Cuarto Domingo Ordinario “C”
Un recorrido por las lecturas de este Domingo
Sumario: El profeta Jeremías es el portavoz de Dios. Escogido por Él antes de su nacimiento, es habitado por una fuerza de lo alto que le permite anunciar la voluntad de Dios a tiempo y a destiempo.
Jeremías puede hacer suyas las palabras del Salmo: “Tú eres mi apoyo desde antes de mi nacimiento, tú me has escogido desde el vientre de mi madre”. En la línea de los grandes profetas de Israel, Jesús anuncia la Palabra de Dios en la Sinagoga de Nazaret. Jesús es más que un profeta, Él es la Palabra viva de Dios. Pero en su propia aldea, su palabra no es bien recibida.
Primera lectura: Jeremías 1-19
Estamos ante el relato abreviado de la vocación de Jeremías. Dios llama a Jeremías de manera sencilla. No con grandes visiones, como es el caso de Isaías o de Ezequiel, sino mediante una palabra que va dirigida al corazón. Dios está con Jeremías, lo conoce y lo elige desde el seno materno. Dios cuenta con él para ejercer una misión en medio de su pueblo: ser el portavoz de Dios.
El relato comienza con la llamada “fórmula de acontecimiento” (es la frase: “Vino sobre mí la Palabra del Señor”), la cual marca un nuevo comienzo en la vida del profeta. Se cierra con la llamada “fórmula de reconforto” o de “asistencia” (es la frase: “Yo estoy contigo”), mediante la cual Dios le garantiza a su profeta el apoyo permanente.
La misión de Jeremías está dirigida a las naciones paganas, pero también a Judá, a sus reyes, sacerdotes y a todo el pueblo. A todos Jeremías debe proclamarles la Palabra del Señor.
Fortalecido de esta manera, de cara al rey, de los sacerdotes y del pueblo, Jeremías podrá decir: “Así habla el Señor…”. Ya sabemos que lo que dirá no siempre dejará contenta la gente, más bien le traerá enemigos. Sin embargo, usando un lenguaje tomado del mundo militar (villa fortificada, columna de hierro, muralla de bronce), Dios le asegura su protección.
A estas alturas, con Jeremías consciente de la difícil misión que le fue confiada, se establece uno de los más bellos y significativos diálogos de toda la Biblia. La Palabra del Señor viene sobre Jeremías para preguntarle: “¿Qué ves, Jeremías?”, a lo cual el profeta responde con la bellísima expresión: “Veo un ramo de almendro”. El almendro, valga recordarlo, es uno de los pocos árboles que florece en pleno invierno. Jeremías ve bien, de forma penetrante que, en el invierno de su difícil misión, nace ya la flor de la esperanza, que es siempre y en última instancia, la última Palabra de Dios. Esa es la flor-Palabra que el profeta ve (y oye) siempre, aún en medio de la tempestad.
Salmo 70
Este Salmo es la alabanza de un anciano que acude a Dios buscando socorro. La muerte se aproxima y también sus enemigos que le levantan calumnias. El orante pone toda su esperanza en Dios, pone su causa en las manos divinas y apela a su justicia. Que Dios lo libre de la muerte y de sus enemigos.
Con las mismas expresiones de Jeremías, él le recuerda a Dios que ha sido escogido por Él desde el vientre de su madre. De ahí que tenga argumentos para proclamar la gran fidelidad de Dios: “Seguir alabándote es mi orgullo”.
Segunda lectura: 1 Corintios 12, 31-13, 13
Nos colocamos ante el famoso “Himno de la Caridad” (=ágape). Se trata de una las páginas más extraordinarias de las cartas de Pablo.
A una comunidad en la que los miembros van por cuenta propia, con el vano intento de posicionarse unos frente a otros, Pablo apunta el dedo hacia la “Caridad” como el camino a seguir, como el testimonio que hay que dar, como la meta que hay que alcanzar.
Y aunque uno posea todos los bienes y todos los dones, si uno no tiene “Caridad”, puede estar corriendo en vano. Lo que es necesario vivir prioritariamente es la “Caridad”.
Lucas 4,21-30
Al comenzar su vida pública, Jesús participa en la liturgia de la sinagoga de aldea leyendo un texto de Isaías. En primer momento, sus palabras son recibidas con agrado. Pero después el ambiente cambia bruscamente.
Desvelando el pensamiento de sus oyentes, Jesús los acusa de estar celosos. La gente de Nazaret, de hecho, no entiende por qué Jesús obró curaciones en Cafarnaúm y no lo hizo también en Nazaret, entre ellos. Ahora bien, Cafarnaúm es una aldea en la que se mezclan tendencias. Hay tantos extranjeros como gente de allí mismo, tantos paganos como judíos.
Jesús responde apoyándose en las Sagradas Escrituras.
Para ello se coloca en la línea de los profetas de otros tiempos, especialmente en los fundadores de la profecía israelita: Elías y Eliseo. Elías había ido a ayudar a una mujer extranjera, la viuda de Sarepta; por su parte, su discípulo Eliseo había curado de lepra a Naamán el Sirio.
Jesús explica su novedosa forma de comportarse mostrando su coherencia con el plan de Dios establecido desde la eternidad. De hecho, Dios hizo alianza con un pueblo preciso, pero con la finalidad de hacer de él un testigo suyo en medio de las naciones. No fue escogido el pueblo para acaparar los beneficios de Dios. Con los habitantes de su aldea de Nazaret, Jesús se comporta a la manera de Dios y muestra que el amor de Dios se dirige prioritariamente hacia a aquellos que están alejados. Hay que comprender este gesto de la misericordia de Dios y hacer lo mismo.
Pero este mensaje de Jesús resultó sorprendente y fastidioso para sus paisanos de Nazaret. Los obligó a hacer una reflexión sobre sus relaciones tanto con Dios como con los otros. Si Dios no es simplemente el Dios de un pueblo sino que igualmente el Dios del universo, el creyente debe reconocerle a los otros, incluyendo a los paganos, su cualidad de hijos de Dios incluyéndolos en la familia de los hermanos.
Para la gente de Nazaret esto fue demasiado duro.
Ellos querían que Jesús se comportara de manera diferente. Entonces no lo reconocieron más como uno de los suyos e intentaron asesinarlo fuera de la aldea.
La escarpada colina donde lo condujeron anuncia otra subida hasta Jerusalén, allí donde será plantada la cruz de Jesús. Desde el principio, la sombra de la cruz se asoma en el relato del evangelio. Pero no hay que dejar de ver la alusión a la victoria de la resurrección en la frase final: “Pero Él, pasando por en medio de ellos, se alejó de ahí”.
Una palabrita para la meditación
Predicar y exhortar a los otros en contracorriente, a pesar de que no guste lo que tenemos para decir, no es fácil. Uno no lo hace para prevalecer sobre nadie ni para destacarse ni para hacer valer sus propias ideas, sino para hacer prevalecer la bondad de Dios. ¿Cuál es el criterio? Según Jeremías, su vocación; según Pablo, la caridad: “Aunque yo tuviera el don de profecía… si no tengo amor, nada soy”.
Compartir. Es difícil, demasiado difícil, para los judíos de Nazaret (y después para los de Jerusalén), compartir el Mesías con los no judíos. Es difícil recibir la palabra de Jesús si la ponemos en función de nuestros propios intereses.
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM