CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO MAYO 29 DE 2022

Solemnidad de la Ascensión del Señor

JESÚS SUBE AL CIELO BENDICIENDO A SUS DISCÍPULOS
Lectio de Lucas 24, 46-53

“Alzando sus manos, los bendijo.
Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo”

Introducción

Siguiendo la cronología de los Hechos de los Apóstoles (1,3), celebramos –40 días después que comenzamos a celebrar la Pascua- la gloriosa Ascensión de Jesús.

La obra de Jesús en el mundo, ha llegado a su cumbre. La obra que comenzó en el corazón del Padre, culmina nuevamente en Él.  El “Cielo” hacia el cual sube Jesús es el mismo Dios, que es el mundo propio de Dios.  Y subido al cielo, “está sentado a la derecha del Padre”, es decir, que aún como hombre ha entrado en el mundo de Dios y ha sido constituido –como dice San Pablo en la segunda lectura- Señor y Cabeza de todas las cosas (Efesios 1,23; esta es una de las dos posibilidades para la segunda lectura de hoy).

La Ascensión de Jesús expresa entonces victoria y soberanía en el tiempo y en el espacio, porque en su subida al cielo -donde no hay espacio ni tiempo- Él llena de sí mismo a todo el universo. Aquél que bajó del cielo por su encarnación e introdujo en la carne humana la gloria de la divinidad (“Hemos visto su gloria”, Juan 1,14), subiendo al cielo introduce a la humanidad en la divinidad.

En la Ascensión contemplamos el estado que Jesús ha alcanzado como lo que será la situación definitiva de la humanidad.

Es así –con un gesto sin palabras- como Jesús nos indica la dirección correcta por la cual está llamada a realizarse la historia humana y también la historia de toda la creación. Nuestra meta es Cristo, constituido por su resurrección como nuestro “cielo”, el punto de convergencia a donde apuntan todos nuestros caminos. Jesús es la plenitud de la vida del universo. Jesús nos ha precedido en la morada eterna y el estado definitivo, para darnos esperanza firme de que donde está Él, cabeza y primogénito, estaremos también nosotros, sus miembros.

Convocados por nuestra experiencia bautismal –como lo propone san Pablo en la carta a los Efesios (4,1-13)-, desde la unidad de la fe de nuestras comunidades, hoy proclamamos con todas nuestras fuerzas el doble misterio: (1) el de Jesús y (2) el nuestro.  La de hoy es una gran fiesta de alabanza, en la que proclamamos que Jesús es el “Señor”, el “hombre perfecto”, el “principio y cabeza” de lo creado.  El proyecto salvador de Dios sobre el mundo se ha realizado en el Cuerpo de Cristo.

Por nuestra parte, nosotros tomamos conciencia de que Jesús es nuestra esperanza, nuestro presente y nuestro futuro, que nos aguarda un futuro glorioso, un futuro que se anticipa hoy en el gozo de la comunidad y en la responsabilidad histórica que tenemos de cara al mundo en que vivimos.

1. El texto y su contexto

El texto

Leamos despacio el texto de Lucas 24,46-53:

“Y les dijo: ‘Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.
Vosotros sois testigos de estas cosas. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre.
Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto’.
Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo.
Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Ellos, después de postrarse ante Él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios”

El contexto

Con el pasaje de Lucas 24,46-53, termina solemnemente el “gran día” pascual.  Desde la mañana de este primer día habían sucedido una serie de encuentros en los que fueron apareciendo los elementos esenciales del mensaje pascual:

• “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lucas 24,5-6ª), escucharon las mujeres frente a la tumba vacía;
• “¡Es verdad! El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (24,34), proclamaban esa misma tarde en Jerusalén los apóstoles,
• Allí mismo llegaron los peregrinos de Emaús para contar “lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan” (24,35).

Mediante sucesivas experiencias, Jesús fue convenciendo a sus discípulos de la realidad de su resurrección y los preparó para su misión futura. En el momento de la despedida, con palabras (24,44-49) y con el gesto de la bendición (24,51), se retoma ahora todo lo esencial acerca de Jesús y de los discípulos.  Los últimos instantes son inolvidables.

Jesús ya no estará presente en medio de sus discípulos en forma visible (recordemos el evangelio del domingo pasado) sino que continuará presente a lo largo de sus caminos (24,13-35), se hará continuamente el huésped de honor en sus cenas (24,28-30.36-42), su voz se hará sentir en la interpretación de las Santas Escrituras puesto que en Él han alcanzado la plenitud (24,44).  Por cierto, el relato de Emaús recoge muy bien estas nuevas formas de su presencia gloriosa.  Pero de todas maneras el Maestro sigue su camino hacia el cielo.

