CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO MARZO 12 DE 2023

CENTRO BÍBLICO PASTORAL PARA AMÉRICA LATINA – CEBIPAL
Tercero de Cuaresma
EL ENCUENTRO DE JESÚS CON LA MUJER SAMARITANA
La grandeza de un don
Juan 4,5-42
Introducción

Nadie duda de la importancia del relato que ahora vamos a abordar.  El relato del encuentro de Jesús con la mujer samaritana (Juan 4,5-42), es considerado como uno de los pasajes más leídos y estudiados del Evangelio según san Juan y quizás de todos los evangelios. Esto se debe a su belleza literaria, pero sobre todo al drama espiritual que se va delineando a lo largo de la conversación entre Jesús y la mujer, en el cual –a través del impacto de la lectura- siempre descubrimos también algo del drama espiritual que sucede dentro de nosotros mismos.

De la persona a la comunidad

Valga anotar desde el comienzo que el relato que ahora nos ocupa no se limita exclusivamente al encuentro de Jesús con la mujer samaritana (Juan 4,5-26), sino que involucra también a todos los habitantes de Sicar (Juan 4,39-42).  Es un encuentro personal pero también colectivo –o mejor “comunitario”-, en el que el encuentro con un solo personaje nos permite entender anticipadamente, y sin necesidad de volver a repetir todos los detalles, lo que sucede en el encuentro con toda una ciudad.

Si observamos bien el relato notaremos que es justamente para el momento final, cuando lo sucedido con la samaritana se replica con toda una ciudad, que el evangelista ha dejado el momento culminante del encuentro: la “confesión de fe” de parte de la gente y el “permanecer” con ella por parte de Jesús.  Por lo tanto, todo el relato sigue un itinerario bien definido, como un movimiento fuerte que se va desencadenando hasta que tiene su impacto definitivo en el momento final.

En el centro: una lección para la comunidad de los discípulos

En el centro del relato, es decir, en medio del encuentro de Jesús con la sicariense y con la ciudad de Sicar, encontramos una conversación de Jesús con sus discípulos (4,27-38), la cual nos da otro ángulo de lectura del encuentro vivido.

Por lo demás, es justamente a la luz de este encuentro intenso que viven Jesús y la comunidad de los discípulos por primera vez, que se despliega la primera conversación formativa de Jesús con sus discípulos (Nótese que después de las breves palabras dirigidas a Natanael el día de su vocación –en Juan 1-, no han vuelto a aparecer conversaciones amplias de Jesús con sus discípulos).

Esta bella página del evangelio de Juan apunta entonces al “discipulado”. En esta primera conversación de Jesús con su comunidad de discípulos, notamos cómo se da un nuevo paso en el programa inicial del evangelio, resumido en el “vengan y vean” (Juan 1,39). De aquí aprehenderemos algunas luces de la pedagogía pastoral de Jesús.

El esquema del relato

A partir de las anotaciones anteriores podemos proponer un primer esquema del pasaje que nos permite comenzar a esbozar su itinerario interno.

A primera vista notamos que el relato de Juan 1,1-42 tiene tres partes:

Jn 4,5-26; Jn 4,27-38  y Jn 4,39-42

El encuentro de Jesús con la samaritana, El diálogo con los discípulos  y El encuentro de Jesús con los samaritanos Persona, Comunidad y Sociedad

Si nos atenemos a la primera parte, notamos enseguida que este pasaje corresponde al segundo encuentro de Jesús con una persona en privado y es una de las conversaciones más largas de Jesús con una sola persona en todo el Evangelio. El primero fue el del encuentro de Jesús con Nicodemo (Jn 3,1-21) y como en el de él, vemos cómo Jesús aplica la didáctica del coloquio.

De Nicodemo a la Samaritana: emerge ante Jesús el rostro de una mujer, marginada pero también buscadora

Para que percibamos mejor lo propio del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, destaquemos aquello en lo cual se diferencia del encuentro con Nicodemo:

(1) Mientras Nicodemo es un judío (de donde viene la salvación, según Jn 4,22), la mujer es una samaritana y por lo tanto miembro de un pueblo disidente política y religiosamente de centro del poder: Jerusalén.

(2) Mientras Nicodemo es el representante de la clase dirigente (“Magistrado judío”; Jn 3,1), la mujer samaritana es parte de una realidad constatada en su contexto: la marginación por ser mujer.

(3) Mientras Nicodemo es una persona de prestigio (es un “Maestro en Israel”, Jn 3,10), por el contrario la samaritana es una mujer de una vida ambigua, de quien Jesús conoce su pecado.

(4) Mientras Nicodemo se encuentra con Jesús de noche (Jn 3,2), la samaritana lo hace bajo la luz radiante de un mediodía.

(5) Mientras Nicodemo toma la iniciativa para buscar a Jesús, es quien pone el tema de la conversación (Jn 3,2), en el caso de la samaritana es Jesús quien la busca, toma la iniciativa y conduce el coloquio.

(6) Mientras la conversación con Nicodemo se desenvuelve con mucha paz –quizás sentados como maestros- y casi todo apunta a una larga enseñanza de Jesús (Jn 3,10-21),  la samaritana dialoga con un viajero, en un lugar de paso –un pozo-, con cierta agitación, con el sofoco propio de la hora e inicialmente con la poca atención a asuntos ajenos, característico de quien está en medio de su oficio (según el v.28 la mujer conversó todo el tiempo sosteniendo el cántaro en sus brazos). Además, ante Jesús la mujer se muestra mucho más conversadora, de manera que se hablan y responden casi a la par.

(7) Mientras en el caso de Nicodemo no conocemos su reacción final al encuentro con Jesús (lo sabremos solamente a la hora de la muerte del Señor, en Jn 19,39), de la samaritana tenemos todo su itinerario de fe y podemos seguir paso a paso la evolución interna de su corazón hasta que se convierte en apóstol de Jesús en medio de su pueblo.

