CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO DICIEMBRE 22 DE 2024

Cuarto Domingo de Adviento
María de Nazareth:  Lectio de Lucas 1, 39-45

Introducción

En el relato de la Visitación, María comienza con la anotación lucana: “En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá” (1,39).

El evangelio de este domingo nos invita a ponerle atención al acontecimiento histórico del nacimiento de Jesús, cuya preparación próxima se contempla con la ayuda del Evangelio de la Visitación.

Como detalle particular, nuestro texto coloca en lugar destacado el rostro de María, modelo de la acogida del Señor, y nos invita a alegrarnos con ella.

¿Qué mueve a María? María parte de las palabras del Ángel, “Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez” (1,36), y las interpreta como una invitación para ir a estar con ella. María va al encuentro del “signo” que Dios le dio de que “ninguna palabra es imposible para Dios” (1,37).

Pues bien, así como lo harán más tarde los pastores, después del anuncio del Ángel en la noche de la navidad, también María, después de haber escuchado el anuncio del Ángel, va a contemplar en la fe el signo que le fue dado. Y esta fe es elogiada por Isabel.

En el encuentro, las dos mujeres favorecidas por Dios expresan lo que progresivamente ha venido ardiendo en sus corazones.

Hoy vemos cómo Isabel, invadida por el Espíritu Santo, dice lo que ha podido comprender de María. Luego se verá cómo María confiesa lo que, por su parte y ayudada también por las palabras de Isabel, ha podido comprender de la acción de Dios en ella misma.

Y no sólo son las dos madres las que se encuentran. Este es también el primer encuentro de los dos hijos que traen en el vientre: Juan y Jesús. Si bien la escena está dominada por las dos madres, su centro está en la percepción que Juan tiene de Jesús. De esa forma discreta, con una danza de alegría por el encuentro con el Señor, comienza la misión del precursor del Mesías.

Cuando uno lee con atención el relato de la visitación con un poco más de atención nota una bella dinámica que desarrolla en él. Detengámonos en los movimientos, externo (=el viaje), interno (=de la soledad a la exclamación) y confesional (=el reconocimiento del misterio del otro), de esta narración rica de enseñanzas para nuestro Adviento.

Primero leamos y releamos cuidadosamente el texto:

“39 En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá;
40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
41 Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo;
42 y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno;
43 y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
44 Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.
45 ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!?”

Profundicemos….

1. El movimiento externo: el viaje de María de Nazareth a Judá (1,39)

“39 En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá” El viaje es un gesto concreto de obediencia a la Palabra de Dios (ver 1,36). María lo hace sin tardanza, “con prontitud” (1,39).

La distancia entre Nazareth y la ciudad de Judá (la tradición dice que es Ain-Karem) no es poca. No se menciona ningún otro personaje en el viaje fuera de María. Este largo recorrido y la soledad silenciosa de María son significativas: podemos ver en el trayecto recorrido una primera etapa de la toma de conciencia que ella está realizando.

El viaje de María coincide con un tiempo de silencio en el que ella puede captar mejor el significado de lo que está sucediendo en su vida, profundizando en las palabras del Ángel. Al mismo tiempo María no pierde de vista la meta de su viaje: ver a aquella mujer de quien se le ha hablado y que también ha sido beneficiaria de la misericordia de Dios; con ella será solidaria.

El evangelista nos está mostrando que después de la anunciación María vive un momento de pausa, de interiorización, de meditación. Esto es importante también para nosotros: la acción del Espíritu solicita el cultivo de la interioridad.

2. El movimiento interno: la acción del Espíritu Santo (1,40-41 y 44)

“40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo.

44 Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno” “Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (1,40). No parece ser casualidad la mención de la “casa de Zacarías”. El detalle nos remite a la escena anterior, la cual ocurrió en el Templo de Jerusalén, donde la duda de Zacarías había llevado a su mudez (1,20). María va a la casa del mudo, va como portadora de una palabra de origen divino, el cual ella ha creído. Y justo en el momento de entrar en la casa ocurre algo maravilloso.

Cuando Isabel y María se saludan, captan la vibración del Espíritu y se abrazan con una inmensa alegría.

No conocemos el contenido del saludo de María a Isabel, pero sí su efecto: es de tal manera que hace saltar a la criatura en gestación en el vientre de Isabel y de provocar la unción del Espíritu Santo (1,41).

“Saltó de gozo el niño en su seno”.

El encuentro entre las dos mujeres hace saltar de alegría al niño de Isabel, lo cual es manifestación de la acción del Espíritu. A partir de este momento muchos saltarán de gozo a lo largo de todo el evangelio cada vez que se encuentren con Jesús. El Mesías es portador de la alegría, expresión de plenitud de vida que proviene de Dios. Comienza la fiesta de la vida que trae el Evangelio de aquel que trae alegría para todo el pueblo (ver 2,10).

“Isabel quedó llena de Espíritu Santo”. La voz de María es portadora del Espíritu Santo que la ha llenado y con ella introduce a Isabel en el ámbito de su experiencia: el de una emoción profunda que es capaz de estremecer y hacer danzar de alegría.

Guiada por el Espíritu, Isabel capta la grandeza de lo sucedido en María y lo expresa abiertamente. Las dos mujeres, una anciana y una joven, se comprenden a fondo y son capaces de decir lo que llevan por dentro, lo que cada una capta de la otra. Sus vidas atravesadas por soledades por fin encuentran oídos dignos de sus secretos, ambas se sienten comprendidas.

En esa cercanía, en la que también actúa el Espíritu, las dos elevan himnos de alabanza. Se suscita así un movimiento de reconocimiento público y de respeto que desvela lo que desde tiempo atrás ha venido madurando en el corazón.

3. El movimiento confesional: el cántico de reconocimiento de Isabel a María (1,42-45)

“42 y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno;
43 y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
44 Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.
45 ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”

“Y exclamando con gran voz, dijo…” (1,42ª). Lo que hasta el momento era solamente el secreto de María ahora Isabel lo anuncia a gritos y con el corazón desbordante. El contenido es la acción creadora del Dios de la vida en la existencia de María, por medio de la cual se ha realizado la encarnación del Hijo de Dios.

En la exclamación Isabel deja sentir que está maravillada ante la persona de María:

“¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí?” (1,43). En estas palabras resuena otra del Antiguo Testamento, la frase maravillosa y temerosa de David cuando se hizo el traslado del arca de la Alianza a Jerusalén (ver 2 Samuel 6,9). Por recelo, en lugar de llevarse el Arca para su casa, David lo hizo trasladar a la casa de Obedom de Gat. Allí permaneció tres meses –los mismos que María demoró en casa de Zacarías- llenándola de bendiciones: “Yahvé ha bendecido la casa de Obedom y todas sus cosas a causa del arca de Dios” (6,12).

María es vista así como el Arca de la Nueva Alianza, en la cual Dios se hace presente y bendice a la humanidad de una forma nueva y definitiva.

Por otra parte María es llamada por Isabel como “la Madre de mi Señor”. Llena del Espíritu Santo, Isabel se comporta desde ya como si fuera cristiana, dándole a Jesús el título de “Señor” el cual se le da en propiedad a partir de la Resurrección (ver 24,34) y en la predicación kerigmática de los apóstoles (ver Hechos 2,36).

Observemos ahora lo que precede y lo que sigue a esta idea central del reconocimiento de Jesús con el título “Señor”. Isabel le dice a María dos palabras claves que describen su personalidad: “Bendita” y “feliz”.

• “Bendita”.

En primer lugar, Isabel alaba a Dios por lo que Él ha hecho en María, esto es, la ha llenado de gracia y la ha bendecido con su poder creador que la ha hecho capaz de transmitirle la vida al Hijo de Dios.

La exclamación de Isabel, “Bendita…”, es el eco del saludo que, en los relatos del Antiguo Testamento, Ozías en nombre el pueblo le dirige a Judith, la liberadora: “Bendita, seas, hija del Dios Altísimo más que todas las mujeres de la tierra” (Judith 13,18).

