CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO DICIEMBRE 8 DE 2024

Segundo domingo de Adviento (C)
El silencio y la voz en el desierto
Lucas 3,1-6

Introducción

Este y el próximo domingo de este tiempo del Adviento están dominados por la figura de Juan Bautista, primero lo vemos como un profeta que entra en el complejo escenario de la historia para darnos esperanza y luego como un profeta que exige conversión.  Pero lo esencial sobresale en la definición que el evangelista da de él y que explica el por qué de su presencia especial en este tiempo: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (3,4).

La entrada del precursor del Mesías en el escenario de la historia es el tema del evangelio de hoy. Para responder a la pregunta ¿Cómo aparece la persona y la obra del que debe preparar la venida del Señor?, Lucas nos conduce por un itinerario que tiene tres partes:

Una visita al marco histórico en el que Juan comenzó su ministerio (3,1-2ª)
La presentación de la vocación del profeta (3,2)
Un resumen de lo esencial de la misión profética de Juan (3,3-6)

Constatémoslo en el texto:

“1 En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene;
2 en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

3 Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados,
4 como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas;
5 todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos.
6 Y todos verán la salvación de Dios”.

Profundicemos…

1. Un profeta bien situado en su tiempo (3,1-2ª)

“1 En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene;
2 en el pontificado de Anás y Caifás…”

El evangelio comienza con una contextualización. Lucas nos presenta la lista de una serie de autoridades terrenas y religiosas, cuyas intervenciones inciden profundamente en el destino de Juan.

La lista de los personajes y sus fechas no es simplemente ilustrativa, a través de los datos el evangelista nos está dando el mensaje de que la acción salvífica de Dios no ocurrió en una indeterminación fantástica o mítica, sino en un marco espacial y temporal bien definido; Él es el Dios de la historia.

El marco político

A nivel del Imperio. Se comienza por lo más amplio: el imperio romano. El emperador del momento es Tiberio, soberano absoluto del mundo mediterráneo, continuador de la política de “pax romana” iniciada por César Augusto. Él concentra el poder político y económico de las provincias conquistadas por el imperio, todos dependen de él. El período de su gobierno abarca los años 14 al 37 dC. El dato del “año quince” de su gobierno corresponde según el cálculo común al 28/29 (el año va de octubre a octubre; podría ser un año menos según el cálculo siríaco). El ministerio de Juan comenzó en ese tiempo preciso.

A nivel de Palestina. Los cuatro nombres que siguen se refieren a los cuatro gobernadores entre los cuales estaba dividido el territorio que dejó el rey Herodes el Grande (37-4 aC):

(1) Poncio Pilato, el procurador romano de la región de Judea entre los años 26-36 dC.  Lo recordamos porque fue quien tomó la decisión final de ejecutar a Jesús en una Cruz (ver 23,24).
(2) Herodes Antipas, quien heredó de su padre Herodes el Grande el territorio de Galilea y gobernó entre los años 4aC y 39dC.  Será él quien hará arrestar y decapitar a Juan Bautista (ver 3,20; 9,9). Como tetrarca de Galilea, tiene también jurisdicción sobre Jesús (13,31), por eso Pilato le envió donde él para escuchar su opinión antes de ejecutarlo (ver 23,6-12).
(3) Herodes Filipo, tetrarca de la región del Golán, donde queda Cesarea de Filipo, entre el 4aC y el 34 dC;
(4) Lisanias, tetrarca de Abilene, más al norte que los anteriores, en el extranjero.

Los dos últimos no tienen implicación directa en los evangelios, pero ayudan a definir de manera completa el marco histórico.

Marco religioso

Aparecen luego los nombres de las máximas autoridades judías, las cuales tenían competencia en el campo religioso y, con algunas limitaciones, en el campo civil.

Anás, fue el Sumo Sacerdote entre los años los 6-15 d. C. y  Caifás lo fue entre el 18 y el 37 d. C.  Parte de su tarea era presidir el Consejo de los Ancianos, donde se determinaba la rectitud de doctrina y de comportamiento religioso en el pueblo judío. Ambos se escandalizaron con el comportamiento de Jesús y pidieron su condena a muerte.

Una necesaria pero peligrosa confrontación

La obra de Juan, y también la de Jesús, se desarrolla en medio de una historia concreta en la que estos gobernantes sobresalen. Dios entró en la historia y se puso a nuestro lado de esta forma, en las condiciones comunes de la vida humana.

