EMISIONEROS DE LA MISERICORDIA (II):
Enfrentar los conflictos con valentía
Mateo 10,26-33
Introducción
Continuamos la lectura, iniciada el domingo pasado, del llamado “discurso apostólico” o “de la misión”, el segundo de los cinco grandes discursos de Jesús en el evangelio según San Mateo, después del Sermón de la Montaña.
En su discurso sobre la misión, Jesús le dice a sus apóstoles no solamente qué es lo que deben hacer (ver 10,5-15) y cuáles son las dificultades que les aguardan (10,16-25), sino también cómo deben superar las situaciones desfavorables (10,26-33).
De este tercer punto nos ocupamos hoy. Veamos las ricas enseñanzas que Jesús nos propone para el discipulado y la vida misionera.
1. El texto en su contexto
1.1. Una cruda realidad: el misionero ante los peligros
Una vez que Jesús terminó las primeras instrucciones a sus apóstoles (ver Mateo 10,5-15), dijo: “Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos” (10,16). Desde ese momento se capta que la misión implica peligros: juicios en los “tribunales” (10,17a), “azotes” (10,17b) e incluso “muerte” (10,21). Una frase de Jesús describe crudamente este ambiente de persecución y rechazo: “Seréis odiados de todos por causa de mi nombre” (10,22ª).
Todo esto hay que entenderlo como una verificación de la estrecha comunión del discípulo con su Maestro, es decir, es parte del seguimiento: “No está el discípulo por encima del Maestro… Ya le basta al discípulo ser como el Maestro” (10,24ª.25ª).
1.2. Enfrentar los miedos
¿Es normal que uno sienta miedo?
Lo normal es que uno sienta miedo. El miedo surge cuando uno capta que la integridad de uno está amenaza, cuando uno percibe que dicha amenaza es más fuerte y que se es incapaz de vencerla o superarla, de defenderse o escaparse.
En principio, el miedo es una alerta que nos hace ver el peligro que se acerca y que puede hacernos daño, oprimirnos y perjudicarnos. Es normal que temamos por nuestra seguridad (un robo, un ataque violento, un accidente…).
Pero también es verdad que tenemos miedo de perder la estima de los otros, que nos difamen, que nos quiten la tranquilidad, que nos desacomoden de nuestra posición y bienestar; la nuestra y la de nuestros familiares. Uno tiende a apreciar más las cosas cuando está a punto de perderlas; la vida se valora más cuando está amenazada.
Sentimos que no podemos asegurarlo todo con nuestros propios esfuerzos. Todo lo que somos y nos pertenece nos expone a heridas y pérdidas, es objeto de amenaza, de recelos y temores.
Cuando una persona se hace cristiana no está exenta de este tipo de problemas, antes, por el contrario, por su fe que va en contravía de los intereses egoístas de muchas personas, un discípulo parece expuesto a conflictos, rechazos y amenazas. Lo mismo vale para quien tiene la tarea de liderar, particularmente, en el ámbito de la misión, así como lo describimos arriba.
El dilema de los discípulos- misioneros
En el texto afloran cuatro “miedos” del misionero:
Miedo a hablar en público (10,26-27)
Miedo a que destruyan su integridad física (muerte del cuerpo) (10,28-31)
(Más bien debería tener) miedo a perder la salvación (“muerte del alma”) (10,28-31)
(Más bien debería tener) miedo a perder la comunión definitiva con Jesús (10,32-33)
Podríamos plantear el dilema que enfrenta un misionero cuando está ante un peligro: ¿Qué es lo que deben hacer los apóstoles que, precisamente por cumplir la misión que Jesús le encomienda, son criticados y perseguidos?
¿Dejar la misión?
¿Renunciar a su confesión de fe para sobrevivir en medio del ambiente hostil?
¿Aplazar la tarea para cuando lleguen tiempos mejores?
¿Amoldarse a la vida de la sociedad haciendo concesiones que le eviten los conflictos?
¿Quedarse callados ante lo que sucede en el mundo y permitir que todo siga como siempre?
1.3. La enseñanza de Jesús
Veamos el núcleo de la enseñanza y su esquema.
