Segundo Domingo de Cuaresma
EL CAMINO DE JESÚS Y DEL DISCÍPULO HACIA LA PASCUA (II)
Educados por la revelación en la Montaña
Marcos 9, 2-10
Introducción
En el camino de la cuaresma encontramos una nueva escena “alta” en la vida de Jesús: la transfiguración. Se puede decir que éste es el momento culminante de la revelación de Jesús en el cual se manifiesta a sus discípulos en su identidad plena de “Hijo”. Ellos ahora no sólo comprenden la relación de Jesús con los hombres, para los cuales es el “Cristo” (Mesías), sino su secreto más profundo: su relación con Dios, del cual es “el Hijo”.
Entremos en el relato con el mismo respeto con que lo hicieron los discípulos de Jesús al subir a la montaña y tratemos de recorrer también nosotros el itinerario interno de esta deslumbrante revelación con sabor a pascua.
1. El texto y su estructura
“9,2 Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos,
3 y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo.
4 Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.
5 Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»;
6 – pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados -.
7 Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.»
8 Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
9 Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos”.
En el relato marcano podemos detectar la siguiente estructura:
(1) Introducción: La subida a una montaña alta (9,2ª)
(2) Primera parte de la revelación: Jesús es transfigurado (9,2b-6)
(3) Segunda parte de la revelación: Dios revela a Jesús como su Hijo (9,7-8)
(4) Conclusión: El descenso de la montaña (9,9)
Leamos despacio y en la medida en que recorramos cada una de sus partes notemos los detalles más significativos del relato.
2. Introducción: La subida a una montaña alta (9,2ª)
“9,2a Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto”
El relato comienza presentándonos las coordenadas de tiempo, de lugar, junto con los personajes y la circunstancia.
No es común que Marcos nos de la secuencia temporal, como de hecho hace aquí: “seis días después”. Esta referencia conecta el episodio con lo narrado anteriormente, en las inmediaciones de Cesarea de Filipo donde, después de la confesión de fe de Pedro, Jesús anunció su propia cruz y las consecuencias para sus discípulos (ver 8,27-9,1). El relato de la transfiguración se entiende -en relación de contraste- a la luz del anuncio de la Cruz.
La pausa de los seis días podría entenderse como un espacio de silencio para acoger y asimilar lo anterior. Pedro allí había manifestado una primera resistencia al anuncio de Jesús. Con todo Jesús no había echado atrás sino que había ampliado su enseñanza (ver 8,34-9,1).
Se prepara así el escenario para la fuerte experiencia que los discípulos harán de Jesús:
(1) Una elección
A pesar de la reacción negativa que Pedro tuvo ante el anuncio de la Cruz (8,32) y de la dura respuesta de Jesús (8,33: “Quítate de mi vista, Satanás”), el Señor “toma consigo a Pedro”, junto con “Santiago y Juan”, para llevarlos a una montaña alta. Esta es una de las tres veces que Jesús aparta y lleva consigo a estos mismos tres discípulos (ver 5,37: la resurrección de la hija de Jairo; 14,33: la oración en el Getsemaní), todos ellos llamados en la primera hora.
El hecho que sean tres alude al futuro testimonio que deberán dar del acontecimiento. El texto de Deuteronomio 19,15 parece estar en el trasfondo: “Un solo testigo no es suficiente… sólo por declaración de dos o tres testigos será firme la causa”.
Pero hay que tener presente que, por lo pronto, la experiencia se dirige solamente a ellos, no se tienen en cuenta otras personas. Esto está reafirmado en la expresión “a ellos solos”: Jesús crea un espacio de intimidad con los tres discípulos que ha separado del resto.
(2) Una montaña
No sabemos de qué montaña se está hablando dentro de la geografía de Palestina. La tradición ha señalado el monte Tabor, relativamente cerca de Nazaret. Otros, recientemente, han propuesto el monte Hermón, ya que Jesús en la escena anterior estaba muy cerca de allí.
En todo caso, la mención de la montaña crea una atmósfera espiritual que nos remite lo que había sucedido en el monte Sinaí, el monte en el que el contacto de Moisés con Yahvé lo llevó a reflejar en su rostro la Gloria del Señor (ver Éxodo 34,35). Y no sólo eso, en una escena previa, cuando Moisés subió a la montaña (Éx 24,12), se dice: “La gloria de Yahvé descansó sobre el monte Sinaí y la nube lo cubrió por seis días. Al séptimo día, llamó Yahvé a Moisés de en medio de la nube” (24,16).
