Sexto Domingo de Pascua B
Un maravilloso planteamiento del discipulado (II):
Ser amigos de Jesús
Juan 15,9-17
Introducción
El texto de Juan 15,9-17, es una bellísima catequesis pascual que proviene de la boca de Jesús. Al proclamar que Jesús está vivo y actuando en medio de nosotros, la comunidad juánica comprende que Jesús Resucitado no es sólo “nuestra vida” (como lo enfatiza la alegoría de “la vid y los sarmientos”) sino también “nuestro vivir”, es decir, su vida en nosotros se traduce en nuevo estilo de vida caracterizado por el amor, la alegría y el servicio; todo ello como “constante” y no como momentos puntuales.
Como lo señala el texto, este estilo de vida viene de la comunión con Jesús, es la savia del amor que…
(1) Tiene su origen en el Padre:
“Como el Padre me amó” (v.9);
(2) Se manifiesta en el amor de amigo de Jesús por sus discípulos:
“Yo os he amado… nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (vv.9b; 12b.13);
(3) Es el signo distintivo de la vida comunitaria de los discípulos:
“Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros” (vv.12.17);
(4) Es la misión de los discípulos de cara al mundo:
“Os he destinado para que vayáis y deis fruto” (v.16).
Se van configurando así tres círculos concéntricos de amor: el amor divino de Jesús y el Padre, el amor salvífico de Jesús y sus discípulos, el amor transfigurante (ser Jesús “dador de vida” para el otro) de la comunidad fraterna, el amor misionero de la comunidad apostólica.
Al leer este pasaje del evangelio, no perdamos de vista la comparación de la “Vid, los Sarmientos y los Frutos”: el flujo vital de la planta se especifica ahora como el flujo vital del amor. El jardín de vida que está llamado a ser el mundo expresa su mayor riqueza en un tejido de relaciones que va germinando de esta gran fecundidad, que hace del mundo un jardín de amor.
Es bello notar en el evangelio la fuerza de su dinámica interior:
El amor que va corriendo como un río desde el corazón del Padre hasta sumergirse en la vida del mundo, es también como la escalada de una montaña que tiene su vértice en la relación vívida, intensa y profunda entre Jesús y sus discípulos. Así el amor (o “actos de amor” o “impulso de amor”) se cristaliza en una relación permanente de “amistad”.
Estamos entonces ante uno de los pasajes más hermosos de todo el Evangelio, un pasaje que –con razón- se considera momento culminante y punto de llegada de todo el Evangelio de Juan.
El texto hay que leerlo, o mejor, “interpretarlo” despacio, saboreándolo, acogiéndolo como una hermosa pieza musical de gran contenido en la que el tema central se va desarrollando mediante variaciones, variaciones que dejan sentir lo polifacética que es la experiencia del amor, mediante un fluir melódico que se eleva para subrayar tercamente lo esencial y dando espacio –incluso- para silencios contemplativos, hasta que reposa finalmente en el corazón.
1. El texto en su contexto
1.1. Leamos Jn 15,9-17:
“9 Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor.
10a Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor,
10b como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.
11 Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.
12 Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.
13 Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
El llamado
15a No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo;
15b a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
16a No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros,
16b y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca;
16c de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.
17 Lo que os mando es que os améis los unos a los otros”
1.2. Contextualicemos
Antes de entrar en el texto situémonos, aunque sea brevemente, primero en el discurso de despedida de Jesús (Juan 13-16), luego en lo específico del capítulo 15, y finalmente en algunos rasgos de la temática bíblica de la amistad.
1.2.1. Un “punto alto” del discurso de despedida de Jesús: la separación y la nueva forma de presencia
Cuando Jesús está a punto de culminar su misión (“Salí del Padre y he venido al mundo, ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre”, Juan 16,28), surgen las preguntas: ¿Hay una verdadera separación? ¿Cómo continuará presente Jesús en el mundo?
Es en este contexto (el discurso de despedida o “testamento de Jesús”), en los capítulos 13 al 16 del evangelio de Juan, que Jesús va colocando uno a uno los modos de su presencia resucitada en el mundo, teniendo como base la obra realizada en la Cruz: “Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Juan 13,1).
En torno a la mesa (Juan 13-14) y de camino al huerto (Juan 15-16), Jesús…
• Se inclina y le lava los pies a sus discípulos, encomendándoles enseguida hacer lo mismo con los demás: “Os he dado ejemplo para que hagáis como yo he hecho con vosotros” (13,15).
• Cuando el discípulo amado lo interroga en la intimidad de la amistad, Él le desvela la traición de Judas (13,22-30).
• Le da paso a una cadena de confidencias que comienzan a exponerse una tras otra: (1) las razones de su partida, (2) la inhabitación del Padre y del hijo en el corazón del creyente, (3) el don del Espíritu Santo, el “paráclito”, quien mantendrá la relación continua entre los discípulos y Él.
La muerte no será una separación sino el comienzo de un nuevo tipo de relación, más profundo que el anterior.
Para explicarlo, Jesús utilizó la comparación de la “Vid, los Sarmientos y los frutos”. A los discípulos solamente se les pide que permanezcan estrechamente unidos a Él, como lo está el sarmiento que extrae la savia vital a la vid.
Es aquí donde escuchamos las palabras de Jesús que calientan el corazón de los discípulos: “Vosotros sois mis amigos”. Jesús expande esta frase demostrándoles de dónde viene su amistad y cómo su amistad con ellos es consistente y concreta. También de manera consistente y concreta tendrá que ser la continua respuesta de los discípulos a Jesús mientras viven su peregrinar comunitario y misionero en el mundo.
1.2.2. La relación con el evangelio de la “Vid, los sarmientos y los frutos”
Lo primero que hacemos al leer el Evangelio es relacionarlo con el pasaje anterior. Así captamos inmediatamente que la catequesis de la “Vid y los Sarmientos” no ha terminado, puesto que el contenido de la “vid” es el amor que tiene su fuente en el Padre y en esto hay que profundizar.
El texto de Juan 15,1-17 es como una gran pieza articulada en tres partes:
Juan 15,1-8 Juan 15,9-11 Juan 15,12-17
Para hacernos entender mejor, expliquémonos con una sencilla comparación (a Juan también le gustan los símbolos, imágenes y figuras), imaginémonos el texto como una moneda:
• La primera y la tercera parte (los versículos 1 a 8 y 12 a 17) son como dos caras de la misma moneda: la primera describe la unión de Jesús y sus discípulos (como la vid y los sarmientos) y la otra el amor de los discípulos entre sí.
• Las dos caras están pegadas (como cuando uno ve el borde de la moneda) por el amor de Jesús y el Padre de que nos habla la segunda parte (los versículos 9 a 11). Esto es lo que hace que la moneda sea compacta.
• Y así como no hay monedas sin dos caras, así tampoco uno puede ser verdadero cristiano sin no está unido con Jesús y sostiene al mismo tiempo una relación profunda de amor con sus hermanos. El material con el cual la moneda cristiana ha sido hecha (de oro) es el amor divino (del Padre y del Hijo).
No perdamos de vista esto en la lectura.
1.2.3. La Biblia: una invitación a la amistad con Dios
La amistad es un valor profundamente enraizado en el mensaje bíblico. No sólo se da a nivel humano sino también entre Dios y el hombre.