El núcleo de la enseñanza
Ante las situaciones desfavorables descritas y el dilema correspondiente, la enseñanza de Jesús a los misioneros gira en torno a una misma expresión que tres veces repite con fuerza: “¡No tengan miedo!”:
“No les tengáis miedo. Pues nada hay encubierto que no haya de ser descubierto” (10,26)
“No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (10,28)
“No temáis, pues, vosotros valéis más que muchos pajarillos” (10,31).
Jesús no niega que los misioneros pasarán por momentos amargos. Él mismo se refiere a ello varias veces y quiere que sus apóstoles no se hagan falsas ilusiones: su tarea de anunciar el Reino y su pertenencia a él en calidad de discípulos los hacen mucho más vulnerables ante el entorno social.
Pero a pesar de todo, Jesús les dice: “No tengan miedo”. Es como si les dijera: “¡No se dejen doblegar por el miedo de manera que el tratar de salvar sus vidas los vuelvan desleales a mí e incompetentes ante la tarea que les encomendé! ¡No se dejen apabullar! ¡Que las amenazas no silencien los profetas!”.
En otras palabras, es natural para aquel que es perseguido, sentir miedo frente a los perseguidores, pero el miedo no lo debe paralizar, intimidar, cohibir, llevar a disfrazar su opción o a cambiar de camino.
El esquema de la enseñanza
En torno a la triple repetición del “No tengan miedo”, se articulan las tres partes de la enseñanza de Jesús:
(1) El misionero no se puede silenciar, al contrario debe proclamar con mayor fuerza (10,26-27). ¡Que no se callen los evangelizadores!
(2) El misionero debe tener la mirada centrada en lo esencial: la vida que el Padre Creador le ofrece y que nadie le puede quitar (10,28-31). ¡Que no teman dar el paso los mártires!
(3) El misionero debe ser fiel a la persona de Jesús: en el confesarlo o negarlo se juega la comunión definitiva con Él (10,32-33). ¡Que no se callen los confesores!
Como puede verse, en el centro está el Dios Padre de Jesús: Él es la realidad determinante frente al cual nada debe ser preferido, a cuya voluntad nada escapa, quien cuida a los suyos con amor paterno.
La fidelidad a Jesús
Además, el evangelizador no solamente piensa en la salvación de los demás sino que vela también por la propia, por eso el celo apostólico va de la mano de la fidelidad personal a Jesús, teniendo en vista, en última instancia, al Padre celestial.
Con todas estas anotaciones iniciales, coloquémonos, ahora sí, reposadamente, ante el pasaje completo de Mateo 10,26-33:
“10,26 No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse.
27 Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los techos.
28 Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.
29 ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre.
30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados.
31 No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos.
32 Porque todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos;
33 pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos”.
2. Ante los que pretenden silenciar a los profetas: La proclamación abierta y valiente (10,26-27)
“26 No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse.
27 Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados”
Notemos en el texto:
(1) Hay cuatro contraposiciones:
encubierto/descubierto,
oculto/sabido,
oscuridad/luz,
al oído/sobre los techos.
(2) La combinación de un proverbio popular (“no hay nada encubierto…”, 10,26) con un dicho de Jesús en primera persona (“yo os digo”, 10,27).
La revelación del misterio escondido
El dicho popular sobre los “secretos” que se revelan parece ser ampliamente conocido en el contexto. Los antiguos judíos decían que “los muros tienen oídos” (¿y cuál es el dicho equivalente hoy?). En la sabiduría bíblica un refrán decía: “un pájaro del cielo hace correr la voz, y un ser alado va a contar la cosa” (10,20b).
Pero si los dichos populares lo que tratan de decir es que “hay que saber guardar secretos”, el que Jesús cita quiere decir exactamente lo contrario. Digámoslo así: si un sabio, por causa de la fugacidad de la palabra, debe ser prudente para hablar, le va mejor con el silencio, el discípulo –por el contrario- debe difundir la palabra sin temor. No puede guardársela para sí mismo. No puede callarla para evitar las confrontaciones.
Este dicho, aplicado a la evangelización, quiere indicar que el misterio escondido de Dios revelado por Jesús a sus discípulos (“A vosotros se os ha dado a conocer los misterios del Reino de los Cielos”, 13,11; y “¡Dichosos vuestros oídos porque oyen!”, 13,16b), debe ser dado a conocer por ellos a toda la humanidad en los nuevos tiempos de la evangelización.