El camino espiritual a través de un proceso de “conocimiento profundo”, de desvelamiento de la identidad personal que pone frente a frente el “Yo” y el “Tú”

Pero además de los siete puntos anteriores hay que poner de relieve aquello en lo que se distingue nuestro relato de la samaritana: mientras Nicodemo sabe desde el comienzo quién es Jesús (Jn 3,2: “sabemos que has venido de Dios”), la samaritana lo ignora completamente.

Se trata, entonces, de un itinerario de descubrimiento de la persona de Jesús quien viene al mundo como Verbo para que lo comprendamos y lo acojamos en la fe, recibiendo así “el don de Dios”. Precisamente el eje del relato está en el proceso de conocimiento de la persona de Jesús (nótese la insistencia en el tema del “conocer/saber”: Jn 4,10.17-18.22.29.31.39.42; además la constante repetición del “Yo soy” – “Tú eres” –  “Él es”: vv.9.10.12.19.24.26.29.42).

La última frase –y momento culminante- de todo el pasaje es: “Sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del Mundo” (v.42).  El núcleo es una experiencia de conocimiento (ver Jn 1,10-13), un conocimiento en la fe que va más allá de la simple profesión de boca y se concreta en la acogida del Verbo en el mundo de los hombres: “Le rogaron que permaneciera con ellos… Y permaneció allí…” (v.40; ver Jn 1,14).

La geografía espiritual del encuentro con Jesús

Está claro que este relato retrata el camino pedagógico de un encuentro con Jesús.  Pero, antes de analizarlo con mayor detalle, de manera sintética ¿qué caracteriza este encuentro?

(1) Es un encuentro que va desde fuera hacia dentro de la ciudad: comienza con Jesús y la samaritana solos junto al pozo, luego entra en escena la comunidad de los discípulos y junto con ellos Jesús contempla los campos, finalmente Jesús es conducido hacia dentro de la ciudad, donde es acogido como huésped de honor.

(2) Es un encuentro que va del pozo físico al pozo del corazón: el corazón humano que por sí mismo no puede producir vida, el corazón de Dios de donde viene el don inagotable de la vida.

(3) Es un encuentro verdaderamente salvífico que conduce de la conciencia del pecado (la lejanía de Dios) a la experiencia plenificante de la adoración de Dios (la entrega de la vida a él) según la manera como Jesús la enseña.

(4) Es un encuentro que va de la disgregación a la congregación. En el encuentro con el Verbo se da un proceso que quiebra dicotomías, reconciliando hombre-mujer (conflictos de género), judío-samaritano (enemigos políticos), verdadero-falso adorador de Dios (discriminaciones religiosas).

(5) Es un encuentro que integra lo personal y lo comunitario, la experiencia personal y la misión. La samaritana vive su experiencia personal de Jesús pero confiesa su fe sólo junto con su comunidad. El encuentro salvífico de Jesús con la samaritana es el punto de partida de la misión: de la samaritana misma y de los discípulos.

(6) Finalmente, es un encuentro que va del “no tener” al “tener” (del “tú no tienes” al “yo te puedo dar”).  Su función es educar para comprender la grandeza del don de Jesús, la necesidad que tenemos de él,  la manera como se “obtiene” y el llamado a compartirlo.

Releamos ahora atentamente el texto para que veamos cómo se va dando esta pedagogía del encuentro. Seguimos el esquema amplio de las tres escenas planteado arriba:

1. Primera parte: Jesús y la samaritana
2. Segunda parte: Jesús y sus discípulos
3. Tercera parte: Jesús y los samaritanos de Sicar

 1. Primera parte: Jesús y la samaritana (Jn 4,5-26)

La misión de Jesús: de la sed a la saciedad

Para captar mejor el impacto del encuentro de Jesús con la samaritana es importante que le pongamos atención en primer lugar al contexto en que se da:

(1) El motivo por el que Jesús está ahí
(2) El lugar
(3) La hora
(4) Las condiciones físicas de Jesús
(5) La atmósfera de la relación

Veamos:

(1) El motivo

El motivo por el que Jesús se encuentra en las inmediaciones de la ciudad (o mejor: aldea) de Sicar es su viaje de Judea a Galilea (v.3), en el cual Samaría es lugar de paso obligado (v.4).

El evangelista es fuerte en su narración: Jesús acaba de “abandonar” a Judea, con lo cual no se indica un simple punto de partida sino la ruptura con el lugar en el que venía ejerciendo una tarea (en Jerusalén y Judea aparece desde 2,13.23; 3,22). El motivo de fondo es un conflicto vivido con los fariseos (4,1), signo inicial del rechazo (ver precisamente el versículo final del capítulo anterior: 3,36). Jesús viaja hacia Galilea como un rechazado.

(2) El lugar

El lugar: “el pozo de Jacob” (v.6). Jesús llega a otra tierra hostil, la región samaritana, y se detiene junto al pozo que se encuentra cerca (aproximadamente un kilómetro) de la ciudad de Sicar (v.5). Normalmente las ciudades antiguas se construían cerca de una vía importante y, lo que era esencial, junto a una fuente de agua que abasteciera la ciudad. Puesto que no había sino un solo pozo para cubrir todas las necesidades de la población, este lugar era
[1] sitio habitual de encuentro de la gente (por ejemplo Gn 29,2-4),
[2] lugar de conflictos por la propiedad (por ejemplo: Gn 26,19-22); y, puesto que en la época el ir a buscar agua era tarea primordialmente femenina (ver 24,13), también era
[3] espacio para enamorar, buscar  esposa, y por esto mismo eventualmente peligroso para las mujeres (por ejemplo Ex 2,16-19).

Podríamos entonces decir que Jesús está en un lugar estratégico. El escenario, además, no puede ser más hermoso: un lugar fresco, al fondo la ciudad, en medio del valle que tiene toda la historia de la antigua Siquem (donde se detuvo Abraham cuando entró por primera vez en la tierra prometida, ver Gn 12,6), al frente las empinadas montañas de Ebal y Garizim.

(3) La hora

La hora: “era alrededor de la hora sexta” (v.6).  El dato es preciso: era mediodía. Se entiende por qué a la hora del calor un viajero quiera sentarse junto a un pozo, se entiende también por qué los discípulos han recorrido la poca distancia que les queda de la ciudad “para comprar comida” (v.8), es la hora del hambre y de la sed.  Se puede intuir, incluso, qué afán trae la mujer cuando viene al pozo.