Bellas historias de la amistad humana
Si recorremos rápidamente la Biblia, veremos cómo van apareciendo una y otra vez historias de amistad. Algunas de ellas son deslumbrantes, como por ejemplo, la de la amistad entre David y Jonatán, de la que se dice: “El alma de Jonatán se apegó al alma de David, y le amó Jonatán como a sí mismo” (1 Samuel 18,1).
Igualmente sobresale la amistad entre Ruth y su suegra Noemí, donde la nuera y la suegra –dos mujeres bien distintas en todos los sentidos- se solidarizan y llegan a ser modelo de una profunda amistad: “No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque donde tu vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios” (Ruth 1,16).
Y ni se diga en el Nuevo Testamento de la amistad entre María e Isabel (Lucas 1,39-57), entre Bernabé y Pablo (Hechos 9,27; 11,25; 13-15), o entre Pablo y el matrimonio de Aquila y Priscila (Hechos 18,1-3; Romanos 16,3-5).
La amistad más grande que puede haber es la amistad con Dios
Dios tejió sus relaciones con el pueblo con el que selló su Alianza, no con la autoridad de un patrón sino con la premura de un amigo. Por ejemplo, la viña –símbolo de Israel- le debía su existencia al amor de Yahvéh (Isaías 5,1-3). Así cantaba el trovador: “Voy a cantar a mi amigo la canción de su amor por su viña: una viña tenía mi amigo…” (v.1).
Esto se nota en la manera como Israel comprende y vive sus liturgias. Por ejemplo, el Salmo 25,14 dice: “La intimidad con Yahvéh es para quienes le temen, su alianza, para darles cordura”.
Y no sólo en la liturgia, sino también en la vida cotidiana. Así lo deja entender la literatura sapiencia, como por ejemplo en Sabiduría 7,27, donde se dice que la sabiduría hace a los hombres “amigos de Dios”. Por cierto, esta frase se ilumina con la costumbre que se seguía en las cortes del emperador romano y de los reyes orientales: en ellas había un grupo muy selecto de personas que se llamaban “los amigos del rey” que, en cualquier momento, tenían acceso al magnate y hasta se les permitía ir a su dormitorio al amanecer. El rey hablaba con ellos antes que con sus generales, gobernadores o consejeros políticos. Los amigos del rey eran los que tenían la más estrecha e íntima relación con él. ¿No es iluminadora esta imagen?
Además de la amistad colectiva con Dios, expresión de la Alianza, en dos pasajes brillantes del Antiguo Testamento vemos cómo dos personajes importantes de la historia de la salvación tienen el privilegio de ser considerados los “Amigos de Dios”.
Abraham es llamado “Amigo de Dios”. En un pasaje de Isaías es Dios mismo quien lo dice: “Mi amigo Abraham” (Isaías 41,8; ver también: 2 Crónicas 20,7 y Santiago 2,23). El patriarca que le supo dar amigable hospitalidad a los tres mensajeros de Yahvéh fue luego invitado a conocer los secretos de Dios: “¿Por ventura voy a ocultarle a Abraham lo que hago?… porque yo le conozco y sé que…” (Génesis 18,17).
Y ni se diga de Moisés, otro que mereció el título de “Amigo de Dios”. En medio del desierto, consciente de que Dios era el verdadero líder del éxodo, Moisés conversaba con frecuencia con Yahvéh para hacerle todas las consultas. Y no fue una relación “funcional”, Dios lo trató como su amigo: “Yahvéh hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Éxodo 33,11).
La experiencia del “amor” y de la “amistad” con Dios no es novedad, pero en el Evangelio notaremos enseguida que hay una “Buena Noticia” que supera todas las maneras como Dios se relacionaba en el Antiguo Testamento. A partir de la persona de Jesús la relación con Dios y todas las relaciones de amistad humanas van mucho más lejos.
1.3. Algunas observaciones iniciales sobre el texto
Como venimos diciendo, el tema central de Juan 15,9-17 es el amor como contenido de la existencia cristiana.
Para una mayor apropiación del Evangelio leamos detenidamente el texto y notemos:
• Que el centro de todo es Jesús. Véase cómo en cada versículo aparece enfatizado el “yo” y el “mí” de Jesús.
• La repetición del verbo “amar” (5 veces), del sustantivo “amor” (4 veces) y de “amigo” (3 veces).
• Los protagonistas de las relaciones: Dios Padre, Jesús, los discípulos.
• Lo que hace Jesús para expresarle su amor por el Padre y a sus discípulos (nótense los verbos y las repeticiones de términos y frases).
• Lo que están llamados a hacer los discípulos para expresar de manera concreta su amor por Jesús, entre ellos y por el mundo (nótense los verbos y las repeticiones).
• La finalidad y el resultado del amor.
El texto tiene dos partes (y no perdamos de vista el cuadro que hicimos cuando establecimos el contexto):
• Primera parte: Juan 15,9-11, que podríamos llamar “El fundamento del amor”.
• Segunda parte: Juan 15,12-17, que podríamos llamar “Las expresiones del amor”.
Releamos ahora muy despacio el texto de Jn 15,9-17.
2. El fundamento del amor (15,9-11)
9a “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros;
9b permaneced en mi amor.
10a Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor,
10b como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.
11 Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”.
¡Qué texto tan hermoso! La dinámica del amor aparece con todos sus protagonistas, en su doble movimiento de ser amado y amar, y con el resultado final de esta experiencia:
• El amor fundante o “amor primero” (v.9a)
• La respuesta al “amor primero”: “permaneced en mi amor” (vv.9b-10)
• El resultado del amor: la plenitud de la alegría (v.11)
2.1. El amor fundante o “amor primero”: Ser “amado” (v.9)
“Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros”
El amor recibido es el que nos hace capaces de amar. Es así como Jesús nos cuenta el secreto de su vida, de su alegría, de su fecundidad misionera, Él dice: “SOY AMADO”. Igualmente el discípulo es uno que ha sido amado, también debe presentarse diciendo “YO SOY UNO QUE HA SIDO AMADO”.
Cuando Jesús dice: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros” está diciendo tres cosas:
(1) El origen del amor: hay un río de amor divino que viene del corazón del Padre, que desciende a través del Hijo y llega a los discípulos. Todo amor auténtico viene de Dios.
(2) El modelo del amor: el amor del Padre por el Hijo es la fuente y el modelo del amor de Jesús por sus discípulos.
(3) La intensidad del amor: el “así como”, con el cual Jesús empieza su frase, implica también que el amor entrañable del Padre y el Hijo, que es el más estrecho posible, que es perfecto y que viene de la eternidad (ver Juan 1,1.18), es el amor que Jesús le ofrece a su discípulo.
Uno de los grandes problemas por los que pasa el ser humano es la carencia de amor.
Esta carencia de amor es una de las causas de tantas tonterías que hacemos en el mundo. Por eso esta palabra de Jesús es la respuesta a la “pérdida de sentido” que mucha gente experimenta frente a la vida, y responde también a la falta de solidez, a la fragilidad interna que se nota a veces en la personalidad; fragilidad y pérdida de sentido que es raíz de la inconstancia, de la infidelidad, de la violencia, de los miedos, de las depresiones, etc.
Cuando una persona se siente insegura, trata de tapar su debilidad proyectando una imagen de seguridad, de dominio de las situaciones, y hasta una imagen de grandeza y éxito (se muestra como “el héroe de la película”) que no tiene apoyo en la realidad; esto sucede porque profundamente dentro se siente indigna y rechazada. En el fondo todo es carencia de amor.