Hay dos puntos de contacto claros con el relato de la transfiguración. Se puede intuir, en la lógica de nuestro relato, que “seis días después” del anuncio de la Pasión, se escuchará una palabra de Dios Padre en persona.
3. Primera parte de la revelación: Jesús es transfigurado (9,2b-6)
El centro del relato es una teofanía: la gloria de Dios se manifiesta en este mundo en la persona de Jesús y en la obra y la Palabra que el Padre hace y pronuncia a favor de Él.
La primera parte de la revelación está caracterizada por la “visión”: (1) se “ve” a Jesús con nuevo aspecto; (2) se “ven” dos personajes celestiales. Frente a ello se presenta (3) una primera reacción de Pedro y los discípulos quienes muestran no haber captado el sentido de la visión.
Veamos la entrada sucesiva de los personajes y sus acciones:
(1) Jesús (9,2b)
“2bY se transfiguró delante de ellos…”
El acontecimiento está descrito con muy pocas palabras. Lo esencial es que es una obra de Dios en la persona de Jesús, literalmente en griego leemos: “Y su aspecto fue transformado”. Jesús no se transfiguró a sí mismo, Él “fue” transfigurado: fue Dios quien lo realizó en Él.
El efecto de esta transformación del aspecto de Jesús se describe enseguida: “Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo” (9,3). El blanco alude una realidad celestial; es el distintivo de quien pertenece al mundo de Dios (ver por ejemplo: Apocalipsis 3,5). El evangelista acentúa más que los otros la blancura de los vestidos de Jesús.
Lo que sucede es en función de los discípulos: “…delante de ellos”. Se puede entender esto: gracias al poder de Dios, Jesús se hace visible ante los ojos de los tres discípulos con la misma figura que tendrá con su resurrección, cuando –en su entronización mesiánica- participe plenamente en la vida divina (ver Marcos 16,5).
(2) Moisés y Elías (9,4)
“4 Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús”.
La entrada en escena de estos dos personajes que ya no pertenecen al mundo terreno, está señalada por la expresión: “Se les aparecieron”. Esto indica dos cosas:
• Así como la transfiguración del Maestro, el objetivo de tal “aparición” son los discípulos.
• Se trata de una manifestación por parte de los personajes celestiales (“fue visto” o “se hizo ver”), no el resultado del esfuerzo humano.
Pero no sólo se “les” aparecieron a los discípulos sino que “conversaban con Jesús”. Los tres aparecen, entonces, en el mismo plano: lo divino. ¿Cuál fue el contenido de la conversación? No se dice. Lo que importa es que conversan en presencia de los discípulos.
Moisés y Elías son figuras prominentes en la Biblia. Pero, ¿Qué indica su presencia en esta escena?
El trasfondo del Antiguo Testamento aquí cobra vida:
• Moisés, mencionado en primer lugar, fue el intermediario de Dios en la entrega de la Ley a su pueblo. Esto ya había sido recordado por Jesús en el evangelio de Marcos (ver 1,44; 7,10; 10,3; 12,26).
• Elías, profeta de fuego, no sólo es importante por ser uno de los fundadores de la profecía bíblica, sino porque en los tiempos de Jesús se relacionaba la venida del Mesías con un “retorno” suyo (ver la profecía de Malaquías 3,22-24; por cierto, en este texto se mencionan juntos a Moisés y Elías).
Además, Moisés y Elías, son los únicos personajes del Antiguo Testamento que suben el monte Horeb-Sinaí (en la tradición se cree que es el mismo monte):
• Allí Moisés recibió la Ley y selló la Alianza (ver Éxodo 19-40).
• Allí Elías se refugió cuando fue perseguido por la malvada reina Jezabel, recibiendo una nueva manifestación de Dios que alentó su ministerio profético para que el pueblo viviera a cabalidad la Alianza (ver 1 Reyes 19,1-18).
El tema de la Alianza parece, entonces, pasar aquí a un primer plano. La misión de Jesús, con su cruz incluida, deberá ser comprendida dentro de este amplio y magnífico horizonte.
