LECTIO JUNIO 12 DE 2022
Solemnidad de la Santísima Trinidad
SANTÍSIMA TRINIDAD:
Un Dios Amor que nos invita al gozo de su vida en comunidad
Lectio de Juan 16,12-15
Introducción
Después de haber contemplado ampliamente la obra de Jesús en su misterio pascual, realización del proyecto salvífico del Padre, y de acogerla en el don de su Espíritu, colocamos hoy nuestra mirada en el misterio de la Santísima Trinidad.
“Tres personas distintas, un solo Dios verdadero”, así confesamos al Dios en quien nuestra vida fue sumergida bautismalmente. En un día como hoy proclamamos que la vida trinitaria, la intimidad del Padre y del Hijo y su Amor, es la medida, la gracia y la inspiración de nuestras relaciones con Dios y entre nosotros.
Es tan claro que se trata de un misterio inagotable que conocemos experiencialmente, en la medida en que se impregna en nosotros, que San Pablo saludaba a su comunidad –quizás la más complicada en materia de relaciones comunitarias- con una frase que le recordaba lo esencial de su fe y el estilo que debía caracterizar todas sus relaciones: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Corintios 13,13).
Pero, ¿Qué cambia el hecho de creer en la Trinidad? ¿Qué experiencia de vida se inscribe detrás de esta revelación del ser de Dios? ¿Cómo vivir de esta vida trinitaria?
1. Una revelación que proviene de Jesús, el Hijo
Ante todo tengamos presente que si nosotros confesamos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, lo hacemos gracias a la enseñanza, la vida y el misterio de Jesús. Pero ya desde antes –en el Antiguo Testamento- el pueblo de la Biblia lo presiente y, después, poco a poco, cuando los apóstoles hacen la experiencia pascual, la vida y la fe de las primeras comunidades cristianas lo comprenden de manera inequívoca.
La experiencia de un Dios Trino es fe y vida, vida y fe. No hay duda que la intimidad de los Tres fue vivida espontáneamente por los primeros cristianos después de la Pascua cuando ya se había cumplido la promesa de Jesús sobre la venida del Paráclito: “Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Juan 16,13). Pero después de la experiencia viene la “formulación” de lo vivido y comprendido; es así como se va llegando poco a poco a la confesión de que Dios es Trinidad Santa.
Es verdad que Jesús ya había dado muchas pistas.
No es sino que recordemos algunas de sus revelaciones más significativas que meditamos el mes pasado en el evangelio de Juan:
“Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre… Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (14,9.11)
“Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (14,23)
“El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo” (14,26)
“Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros” (15,9)
“Que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (17,21)
“Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (20,17)
“‘Como el Padre me envió, también yo os envío’. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’” (20,21b-22).
A partir de Pentecostés, plenitud del tiempo pascual, cuando Jesús y el Padre han entregado lo más íntimo de sí, el amor infinito del uno por el otro, el Espíritu Santo, nos guía “hasta la verdad completa” (16,13) y es en el ámbito de este don que proclamamos y celebramos esta solemnidad de hoy.
Nuestro conocimiento de Dios proviene en definitiva de Jesús. Por eso volvamos al Cenáculo para escuchar maravillados y agradecidos, de la boca de Jesús, la revelación sobre el amor de los Tres.
2. Frente a la fe imperfecta de los discípulos, Jesús les promete el Espíritu de la Verdad
“Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello” (16,12).
Esta frase de Jesús suena extraña a primera vista, puesto que Él ya antes había dicho: “todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (15,15). Pero el sentido es éste: si bien Jesús ya lo dijo “todo” en la confidencia de la amistad con sus discípulos, todavía está faltando la comprensión profunda y vital.
La frase “ahora no podéis con ello” (16,12b), o más exactamente “no lo podéis soportar”, tiene como trasfondo la imagen de una persona que carga un objeto pesado (ver Hechos 15,10; Gálatas 5,10). De hecho la expresión tan conocida “cargar la cruz” está relacionada con esto. La situación, entonces, es dramática porque –según el evangelio- a la meta sólo se puede llegar caminando detrás de Jesús que carga con la Cruz (ver Juan 13,36).