La estructura del pasaje

El evangelio de hoy recoge las últimas palabras de Jesús a sus discípulos y el evento excepcional de su exaltación al cielo. Todo está cargado de mucha solemnidad: se trata de palabras y de gestos que deben permanecer en la memoria de los discípulos.  Para explorar mejor el pasaje, distingamos cuatro partes:

La entrega del kerigma misionero (24,46-48)
La promesa del Padre (24,49)
La exaltación de Jesús al cielo, con las manos extendidas bendiciendo (24,50-51)
Y el bellísimo epílogo festivo del Evangelio (24,52-53)

Después de todos estos elementos introductorios, sumerjámonos en el texto con la profundidad y la actitud de acogida que nos pide la “Lectio Divina”.

2. Lectio del pasaje

Abordemos cada palabra y cada frase del texto siguiendo la estructura que acabamos de presentar.

2.1. La entrega del kerigma misionero: el poderoso anuncio que salva al mundo (24,46-48)

“Y les dijo: ‘Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas’”

El kerigma es el núcleo de la predicación cristiana en los tiempos apostólicos. La Iglesia no se inventó un mensaje sino que lo recibió del mismo Jesús.  Este mensaje atañe al sentido de su obra de salvación en el mundo, el dinamismo de vida que introdujo en la historia humana por su muerte y resurrección. Este mensaje tiene toda la fuerza suficiente para transformar todo y a todos desde el fondo, es anunciado por personas que han hecho la experiencia de Él.

2.1.1. El Mensaje (24,46-47)

• El anuncio de la Muerte y Resurrección de Jesús (24,46)

Con la muerte y resurrección de Jesús queda completo el contenido del mensaje que los apóstoles deben proclamar a todos los pueblos: “Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día…” (24,46).  El camino salvífico de Jesús ha sido recorrido en su totalidad, por esta vía “entró en su gloria” (24,26).  Ahora todo hombre está invitado a recorrerlo.  La manera de recorrerlo es mediante el itinerario de la conversión.

• El anuncio en el “nombre” de Jesús (24,47ª)

“Y se predicará en su nombre…” Esto es, en el testimonio de Él, a partir de todo lo que se manifestó a través de su obra y de todo su camino hasta la Cruz y la Resurrección.

• El anuncio de la eficacia del perdón (24,47b)

“…la conversión para perdón de los pecados”. Mediante la actitud de apertura al Dios con rostro misericordioso que nos busca con afán, característica fundamental del ejercicio de conversión, allí donde se cruzan los caminos de Dios con los caminos de vuelta a casa trazados por Jesús a lo largo del Evangelio, el poder de la muerte y resurrección de Jesús se hacen sentir al interior del pecado del hombre y le alcanzan el perdón.  Todo el amor del Crucificado se vacía al interior del hombre que le abre espacio a esta poderosa semilla que el Resucitado hace presente por el don de su Espíritu.

• El anuncio para todos los pueblos (24,47c)

“…a todas las naciones”. Desde Jerusalén irradia esta nueva Palabra de Dios para todas las naciones del mundo.  Mediante el perdón de los pecados, Jesús atrae a todos los hombres a la comunión con Dios y a generar –desde la Alianza con Él- el proyecto de fraternidad y solidaridad que le da una nueva orientación al mundo. Comenzando por la comunidad-madre de Jerusalén todos son atraídos para este proyecto comunitario. Nadie podrá ser excluido del anuncio, nadie podrá autoexcluirse.

2.1.2. Los portadores del mensaje: son ante todo “testigos” (24,48)

En 24,48, Jesús dice expresamente: “Vosotros sois testigos de estas cosas”.

Todo anuncio debe partir de testigos.  Por eso Jesús Resucitado hace de sus discípulos, testigos cualificados.  Precisamente en el encuentro con Él y su regreso a los cielos se completa la serie de acontecimientos que deben testificar, como dice Hechos 1,21-22: “Conviene que de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, uno de ellos sea constituido testigo con nosotros de su resurrección”.

De esta forma queda claro que el mensaje cristiano no se fundamenta en especulaciones, en ideas u opiniones personales, sino en acontecimientos históricamente documentados y en las instrucciones que dio el mismo Jesús, las cuales quedaron grabadas en la memoria de las primeras comunidades.