(4) Las condiciones físicas de Jesús

Las condiciones físicas: “se había fatigado del camino” (v.6). Los datos anteriores nos permiten comprender la fatiga de Jesús.  Cuando contemplamos el rostro de Jesús en el pasaje de la samaritana no sólo nos encontramos con un viajero que ha terminado mal la primera parte de su misión sino que también está exhausto físicamente.  El favor que le pide a la samaritana –“Dame de beber” (v.7)-  no es un simple truco, es real. El que le da carne al Verbo de Dios es un necesitado.

(5) La atmósfera de la relación

La atmósfera de la relación: “¿Cómo tú siendo judío me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana?” (v.9). La atmósfera es de nuevo de tensión, la primera reacción de la mujer es agresiva (lo que nos recuerda el comportamiento inicial de los discípulos de Emaús con el desconocido peregrino: Lc 24,18). Se ponen de relieve las dos causas del distanciamiento con relación a Jesús: [1] está tratando con una “mujer”: esto es peligroso, la mujer se protege, pero también saca a relucir la habitual discriminación que vive; [2] ella es “samaritana”, por razones históricas él es su enemigo. El mismo evangelista lo comenta, “Porque los judíos no se tratan con los samaritanos” (v.9), esto es:

• Mientras los samaritanos (del norte) se consideraban los descendientes de los patriarcas (ver 4,12.20: “nuestro padre Jacob”, “nuestros padres adoraron en este monte”), se autodenominaban el “resto de Israel” (destruido por los Asirios en el 722 antes de Cristo) y se atenían únicamente a los cinco rollos de la Torá (Pentateuco),

• Lo judíos (del sur), con su mirada puesta en la ciudad Santa Jerusalén, los consideraban como una población semipagana (ver 2 Reyes 17,24-41), les habían impedido la participación en la reconstrucción del templo después del exilio (ver Esdras 4,1-24) y los discriminaban con esta frase: “el pueblo estúpido que habita en Siquem” (Eclesiástico 50,26).

En su primer contacto con Jesús la mujer coloca las cartas sobre la mesa: “Tú eres”, “Yo soy”.  La relación se da sobre el plano de lo accidental, de la etiqueta regional heredada, y no sobre el ser mismo de las personas.  La primera afirmación de la samaritana sobre Jesús es: “Es un Judío”. Esta, precisamente, es la primera apariencia del Verbo encarnado.

Pero Jesús sabe pasar por encima de estas primeras valoraciones y con maestría conduciendo un itinerario interno por medio del cual ayudará a la mujer a comunicarse expresando, desvelando su corazón y expresando su realidad más profunda.

Esto se da en tres pasos:

– Jesús le abre los horizontes para que descubra el “don”. Itinerario del “Dame de beber” (Jesús) al “Dame de esa agua” (Samaritana). Jn 4,7-15.
– Jesús se revela como el que conoce. El camino de un doble conocimiento.  Jn 4,16-18.
– Jesús revela la naturaleza del don de Dios. Itinerario del “Tú eres” (=Profeta) al “Yo soy” (=el Mesías). Jn 4,19-26.

Viendo las cosas desde otro ángulo, podríamos decir que en un primer momento Jesús la “antoja” del don de Dios que él trae como Mesías y, luego, en un segundo momento le enseña el camino para acceder a ese don, esto es, el conocimiento de sí misma y de la identidad de Jesús y la revelación de las condiciones para experimentar el don.  El conocimiento de la persona de Jesús y la posibilidad de llegar a experimentar el don están estrechamente ligadas, siendo la primera condición para la segunda. Entendámoslo mejor leyendo el texto.

Primer paso: Jn 4,7-15  Jesús le abre horizontes a la samaritana:

Del “Dame de beber” (Jesús) al “Dame de esa agua” (Samaritana).

Al pedirle agua a la samaritana, “Dame de beber” (v.7), Jesús le expresa que necesita ayuda, que depende de ella para solucionar una de sus necesidades básicas. El texto dice “pues sus discípulos se habían ido a la ciudad…” (v.8). El “pues” explicativo es importante, indica que le está pidiendo a la mujer el servicio que normalmente habría realizado alguno de sus discípulos. Además, Jesús inicia la conversación colocándose en una posición completamente inofensiva, la mujer no tiene por qué sentirse invadida, ni coaccionada. Jesús apela a sus sentimientos de misericordia, quiere ayudarla a expresarse desde lo más profundo de ella misma.

Pero paradójicamente la situación se invierte al final, cuando es la mujer misma la que clama: “Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla” (v.15). Es la mujer quien descubre que depende de Jesús para solucionar su necesidad básica no fisiológica y más profunda, una sed que tiene una causa más honda y que está relacionada con el sentido de su existencia.

A partir de la simple petición de un vaso de agua (¿se podrá pedir algo más sencillo?), y sin que lo llegue a recibir, Jesús entabla una conversación que lleva a la mujer a que descubra que definitivamente él tiene para ella y para la humanidad un don incomparablemente mejor.

La sed, el agua y el don

Los temas que jalonan la conversación son:
1. La “sed” (vv.13.14.15)
2. El “agua” (vv.10.11.13.14.14.14.15)
3. El “don” (“don”: vv.10; “pedir”: v.9.10.14.15; “dar”: vv.7.10.10.12.14.14.15;  “tener”: vv.12.13.14.14.14).

La conversación avanza al ritmo de la respuesta a las objeciones que la mujer le pone a Jesús:

[1] v.9: le recuerda quien es cada uno y la barrera que hay entre los dos;
[2] vv.11-12: ironiza con el cántaro que supuestamente debería tener Jesús para sacar el “agua viva”, ¿si él no tiene o no necesita un cántaro, entonces a qué altura está la fuente? ¿o va a cavar uno nuevo que supere en abundancia al de Jacob?