Pero aquí el sobrepeso está relacionado con la capacidad de entrar en todo lo que implica la relación del Padre y del Hijo (“Todo lo que he oído a mi Padre”, 15,15) es conocimiento de: (1) las confidencias entre ellos y (2) de la obra de ellos en el mundo, pero también (3) de la vivencia de esta revelación de amor y salvación. Es como un avión que, para poder volar alto, no puede llevar sobrepeso.
Tengamos en cuenta que el problema no está únicamente en “saber” la enseñanza de Jesús sino en el poder llevarla a la práctica
Y también es verdad que sólo cuando se lleva a la práctica, ésta se comprende plenamente. Esto es propio del conocimiento que se deriva de la fe.
Por lo tanto, nos encontramos ante una doble dificultad: (1) la que proviene de nuestra capacidad limitada para entender las enseñanzas de Jesús y (2) la que proviene de nuestra capacidad limitada para practicarlas. La única solución posible es la pedagogía: hacer itinerarios, recorrer el camino gradual de maduración de la fe. Esta es la obra del “Paráclito”: precisamente este título significa “el que ayuda”.
3. El Espíritu Santo es “pedagógo” que nos conduce hasta el profundo misterio de Dios
“Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la Verdad completa” (12,13).
La obra del Espíritu tiene tres acentos:
(1) Es pedagógica. Hay un leve matiz en la frase: “Os guiará progresivamente”. Se trata de una labor de inducción, hecha poco a poco.
(2) Está centrada. Su horizonte es la “Verdad”. Se trata de la “Verdad” de la presencia del amor de Dios en el mundo, llevada a cabo en el Verbo encarnado (“Yo soy la Verdad”, 14,6).
(3) Es completa. El objetivo que pretende alcanzar es “la Verdad completa”: se trata de una globalidad, o mejor, de una visión global y perfecta de la obra que Dios –en su fidelidad con la creación y el pueblo con el cual hizo alianza- ha querido llevar a cabo.
Un camino para un profundo anhelo
El anhelo de todo ser humano es ver a Dios, ver su gloria. Estamos llamados a la unificación de la vida y a caminar hacia una plena realización. Como lo expresa el orante del Salmo 24,5, “Guíame hacia la verdad” (ver también el Salmo 143,10), tenemos una sed ardiente por conocer el camino del Señor, con la certeza de que sólo en Él está la vida.
Y así como sucedió con el pueblo de Dios en el desierto, este camino de vida no se puede recorrer si Dios mismo no es quien lo guía (ver Éxodo 15,13; Isaías 49,10). Esta ruta pascual se le debe al Espíritu Santo: “El Espíritu de Yahveh los llevó a descansar. Así guiaste a tu pueblo para hacerte un nombre glorioso” (Isaías 63,14).
Entonces, la “guía pascual” del Espíritu consiste en introducir en medio de la fragmentación de la vida humana, de las situaciones históricas, una fuerza transformadora y orientadora que lo unifica todo en la plenitud de Cristo en la historia.
La vigencia y la pertinencia de la eterna novedad del Resucitado
Bajo la clave pascual comprendemos mejor la obra del Espíritu: la cristificación del mundo. El Espíritu “guía” a cada discípulo y a la comunidad de los creyentes para hacer presente el “hoy pascual” de la obra de Jesús, el Señorío de Cristo, en cada una de las circunstancias que se dan en la humanidad y también en cada uno de los nuevos desafíos que van apareciendo en cada nueva etapa de la historia.
Camino abierto hacia la plenitud
Lo que aquel día en el cenáculo los discípulos no estaban en condiciones de “soportar” tenía que ver, entonces, con la captación de la gran unidad de la revelación que, a pesar de haber sido dada plenamente en Jesús, no se capta sino en la medida que va entrando en contacto con todas y cada una de las realidades humanas que emergen a lo largo del caminar histórico.