La predicación desde los techos de las casas
La contraposición inicial (secreto/revelación) tiene una continuidad en el dicho que Jesús pronuncia enseguida. Los discípulos son enviados a presentarse en público y anunciar la Palabra a la luz del día, a subir a los tejados y a proclamar el mensaje.
Llama la atención la frase “proclamar desde los tejados”. Los techos eran considerados los puntos más altos de la ciudad, desde donde la voz humana podría propagarse al máximo. Se está pensando en un tipo de casa cuyo techo era plano, el cual podía usarse para diversas actividades (tender la ropa, orar, hacer oficios; ver Mt 24,17; Hch 10,9). Con esta imagen se describe una evangelización que se hace con fuerza, para que llegue a todos.
Ahora bien, y en la misma línea del proverbio que se citó en 10,26, lo que se “oye al oído” (un susurro) es apenas un punto de partida. Se delinean así dos etapas de la experiencia de la Palabra:
(1) la imagen del “susurro al oído” se refiere a la escucha y el aprendizaje de la Palabra;
(2) la imagen del “tejado” se refiere a la proclamación que luego realiza.
En consecuencia, la raíz de la evangelización es el discipulado y la fuerza irresistible de la Palabra que no admite ser guardada (“no se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín”, 5,15ª); ella, por naturaleza propia, tiende a manifestarse abiertamente. ¡El evangelio no puede ser escondido!
En otras palabras, el misionero es ante todo un “discípulo”, formado en la intimidad con Jesús, que luego proclama “apostólicamente” todo lo que ha aprendido de y acerca de Jesús.
3. Ante el martirio: La confianza en el Dueño de la Vida (10,28-31)
28 Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.
29 ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre.
30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados.
31 No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos.
Notemos en el texto:
(1) La contraposición entre el “No temáis” y el “Temed más bien”.
(2) La frase tiene su fuerza a partir de este imperativo en positivo: “Temed más bien”.
(3) La alternancia de los términos: cuerpo/alma, alma/cuerpo.
(4) Se añaden con valor argumentativo, experiencias tomadas del mundo de los animales y del hombre (“pájaros” y “cabellos de la cabeza”).
(5) De una pregunta retórica (donde la respuesta está implícita), la argumentación lleva, a través de la experiencia, a la enseñanza que hay que sacar.
El verdadero temor
La exhortación a “no temer” ahora es más concreta: se trata de la eventualidad de la muerte. Por pertenecer a Jesús, el discípulo puede sufrir una muerte violenta.
Pero Jesús también habla de un “temor” que sí hay que tener: el temor de Dios, que es ante todo respeto. De hecho, hay que saber distinguir entre el verdadero y el falso temor, así como lo hace el profeta Isaías: “No temáis ni tembléis de lo que el (pueblo) teme; a Yahvé Sebaot, a ése tened por santo, sea él vuestro temor” (8,12-13).
Este pensamiento nos remite a la exhortación para el martirio que encontramos en el libro de los Macabeos. El viejo Eleazar, ya moribundo por la tremenda paliza, dice: “El Señor, que posee la ciencia santa, sabe bien que, pudiendo librarme de la muerte, soporto flagelado en mi cuerpo recios dolores, pero en mi alma los sufro con gusto por temor de él” (2 Macabeos 6,30). Claro está, a diferencia de la historia de Eleazar, esta vez la motivación proviene de Jesús y con antecedencia a la situación de peligro de muerte de un discípulo suyo.
Valoración del poder
Y he aquí la motivación fundamental que Jesús da para atreverse a dar el paso del martirio: la vida en última instancia depende de Dios. Para comprender mejor esto hay que hacer una valoración del poder:
(1) El poder de los hombres, quienes pueden matar el cuerpo pero no matar el alma.
(2) El poder de Dios, que puede mandar a la perdición el cuerpo y el alma a la gehena. (en el mundo bíblico la “gehena” es concebida como lugar de pena eterna).