Los personajes mencionados tienen que ver directa o indirectamente con el ministerio de Juan y con el de Jesús; la relación con las autoridades será conflictiva.  La balanza del poder se inclina, como es natural, hacia los gobernantes y el ministerio del Mesías y el de su precursor será truncado con violencia por el poder mundano representado en estos personajes.

Pero la visión del evangelio no es la del derrotismo frente al poder que calla a los profetas con métodos de violencia. Si estos personajes que ejercen poderes destructivos se mencionan es porque se quiere dar una buena noticia, y es que no estamos entregados de manera definitiva a los poderes históricos porque la última palabra sobre el destino del mundo la tiene Dios, el Señor de la historia.

Con la venida de Jesús, cuyo camino prepara Juan Bautista, Dios quiebra el círculo de hierro y el curso inflexible de las fuerzas históricas que niegan al hombre. Por eso Jesús y el último de los profetas entran en el escenario estrechamente ligados a esta historia.

2. La vocación del profeta Juan: su palabra proviene de Dios (3,2b)

Ocurre un evento importante en la vida de Juan: “Fue dirigida la Palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”.  Gracias a él, se escucha de nuevo la voz profética que se había apagado en la tierra.

Juan recibe su vocación de manera análoga a la de los grandes profetas del Antiguo Testamento (ver Jeremías 1,1). El evangelista Lucas nos cuenta que desde los orígenes él fue escogido para esta tarea y para ello fue dotado por el Espíritu de Dios (ver 1,15-17). En este momento, en esta circunstancia histórica precisa, Juan es llamado para que lleve a cabo su misión.

La palabra que va a predicar no es creación suya. Un profeta no se presenta a nombre propio sino como delegado de Dios (ver 20,4).  Por eso vemos en el texto a Juan recibiendo la Palabra de Dios.

Y la recibió, como gusta de precisar el evangelista, “en el desierto” justo donde había pasado su largo tiempo de preparación (“vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel”, 1,80).

El “desierto” nos remite a los orígenes del pueblo de Israel en el éxodo e incluso nos remanda a los comienzos de la historia misma (ver Génesis 2,5). El desierto evoca aridez, soledad, anonimato, miedo, carencia, falta de esperanza. En él rozamos con la muerte. El desierto es el lugar donde si uno grita nadie lo escucha; donde si uno se desvanece agotado sobre la arena, no hay quien se ponga a nuestro lado; es el lugar donde si nos ataca una bestia, no hay quien nos defienda; donde si se vive una gran alegría o una gran pena, no hay con quien compartirla. ¿Qué significa entonces escuchar la voz de Dios en el desierto (v.2) para proclamarla también en el desierto (v.4)?

Porque Juan tiene todas las credenciales, el pueblo lo reconocerá como un profeta (ver 20,6), pero Jesús dirá también que él es más que un profeta porque preparó el camino del Señor (7,26s).

3. La misión del profeta Juan: la preparación del camino del Señor (3,3-6)

“3 Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados,
4 como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas;
5 todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos.
6 Y todos verán la salvación de Dios”.

El profeta expone el pensamiento y el querer de Dios. Porque se trata de la misma Palabra de Dios, sus enseñanzas obligan y no deben ser menospreciadas. Por medio de Juan toda persona queda sometida a la gracia y a las exigencias de Dios. Con esta misión Juan “se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados” (v.3).

Al final, en la cita de Isaías donde están las promesas que se están cumpliendo en el ministerio de Juan, se ve el resultado del ministerio del Bautista: “Y todos verán la salvación de Dios” (v.6).  Esta frase significa que (1) todo apunta hacia la llegada de la “salvación” que trae Jesús; (2) que sólo quien se prepara para la venida del Señor puede “ver” su Salvación (recordemos las palabras del anciano Simeón en Lc 2,29-32); y (3) que la salvación es para “todos” (judíos y paganos) y tiene alcance universal.

La tarea del precursor de Jesús es preparar la venida del Señor mediante la predicación de la conversión. Pero, ¿Cómo entiende este texto la conversión?