(3) Pedro y los otros dos discípulos (9,5)
“5 Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»;
6 Pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados”
La frase explicativa del v.6 justifica la reacción de Pedro y sus compañeros: el “miedo”. El acontecimiento los supera, ellos no son capaces de leerlo correctamente. Es una manera de decir que aún no está a la altura de la grandiosa revelación, así como tampoco lo estuvieron en las escenas de la barca ni como lo estarán las mujeres en la escena de la tumba vacía:
• “Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: ‘Pues, ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?’” (4,41).
• “Creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar… Y quedaron en su interior completamente estupefactos” (6,49.51).
• “Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas…” (16,8).
Pedro, como en la escena anterior de la confesión de fe y de la reacción ante el anuncio de la Cruz, es quien toma la iniciativa en nombre de todos. Dentro de su “temor”, sus palabras parecen inapropiadas, no están a la altura del acontecimiento: ante un evento celestial no cabe la propuesta de hacer tiendas terrenas.
Una vez más Pedro no ha entendido nada. La única respuesta adecuada que Pedro podrá dar será la que se le indique desde lo alto, como efectivamente sucede a continuación.
4. Segunda parte de la revelación: Dios revela a Jesús como su Hijo (9,7-8)
Aunque lo que acaba de suceder era grandioso, lo que viene ahora lo será aún más. Esta vez una nueva “visión” se complementa con la “audición” de la voz de Dios Padre. Hay que notar que también en esta parte se acentúa que todo ello apunta a los discípulos:
1. Al principio la nube: “les cubrió…”
2.Luego la voz está dirigida a ellos: “escuchadle”
3.Finalmente queda “Jesús solo con ellos”.
(1) La nube (9,7ª)
“7a Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra”
Como lo narra el libro del Éxodo, en el Sinaí la “nube” fue imagen del mismo Dios que hace visible su gloria, fue el signo de la presencia escondida y poderosa de Dios:
1. “Mira: voy a presentarme a ti en una densa nube…” (19,6)
2. “Y el pueblo se mantuvo a distancia, mientras Moisés se acercaba a la densa nube donde estaba Dios” (20,21).
3.“Moisés entró dentro de la densa nube y subió al monte” (24,18)
4. “Descendió Yahvé en forma de nube y se puso allí junto a él” (34,5).
Esta es la manifestación de la “Shekinnáh”, esto es, de la “gloria de Dios” que “habita” la tienda (ver Éxodo 40,34). No son los hombres quienes le hacen habitación a Dios sino Dios quien los inhabita. Como efectivamente comenta al respecto San Agustín: “¡Ved cómo la nube hizo una única tienda!”.
(2) La voz del Padre (9,7b)
“7b Y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle»”.
Es Dios mismo quien habla desde la nube (en el texto griego notamos un juego de palabras entre “nefel?” –nube- y “fon?” –voz-). Es lo mismo que había sucedido en Éxodo 24,16, cuando Dios se reveló al séptimo día a Moisés.
Las palabras revelatorias del Padre tienen dos partes:
• Una declaración: “Este es mi Hijo amado”. Una afirmación de la identidad de Jesús, en la misma línea que planteó el título de la obra (ver 1,1) y como ya lo se lo había dicho el mismo Padre a Jesús en el Bautismo (ver 1,11): ¡Entre Jesús y el Padre hay un vínculo inédito y profundo de amor!
• Un mandato: “¡Escuchadle!”. Se indica cuál es la respuesta adecuada frente a la persona de Jesús, cuál es la manera de ejercer el discipulado: la escucha pronta, continua e incondicionada.
Por fin tenemos la respuesta a la pregunta planteada por los discípulos en el lago: “¿Quién es éste?” (4,41).
Pero quien revela a Jesús es el mismo Dios Padre. Él mismo es quien indica la actitud fundamental del discipulado: la escucha del Maestro.
Aquí también se nos dice con qué autoridad Jesús ha pronunciado su enseñanza anterior sobre su Cruz y la del discípulo (ver 8,31-9,1). En pocas palabras, en las enseñanzas de Jesús quien habla es el Hijo de Dios.
Y todo esto sucede en presencia de Moisés y Elías. A diferencia de Moisés y del profeta Elías, Jesús no es el que recibe la revelación sino aquel que es revelado, en Él reposa la voluntad de Dios que todo hombre está llamado a vivir. El “Hijo de Dios” los supera notablemente. Lo que dice el Antiguo Testamento, la Ley (Moisés) y los profetas (Elías), ya no vale en sí mismo sino en la medida en que se escucha al “Hijo de Dios”.