Por lo tanto, el testimonio solamente puede provenir de quien ha hecho el camino con Jesús y de quién habiendo comprendido su obra, también puso su mirada en su destino. Se trata de testigos que han abierto los ojos y han visto en medio de la oscuridad de la Cruz el camino que conduce a la gloria del Padre. Los evangelizadores serán, entonces, ante todo testigos: testigos dignos de confianza y auténticos servidores de la Palabra (ver 1,2). Su testimonio tendrá que llegar hasta los confines del mundo.

2.2. La promesa del Padre (24,49)

“Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre.  Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto”

Viene ahora la promesa de Jesús, que en realidad es el “cumplimiento” de la promesa del Padre.

La promesa del Padre

No se dice expresamente que esta promesa sea el Espíritu Santo, si bien no hay razón para pensar lo contrario, ya que a lo largo de los Hechos de los Apóstoles así se entiende (ver Hechos 1,4; 2,33; y también en Pablo: Gálatas 3,14; Efesios 1,13).

Tampoco se dice en qué momento sea Jesús o el Antiguo Testamento (haciendo las veces de voz del Padre) hayan hecho esta “promesa”; si bien en Lucas 12,12, Jesús –con anterioridad- les había prometido a sus discípulos la presencia del Espíritu en los momentos difíciles de la misión (único indicio de esta “promesa” en la obra lucana). Sin duda hay también muchos textos del Antiguo Testamento que podrían servir de base para la referencia a la “promesa”, por ejemplo: Joel 2,28-29; Isaías 32,15; 44,3; Ezequiel 39,29 (textos todos que tienen influencia en el pensamiento lucano).

Revestidos con poder

El punto central en esta parte del texto es que los discípulos no estarán en capacidad de llevar adelante la misión, la inmensa tarea de la evangelización que hace presente el “perdón”, si no son “revestidos de poder desde lo alto”, así como sucedió con Jesús (Lucas 3,22 y 4,18).  Este “poder” es la fuerza del Espíritu Santo que ungió a Jesús (Lucas 3,22 y 4,18) y lo impulsó en el combate con Satán (4,1-2) y en su misión de misericordia (4,14-15).

El Espíritu Santo fortalecerá y habilitará a los evangelizadores para que anuncien con valentía, convicción y fidelidad la obra de la muerte y resurrección de Jesús, en la cual se alcanza el perdón de los pecados.

El ser “revestidos” es significativo porque sólo con la potencia del Espíritu Santo los apóstoles son saturados, invadidos por la fuerza y el significado de lo que Dios realizó a través de la pascua de Jesús.  El Espíritu “dota” de fuerza y “sostiene” la valentía y la convicción con que se da el testimonio.

Se trata de la promesa del Padre, cuya realización une más al creyente con Dios, poniendo en evidencia su comunión con Él. Puesto que detrás de toda misión de Jesús estaba el Padre, por el don del Espíritu se entra en contacto con la raíz misma de todo lo que sucedió en la persona de Jesús.

2.3. La exaltación de Jesús al cielo, con las manos extendidas bendiciendo (24,50-51)

“Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo” (24,50).

Jesús realiza las últimas dos acciones sobre sus discípulos: (1) los “saca” y (2) los “bendice” con las manos en alto.

El término “sacar” está relacionado con la acción de Dios con su pueblo conduciéndolo en el éxodo. El Señor Resucitado sintetiza, con este gesto y en clave pascual, lo que ha hecho con sus discípulos a lo largo del Evangelio. La mención de Betania (lugar a donde los “saca”) nos remite a la gran celebración de los discípulos cuando la entrada triunfal en Jerusalén, allí fue el punto de partida de la procesión festiva que proclamó a Jesús como “Rey” y su Señorío (“Paz” y “Gloria”) en el cielo (ver Lucas 19,29-40, particularmente los vv.29 y 38).

Veamos la “bendición”.

La última acción de Jesús ante sus discípulos reviste un colorido litúrgico. Jesús se despide con los brazos en alto (gesto propio del mundo de la oración, ver 1ª Timoteo 2,8; Levítico 8,22), en actitud de bendecir: “y alzando sus manos, los bendijo” (24,50).  Es la última imagen del Maestro, que queda impregnada en la retina de los testigos oculares del Evangelio.

Esta breve escena nos recuerda la conclusión del libro del Eclesiástico, cuando el sacerdote Simón extiende las manos sobre la asamblea bendiciéndola, mientras que el pueblo se postra para recibir la bendición: “Entonces bajaba y elevaba sus manos sobre toda la asamblea de los hijos de Israel, para dar con sus labios la bendición del Señor y tener el honor de pronunciar su nombre. Y por segunda vez todos se postraban para recibir la bendición del Altísimo” (Eclesiástico 50,20-21).