Lucas responde con la profecía de Isaías 40,3-5. La conversión pedida es parecida a la transformación de un desierto: “Voz que clama en el desierto”, el desierto que cada uno lleva por dentro y el desierto de nuestras ciudades.  Juan recibió la inmensa tarea de sacudir esos desiertos, todos esos obstáculos que impiden avanzar (“barrancos”, “montes y colinas”, “lo tortuoso y las asperezas”). La imagen de los “caminos que se hacen llanos” evoca una gran apertura que nos rescata de nuestras soledades, un fluir que nos saca de nuestros estancamientos, un gran espacio para la compañía que nos saca de nuestros egoísmos, una ampliación de la visión que nos devuelve los sueños de humanidad que creíamos imposibles.

Quien vive cerca de un desierto se acostumbra a verlo siempre así y se resigna. Así mismo sucede con nuestros pecados y con los de los otros. Igualmente, cuando una expectativa se prolonga, viene el cansancio y se echa para adelante casi por inercia, así sucede con nuestros compromisos con la sociedad.  La voz que clama en el desierto nos dice que sí es posible cambiar, que Dios abre caminos donde parece imposible.

Es así como Juan predica el regreso a los caminos de Dios para un pueblo necesitado del perdón.

El punto está en aceptar que lo necesitamos, que creamos que podemos transformar el desierto (o los desiertos).  La conversión no es una auto-tortura como quizás alguno podría imaginar, más bien es la maravillosa aventura de aceptar participar en la creación de Dios que se realiza en nosotros mismos y que apunta a la calidad de vida en la sintonía de proyecto de vida con Dios.

Por eso en la predicación de Juan se conjugan dos aspectos: él es al mismo tiempo el predicador de la penitencia y el mensajero de la alegría. La transformación del desierto supone la remoción, a veces dolorosa, de aquello a lo que estábamos habituados, pero el resultado es la inmensa felicidad de descubrir nuevos y más fecundos horizontes. A la tierra nueva de la reconciliación se llega por el camino bien preparado de la conversión.

El profeta ahora estremece el desierto, después vendrá Jesús y lo hará florecer bautizándolo en el Espíritu Santo.

4. Releamos el Evangelio con un Doctor de la Iglesia

“Reflexionemos sobre el tiempo en que viene el Salvador… Descendía la noche y el día ya se encaminaba hacia su fin: el Sol de Justicia casi había desaparecido, su esplendor y calor ya casi se extinguían sobre la tierra. La luz del conocimiento de Dios era exigua y, debido al difundirse de la iniquidad, el fervor de la caridad se había enfriado.

Ya ningún ángel aparecía, ningún profeta hablaba: desistían como si estuvieran vencidos por la desilusión, por la excesiva dureza de ánimo y por la obstinación de los hombres. “Entonces yo dije” –es el Hijo quien habla- “He aquí que yo vengo” (Salmo 39,8). En la hora más apropiada descendió el Eterno, cuanto más gravemente prevalecía en el mundo el cuidado de las cosas temporales. Hasta la paz política en aquel tiempo era tan sosegada que para el censo del mundo entero bastó el edicto de un solo hombre.

Ustedes ya conocen la persona de Aquel que viene, el lugar de proveniencia y de destino: no ignoráis la causa y el tiempo de su venida. Queda ahora por investigar el camino por el cual Él viene, y debemos informarnos con diligencia para poder ir al encuentro suyo de la forma más adecuada. En realidad, tal como vino ya una vez, visible en la carne, para realizar la salvación sobre la tierra, ahora viene cada día de modo espiritual e invisible, para salvar la vida de cada uno”.

(San Bernardo, Sermón 1 para el Adviento, 9-10)

5.    Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

La lectura de hoy nos presenta el perfil del profeta que preparó de manera inmediata la venida del Señor. Tres puntos han sido puestos  en evidencia: la realidad histórica, la Palabra que viene de Dios y la conversión como respuesta a esta Palabra de gracia que transforma el mundo.  Consideremos la seriedad de la Palabra de Dios.

5.1.    ¿Qué significado tiene el hecho de que la misión de Juan y la de Jesús se hayan realizado en un tiempo y en un espacio concretos?

5.2.    ¿Qué es lo que caracteriza a un verdadero profeta?

5.3.    ¿Por qué es necesaria la conversión? ¿Prefiero escuchar al que confirma mis ideas y comportamientos que a quien me dice verdades que me fastidian?

P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

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