(3) Jesús y los discípulos de nuevo “solos” (9,8)
“8 Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos”.
En esta segunda revelación no hay reacción de los discípulos, ni buena (de comprensión) ni mala (de temor). Solamente tenemos un nuevo dato: ellos “vieron”. Lo que ven a Jesús y a nadie más.
El momento conclusivo de la revelación a los discípulos es idéntico al comienzo: “Jesús solo con ellos” (ver 9,2ª). Ahora ven al Jesús de siempre, aquel con el que “están” (ver 3,14) cotidianamente, pero, eso sí, con un nuevo dato que complementa el conocimiento que tenían de su mesianismo: el Cristo es el Hijo de Dios.
Los discípulos están siendo invitados a ver a Jesús bajo una nueva luz, a captarlo de una manera nueva.
5. Conclusión: El descenso de la montaña (9,9)
“9 Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos”.
A la “subida” (9,2) corresponde ahora el “descenso”, lo cual implica un retorno a la vida cotidiana.
Una vez más vemos a Jesús tomando la iniciativa sobre sus discípulos y conduciéndolos: les ordena silenciar el acontecimiento. Pero la orden no es definitiva, hay “hasta que”. Con la resurrección de Jesús se levantará el veto.
El silencio forma parte de la pedagogía de Jesús: frente a la revelación de la “filiación”, sus discípulos necesitan tiempo para comprender, necesitan recorrer todavía el camino que conduce hasta la Cruz, allí donde otro silencio, el aparente silencio de Dios, los llevará al escándalo que volverá añicos el discipulado.
Esta es la segunda vez que Jesús manda a callar a los discípulos. La primera vez, en 8,30, después de la confesión de que Él era “el Cristo”, y la segunda –ahora-, después de la revelación de su identidad como “Hijo de Dios”. Este es, entonces, y digámoslo ahora desde una perspectiva positiva, el silencio contemplativo que dispone al discípulo para la acogida plena de esta revelación en el doloroso camino de la Cruz. Sólo el discípulo que escucha y comprende este misterio, podrá ser misionero de la vida en el día pascual.
6. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia
“Elías y moisés hablaban con Él, porque la gracia del Evangelio recibe el testimonio de la Ley y de los Profetas: de la Ley en Moisés y de los Profetas en Elías, para decirlo brevemente (…).
Pedro quiso hacer tres tiendas: una para Moisés, otra para Elías y otra para Cristo. Lo deleitaba el sosiego de la montaña, sufría el tedio del tumulto de las cosas humanas. Pero, ¿Por qué razón quería tres tiendas, sino porque aún desconocía la unidad de la Ley, de la Profecía y del Evangelio? Luego fue corregido por la nube (…)
¡Ved cómo la nube hizo una única tienda! ¿Por qué razón quería tres?
‘Y de la nube se escuchó una voz: Este es mi Hijo amado, escuchadlo’. Habla Elías, pero escúchalo a Él; habla Moisés, pero escúchalo a Él; hablan los Profetas y habla la Ley, pero escúchalo a Él, voz de la Ley y lengua de los Profetas.
Fue Él por quien por medio de ellos habló y él mismo habló por sí mismo cuando se dignó aparecer: ‘Escúchalo’, Escuchémoslo. Considerad que cuando el Evangelio se proclamaba, era la nube. Y de ahí no vino la voz. Escuchémoslo: hagamos lo que él nos dice, esperemos lo que Él nos prometió”.
(San Agustín, Sermón 79)
7. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
7.1. ¿En qué circunstancias Jesús le ofrece estas revelaciones a sus discípulos? ¿A qué nos remite la mención de los seis días y de la montaña?
7.2. ¿Por qué con “solo con ellos”? ¿Por qué la comprensión de la Cruz de Jesús y del discípulo requiere el estar un tiempo a solas con el Maestro?
7.3. ¿Qué significa la presencia de Moisés y Elías en la escena de la transfiguración de Jesús?
7.4. ¿Cómo es la relación de Jesús con Dios y qué implicación tiene para el discipulado? Más aún, ¿Cómo es que podemos captar en la Cruz la revelación definitiva de Jesús como “Hijo de Dios” y reconocer sus consecuencias para nuestras vidas?
7.5. En el camino hacia la Pascua, ¿Qué lección me da el relato de la transfiguración?
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM
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