La primera frase de Jesús es importante, podríamos releerla así: “no importa si las mediaciones del amor en el mundo han fracasado (tus padres, tu marido, tus superiores), el que es la fuente del amor (que pasa a través de esas mediaciones) está ahí amándote; date cuenta de cuánto tu Padre Dios te ama en Jesús; tú le perteneces; el Padre te ama, Jesús te ama; tú eres precioso a sus ojos; la obra de Jesús en ti hoy es ayudarte a descubrir todo lo que el Padre Dios ha hecho por ti, él te devuelve tu humanidad”.
Hay una anécdota del famoso teólogo del siglo pasado, Karl Barth, a quien una vez le preguntaron, “¿Cuál es la verdad más profunda que Usted ha descubierto en la Sagrada Escritura?”, a lo cual respondió: “Que Jesús me ama, esto es lo que yo sé”.
2.2. La respuesta al “amor primero”: “permaneced en mi amor” (vv.9b-10)
“Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”
El amor pide reciprocidad. Para la amistad se necesitan dos. Por eso, la frase siguiente de Jesús es una invitación a responder al amor. Jesús urge la respuesta con un imperativo: “¡Permaneced!”, y luego repite el término dos veces más, para indicar que esa es su situación actual con relación al Padre (“permanezco en su amor”), situación que los discípulos vivirán si inspiran su vida en él siguiendo su camino (“permaneceréis en mi amor”). Tan importante es esto que tres veces se repite el “permanecer”.
El término “permanecer” ya ha había aparecido en Juan 15,4-5. Lo que se quiere decir está bien graficado en la imagen del sarmiento que pega (y bien pegado) a la vid: vivir de su vida acogiendo (activamente, con una actitud personal) su savia.
Cuando Jesús retoma el “permanecer” y le agrega “en el amor” (que repite también tres veces) avanza con relación a la propuesta primera, para referirse a tres decisiones que debe tomar el discípulo con relación a él:
(1) Primera decisión: Dejarse amar.
Permanecer en su amor es insertarse en Él, entrar en una estrecha comunión de vida con Él, acogiendo todos los signos de su amor, es decir, dejándose amar tal cómo Él ha querido hacerlo con nosotros. La relación con Jesús no puede ser abstracta, supone la toma de conciencia de las formas concretas como nos ha amado y nos sigue amando.
(2) Segunda decisión: Actuar según el querer de Dios.
Permanecer en su amor es querer lo que Él quiere. Al amor “primero” se le responde con obediencia. “Obedecer” es saber responder, eso significa que se ha captado el mensaje del amor y se entra en una increíble sintonía en la acción. En otras palabras, cuando uno ama a alguien siempre quiere hacer lo que le agrada, quiere verlo feliz. Esa es la respuesta esperada que Jesús expresa como “guardar sus mandamientos”.
(3) Tercera decisión: Ser como Jesús.
Permanecer en su amor es darle solidez a toda nuestras relaciones, dándoles la fuerza interna del amor del Hijo que permaneció en el amor de Padre, también Él por la vía concreta (y no sentimental) del “guardar sus mandamientos”. El tipo de respuesta que Jesús le dio al amor del Padre es el modelo de la respuesta de los discípulos al amor de Jesús (hay que leer todo el evangelio para verlo en concreto). A Jesús se le ama –uno se “inserta en Él”- encarnando la manera como Él acostumbraba responderle al Padre: con su praxis del Reino.
Estas tres decisiones del discípulo frente al amor recibido, no son momentos puntuales, sino acciones constantes, es la manera como se cultiva la “responsabilidad” (esto es la respuesta al amor). El amor se basa en la responsabilidad.
Notemos que en dos ocasiones Jesús dice que la manera de permanecer en el amor es guardando los mandamientos (véase el texto arriba de esta página).
Con esto quiere decir que el amor no es simple sentimiento sino que se demuestra en hechos concretos y estos hechos se resumen en la frase “cumplir el mandamiento”, es decir, querer lo que Él quiere, afinar la vida para entrar en sintonía con el proyecto de Dios. Jesús es el mejor ejemplo, como bien lo dijo, justo antes de comenzar este capítulo: “Ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según me ha ordenado” (Juan 14,31).
Según esto, no se ama únicamente “sintiendo” sino también, y sobre todo, “haciendo”. Un amor que realiza el querer del amado es un verdadero amor. El contenido de este mandamiento se explicará enseguida en la segunda parte (en Jn 15,12-17: “este es mi mandamiento…”).
Jesús es el Señor de la fidelidad y de la responsabilidad y en esto los discípulos lo siguen estrechamente, a sabiendas de que ante todo ha sido un don recibido de su amor.
Con alguna frecuencia constatamos hoy dos problemas que tienen que ver con lo que Jesús está enseñando: (1) la inconstancia en el amor y (2) la irresponsabilidad. Con relación a la primera, notamos que las relaciones (de pareja, de amistad, los votos) se han vuelto desechables, trayendo inmenso dolor a las partes y dejando secuelas que se arrastran toda la vida, deteriorando todo el entorno relacional. Las relaciones son frágiles y en muchos casos prácticamente “in-sostenibles”. Con relación a la segunda, notamos también que el sentimiento prima sobre el compromiso.
Frente a esto Jesús dice: “permaneced”, o sea, “tú sufres porque tu verdadero interés ha sido el de amar de verdad, sufres porque tu corazón de oro ha sido lastimado; hoy te digo que sí es posible construir relaciones sólidas, estables; no eres el objeto de la carencia de alguien que te utilizó para satisfacerse y luego desecharte; no eres más la víctima de una inmadurez tuya o de tu amigo, que te llevó a tomar decisiones equivocadas; te invito a experimentar la solidez, la intensidad, la constancia, la satisfacción, la felicidad que caracteriza mi relación con el Padre; el verdadero amor tiene sabor a eternidad y esto es lo que yo te ofrezco”.
2.3. El resultado del amor: la plenitud de la alegría (v.11)
“Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”
El objetivo del evangelio es llenarnos de alegría el corazón.
Siguiendo el hilo del texto, notamos que de repente se cambia el término “amor” por “alegría”. Esto tiene su lógica, porque lo que resulta del amor es el amor mismo o más bien la alegría de amar y ser amado. Jesús lo destaca bien: el fruto que resulta de esa savia de amor es un estado de “alegría”. Donde hay verdadero amor se nota alegría. Profundicemos en esto.
No sólo hay comunión en el querer, sino también en la alegría. Por lo tanto, el “guardar los mandamientos” –forma concreta de la inserción en Cristo- no es algo pesado, insoportable, que hace gris la vida, ¡no! más bien es fuente de alegría, de una inmensa alegría, una alegría que llega a su máxima expresión.
¿Cómo podemos caracterizar esta alegría? Si miramos bien el texto notaremos un triple movimiento que va desarrollando el tema:
• Es la alegría de Jesús: “mi alegría”. De Él parte la alegría.
• Jesús le comparte su alegría a sus discípulos: “para que esté en vosotros”.
• Entonces la alegría del discípulo comienza a crecer: “para que vuestro gozo sea colmado”.