En fin, el Espíritu Santo lo centra todo en el Plan de Dios y por lo tanto en la persona de Jesús que, como Verbo encarnado, lo ha llevado a cabo en el mundo mediante el doble movimiento de “salida” del Padre y “subida” al Padre (ver 16,28). Su “salida” es venida que inserta el amor de Dios en las tinieblas y las estructuras egoístas del mundo. Su “subida” –pasando por la Cruz- lleva a los que entran en su camino hasta la comunión de amor, luminosa y gozosa, de Dios, en la plenitud de la vida.
4. ¿Cómo el Espíritu nos sumerge en los tesoros del amor del Padre y del Hijo?
Digámoslo de otra forma: ¿De qué manera el Espíritu nos guía hasta la “Verdad completa”?
(1) Con una fuente de alta fidelidad
El Espíritu “hablará”. La voz del Espíritu comienza a partir del silencio de Jesús. Jesús calla (16,12) pero su mensaje está ahí resonando por medio del Espíritu. Por eso “hablará lo que oiga” (16,13b).
“No hablará por su cuenta”. Notemos la gran fidelidad que caracteriza al Espíritu con relación a Jesús. Su actitud es similar a la que Jesús tiene con el Padre: “el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo” (8,26).
El Espíritu “anunciará lo que ha de venir”: más que todo lo que va a pasar en el futuro, se trata ante todo de cómo tienen que reaccionar los discípulos frente a lo que va viniendo. El Espíritu no permite que las eventualidades de la historia desvíen a los discípulos de Jesús, sino por el contrario, los lleva a hacer presente y actual la Palabra del Maestro en todo lo que les va pasando. Para ello mantiene la sintonía –con la mayor nitidez posible- de los discípulos con Jesús.
(2) Sumergiéndonos en la gloria de la Trinidad
El Espíritu “me dará gloria” (16,14a). Se trata de la gloria dada por el Padre al Hijo desde la eternidad: “la gloria que tenía a tu lado, antes que el mundo fuese” (17,5b). El “dar gloria” a Jesús resume lo que se había dicho anteriormente sobre el Señorío de Cristo en el mundo, esto quiere decir que, llevando a plenitud la obra de Jesús en el mundo, el Espíritu está anticipando su plenitud final en la historia. Él nos lleva de brazos abiertos ante Dios.
¿Y qué es lo que trae la “gloria”? Pues la misma vida de Dios y sus tesoros inagotables.
Jesús dice “Todo lo que tiene el Padre es mío” (16,15a). Este “mío” o “de mi propiedad” indica hasta dónde es capaz de llegar el amor: hasta compartirlo todo. Cuando dos se aman se entregan mutuamente –con absoluta confianza- todo lo que son y tienen: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (17,10; ver también las últimas palabras en la parábola del Padre Misericordioso en Lucas 15,31). La comunidad de amor es también comunidad de bienes; lo segundo es consecuencia de lo primero.
¿Y el Espíritu? Como lo muestra el texto: si bien el Espíritu y Jesús son dos, también son “uno” en el obrar.
El discípulo de Jesús participa entonces de la vida que está en el Padre y el Hijo, la que sólo les pertenece a ellos en propiedad: “Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo” (5,26). Y más aún: todo lo que cabe en la relación del Padre y el Hijo, su estima, valoración, admiración, escucha/obediencia, el estar contentos el uno del otro, todo esto el Espíritu lo transmite a los discípulos. Por eso dice: “Recibirá de lo mío y os lo anunciará (transmitirá) a vosotros” (16,14c.15c).
Se realiza así el deseo de Jesús: “Quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria” (17,24). Bajo la luz de esta gloria, la comunidad de los discípulos queda envuelta en la fuerza y la intensidad del amor que es propio de Dios.
Ahora vemos que el Espíritu no nos llega solamente a los oídos sino hasta el corazón.
Es el Espíritu –Dios mismo vaciándose en nosotros- quien coloca en lo más hondo de nuestro ser al Ser mismo de Dios.