¿Qué quiere decir esto? Jesús pide valentía también frente al daño extremo e irrevocable en el que podemos caer, esto es, frente a la muerte. El hecho que nosotros continuemos viviendo o que nuestra vida se acabe de repente, puede depender de los hombres. Con todo, Jesús nos recuerda que la muerte es solamente realidad penúltima, que la vida terrena no es el bien mayor y que la muerte no es el mal más grande, y que, a pesar de su poder para matar, los hombres no tienen ningún poder discrecional sobre la salvación o sobre la condenación. Aquí termina el poder humano y comienza el ámbito del poder exclusivo de Dios.
En otras palabras: Jesús invita a tener coraje, no porque Dios frente a los hombres impida que los maten, sino porque los hombres matando no pueden incluir en lo más mínimo sobre el destino de salvación definitiva, sobre nuestra vida eterna con Dios. Al mismo tiempo invita al temor de Dios, porque nuestro destino definitivo solamente depende de él: la vida o la ruina eterna. No hay que tener miedo de Dios, hay que acoger con sencillez y respeto esta situación.
Según esto el valor más alto no es la vida terrena, por eso no hay que tratar de conservarla a toda costa. El valor mayor es nuestra relación con Dios y con su voluntad, por eso debemos comprometernos valientemente con todo nuestro ser. Cuanto más nos abandonamos a él, tanto más somos libres frente a los hombres y a sus acciones.
El amor providente de Dios quien conoce mucho más que nosotros el por qué de la muerte
Hay otro argumento más positivo y amable, tremendamente refrescante: el amor providente de Dios.
Las imágenes del pajarito y de los cabellos, son significativas:
(1) El pájaro no cae sin que el Padre lo sepa. De esta manera, Jesús se remite al cuidado que Dios Padre tiene de lo creado. La lógica es: si Dios se ocupa de un pajarito (que vale un “as”, la moneda más sencilla y devaluada), cuánto más un discípulo vale ante Dios.
(2) Los cabellos son, como sucede con la arena de la playa, símbolo de lo que aparentemente no se puede contar, por ejemplo: “Son más que los cabellos de mi cabeza lo que sin causa me odian” (Salmo 69,5). Con esta imagen se establece un contraste entre el conocimiento de Dios y la ignorancia humana. Aplicado al martirio significa que puede ser que uno no consiga comprender la maldad humana, y mucho menos cómo es que Dios pude permitirla, pero si uno no es capaz de contar los cabellos de la cabeza, ¿cómo se atreve a juzgar al creador, quien está por encima de toda comprensión humana? En otras palabras: el mártir confía en el conocimiento de Dios, quien comprende el sentido de la muerte (lo que se llamará el “escándalo de la Cruz”).
En el centro está entonces la confianza en la providencia y la asistencia del Padre del Cielo. Dios no está ausente ni desinteresado por lo que le pase a sus discípulos. La persecución y la muerte de ellos no será un desastre o fatalidad sin sentido, porque ellos no morirán sin que Dios lo permita. ¡El amor de Dios no es tan idílico como podría parecer!
En consecuencia
“Por tanto, no tengan temor” (10,31). Quien es perseguido puede tener la impresión de estar afrontando solo a la gente y su violencia, y que Dios lo haya abandonado y se haya olvidado de él. Jesús revela un Dios que conoce cada pajarito y cuenta cada cabello. Un Dios Padre que abraza todas las cosas y sin su consentimiento nada sucede. Si a él no se le escapan estas pequeñas cosas, en las cuales nosotros nos sentimos impotentes, mucho más su atención y su cuidado paterno acompañarán a los hombres.
Jesús no dice que no nos llegará a suceder nada malo ni desagradable. Pero todo lo que nos sucede está en las manos de Dios, es conocido, determinado y llevado a término por él. No debemos caer en el desaliento, sino que con confianza podemos confiarle nuestro destino a la guía benévola y a la providencia de Dios.
Como dijo san Basilio: “(Dios) vive en lo más alto y cuida al más humilde”. Mucho más profundamente él se ocupa de aquellos que fueron hechos a su imagen. El hombre tiene un incomparable valor.
4. Ante las presiones para renunciar a la opción de fe: Confesar abiertamente a Jesús (10,32-33)
“32 Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos;
33 pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos”.
Notemos en el texto:
(1) Un paralelismo entre la “profesión” de fe y la “negación” de Jesús.
(2) Dos escenas: una terrena y una celeste, ante los hombres y ante el Padre.