Veamos:
Jesús dice expresamente “mi alegría”. Puesto que la vida de Jesús estuvo siempre fundamentada en el amor del Padre, su vida se caracterizó por la alegría. Jesús estaba, como decimos “bien armadito por dentro”, era un hombre realmente sano, tenía todos los motivos para vivir feliz. ¡Qué maravilla el misterio de la encarnación!
(1) “Mi alegría” es
(1) la alegría de amar y ser amado (“El Padre me amó… que el mundo sepa que amo al Padre”, Juan 15,9 y 14,31);
(2) la alegría de ver brotar lo nuevo de Dios en el mundo (“la mujer cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo”, Juan 16,21);
(3) la alegría de ver respondidas sus oraciones (“Padre yo te doy gracias por haberme escuchado… Pedir y recibiréis para que vuestro gozo sea colmado”; Juan 11,41; 16,24);
(4) la alegría de ir al encuentro del amado Padre por medio de su Pascua (“Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada”, Juan 17,13);
(5) la alegría de ver realizada la obra encomendada (así se expresaba Juan Bautista al culminar su misión; Juan 3,39).
(2) “Mi alegría esté en vosotros”.
Todo lo anterior Jesús se lo comparte a sus discípulos como una manera de “darles su vida”. Pero vale destacar, en el contexto de este pasaje, que Jesús le revela a sus discípulos la alegría que sienten mutuamente el Padre y el Hijo (están encantados el uno del otro) a su discípulos, para que ellos participen también de la alegría divina. La comunión con Dios, finalidad última de nuestra vida, no es sólo comunión de amor sino también comunión de alegría.
(3) “Y vuestra alegría llegue a plenitud”.
El término “plenitud” indica algo “completo”. Esta plenitud hacia la cual Jesús conduce a sus discípulos es (1) la alegría de la salvación, de la realización de la vida gracias a la redención alcanzada en la Cruz; (2) la alegría pascual, que es alegría de “victoria” y alegría de “presencia” de Jesús, después de la oscuridad de su ausencia; es la alegría bien expresada en el “ver” al resucitado en la tarde del día de la resurrección; (3) la alegría de la misión que Jesús continúa en el mundo por medio de sus discípulos.
En este camino de plenitud se coloca quien en Jesús (a) centra su vida, (b) está en el lugar correcto haciendo lo que está llamado a hacer, realizando su vocación, (c) es coherente con sus opciones.
La vida cristiana es una vida de alegría que tiene su raíz en la certeza de ser plenamente amados, mucho más de lo que nos podemos imaginar o esperar, y en el abandono de la vida –por nuestra parte- en los brazos de Dios.
Brota entonces un gran sentido de confianza, de seguridad, de plenitud y fortaleza interior. Es la alegría de Jesús en la nuestra, como lo está su vida en la nuestra, como está su amor en nuestro amor.
Cuando uno mira el panorama, uno descubre con gran satisfacción que, a pesar de todas las circunstancias que vivimos, en el mundo hay personas que han entendido que la mayor alegría de la vida está en causarle alegría a los demás, ellas han descubierto el lugar justo para realizar su vocación de amor y de servicio, haciendo de su vida algo bueno para los demás.
Esta alegría da entusiasmo, genera creatividad y valentía para realizar nuevos proyectos. De repente somos capaces de renuncias que para otros resultan humanamente inexplicables. Porque nos sabemos muy amados por Dios, nos sentimos impulsados a amar mucho más, muchos temores se desvanecen y la vida entonces se llena de sentido en el gastarse por los demás. ¡En todo lo que hacemos, el fuego del entusiasmo arde por dentro!
3. Las expresiones del amor (15,12-17)
12 “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.
13 Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
15a No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo;
15b a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
16a No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros,
16b y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca;
16c de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.
17 Lo que os mando es que os améis los unos a los otros”
Recordemos que mientras la imagen de la vid y los sarmientos (15,1-8) acentúa la necesidad y la calidad de la unión de los discípulos con Jesús, su mandamiento del amor subraya la necesidad y la naturaleza del amor fraterno (vv.12-17).
Por eso, después de colocar los fundamentos del amor (15,9-11), Jesús explica cuáles son sus expresiones, los frutos que brotan de esa savia y que son motivo de la inmensa alegría de los discípulos (vv.12-17). Esta sección sin las anteriores, carecería de apoyo, y la anterior sin esta, se convertiría en un discurso abstracto -uno más entre tantos- sobre el amor.
Como ya señalamos, los versículos 12 a 17 recogen uno de los textos quizás más leídos del evangelio de Juan y, sin duda –como hemos afirmado antes- constituyen el punto de llegada de la propuesta del Evangelio. Se trata de una especie de aterrizaje de las enseñanzas anteriores.
Por lo demás, todo lo que leemos de aquí en adelante es la realización del v.11: ésta es la manera como Jesús le comparte a los discípulos su plenitud.
No es difícil captar el planteamiento y el desarrollo del tema: (1) notemos la repetición del mandamiento del amor al comienzo y al final, formando una especie de “marco” del texto; (2) luego, en el centro, se despliega una lista de características del amor de Jesús y de la tarea de los discípulos en el mundo, consecuencia de ese mismo amor. Resulta lo siguiente:
v.12 Mandamiento del amor
“los unos a los otros” vv.13-16
Características del amor de Jesús
“Yo os he amado…”
– Dando la vida por ellos
– Haciéndolos sus “servidores” y “amigos”
– Revelándoles sus secretos
– Separándolos (don de la elección)
– Destinándolos para la misión
– Dándole un sólido fundamento a su oración
v.17 Mandamiento del amor “los unos a los otros”
El amor de Jesús por sus discípulos es tal, que es capaz de redefinir completamente el modo como comprendemos nuestras relaciones con los demás.
3.1. El mandamiento del amor (vv.12 y 17)
“Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (v.12)
“Lo que os mando es que os améis los unos a los otros” (v.17)
Notemos tres elementos que componen la frase de Jesús:
(1) Jesús comienza con un imperativo: “Ámense”
Para el discípulo el “amor” no es opcional, es un imperativo que define la esencia de su “estar” en Jesús.
¿Por qué lo coloca en el plano de “mandamiento” y no de “recomendación”?
Por esto: porque si bien el amor es en un primer momento un sentimiento (y en esto nos parecemos todos los seres humanos, cristianos o no), es ante todo una decisión.
Uno de los grandes peligros en las relaciones es manejarlas únicamente al nivel del sentimiento, reduciéndolas a una emoción pasajera (de altos y bajos, que puede cambiar con el tiempo) sostenida por la “simpatía”, es lo que llamamos “sentimentalismo”. Como vimos en el v.10, para Jesús el amor es una fuerza moral que se expresa en la obediencia a la voluntad de Dios Padre, consciente de que sólo así, el ser humano puede llegar a su plenitud, a su mejor realización. Por lo tanto, Jesús, está pidiendo un salto cualitativo en la manera de tejer las relaciones: el amor se construye en el plano de la decisión.
(2) Jesús le da una identidad propia, lo llama “mi mandamiento”
Cuando dice “Este es el mandamiento mío”, Jesús está diciendo dos cosas:
• Es él quien lo da: “es mío”,
• Es el criterio distintivo de la vida de Jesús en el discípulo (como bien había afirmado en 13,35: “en esto conocerán todos que sois discípulos míos”).
(3) Jesús mismo es el contenido del amor: “Como yo os he amado”
Hay muchas formas de amar, unas válidas y otras probablemente no (sobre todo cuando hay posesividad).