Partiendo de lo real y por el camino de la clarificación de los malos entendidos, la mujer llega a captar aquello que no es accesible a su percepción. Se trata de llegar a entender la verdadera dimensión de la propuesta de Jesús.

(1) La “sed” y el “agua” de los hombres

La mujer viene al pozo todos los días, buena parte de su vida está circunscrita a ese pequeño trayecto. La ida al pozo representa un círculo vicioso al que está obligada de por vida: siempre tendremos necesidad del agua, porque por más que bebamos siempre tendremos sed.

Con la imagen, Jesús está poniendo a la luz lo que representa una característica de la situación de todo hombre:

[1] Para poder vivir necesitamos del agua. Ciertamente sin agua no hay vida.
[2] Por más que queramos no podemos extinguir la sed de una vez por todas, asegurándonos así la vida. Debemos beber siempre de nuevo: “todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed” (v.13).
[3] Aún la mejor agua del mundo no hará más que mantenernos siempre vivos en cuanto dura esta vida terrena. Ninguna agua tiene el atributo de salvarnos definitivamente de la muerte.

Sobre esta base, Jesús lanza su propuesta de un “agua viva”.  La reacción final de la mujer demuestra que ésta finalmente quedó desarmada en sus objeciones y quedó antojada del don de Jesús: “Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla” (v.15).

(2) El “agua viva” y el “don” de Jesús

Todos podemos ahora entender junto con la samaritana a dónde está queriendo llegar Jesús.  Él afirma que tiene algo distinto para dar: el “don de Dios” que es la vida en plenitud.

Jesús llama a su don “agua viva” (no sólo que da vida sino inagotable)  y “fuente que mana” con tal fuerza (mayor que la de cualquier manantial) que puede extinguir la sed de una vez por todas y dar la vida eterna: “el que beba de esta agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él, en fuente de agua que mana para dar vida eterna” (v.14).

La enseñanza de Jesús es tan contundente y tan clara como esto:  así como para la vida terrena dependemos del agua natural, así para la vida eterna dependemos del don de Dios.

Pero para poder recibir este don de Dios hay dos condiciones:

[1] Entender en la verdadera naturaleza del don: “Si conocieras el don de Dios” (v.10)
[2] Reconocer la identidad profunda de Jesús: “Si conocieras quién es el que te dice…” (v.10).

En otras palabras, el don de Dios viene del encuentro con Jesús. Invirtiendo las frases anteriores: un encuentro en que llega a conocer quién es él -¿QUIÉN ES JESÚS?-, un encuentro en el que se conoce el don de Dios que está en él -¿QUÉ ES LO QUE JESÚS TIENE PARA OFRECERME?-.

En consecuencia, el don de Dios depende, como veremos enseguida, del reconocimiento de su identidad:

[1] “Profeta” que me revela mi verdad (v.19).
[2] “Mesías” (=Cristo) “que lo desvelará todo” (v.25) y que lleva al hombre a la verdadera comunión con Dios.
[3] “Salvador”, no sólo de la samaritana o de los discípulos sino de todo el mundo (v.22.42)

Notemos ahora, cómo en la medida en que la samaritana va descubriendo la identidad de Jesús, al mismo tiempo va comprendiendo las dimensiones del don de Dios en la persona de Jesús, el Verbo de Dios en el que inicialmente no vio más que a un judío.

Segundo paso: Jn 4,16-18 El camino de un doble conocimiento

Una vez que la samaritana suplica el don del agua viva, Jesús, mediante un aparente cambio de tema, le da una nueva dirección a la conversación.  El tema ya no es el agua sino ella misma.

Esta es la manera concreta como, después de haberla antojado, comienza a darle de beber del agua viva. ¿Cómo lo hace?

Jesús le demuestra que la conoce.  Este conocimiento va en dos direcciones:

– Jesús le revela la verdad de su vida
– Esto la impresiona y la lleva a descubrir la identidad de Jesús

(1) Jesús le revela la verdad de su vida

La mujer ya ha dicho que no quiere seguir en el círculo vicioso de idas y venidas al pozo. Sin embargo Jesús la pone a hacer un nuevo viaje de ida y venida, sólo que esta vez el itinerario es al contrario, el destino es su casa: “Vete, llama a tu marido y vuelve acá” (v.16).

La respuesta es breve y seca: “No tengo marido” (v.17).  Jesús le responde ampliando la información y demostrándole que él lo sabe todo: “Has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo”. Al mismo tiempo reconoce la sinceridad de la mujer: “Bien has dicho… has dicho la verdad” (vv.17-18).

De esta manera Jesús le muestra que la ida cotidiana al pozo es lo de menos en su vida, que ella tiene una vida agitada que la ha encerrado en un círculo de pecado. En Israel estaba permitido llegar a casarse hasta tres veces, si trasponemos esto al mundo samaritano tendríamos que pensar que la mujer está en una situación sumamente grave.  Pero los detalles de la situación no importan, sino la situación misma: la mujer no está bien y ella misma lo reconoce (el efecto está conseguido: “has dicho la verdad de tu vida”).  Queda planteada su necesidad de salvación.

El tipo de conocimiento que la mujer tiene de sí misma es el que el mismo Evangelio viene enseñando desde el comienzo, es decir, el de la iluminación de la verdad del corazón: “Todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz para que no queden censuradas sus obras” (3,20).  La mujer está ante la Luz del Verbo, queda todavía por saber cómo va a reaccionar.

(2) La mujer descubre la identidad de Jesús

Nuestro relato no está interesado en las cuestiones morales de la mujer sino en el hecho de que Jesús conoce bastante bien su realidad.  La mujer queda profundamente impresionada, como ella misma dirá más adelante, este es justamente el momento que quedará en su memoria de todo el encuentro: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho” (v.29; igualmente en el v.39).  Sus paisanos pasarán por la misma experiencia (ver el v.42).

La misma mujer que se burló de él cuando le dirigió la palabra (v.9), que le lanzó una ironía cuando le habló del agua viva (vv.11-12), es la misma que ahora se admira de él (v.19).  Pero su misma respuesta en el v.15 muestra que ella ya venía intuyendo que se encontraba delante de alguien especial.  Dado que Jesús conoce bien cómo está su vida privada y todo lo que ha hecho, la mujer comienza también a saber quién es él y lo llama “Profeta” (v.19).