Fuimos creados para “vivir”. Porque fuimos creados en el Verbo (1,3) -que es eterna relación- vivimos sedientos de amor: por eso lo que más nos duele es una mala relación. Es algo que llevamos impregnado dentro. Pues bien, por la entrada y permanencia de Jesús en nuestra vida, Él como Verbo lleno de amor, nos rescata de nuestras soledades y aislamientos, sana nuestras incomunicaciones y malas relaciones al colocarlas en el plano superior del amor primero y perfecto que viene de Dios. Todo lo hace converger allí y de Él, de lo alto, brota una nueva capacidad de amar. Y si bien pasamos por el trauma de la muerte física, viviremos para siempre porque en esa relacionalidad no hay lugar para la muerte, y esto: porque el Cielo de la Trinidad ya está en nosotros.
Así, la misión del Hijo queda “completa”, esto es, darnos la vida eterna de Dios: “Para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos” (17,26).
5. En conclusión…
La Trinidad Santa nos habita de manera inefable. Gracias a la “guía” del Espíritu que todo lo conduce “hasta la Verdad completa”, nuestra vida se va paulatinamente cristificando, impregnando en nosotros el rostro del amor. La identidad con el Hijo, la participación en su gloria, nos hace posible unirnos al amor de los Tres, compartir su vida de alabanza recíproca, de amor y de gozo, y meditar largamente y en profunda paz las confidencias del Uno y del Otro a través de la escucha de lo que el Espíritu nos coloca en el corazón.
Siendo todo esto así, no se puede ser cristiano completo sin vivir en la Trinidad, porque la novedad de la vida bautismal –somos bautizados “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”- está iluminada por un amor transformante del Dios familia: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5,5). ¿Qué más se puede desear? No queda sino adorar y suspirar hondamente. Como bien decía Sor Isabel de la Trinidad:
“Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza,
Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo…
Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti,
hasta que vaya a contemplar en tu Luz el abismo de tus grandezas”.
6. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
6.1. ¿Quién es Dios? ¿Cuál es la cumbre de la revelación que Jesús nos hace del Misterio de Dios? ¿Qué significa la frase de Jesús: “El Espíritu de la Verdad os guiará hasta la Verdad completa”?
6.2. ¿Cuál es el mayor anhelo de mi vida? ¿La Trinidad Santa es respuesta a esa búsqueda? ¿Qué debo contemplar en Dios?
6.3. ¿Mi esfuerzo por el bienestar personal sacrifica la felicidad de otras personas?
6.4. Según el evangelio de este Domingo, ¿Cómo debería ser la vida de una familia?, y también, ¿Cómo sueño mi familia? ¿Qué hago para lograrlo?
6.5. ¿Cómo ilumina la Trinidad Santa, comunidad perfecta de amor, la vida comunitaria de la Iglesia (de las comunidades religiosas, de nuestras parroquias, de las pequeñas comunidades a las cuales pertenecemos) y el estilo de vida que la sociedad necesita? ¿Qué imagen de Iglesia se deriva de la revelación de un Dios Trinidad?
6.6. Nuestra sociedad ha alcanzado altos niveles de comunicación global, pero esto no ha hecho más que poner de relieve las fragmentaciones sociales, los fracasos familiares, la marginación, las profundas y absurdas soledades. ¿El anuncio de un Dios amor –amor que unifica, que comparte todo, que envía, que salva- está contradiciendo el estilo de vida individualista de una sociedad de masas pero sin comunión de amor? ¿Qué debemos promover los discípulos de Jesús? ¿Qué tenemos que anunciar proféticamente?
6.7. Sabiendo que hay una relación estrecha entre la “comunitariedad” y la “vida plena”, ¿Cuál es el papel de una Iglesia-comunidad en medio de la sociedad? ¿Por qué y de qué manera está llamada a ponerse al servicio de la defensa y la promoción de la vida?
P. Fidel Oñoro C., cjm
Centro Bíblico del CELAM