Para Jesús no hay ambigüedades, el corazón del mandamiento del amor es el “Como yo os he amado”. El comportamiento de Jesús hacia sus discípulos define la “sustancia” del verdadero amor. De ahí que no es un mandamiento genérico sino específico, que se circunscribe al “ser como Él”, esto es, a las decisiones que Él tomó y que caracterizaron su relación con la comunidad de amigos que Él formó a lo largo de su ministerio.
La originalidad del imperativo está entonces en su contenido: “Amar” es encarnar el “Como yo os he amado”. Eso es: “En sus relaciones compórtense como yo”.
¿Cómo fue el amor de Jesús con sus discípulos? Es lo que se responde enseguida en los vv.13-16.
3.2. Las características del amor de Jesús (vv.13-16)
13 Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
15a No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo;
15b a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
16a No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros,
16b y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca;
16c de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.
El contenido de los vv.13-16 es la explanación del “Como yo os he amado”.
Si miramos las grandes acciones de Jesús con relación a los discípulos, descritas en los vv.13-16, notaremos que son ante todo tres:
• Dio su vida por ellos.
• Los hizo sus amigos y no simplemente sus servidores.
• Les confió la misión.
Sin embargo podemos desdoblar la segunda,
En (1) el hecho de llamarlos a su servicio, lo cual no se ha descartado y (2) el convertirlos en sus amigos. Lo mismo sucede con la tercera: (1) los elige, (2) los envía a la misión y (3) les asegura el respaldo firme del Padre en su oración misionera. De ahí que las características distintivas del amor de Jesús por sus discípulos:
(1) Dio su vida por ellos.
(2) Les dio la honra de ser sus servidores
(3) Los llevó hasta la intimidad con Él, revelándoles sus secretos
(4) Los eligió (=separó)
(5) Los destinó para la misión
(6) Les asegura el respaldo firme del Padre en la misión (es la obra de él)
Pero, y esto es lo más bello, no se trata de una ilustración del amor de Jesús por sus discípulos, es mucho más:
Es la presentación de los elementos que constituyen una auténtica comunidad, una que se lleva bien puesto el título de “cristiana”. El imperativo “Ámense de esta manera” le va haciendo el contrapunto a cada uno de los puntos señalados.
En este “construir la comunidad” vemos dos movimientos:
(1) en los vv.13-15, lo que Jesús hace por su comunidad (para que ésta sea tal, el amor fundante que determina la manera de relacionarse al interno de la comunidad) y
(2) en el v.16, lo que la comunidad está llamada a hacer hacia fuera: la comunidad ama al mundo y su misión expande la experiencia de la comunidad en el mundo (“los frutos”), para que todo Él llegue a ser verdadera y duraderamente la familia del Padre. Jesús aparece siempre en el fondo como el “Señor de la Iglesia”.
Podemos leer entonces, la sección de Juan 15,13-16, así:
(1) La comunidad hacia dentro: una comunidad de “amigos” de Jesús (vv.13-15). En ella se destacan tres acciones de Jesús, Señor de la Comunidad: su entrega en la Cruz, el llamado al servicio y la relación de amistad.
(2) La comunidad hacia fuera: una comunidad de “enviados” de Jesús (v.16). En ella se destacan también tres acciones de Jesús, Señor de la Iglesia, que la hacen: comunidad elegida, comunidad enviada, comunidad respaldada.
Veamos:
(1) La comunidad hacia dentro: una comunidad de “amigos” de Jesús (vv.13-15)
13 Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
15a No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo;
15b a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
El amor de Jesús construye una comunidad de “amigos” (nótese la repetición tres veces del término en esta sección). El intercambio de términos, “amor”/”amigo”, no es un juego de palabras sino de un avance en la enseñanza: el “amor” se concreta en relaciones estables, de intercambio vivo, de “amigos”. Además, se dice “amigo”, que es concreto y visible (como acostumbra expresarse el pensamiento hebreo), y no “amistad”, que es una abstracción.
¿De qué manera Jesús hace de los discípulos, sus amigos? En las mismas palabras de Jesús podemos notar:
• Él toma la iniciativa, pero la amistad es “a dos”, por eso espera una respuesta concreta.
• Que los conduce por dos niveles de relación: la del “servidor” y la del “amigo”.
• Que la amistad se concreta en el “querer juntos lo mismo” y para ello pasan por dos etapas: la del “conocer” y la del “hacer”.
Aunque estas tres ideas son transversales en los vv.13-15, se van desarrollando lentamente de uno a otro versículo, en honor a la claridad bien podríamos profundizar en ellas siguiendo el orden de los versículos.
vv.13-14: La disposición para el supremo sacrificio de la vida por el “amado”
“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”
Para encontrar amigos es necesario ser amigos, es decir, para tener un amigo uno tiene que hacerse tal. Esto viene de la sabiduría popular (por ejemplo: Proverbios 18,24). La amistad se cultiva. Esto mismo vemos en el pasaje que estamos leyendo.
Jesús es el primero que se hace amigo: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (v.13)
Si miramos con atención, veremos que el texto no dice que nosotros nos declaramos los amigos de Jesús, sino que es Jesús quien se hace nuestro amigo. No es que nosotros le digamos a Jesús “yo quiero ser tu amigo”, es que Él ya hizo de su parte todo para hacernos sus amigos.
En el v.13, se dice que el fundamento de la amistad con Cristo está en el paso que Él dio primero, lo que él hizo para que fuéramos sus amigos. El enunciado genérico “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”, se vuelve verdadero en la historia de la pasión de Jesús. Como el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas amadas, Jesús entró en su pasión –en el momento de la captura- con un gesto sorprendente: “Dejad marchar a éstos… Así se cumpliría lo que había dicho: ‘De los que me has dado, no he perdido a ninguno” (Juan 18,8-9). Así, entró en la pasión salvando la vida de sus discípulos y sacrificando la suya por ellos.
¿Qué hay detrás de este gesto? Es claro que en Jesús no hay obligación de hacerlo. Detrás del “dar la vida” por el amigo hay dos actitudes que indican una opción por la vida:
• Indica que la vida del amado es tenida como el supremo valor. Todo lo demás se relativiza frente a Él, nada vale tanto como Él.
• Indica también una actitud salvífica, y aquí entramos en el plano teológico: se trata de un “dar la vida” para que el otro “tenga plenamente vida” (Buen Pastor: Juan 10,11.15.17.18).. Es así como Jesús expresa la finalidad de su muerte continuamente en este Evangelio. Se trata de un “promover” la vida del amado, haciéndola “bella” (no hay nada más bello que la conversión, la vida nueva, y nada más feo que el pecado). Por eso desde el comienzo Jesús es presentado como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (1,29; ver también: 19,31-37, el crucificado como fuente de salvación).
Así es como Jesús nos demuestra su amistad, es el primer y fundamental “como yo os he amado”. Este amor es:
• En cuanto a sus dimensiones: Inmenso, intenso y total.
• En cuanto a sus cualidades: Libre, generoso y transformador.