La mujer conoce a Jesús como “aquél que me conoce”: el que conoce a fondo su vida, su historia y sus necesidades.  Ya no es “el Judío” (v.9), ahora es el “Profeta”, aquel que ve su vida con la mirada de Dios y la interpreta.

Jesús había sido presentado en el Evangelio como “el que conoce”: “…Los conocía a todos y no tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el hombre” (2,24b-25).

Pero todavía falta un paso en el encuentro con Jesús.

Tercer  paso: Jn 4,19-26 Jesús revela la naturaleza del don de Dios

En el tercer paso del encuentro de Jesús con la samaritana vemos cómo Jesús desvela la naturaleza del don que él mismo ha ofrecido (v.10), que la samaritana ha pedido (v.15) y que ya está en condiciones de comprender.

Veamos en el esquema del tercer paso del encuentro con Jesús un itinerario interno bien interesante:
1. La dinámica: De la petición a la respuesta
2. La evolución interna de la samaritana: De pecadora a adoradora de Dios
3. La revelación de Jesús: Del lugar al modo de la verdadera adoración

Pero antes de entrar a fondo en el texto, notemos algunos elementos curiosos del itinerario del encuentro con Jesús.

• Llama la atención que así como el primer paso estaba enmarcado por el “dame de beber” (vv.7.15), este tercer paso tenga también un marco propio: del “Tú eres” (=Profeta) al “Yo soy” (=el Mesías), es decir,  lo que la mujer descubre maravillada sobre la identidad de Jesús, en un primer momento, a la revelación que Jesús hace de sí mismo como Mesías.

• La samaritana está preparada para identificar al Mesías como “Aquel que lo desvelará todo” (v.25; ver 1,18: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre él lo ha contado”). Queda el siguiente esquema:

– La mujer confiesa a Jesús como Profeta (v.19)
– Jesús se revela a sí mismo como el Mesías, el enviado de Dios, que lo desvelará todo (vv.25-26).

En medio de este descubrimiento de la verdadera identidad de la persona de Jesús, se desarrolla un nuevo tema de conversación: la “adoración” (notar cómo el término se repite 10 veces en sólo 5 versículos; ver los vv.20.20.21.22.22.23.23.23.24.24).

La conversación se reduce a una observación de la samaritana sobre el lugar de la adoración (v.20) y a la respuesta de Jesús sobre el modo de la adoración (vv.21-24). Al desarrollar el tema de la oración Jesús llega hasta el fondo en la revelación del don de Dios, él no es solo el Profeta que revela la verdad del corazón humano sino que también desvela la verdad del corazón de Dios.

(1) La dinámica: De la petición a la respuesta

Es importante que veamos la conexión de esta última parte del coloquio de Jesús con la samaritana: en la sección anterior se constató que el pozo del corazón de la samaritana estaba seco. La pregunta que subyace en el fondo de esta nueva sección es ¿Cómo puedo beber del agua viva en el manantial inagotable que ofrece Jesús?, o mejor, ¿Qué es lo que le puede dar saciedad al pozo inquieto de mi corazón, buscador incansable de una experiencia fuerte de “vida”?

Sólo hasta ahora Jesús puede responder a la oración de la samaritana: “Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla” (v.15).

La respuesta es: en la comunión con Dios.  La samaritana puede comprender mejor el don porque:
• Ha descubierto la relación estrecha que hay entre Jesús y Dios (es el “Profeta” y “Mesías”)
• Se ha descubierto a sí misma, particularmente en aquello que la separa de la comunión con Dios: su pecado.

El tema que afronta Jesús es el de Dios mismo y la forma como es posible alcanzar una relación auténtica (quién es el “verdadero adorador”) con él. En esa relación se crea el espacio para recibir el don: en la comunión con el Padre la vida terrena encuentra su plenitud y se convierte en fuente inagotable que sumerge al hombre en la hondura de la eternidad, de la vida inagotable.  El encuentro con Dios en la persona de Jesús tiene como meta la comunión con el Padre creador, fuente última de la vida.

No se trata de un tema más en el Evangelio, sino todo lo contrario, aquí está el núcleo de la misión salvífica de Jesús: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3).  Jesús ha venido para dar vida (Jn 10,10; 17,2) y esta vida se construye mediante la profunda relación con Dios en la persona de Jesús, que es el contenido del conocimiento que él nos da.

(2) La evolución interna de la samaritana: De pecadora a adoradora de Dios

Aunque la samaritana ahora juega el rol de una “oyente” de la enseñanza reveladora de Jesús, el relato nos presenta también algunas actitudes personales suyas que vale la pena destacar.

Llama la atención el hecho de que ahora sea la samaritana quien tome la iniciativa para poner el tema de conversación.  Ya no está a la defensiva (como en el v.9), la revelación que Jesús le ha hecho sobre ella misma no le ha infundido miedo sino, por el contrario, una tremenda confianza.  La mujer aprovecha, entonces, para sacar al ruedo sus inquietudes más profundas como samaritana.

La mujer toma la palabra en cuanto samaritana, es decir, en cuanto miembro de un pueblo orante pero dividido. Ella, en nombre de sus paisanos, tiene la valentía de proponer el problema que en realidad los divide, esto es, el de la separación del culto de Jerusalén después de la muerte de Salomón, situación que ha permanecido por casi un milenio de historia y que toca la fibra más honda de la experiencia religiosa del Israel. La cuestión es:

¿Cuál es el verdadero lugar para adorar a Dios?
¿Será Jerusalén o Garizim?
¿El templo de donde Usted viene (ver Jn 2,13-22) o aquél que está al frente de nosotros?

La samaritana saca a relucir lo mejor de ella misma.  Se presenta a sí misma como una mujer que sabe o intuye por su fe que en la comunión con Dios está la plenitud de la vida. Pero hay un problema que le impide estar segura de esa comunión con Dios.