Bendecir es “generar vida” y precisamente por eso María es “la bendecida” por excelencia: si bien toda mujer es bendición para el mundo por el hecho de engendrar vida, mucho más María es la “bendita entre todas las mujeres”, ya que ella trae al mundo al Señor de la vida que vence la muerte y da la vida eterna.

Además, porque su hijo no es un niño cualquiera sino el “hijo del Altísimo” (ver el relato de la anunciación), María tiene con suficiente fundamento la dignidad de “Madre de Dios (del Señor)” (1,43).

• “Feliz”.

En segundo lugar, Isabel le hace eco a las palabras pronunciadas por María en la anunciación: “Hágase en mí según tu Palabra” (1,38), y califica su actitud como un acto de fe: “Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor”.

¿Qué quiere decir Isabel sobre María? Quiere decir que María “creyó” en el cumplimiento de la Palabra, es decir, la tomó en serio, se abandonó a su poder creador, confió en la fidelidad de Dios a su promesa. La alegría de María proviene de la fuente inagotable de su fe siempre viva, porque ella como ninguna está siempre abierta a Dios.

Este mismo gesto de María le será pedido, a lo largo del Evangelio, a todas las personas que Jesús cruce en su camino (ver por ejemplo: Lucas 7,9.50; 8,48). En la fe tendrán que ser educados de manera especial los futuros evangelizadores (ver 24,25). Aparece así una definición clara de la fe: uno es creyente cuando sabe “oír la Palabra de Dios y ponerla en práctica” (8,21; 11,27-28).

En fin…

Con el “Bendita tú eres…” y con el “Feliz tú que has creído”, se entona el primer canto mariano de las comunidades cristianas. Un canto que, al menos con la frase “Bendita tú eres y bendito es el fruto de tu vientre: Jesús”, continúa repitiéndose hasta nuestros días en la oración del “Ave María”.

Los motivos de la “bendición” y de la “bienaventuranza” han sido dados: la fe con la cual María obedeció la Palabra que le fue dicha de parte del Señor y que hizo generar vida en calidad de “Madre del Señor”.

4. Releamos la Palabra con un Padre de la Iglesia

(El texto que proponemos a continuación se adapta más para la segunda lectura de este domingo)

“Las palabras de promesa, cuando se da aquello que prometen, dejan de ser dichas. Hasta el momento de dar, se promete; cuando ya se da, cambian las palabras. Ya no dice “daré” aquello que se comprometiera a dar, sino que dice “di”: cambió el verbo […] Por lo tanto, los antiguos sacrificios, en cuanto a palabras de promesa, fueron abolidos.

¿Qué fue dado como cumplimiento? El cuerpo que conocéis, pero no todos…

Sacrificio y oblación no quisiste. ¿Qué diremos entonces? ¿Será que fuimos dejados en este tiempo sin sacrificio? De ninguna manera: ¡Me formaste un cuerpo! Por lo tanto, dejaste de querer aquellos, para preparar este…

Nosotros estamos en este Cuerpo, somos partícipes de este Cuerpo, conocemos lo que recibimos […] El Cuerpo para nosotros está perfecto: perfeccionémonos en el Cuerpo”
(San Agustín, Enarr. in Ps. 39, 12)

5. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

5.1. ¿De qué manera el itinerario de María en esta página del Evangelio, me puede ayudar a tomar conciencia y a proclamar la obra de Dios en mi vida?
5.2. ¿Me tomo tiempos de “silencio” (que pueden coincidir con retiros u otros espacios prolongados de meditación y oración) para tomar conciencia de la obra de Dios en mi vida?
5.3. María e Isabel vivieron fuertes experiencias de Dios y las compartieron entre ellas. ¿Nuestras comunidades son espacios vivos que permiten compartir y celebrar la experiencia de Dios que vive cada uno? ¿Encuentros así nos ayudan a vivenciar la presencia del Espíritu Santo en la comunidad?
5.4. ¿Qué lección nos da el Evangelio de hoy para nuestra vivencia de la navidad? ¿Qué encuentros Dios nos pide que vivamos? ¿Cómo quiere que los vivamos?

P. Fidel Oñoro, cjm

Centro Bíblico del CELAM

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