(pensemos bien esto)
Jesús espera que nos hagamos sus amigos: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (v.14)
Cuando decimos “amado” tenemos que reconocer que eso es lo que ante todo somos nosotros, Él nos hizo sus “amados”. Pero viene el paso No.2: comprender, apreciar y responderle a su amor. El amor puede ser acogido o rechazado (no es sino ver las diversas experiencias de amor entre nosotros). Aquí nos acordamos de lo que sucedió después que Jesús dio la vida por sus discípulos, fue entonces cuando a Pedro le preguntó tres veces: “¿Me amas?” (Juan 21,15-17). Para definir mejor la amistad santa que Dios instaura con nosotros en la persona de Jesús, es importante ver esta otra cara de la moneda: la expresión de nuestra reciprocidad.
Ante una persona que como Jesús quiere aproximarse y hace un gesto que invita a la amistad, uno tranquilamente responderle con el látigo de la indiferencia: “¿Y qué me importa?”.
Le podríamos decir a Jesús: “¿De acuerdo, me salvaste la vida, y qué? ¿Tuviste que sufrir tanto para hacerlo? ¡Es cuestión tuya: ahora estoy vivo, de malas tú si lo tuviste que hacer!”. Responder así suena a descaro, ni siquiera un agradecimiento, pero es lo que muchas veces hacemos. ¡Cómo es necesario contemplar la Cruz!
Pero no se trata de responderle diciéndole “Yo también te amo, Jesús”. Si Jesús nos ha amado así, dándonos prueba libremente, generosa e intensamente, como un amigo íntimo, debemos responder a su amor dándole también prueba de ser sus verdaderos amigos llevando a cabo su más profundo deseo.
El deseo de Jesús está claramente expresado: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (v.14).
Y lo que manda es: “Amaos los unos a los otros” (vv.12 y 17).
En otras palabras, a Jesús se le responde formando una comunidad de amigos que saben amarse libre, íntima, generosa y transformadoramente, hasta el punto de ser capaces de dar su vida los unos por los otros (un amor inmenso, intenso y total).
La primera carta de Juan retoma este tema y es todavía más explícito: “En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Juan 3,16).
Dar la vida no es simplemente arriesgarse completamente por otra persona, hay diversas maneras de “dar la vida”, autorrenuncia y autodonación, por los demás. Voy a poner tres ejemplos concretos:
(1) La solidaridad: cuando una persona está pasando necesidad uno puede “dar la vida” compartiendo de lo propio, como bien lo decía Juan: “Si alguno posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿Cómo puede permanecer en él el amor de Dios” (1 Juan 3,17).
(2) El perdón al enemigo: perdonar supone renunciar a un sentimiento al cual probablemente tenemos derecho, supone un dejar de lado el orgullo, para darle vida a una relación, es una forma de “dar la vida”.
(3) El servicio que implican negación de sí mismo: hay algunos servicios que suponen una gran carga de esfuerzo, de superación de los prejuicios, haciendo importantes renuncias como: la disposición del propio tiempo, el descanso, el tener plata, una vida de pareja, etc. Algunos lo viven “de por vida” en una opción vocacional. Es una forma concreta de “dar la vida”.
v.15ª: La honra de estar a su servicio
El supremo sacrificio de su vida no es la única manera como les muestra su amor y amistad por ellos, porque también los escogió para ser sus discípulos y hacerlos sus amigos íntimos (15,15). La amistad con Jesús consiste en una interacción continua de “servicio” (v.15ª) y de “conversación” (v.15b), es lo que los evangelios sinópticos llaman “estar” y “servir” (comunión y misión). El vértice está en el “estar”, del cual se deriva la misión, porque sino nos convertimos en funcionarios de Jesús, ministros que no pasan de ser “empleados” del Señor, y de eso no se trata.
Como se dijo previamente, la frase “Ya no os llamo siervos” no está descartando la relación con Jesús desde el servicio a Él. La fuerza de la frase (en griego) deja entender que los discípulos han vivido este tipo de relación con Jesús y que, aunque se promueve a un segundo nivel, el “servicio” sigue siendo vigente.
El término “siervo” no es negativo cuando se le agrega el “de Dios”.
En la Biblia ser “siervo” de Dios es un título de nobleza porque implica una fidelidad sin reservas y es la manera como se vive seriamente la Alianza y se participa en el plan de salvación. A lo largo de la Biblia vemos cómo los grandes personajes van siendo llamados “siervos de Dios”: Moisés fue “siervo” de Dios (Deuteronomio 34,5); igual Josué (Josué 24,29) y David (Salmo 89,20).
A los profetas les gustaba este título de “siervos” de Dios, porque suponía que Dios los tenía como sus confidentes: “No hace nada el señor Yahvéh sin revelar su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3,7). Pablo estaba orgulloso de ese título (Tito 1,1) y también Santiago (1,1). María es la primera mujer en llevar este título: “He aquí la sierva del Señor”. En fin, ser “siervo de Dios” era un enorme privilegio.
Que Jesús, en un primer momento haya llamado a los discípulos para su servicio era también una prueba de su amistad.
v.15b: Jesús involucra a sus amigos en su proyecto de vida: la revelación de los secretos de familia
“No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”
Al lado de su iniciativa para escogerlos para participar en su misión, Jesús le hace confidencias personales a sus discípulos, revelándoles todos los “secretos de familia” que tiene con el Padre. Su amor por ellos es tan profundo que el puede manifestarles la íntima vida de amor entre él y el Padre y sumergirlos en este inmenso, intenso y divino amor (cfr. 17,26).
El paso del “ser siervo” al “ser amigo”, está dado en el “saber/conocer” el querer del Padre en la persona de Jesús. El discernimiento espiritual del discípulo supone un aprendizaje primero: lo que el Padre quiere de Jesús, o mejor, lo que Jesús comprende que el Padre quiere de Él. Este “querer” es el sentido de toda su vida. De esta manera, Jesús pone a nuestra disposición, como diría Pablo, toda la extraordinaria riqueza de la sabiduría de Dios.
El siervo “no sabe”, el discípulo “sí sabe”. He aquí una clara y gran diferencia.
El esclavo obedece a ciegas, no es consultado, no participa en el diseño de los proyectos de jefe; en cambio el amigo conoce las intenciones de su amigo, porque a él se le permite entrar en la intimidad de su vida. Por eso el amigo obedece porque ha sido involucrado en el proyecto como “socio”, compartiendo plenamente los intereses de su amigo. La segunda es la obediencia cristiana.
¡Qué maravilla la amistad de Jesús! Un amigo conoce y comparte las penas, las preocupaciones, los sueños, le cuenta como van sus cosas a su mejor amigo. Jesús hizo esto con sus discípulos, por ejemplo cuando se emociona porque la sabiduría del evangelio les fue revelada a ellos y no a los sabios y grandes de la tierra (Lucas 10,21-24); o cuando toma aparte a un grupo de sus discípulos para transfigurarse delante de ellos (Marcos 9,2-8), para contarles cómo será la plenitud del Reino (Mc 13,3-4) o para orar llorando en su presencia (Mc 14,32-42).
Todo esto nos da el perfil de la comunidad querida por Jesús.
Amar es abrir el corazón, compartiendo lo que uno es, lo que uno siente, siendo lo que uno verdaderamente es ante el otro. El “amarse los unos a los otros” supone que en la comunidad todos se hacen amigos en el Señor. Cada miembro de la comunidad es como un sarmiento que recibe vida divina de la vid, pero entre ellos no se ignoran sino que se entregan uno a otro el estilo del amor de Jesús: “Como yo os he amado”, esto es, haciéndose amigos.