(3) La revelación de Jesús: Del lugar al modo de la adoración de Dios

Jesús le enseña a la samaritana cómo ser una auténtica adoradora de Dios.  Detengámonos en el núcleo de esta sección y veamos cómo se desarrolla la catequesis de Jesús (vv.21-24).

El punto de partida es interesante.  No se refirió a la oración de petición.  Ella podría haber dicho: “estoy ante un profeta, un hombre de Dios, aprovechemos para pedir cosas”. Por el contrario, apuntó a lo más difícil y comprometedor,  a la oración de adoración, es decir, al reconocimiento de Dios como Creador y Señor de su vida.

Para el pueblo de la Biblia normalmente la adoración se hacía habitualmente con un gesto físico: la inclinación profunda o postración, besando el piso (por ejemplo: Apocalipsis 4,9-11; 7,11-12), a la cual generalmente se le agregaban unas palabras que expresaban el amor y la entrega absoluta del orante (por ejemplo: el ciego de nacimiento en Jn 9,38, Marta en Jn 11,32; María en Jn 20,16-17). Es interesante notar que el término griego que expresa la adoración es “pros-kyneo” que significa “caer a los pies de otro”.  Pues bien, los samaritanos y los judíos discutían cuál sería el lugar preciso, el lugar destinado por Dios para realizar la adoración.

Jesús le enseña a la samaritana a ser auténtica adoradora de Dios haciéndole caer en cuenta que la cuestión no es de lugar sino de modo:

– No el lugar: “Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre…” (v.21)
– Sino el modo: “Llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad” (vv.21.23).

Por lo demás, Jesús expresa que esta manera de relacionarse con Dios está establecida por el mismo Dios a quién él ahora llama claramente “Padre” (vv.21.23.23; no genéricamente “Dios”, como en el v.10). Dios Padre busca adoradores que lo adoren:
– Como Padre
– En Espíritu
– En Verdad

Como Padre.  No se puede adorar a quien no se conoce (“nosotros adoramos lo que conocemos”, v.22), no se puede adorar a quien no descubrimos vivo y eficaz como Señor y Creador dentro de nuestra propia historia.  No se puede adorar cuando no se toma conciencia de su actuar creativo dentro de la propia vida.

Jesús es quien verdaderamente conoce al Padre (“Decís: ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco”, Jn 8,54-55; “Yo le conozco, porque vengo de él y él es quien me ha enviado”, Jn 7,29) y quien nos revela su rostro de manera nueva y definitiva (“A Dios nadie la visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado”, Jn 1,18) en su propio rostro (“si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre”, Jn 8,19; ver 14,7-10).

El problema, entonces, ya no es judío ni samaritano. La revelación de Dios ha dado un nuevo paso hacia delante. Por esto, en adelante, es decir, a partir del anuncio de Jesús, será posible conocer a Dios de una manera nueva y definitiva y reconocerlo mediante una forma de oración, también nueva, que exprese este conocimiento: el reconocimiento de Dios (=adoración) como Padre que vivifica a sus hijos.

En Verdad. La “Verdad” es Jesús mismo (“Yo soy… la Verdad”, Jn 14,6) en cuanto lo reconocemos como Palabra salvífica de Dios venida al mundo (“La Gracia y la Verdad nos han llegado por Jesucristo”, Jn 1,17).

Pero la verdad es también el obrar cristiano, como verdadero discípulo de Jesús.  Nuestra tarea es realizar nuestras acciones en Dios (“Obrar en la Verdad”, Jn 3,21), iluminados por la enseñanza de Jesús (“Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”, Jn 8,31-32).

La verdadera adoración

– Brota del conocimiento del rostro del Padre y de su actuar, revelados en la persona de Jesús.
– Está anclada en la trasparencia de la vida, de manera que no hay contradicción entre fe y actuar.

En Espíritu. Se trata de la experiencia del estar sostenido en la relación con el Padre por el Espíritu Santo.  Él es quien nos centra permanentemente en Jesús (“El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad completa”, Jn 16,13) el perfecto adorador del Padre (ver Jn 17).

Orar “en Espíritu” es presupuesto fundamental de la oración cristiana.  La oración no es el resultado del esfuerzo humano porque no podemos alcanzar a Dios o conocerlo en su verdadera realidad únicamente con nuestras fuerzas.  El hombre es “carne”, es decir, es limitado, es débil, es caduco.  Dios, por el contrario “es Espíritu” (v.24), es decir, lleno de una infinita e indestructible fuerza de vida.

El Espíritu es el don de Jesús, simbolizado en el Evangelio como un “agua viva” que mana de su interior (ver Jn 7,37-38), de su costado atravesado por la lanza (ver Jn 19,34), que trae la alegría y la plenitud de vida en todos los momentos de la existencia (ver nuestra lectura de las Bodas de Caná), del cual renacemos por el agua (ver Jn 3,5), el cual reciben todos los que creen en él (ver Jn 7,39).

En fin, la relación con Dios no se construye desde nuestros presupuestos.  La verdadera adoración a Dios, actitud que abre e inserta nuestra vida en la infinita grandeza del Dios Padre que nos da la vida, sólo puede hacerse sostenida por el Espíritu e iluminada por la Verdad.

La adoración es un don de Dios y se nos da en la persona de Jesús. Por medio de él es que renacemos del Espíritu (Jn 3,5). Es en él que descubrimos la verdad de Dios y de nosotros mismos (“Soy Rey, para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”, Jn 18,37).

De esa manera Jesús nos indica y nos concede la verdadera adoración de Dios, la justa y decisiva relación con Dios.  La oración es el ejercicio de la comunión estrecha y profunda con Dios.

Esta es la “fuente que mana” con todo su vigor, que no se agota nunca, el agua que extingue toda sed y nos da la vida eterna.

2. Segunda parte: Jesús y sus discípulos (Jn 4,27-38)

De la misión de Jesús a la misión de los discípulos.

Habiendo seguido paso a paso, detalle tras detalle, el encuentro de Jesús con la samaritana, pasamos ahora a la relectura que se hace de este encuentro desde el ángulo de los seguidores de Jesús, los discípulos.  En esta segunda parte del relato distinguimos dos momentos construidos en torno a la palabra de Jesús: “Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega” (4,35b).

