Juan al Mesías? ¿En qué consiste el don salvífico que trae el Mesías? ¿Cuáles son las consecuencias de su venida?
3. ¿Cuál es la alegría más profunda y duradera que el Señor me invita a vivir? ¿Qué debo hacer para conseguirla”.
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico (CEBIPAL) del CELAM
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