Esta es también la fuerza interna de un equipo apostólico, y por el tipo de conversaciones que se sostienen en la comunidad se sabe si todavía estamos en el nivel de siervos (=hablamos siempre de trabajo) o en el nivel de amigos (=hablamos de nosotros mismos). Cuando en una comunidad no se habla más que de trabajo, simplemente somos “compañeros”, pero cuando se es capaz de hablar de sí mismo y esto genera una dinámica de aceptación y de apoyo mutuo, entonces somos de verdad “los amigos del Señor”.
(2) La comunidad hacia fuera: una comunidad de “enviados” de Jesús (v.16)
16a No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros,
16b y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca;
16c de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.
El amigo involucra al otro en su vida. Jesús nos involucra tanto en su vida como en su misión. ¿Y todo esto, para qué? La finalidad de todo es (nótese el “para que”) “dar fruto y un fruto que dure”.
Los discípulos, así como Jesús, deben tomar la iniciativa en el amor.
Ellos, como Jesús, deben compartir todo lo que son y tienen, y abrirse los corazones con confianza para generar verdadera comunidad. Ellos, como Jesús, deben vivir y morir por los demás para continuar la obra de Jesús de “darle vida al mundo”.
En otras palabras, la manera de vivir de Jesús –que es el amor- es el fruto que se espera de los amigos de Jesús: auto-trascendencia que se viven en la auto-negación y en la auto-donación.
El ser capaces de dar “amor”, generando comunidades amigas, es el test del ser discípulo y apóstol del Señor, como el test de la vid y sus sarmientos, está en su capacidad de producir jugosos racimos de uva.
Cuando la comunidad está bien cimentada en amor y en el proyecto de Jesús, ella tiene fuerza misionera y transforma el mundo. Esto lo vemos en las tres ideas fuertes que enuncia Jesús, según las cuales la Iglesia es:
• Comunidad elegida (v.16ª).
• Una comunidad enviada (v.16b).
• Comunidad respaldada (v.16c).
v.16ª: La toma de conciencia del ser “elegidos”
“No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros”
En la lectura del texto hemos visto cómo se ha venido subrayando la iniciativa de Jesús (que pide siempre ser adecuadamente correspondido). Ahora vemos que la iniciativa vocacional de Jesús, que estaba implícita en los versículos anteriores, sale a flote y se caracteriza mejor.
En la frase “no me habéis vosotros elegido” hay una primera y gran implicación para la vida comunitaria”. Puesto que no han sido los sarmientos los que han elegido la vid, sino la vid a los sarmientos, de consecuencia los sarmientos tampoco se han elegido entre sí. De aquí se deriva:
• Que la Iglesia se construye en la acogida de todos los que han sido “escogidos” por el Señor. No somos personas que se han hecho amigas por elección mutua (el gran peligro de los “guetos” en la vida comunitaria).
• Que la esencia de la vida de la Iglesia es compartir la vida que el Señor nos da en las celebraciones compartidas, en la Biblia leída en comunidad, etc.
• Que la Iglesia se construye en el aprender a compartir el mismo proyecto del Señor, un proyecto que en cada etapa de la historia se va reformulando (actualizándolo) con el aporte de todos.
Pero Jesús utiliza aquí un término técnico que no se puede descuidar: “elección”.
Dios “eligió” a Israel. Cuando leemos Deuteronomio 7,7-8 entendemos que la iniciativa de Dios con Israel correspondía a la motivación del amor: “No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha enamorado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos: sino por el amor que os tiene”. Pero esta “elección” de Israel no era un privilegio sino una misión.
Dios en su pedagogía, comenzó con un pueblo que debía ser la semilla de un mundo nuevo, la cual irradiaría el proyecto de Dios en el mundo, porque en esa semilla Dios estaba escogiendo al mundo entero. La elección, entonces, no era para beneficio propio de Israel sino que era una misión para ser su testigo entre los demás pueblos (ver Isaías 2,2s; 43,9-12; 55,4s; Salmo 87).
Cuando Jesús “elige” a sus discípulos tiene en mente esto: es la comunidad modelo, realización plena del proyecto “Pueblo de Dios”, comienzo de la gran comunidad que debe ser la Iglesia y en la Iglesia el mundo entero (ver en Jn 10,16, el culmen de la obra del Pastor; en Jn 11,52, que la muerte de Jesús era “para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos”; y en Jn 21,15-17, tarea pastoral de Pedro).
De aquí que la toma de conciencia de la “elección” es el punto de partida de la misión: “Fuí yo mismo quien os elegí”.
v.16b: Tomar en serio el ser “enviados”
“…y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca”
¿Cómo envía Jesús a estos discípulos llamados a ser “servidores”, los cuales conocen a fondo –como “amigos”- el proyecto del Padre para el mundo en su Hijo Jesús y han sido “elegidos” para la misión de formar el Pueblo de Dios?
Jesús envía a los “elegidos”, a la comunidad “modelo” de comunión con Dios en el mundo, con tres mandatos:
• “os he destinado”
• “para que os pongáis en camino”
• “para que deis fruto”
El término “destinado”, en griego connota “estratégicamente puesto”. También se puede entender como “constituido”, en el sentido de “oficialmente enviado” (como una investidura para un cargo). Jesús no dice expresamente dónde deben ir los misioneros (como en Mateo 28,19: “a las naciones”, o sea, los paganos; o como Hechos 1,8, donde se dicta la geografía de la misión). En el evangelio de Juan se deja entender algo curioso: “en los lugares estratégicos”. ¿Cómo entenderlo hoy? Si analizamos bien, veremos que cada lugar es estratégico para que construyamos comunidades de “amigos del Señor”. Es como si el Señor nos dijera: “Doquiera que tú estés, yo te he puesto allí, ¡evangeliza!”.
Luego Jesús dice “para que vayáis”, pero el término griego aquí también es más sugerente: “para que os pongáis en camino”.
Esto implica un continuo “salir de sí misma” por parte de la comunidad, no puede permanecer encerrada, debe ir al encuentro del mundo. Esto es importante en la dinámica de vida de la comunidad.
Termina diciendo “para que deis fruto”. La frase le agrega a la anterior el contenido de la misión. El término griego “fero” (= “sacar afuera”) implica todo el proceso del árbol que germina y vive todo el proceso que lo lleva hasta el momento máximo que se expresa en los frutos. Es decir, que la misión tiene dos implicaciones: (1) la comunidad comparte lo que ha recibido del Señor (su Palabra, la experiencia de vida ya descrita, etc.) y (2) la comunidad misionera acompaña el proceso de formación de la nueva comunidad: desde la inserción en Cristo hasta que también ella se convierta en portadora de “frutos”.
v.16c: La certeza de estar respaldados por el Padre “…de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda”
Toda la obra de Cristo y de la Iglesia es del Padre, él es el agricultor del mundo nuevo (Juan 15,1-2), hacia la gloria de él apunta toda la obra (15,8), él es quien ha diseñado el plan de salvación realizado por el HIjo (15,15), él es quien respalda la misión de los discípulos que están continuando en el mundo la obra de Jesús.
La oración a la que en este texto se hace referencia es la oración misionera: “Todo lo que pidan” no es todo lo que se nos ocurra sino todo que está en función de la realización de la obra de Jesús en el mundo (“en lo referente a la misión de Jesús” y “en el estar viviendo a Jesús” = “en mi nombre”) para que “fructifique”.