Estos dos momentos tienen que ver con las consecuencias que el encuentro tiene tanto para la samaritana como para el grupo de los discípulos. Por una parte, el encuentro de Jesús con la samaritana resulta exitoso, ella es el primer fruto maduro de su misión y los resultados comienzan a verse. Por otra parte, los discípulos deben percibir las verdaderas dimensiones de lo sucedido para comprender mejor a su maestro y para descubrir el papel que juegan dentro de la obra que él está realizando en el mundo.

Estos dos momentos son:

– La reacción de la samaritana y la venida de los samaritanos al encuentro de Jesús. Este éxito apostólico en el Evangelio de Juan es como el primer fruto maduro de la misión de Jesús (vv.28-30).
– La lección para los discípulos (vv.31-38). Jesús les dio ejemplo de cómo se hace una misión, ahora los discípulos deben “tomar nota” y hacer el aprendizaje para su propia vida apostólica.

2.1. La fe de la samaritana: primer fruto maduro de la misión de Jesús

La última palabra que la samaritana escuchó de Jesús fue: “Yo soy” (v.26).

El ruido de la llegada de los discípulos –con los paquetes del almuerzo- no nos permite escuchar la respuesta de fe de la mujer.  De hecho, el relato nos dice expresamente que la samaritana “crea”, aunque un primer indicio se manifestó cuando le pidió al Señor “Dame de esa agua” (v.15).  La conversación se acaba de repente.

Pero tenemos los detalles de la reacción de la mujer que “deja el cántaro” (ya ni recuerda a qué vino al pozo), “corre a la ciudad” y le “anuncia a la gente” (v.28).  La samaritana se convierte en apóstol que va a tocar las puertas de las casas de Sicar para predicarles lo que ha vivido.

El comportamiento de la mujer no es nuevo en el Evangelio, ella imita a los primeros discípulos que le comparten a otros lo que han encontrado (“Hemos encontrado al Mesías”, 1,41; ver también 1,45) y de esa manera los atraen hacia Jesús.  También la samaritana lleva a los otros a creer.

El texto subraya también, con pocas pero exactas palabras, el éxito de la misión de la mujer: “Salieron de la ciudad e iban donde él” (v.30).  Lo que empezó como una simple conversación privada termina en una nube de gente que, todavía en el filo del mediodía, corre donde Jesús “agua viva”.

El silencio de relato con respecto a la confesión de fe de la mujer delante de Jesús y la pregunta abierta “¿No será el Cristo?” (v.29), nos permite entender que el camino con Jesús apenas comienza para ella.  La samaritana tiene ante sí toda una tarea: conocer más a fondo la persona y el don de Jesús.  En el itinerario del encuentro quedan puestos como unos puntos suspensivos…  Como los discípulos, todavía le falta por recorrer el camino que conduce hasta la Cruz.

2.2. La misión de los discípulos

Los discípulos entran en la escena de improviso y no entienden lo que está pasando.  Ellos están regresando de la ciudad de Sicar, después de haber comprado el almuerzo (v.8). Los discípulos se llevan una doble sorpresa:

– El Maestro está hablando con una mujer (v.27).
– El Maestro no quiere comer (v.31).

Como sucedió con la samaritana, para quien el punto de partida de la conversación fue la bebida, en el caso de los discípulos el punto de partida es la comida.

Junto al mismo pozo, y teniendo en horizonte la multitud que viene corriendo hacia Jesús, se desarrolla el segundo coloquio de este relato (vv.31-38).

La importancia de este coloquio se ve no sólo en el contenido sino el hecho de que sea, en todo el Evangelio, y tal como lo señalamos al comienzo de este capítulo, la primera conversación prolongada de Jesús con su comunidad de discípulos. Ellos lo acompañan constantemente, pero es raro que Jesús se dirija exclusivamente a ellos (excepto el discurso de despedida en Jn 14-16).

¿Cuál es el tema de la conversación?

Con la mujer que vino a buscar agua al pozo, Jesús le habló de su don: el agua incomparable. Pero con los discípulos el asunto es al contrario, Jesús habla del alimento del cual él mismo vive.

El diálogo con los discípulos integra dos temas importantes:

– Jesús les enseña sobre qué se sostiene su obrar (al comienzo del discurso: 4,34).
– Jesús afirma por primera vez que ellos participan de su misión y les enseña de qué manera (al final del discurso: 4,38).

En el medio, Jesús propone una comparación que ilumina las dos enseñanzas.

Primera enseñanza: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (v.34).

Jesús dice que no viene en nombre propio, ni que obra por propia voluntad, él es el “enviado” del Padre y toda vida apunta a hacer la voluntad del Padre.

Todo lo que Jesús proclama y su don para la humanidad es un hacer concreto el don de Padre, llevando a cumplimiento las palabras: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (3,16).

Un ejemplo concreto es lo que Jesús acaba de hacer con la samaritana y lo que está a punto de suceder con sus paisanos de Sicar. El don salvífico del Padre en la persona de Jesús no es una promesa de futuro, es ya una realidad (ver 4,35), los discípulos lo tienen ante sus ojos.

Con la comparación de los vv.36-37, del sembrador y del segador, se da a entender que todo el encuentro de Jesús con la samaritana tiene como base la pedagogía de Dios: en el fondo de todo es el Padre quien ha preparado y conducido el encuentro.

Segunda enseñanza: “Yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga” (v.38).

La misma comparación del sembrador y del segador (vv.36-37), tiene un segundo nivel: así como el Padre lo ha estado en el suyo, Jesús está en trasfondo de la misión de los discípulos (ver también Jn 17,18 y 20,21).

En otras palabras: todo lo que hacen los discípulos de Jesús en el mundo, depende completamente de lo que ya ha hecho precedentemente Jesús.

Los discípulos son llamados a tomar parte de la obra de Jesús y a continuarla. Pero no hay que olvidar que la verdadera fatiga en la misión es de Jesús (dice el Salmo 127,1: “Si Yahvé no construye la casa, en vano se afanan los constructores”).