(3) La idea central: El comportamiento del hombre se confronta con un correspondiente comportamiento de Dios en el juicio.
Confesar o negar se refiere concretamente a afirmar no negar abiertamente que se pertenece a Jesús, que se es “discípulo” de Él.
La fidelidad a Jesús
No sólo hay que ser intrépido en la evangelización sino también, y ante todo, en la fidelidad personal hacia Jesús. El apóstol tiene dos posibilidades radicales: confesar o negar su discipulado. No hay término medio.
Se pide la confesión de la fe como una expresión de identidad: el discípulo debe ser claro en su comportamiento ante los hombres. Jesús ya lo había dicho: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras” (5,16; pero ver 6,1).
La toma de posición tiene efecto en el juicio final. Por lo tanto, el discípulo se juega la salvación que él mismo anuncia. Así lo expresan otros textos:
En este mismo Evangelio: “Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (16,27; ver también la escena del juicio final en 25,31).
Apocalipsis: “El vencedor será así revestido de blancas vestiduras y no borraré su nombre del libro de la vida, sino que me declararé por él delante de mi Padre y de sus Ángeles” (Ap 3,5)
En fin…
Podemos sacar tres lecciones:
(1) Jesús no les da ninguna garantía a los discípulos de que no les ocurrirán los peligros de los cuales tienen miedo. Sin embargo, su invitación “no tengan miedo”, no es un llamado irresponsable a un comportamiento heroico pero sin sentido. Jesús les abre los ojos, les quiere mostrar los peligros y los valores reales y, en consecuencia, cuál es el comportamiento razonable.
(2) Todo esto está conectado con el conocimiento que Él tiene de Dios y de su relación con los hombres. Esto se pone una vez más en el centro de atención. La invitación a anunciar el evangelio y hacer una confesión de fe intrépida, es la conclusión coherente de lo que la inteligencia percibe sobre el significado y del actuar de Dios.
(3) Jesús, quien les ha pedido a sus discípulos que anuncien con valentía su mensaje (10,27), también exige de ellos plena confianza en su persona (10,32). Ellos deben mostrar incondicionalmente su pertenencia a él y creer en su mensaje, que es ante todo el mensaje sobre su Padre celestial. De esto depende el que Jesús se declare un día a su favor ante Dios, quien decidirá la salvación o la ruina eterna (10,28). Así Jesús revela de nuevo su incomparable posición y autoridad: de nuestro comportamiento hacia él se decide el juicio de Dios sobre nosotros, y con éste nuestro destino eterno.
5. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia
“¡Feliz la cárcel que vuestra presencia inundó de luz! ¡Cárcel bendita, que encamina al cielo los hombres que pertenecen a Dios! ¡Oh tinieblas más luminosas que el mismo sol, pero más brillantes que la luz de este mundo, en medio de las cuales se levantan templos a Dios y vuestros miembros son santificados con la confesión a Él dada! Que nada ahora se agite en vuestros corazones y en vuestras mentes, a no ser los divinos preceptos y los mandamientos celestiales, con los cuales el Espíritu Santo nos animó para enfrentar el martirio. Ninguno de vosotros piense en la muerte sino en la inmortalidad; no en el sufrimiento pasajero, sino en la gloria sin fin, porque está escrito: «Es preciosa a los ojos de Dios la muerte de sus justos‟ (Salmo 116,15)».
(San Cipriano, Epístola 6,1)
6. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:
6.1. ¿Cómo reacciono cuando tengo conflictos?
6.2. ¿Qué hay en mí que no me permite confesar abiertamente mi fe en Jesús? ¿Cómo se manifiestan mis miedos? ¿Ante quién, por qué motivo?
6.3. En el pasaje de hoy: ¿Qué imagen de Jesús se revela? ¿Qué rasgos se subrayan? ¿Qué implicaciones tiene para nuestro comportamiento práctico?
6.4. ¿Hasta qué punto Jesús espera que vaya la fidelidad de sus discípulos?
6.5. ¿Estoy dispuesto(a) a testimoniar mi fe por encima de las presiones sociales? ¿En qué puntos concretos el Señor me pide ser profeta hoy?
P. Fidel Oñoro,
Centro Bíblico del CELAM