Esto supone que:
• Los discípulos-misioneros contemplan permanentemente al Padre, porque están conscientes de que están formando “su familia en el mundo” (viven en su Hijo), el “pueblo de Dios”.
• Estos discípulos-misioneros realizan la misión presentándole continuamente al Padre las necesidades del mundo: sus sufrimientos, sus anhelos, sus situaciones.
• Los discípulos-misioneros saben que la última instancia en todo lo que hacen está la mano trabajadora-creadora del Padre.
Y, como dijimos, cuando hacíamos la “Lectio” de Juan 15,7, la oración del discípulo-misionero implica que tiene ante sus ojos el proyecto del Padre (“Todo lo que he oído a mi Padre os le he dado a conocer”), es decir, sabe qué es lo que quiere el Padre, y por eso sabe pedir.
El discípulo-misionero está en el mundo “sacando fuera” frutos de la vida del Resucitado que habita el mundo, en este proceso él le pide al Padre por la necesidades –las realidades que necesitan de la mano del viñador- del pueblo para el plan salvífico-amoroso de Dios comience a actuar en sus vidas también.
Todo lo que comenzó con el amor del Padre –“Como el Padre me amó”- culmina con la respuesta de los discípulos que viviendo en Jesús siguen abiertos a ese amor en ellos y lo imploran para el mundo entero.
4. En conclusión: Vivamos el mundo espiritual de Jesús
Retengamos algunas ideas fuertes que han venido apareciendo en nuestra lectura de Juan 15,9-17:
• Juan no narra la institución de la Eucaristía, misterio de la nueva alianza, que ya era conocida por los relatos de los evangelios sinópticos, pero se detiene ampliamente en presentarnos el mandamiento nuevo del amor fraterno, sobre el telón de fondo del ejemplo y la autoridad de Jesús que lava los pies a sus discípulos y está dispuesto a dar la vida por sus amigos. El texto de hoy es el corazón del “testamento de Jesús”.
• Hay un amor primero que fundamenta nuestra capacidad de amar. El amor cristiano no es heroísmo personal sino transfiguración del amor de Cristo, un amor que tiene características propias.
• El amor pide responsabilidad, esto es, obediencia. La obediencia debe llegar a ser conformidad interna: el discípulo debe estar unido a Jesús como el sarmiento lo está a la vid. Debe permanecer en Jesús, o sea, vivir en el mundo espiritual de Jesús, hacer suyas las motivaciones y las raíces profundas de su amor. Por eso debe permanecer junto a Jesús en el Padre, en el amor que une al Padre y al Hijo, siempre a la escucha a de Jesús, para realizar el proyecto de Dios para el mundo.
Esta permanencia en el amor se hace comunitaria y misionera.
•La permanencia de todos los creyentes en el misterio único del amor de Dios revelado por Jesús, se convierte en el fundamento de una comunión profundísima de los creyentes entre sí. Esa comunión se manifiesta en una vida comunitaria, cuyo signo distintivo es la búsqueda de la unidad (acogida de la diversidad, compartir la vida y construcción comunitaria de proyecto).
• El amor pide compromisos concretos. Sólo es creíble el amor que puede verificarse por sus frutos, esto es, que puede palparse con las manos. El amor gratuito y auténtico recibido de Jesús lo traducimos en acciones de compromiso con todo hombre en el mundo, aún a costa de nosotros mismos.
• El amor del Padre y de Jesús tiene una expresión eclesial: estamos llamados a ser el “nosotros” del mundo reconciliado, que tiene como ley suprema la Caridad. La Iglesia es comunión de amor y espacio de la amistad perfecta. De este principio dimana la verdadera vida de cada persona.
En fin, esta es la relación con Dios que estamos invitados vivir, desarrollando todas las potencialidades de la amistad con Jesús que hemos venido considerando una a una en la “Lectio” de Juan 15,9-17. Acojamos con gozo a Jesús que nos dice: “¡Seamos amigos!”.
5. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia
“¿Podría una mujer fea… quedar bella sin amar a un hombre bello?… Y, del mismo modo, ¿podría quedar bello un hombre por amar a una mujer bonita? La ama, pero cuando se ve en el espejo, se avergüenza de mirar de frente a una bella mujer que ama. ¿Qué hará para ser bello? ¿Acaso esperará que le venga todavía la belleza?
Pero, al contrario, en cuanto espera vendrá la vejez que lo hará aún más feo. No hay nada que hacer, y el único consejo que se le puede dar es que se aparte y, no estando a la altura, desista de amar a una mujer que le es superior…
Nuestra alma, hermanos, es fea por culpa del pecado, pero se embellece amando a Dios. Dios siempre es belleza, nunca se encuentra en Él deformidad o cambio.
Nos amó en primer lugar, ¡Él siempre bello! Y nos amó cuando éramos feos y deformes. No nos amó para dejarnos feos como éramos, sino para cambiarnos y hacernos bellos, de lo feos que éramos.
¿De qué modo seremos bellos? Amándolo a Él, que es siempre bello.
Cuanto más crece en ti el amor, tanto más crece la belleza. La caridad es, precisamente, la belleza del alma”. (San Agustín, Sobre el Evangelio de Juan, 9,9).
6. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
Para que ejercitemos una hora juánica les propongo el siguiente ejercicio de oración:
6.1.1. Releamos el texto e interroguémoslo:
6.1.2. ¿Cuál es el orden ideas del texto: cuál el tema principal y cuáles sus desarrollos?
6.1.3. ¿Qué es “amar” según el texto?
6.1.4. ¿Cuáles son los círculos concéntricos del amor y qué significa eso?
6.1.5. ¿Cuáles son las características de la manera como Jesús se hace nuestro “amigo”?
6.1.6. ¿Qué características debe tener la vida comunitaria según Jesús?
6.1.7. Releamos con la “luz” de la Palabra las honduras de nuestra propia vida, de la luz de la “verdad” entrar:
6.1.8. ¿Cómo describiría la realidad del amor hoy?
A nivel de la vida de la familia (relación conyugal, relación padres-hijos y entre hermanos).
En cuanto a las amistades.
A nivel de las comunidades (parroquiales, pequeñas comunidades, grupos, movimientos, etc.).
6.1.9. ¿Cómo desearía vivir el llamado al “amor” en estos espacios? ¿Qué significa “permanecer en el amor?
6.1.10. ¿Si amar es escoger y no simplemente “sentir”, a quién tengo es escoger (o quienes) en estos momentos de mi vida?
6.1.11. ¿Quién es Dios para mí? ¿Mi relación con Dios es una relación de amistad? ¿Cómo cultivo su amistad?
6.1.12. ¿Mi vida es una contemplación continua de la Cruz donde soy amado, un dejarme escoger por el Señor para dar sus frutos, un escuchar amorosamente sus “secretos” en la lectura de la Biblia y responderle con opciones vitales libres y valientes?
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM
Lo más leído: Las 20 oraciones destacadas en www.oblatos.com
3. 15 minutos en compañía de Jesús sacramentado
4. Oración de una mujer por la salud de su esposo
7. Oración para antes de leer la biblia
8. Oración para antes de un viaje
9. Oración por los padres difuntos
11. Nueve domingos al divino niño Jesús
16. Oración antes de la confesión
18. Oración para antes de tomar una decisión
19. Ave María en varios idiomas
20. Coronilla de la divina misericordia