Es interesante esta táctica de la pedagogía de Jesús: después de haber realizado personalmente una misión, introduce a sus discípulos en su misma misión.  Jesús, quien ha sido el segador allí donde había sembrado el Padre, ahora aparece como el sembrador que envía a sus discípulos como segadores.

3. Tercera parte: Jesús y los samaritanos de Sicar (Jn 4,39-42), una ciudad evangelizada

Del “Creyeron en él por las palabras de la mujer” (v.39) al “nosotros mismos hemos visto y oído… y creemos” (v.42).

La conversación de Jesús con los discípulos fue un paréntesis que presentó las consecuencias y lo que, en última instancia, había en el trasfondo del encuentro con la samaritana. Sobre ese horizonte Jesús insertó la misión de sus discípulos.

Pero la historia apenas está por terminar.

Curiosamente la samaritana ha aplicado la misma táctica que utilizó Jesús con sus dos primeros discípulos (que fueron sus primeras palabras en el Evangelio): “Vengan y vean” (v.29; ver 1,39a). Y así como allí, también se inicia una convivencia con Jesús que se prolonga en el tiempo (= “Permanecer”, v.40; ver 1,39b).

En primer lugar, la samaritana llevó al pueblo al encuentro con Jesús.  Ella dio su testimonio y planteó una pregunta “¿No será el Cristo?” (v.29).  El pueblo respondió con su fe: “Creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba…” (v.39).

En segundo lugar,  el creer del pueblo condujo al “permanecer”. De esta manera la fe de los samaritanos se ejercitó como comunión, como relación estrecha con Jesús, insertándolo dentro del tejido urbano: “Le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días” (v.40).

En tercer lugar, la comunión con Jesús (el “permanecer”) lleva al pueblo a experimentar directamente lo que la samaritana apenas les daba por referencia.  Consecuencia de esto es que Jesús gana directamente nuevos creyentes: “Y fueron muchos más lo que creyeron por sus palabras” (v.41).

Este último paso es decisivo.  A Jesús se le descubre en dos etapas consecutivas:

– Por las palabras de los testigos: “Creyeron en él por las palabras de la mujer” (v.39).
– Por la relación personal con él: “Ya no creemos por tus palabras” (v.42).

En el permanecer con Jesús, el pueblo se vuelve discípulo y llega a la confesión de fe más alta de todo este encuentro: “Sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo” (v.42). La ignorancia de los samaritanos (v.22) se vuelve conocimiento (“sabemos”).  Efectivamente, sólo en la continua y abierta comunión con él se puede tener experiencia de quién es él y qué don nos puede ofrecer.

La acogida del don, entonces, se convierte en experiencia de salvación. 

El reconocimiento de Jesús como “Salvador” es el reconocimiento de que Jesús es el don del amor del Padre “para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna; porque Dios no ha enviado al mundo para juzgar al mundo sino para que se salve por él” (3,16-17).

Llegamos así al revolcón del Evangelio: mientras los judíos, de quienes viene la salvación (v.22), rechazan a Jesús (4,1), los samaritanos, los más alejados e ignorantes, resultan ser los que mejor lo acogen y llegan a hacer una experiencia de salvación.

En conclusión, Jesús ha conducido con maestría un encuentro con él, haciendo de un encuentro peligroso (v.9) un encuentro verdaderamente salvífico (v.42).

4. Releamos el evangelio con un Padre de la Iglesia:

Dos textos de San Agustín nos pueden ayudar a releer el texto.

4.1. La Sed de Jesús

“El Señor quería hacerle comprender a la samaritana que no le había pedido el agua de que ella hablaba, sino que tenía sed de su fe y a ella, que tenía sed de agua, deseaba darle el Espíritu Santo.
Pensamos precisamente que esta agua viva es aquel don de Dios del cual el Señor hablaba cuando decía: ‘¡Si conocieras el don de Dios!’.

Y como el mismo evangelista Juan lo atestigua en otro lugar: ‘Jesús, poniéndose de pie, exclamó en voz alta: Si alguno tiene sed, que venga a mi y beba; quien cree en mí –como dice la Escritura- de su interior brotarán ríos de agua viva’ (Juan 7,37). (…)

Los ríos de agua viva que el Salvador quería darle a aquella mujer eran, por lo tanto, el premio de la fe, del cual, ante todo, Él mayor sed tenía de ella”.

(San Agustín de Hipona, “Ochenta y tres cuestiones diversas”)

4.2. La fatiga del fuerte

“Cansado del camino, Jesús estaba sentado junto a la fuente. Era aproximadamente el mediodía. Comienzan los misterios: No es en vano que Jesús se cansa; no es en vano que se cansa aquél que es la fuerza de Dios; no es en vano que se cansa aquél que nos restaura cuando estamos cansados, que cuando está presente estamos firmes, y enfermos cuando nos deja (…).

Por ti Cristo se cansó del caminar.

Encontramos a Jesús fuerte y encontramos a Jesús débil; Jesús fuerte y Jesús débil.

Fuerte, porque en el principio era el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios…
¿Quieres saber cuán fuerte es este Hijo de Dios? Todo fue hecho por medio de Él y nada se hizo sin Él. Y sin fatiga lo hizo.

¿Quieres conocerlo débil? El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. La fuerza de Cristo te creó; la debilidad de Cristo te recreó. La fuerza de Cristo hizo que existiera lo que no era; la debilidad de Cristo hizo que no pereciese lo que era.

Con su fuerza nos creó, con su debilidad nos buscó”.

(Agustín, “Sobre el Evangelio de Juan”, tr. 15,6)

5. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:

5.1. ¿Cuál es el esquema del relato? ¿Qué itinerario pedagógico sigue?

5.2. ¿Quién era la mujer samaritana? ¿Cuál es su perfil?

5.3. ¿Qué títulos de Jesús van apareciendo a lo largo del relato? ¿Qué importancia tiene?

5.4. ¿En qué consiste el “don” de Dios?

5.5. ¿Qué enseña este relato para la vida bautismal?

P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

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