Jesús sintetiza toda su obra, todo lo que quiso hacer por sus discípulos y por la humanidad, en una “bendición”.  Así sella el gran “amén” de su obra en el mundo.

La bendición de Jesús permanecerá con los discípulos, los animará a lo largo de sus vidas y los sostendrá en todos sus trabajos.

“Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo” (24,51).

Jesús, finalmente se separa de sus discípulos. Lucas nos describe la manera como se da la partida de Jesús: es “llevado” o “conducido” hacia el cielo. El tiempo verbal (el “imperfecto” en griego) nos invita a detenernos contemplativamente en este instante de la vida de Jesús: se da gradualmente (como en Hechos 1,9-10).

Si bien la tradición del Nuevo Testamento coincide en afirmar que Jesús “ha sido exaltado a la derecha del Padre”, como plenitud de su obra en el mundo, acontecimiento que presupone la “ascensión”, Lucas parece ser el más preocupado por que ésta sea visible. Para ello se coloca del lado de los discípulos y así describe un último rasgo de su relación con Jesús: ellos lo ven hasta el último instante y son testigos de su obra completa coronada por su “Señorío” en el cielo.

2.4. Un epílogo festivo (24,52-53)

“Ellos, después de postrarse ante Él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios”

El evangelio de la “Ascensión” termina con la primera alabanza que se le dirige directamente a Jesús por parte de su comunidad.

Notemos en la conclusión del pasaje, que es también el epílogo de todo el evangelio de Lucas:

Unas acciones
Un lugar
Un ambiente

(1) Unas acciones

Cuando Jesús desaparece de la vista de los discípulos, la última mirada del lector del evangelio se concentra en el comportamiento de los discípulos acabados de bendecir. Así como Jesús, también los discípulos reaccionan con gestos litúrgicos.  Ellos:

Se postraron ante Jesús (24,52a).
Volvieron a Jerusalén (24,52b).
Permanecieron en el Templo bendiciendo a Dios (24,53).

(2) Un lugar

Los discípulos no se van para sus casas sino para el Templo.  Al comienzo de este evangelio Jesús había dicho a propósito: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (2,49). Se refería así a su dedicación total a la obra de la salvación.

Es curioso notar que en el evangelio de Lucas el tema del Templo atraviesa transversalmente la obra. Es más: comienza con una escena en el Templo (la oración de Zacarías y del pueblo; 1,8-10) y termina en el mismo Templo (la oración festiva de los discípulos; 24,52-53) no ya para pedir sino para agradecer.

El Templo, emplazado en la Jerusalén hacia la cual Jesús hizo tender su ministerio profético (13,33) y donde se anunció la asunción (9,31.51), representa ahora no solamente la presencia fiel del Dios de las promesas sino –en la persona de Jesús- su completa realización.

(3) Un ambiente

Llama la atención el clima en que termina la escena. Los discípulos no están tristes ni nostálgicos. Tampoco pasan la página de la historia como si nada hubiera sucedido.  Es claro que tienen muy presente la persona de Jesús: a Jesús lo adoran, al Padre lo bendicen y entre ellos se festejan.

Solamente hasta este momento el evangelista Lucas nos habla de la inmensa alegría de los discípulos, una alegría cuyo espacio propio es la vida de la comunidad y la oración.

¿Por qué se alaba?  Ya desde el comienzo del evangelio, dos hombres mayores, símbolo de las esperanzas de Israel, habían celebrado con júbilo las alabanzas a Dios: primero Zacarías (“Y al punto se le abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios”, 1,64; recordemos también el “Benedictus”, 1,68-79) y luego Simeón (“Le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo…”, 2,28-32).  Y no olvidemos tampoco que después de las grandes acciones de misericordia y de poder por parte de Jesús, siempre resonó un coro de alabanza (“El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios… Decían: ‘Hoy hemos visto cosas increíbles’”, 5,26; ver algunos pasajes significativos: 7,16; 13,13; 17,15; 18,43).

Pues bien, después que los discípulos experimentaron en Jesús Resucitado la mayor acción de Dios nunca antes vista en la historia, el evento de la Resurrección, para ellos no hay sino una sola reacción adecuada: la alabanza festiva y llena de gratitud para con Dios.

El evangelio termina, así, con un gesto de gratitud.

Sólo los discípulos que han acompañado a Jesús paso a paso, con fidelidad (“Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas”, 22,28) hasta su último instante terreno, han visto y pueden dar testimonio –como ningún otro lo podría hacer- que Dios “se acordó de su misericordia” (1,54), que Dios “visitó a su pueblo” (7,16) y cumplió sus promesas (1,55.72-73; 2,29-32.38).

A todos los que, en la Lectio Divina, hacemos el camino de Jesús hasta el final en el Evangelio se nos invita a reconocer en nuestra vida la grandeza de la misericordia de Dios, experimentada a través del Resucitado, y participar gozosamente en la alabanza apostólica. Esta actitud de alabanza y gratitud debe permanecer de aquí en adelante en nuestra vida, porque, como culmina el evangelista, los discípulos de Jesús “estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios” (24,53).

3. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

“Por condescendencia divina nos hacemos, como dijo el Apóstol, ‘herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,17). Tenemos un Padre en los cielos, pertenecemos a una gran familia. De allá bajó hasta nosotros el Hijo para hacerse nuestro hermano. No abandonó al Padre cuando vino hasta nosotros, ni nos abandona para volver al Padre.

¿Cómo es que está en los cielos si continúa con nosotros? En cuanto Dios. Mi palabra está conmigo y está contigo; está conmigo en mi corazón y está con vosotros en vuestros oídos. Si mi palabra tiene esta posibilidad, ¿no la tendrá la Palabra de Dios?

Descendió, ciertamente, cuando estaba aquí. ¿Qué quiere decir ‘descendió’? Que Jesucristo se mostró. ¿Y de qué modo se mostró Jesús? Haciéndose hombre.

¿Qué significa entonces ‘subir’? Que el cuerpo de Cristo fue elevado al cielo, no que la divinidad cambió de lugar. A donde subió, de ahí bajó; y conforme subió, así descenderá de nuevo.

Quienes lo dicen son los Ángeles, no soy yo. En efecto, los discípulos estaban de pie, siguiéndolo con la mirada en cuanto subía. Y le dijeron: ‘Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este Jesús vendrá del mismo modo que lo visteis ir al cielo’.

¿Qué quiere decir ‘vendrá del mismo modo’? Vendrá para juzgar de la misma forma en que fue juzgado. Los verán apenas los justos, pero también los injustos: vendrá para ser visto por justos e injustos. Los injustos podrán verlo, pero no podrán reinar con Él”.

(San Agustín, Sermón 265F, 3)

4. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

La celebración de la Ascensión del Señor debe llevarnos a darle una mirada retrospectiva a nuestro camino con Jesús para agradecer y alabar a Dios por todo lo que ha hecho por nosotros, pero también debe orientar nuestra mirada hacia delante: hacia el futuro de la evangelización y el compromiso con la transformación del mundo, porque la obra salvífica de Jesús continúa en el mundo a través de nuestro testimonio.

El Señorío de Jesús permanece en el centro de todo: su exaltación atrae al mundo hacia su destino final y al mismo tiempo hace bajar todas sus bendiciones. Un nuevo proyecto de humanidad ha sido inaugurado.

Releyendo nuestra vida con la “luz” del texto bíblico, preguntémonos:

4.1. Jesús le presenta a sus discípulos el contenido del anuncio misionero. ¿El “kerigma” está en el centro de mi fe? ¿Mi vida es una demostración patente de la eficacia que tiene la pascua de Cristo para transformar una vida entera y a fondo? ¿Qué cambios significativos se han dado en mi vida en esta Pascua?

4.2. Jesús confirma a sus discípulos como sus testigos. ¿Me considero un evangelizador? ¿Me preocupo por anunciar a Jesús, en primer lugar con mi testimonio de vida? ¿Cómo apoyo a la Iglesia en la tarea misionera?

4.3. Jesús promete el poder de lo alto. ¿Trato de enfrentar las tareas y los desafíos de la misión con mis solas fuerzas, buscando protagonismo personal? ¿Tengo la valentía suficiente para anunciar a Jesús allí donde es más difícil? ¿Soy constante en mis esfuerzos? ¿Por qué necesito de Pentecostés para poder evangelizar como se debe?

4.4. Jesús se despide de sus discípulos bendiciéndolos. ¿Cuál es la imagen de Jesús que con mayor frecuencia me viene a la mente? ¿Veo mi vida bajo las manos extendidas de Jesús implorando sobre mí las bendiciones que ofreció a lo largo de todo el Evangelio?

4.5. Los discípulos pronuncian el gran “Amén” del Evangelio en una alabanza continua en la comunidad reunida en el Templo. ¿Qué me dice esto a mí? ¿“Dar gracias” es una característica notable de mi vida espiritual? ¿Por qué motivos alabo y bendigo a Dios en esta Pascua?

P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

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