Jesús Camino, Verdad y Vida:
Cómo alcanzar la más profunda aspiración humana
Juan 14, 1-12
Introducción
El quinto (hoy) y el sexto domingo de esta cincuentena pascual nos trasladan hasta el cenáculo, donde –en una amplia conversación– Jesús se despide de sus discípulos y les deja su testamento (ver el discurso de despedida completo en Juan 14-16).
Una pregunta de fondo nos da la clave para entrar en los pasajes escogidos: ¿Qué implicaciones tiene la resurrección de Jesús para el presente y el futuro de su comunidad de discípulos?
1. El texto en su contexto
Un doloroso anuncio: “Me voy”
Después de lavarles los pies a sus discípulos (ver Juan 13,2-20) y cuando el traidor ya ha salido del cenáculo para ejecutar su macabro plan, Jesús le anunció a sus discípulos que se iría, que su comunión de vida terrena con ellos llegaba a su fin: “Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros…” (13,33).
La convivencia con Jesús, después de haber sido llamados a compartir su casa (“Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día”; 1,39), fue un bello tiempo marcado por una amistad sabrosa. Pero éste ahora se interrumpe y termina bruscamente con la muerte de Jesús.
La nostalgia surge entonces como un sentimiento cruel que aprieta la garganta. ¿Eso significaría entonces que el discipulado, el seguimiento estrecho del maestro, la amistad sabrosa con él, no fue más que algo pasajero que queda para el recuerdo una vez que la muerte se interponga en medio del amor y separe para siempre a los que se han amado intensamente?
¿Habrá que consolarse con los recuerdos de este tiempo? ¿La muerte es también el fin de la relación?
“Señor, ¿a dónde vas?”
Pedro no soporta la idea de la separación: “Señor, ¿a dónde vas?”. Y Jesús le responde: “Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde” (13,36). Entonces le anuncia las negaciones (ver 13,38).
La ruta por la cual Jesús “va” será la que Pedro y todos los discípulos tendrán que recorrer mediante el “seguimiento” (“Me seguirás más tarde”; 13,36c). Pero antes de hacerlo, el discípulo debe tener una visión clara y completa de la geografía espiritual que conduce hasta la meta de ese camino. Por eso a la hora de la despedida, en medio las lágrimas, tratando de aprovechar con intensidad los últimos instantes que les quedan juntos, la palabras de la despedida se van convirtiendo poco a poco en palabras de consolación.
En pocas palabras, Jesús le explica a sus amigos que no se separa de ellos para siempre sino que su separación marca un giro importante en la vida del discipulado, no propiamente el fin, digo un giro importante y decisivo en la manera de seguir a Jesús, un giro importante que tiene como finalidad la creación de lazos de amor todavía más fuertes, profundos e indestructibles que los anteriores.
2. Características del texto
2.1. El texto de Juan 14,1-12
Dijo Jesús:
1 “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí.
2 En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar.
3 Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros.
4 Y adonde yo voy sabéis el camino”.
5 Le dice Tomás: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿Cómo podemos saber el camino?”.
6 Le dice Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.
7 Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto”.
8 Le dice Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.
9 Le dice Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’?
10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.
11 Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras.
12 En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”.
2.2. Núcleo: los discípulos aprenden un nuevo horizonte para sus vidas
La enseñanza de Jesús comienza con una invitación a confiar en Él: “No se turbe vuestro corazón” (14,1ª). Cuando los sentimientos se agitan por el vacío de una ausencia, Jesús ofrece la fortaleza de la fe: “Creéis en Dios; creed también en mí” (14,1b).
En la primera parte de la enseñanza, notamos que la referencia a Dios Padre lo enmarca todo:
– Al principio dice: “En la casa de mi Padre…” (14,2).
– Al final dice: “Yo voy al Padre” (14,12).
La estrecha relación entre el Padre y el Hijo se ve más claramente en el tiempo pascual:
– Jesús va al Padre: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (20,17).
– De quien proviene: “Sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (13,3).
– Y con quien vive desde la eternidad en una gran comunión: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba en el principio con Dios” (1,1).
Vale la pena observar a lo largo del pasaje que leemos hoy cómo se va presentando la relación entre el Padre y el Hijo. Este es el horizonte sobre el cual Jesús propone la relación con sus discípulos.
2.3. Una enseñanza ordenada
El texto tiene cuatro partes:
(1) Jn 14,1-4: Jesús exhorta a la confianza y enseña cuál es el futuro de la relación con Él.
(2) Jn 14,5-7: Jesús les hace una gran revelación (con un solemne “Yo soy”).
(3) Jn 14,8-11: Jesús señala su profunda unidad con el Padre.
(4) Jn 14,12: Jesús saca una consecuencia para el discipulado: “hacer sus obras” (Es el comienzo de una nueva sección de la enseñanza).
El pasaje se desarrolla siguiendo la dinámica de un diálogo: (1) En la primera parte Jesús tiene en vista las palabras anteriores de Pedro (13,36: “Señor, ¿a dónde vas?”); (2) en la segunda responde a la pregunta de Tomás (14,5: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿Cómo podemos saber el camino?”); (3) finalmente responde a la solicitud de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (14,8).
3. Profundización
3.1. Un vínculo más fuerte con Jesús (14,1-4)
En esta primera parte Jesús exhorta a la confianza y enseña cuál es el futuro de la relación con Él:
“1 No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí.
2 En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar.
3 Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros.
4 Y a donde yo voy sabéis el camino”.
Como anotamos arriba, a la hora de la despedida, Jesús le explica a sus discípulos que no se separa de ellos para siempre, sino que su partida sirve para establecer un vínculo aún más fuerte.
(1) La fe que vence el temor (14,1)
Jesús comienza con palabras fuertes: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí” (14,1).
El término “turbación” es elocuente. Para entenderlo remitámonos al pasaje de la muerte y resurrección de Lázaro, donde dice que delante de la tumba de su amigo querido Jesús “se conmovió interiormente, se turbó” (11,33) y enseguida se puso a llorar (11,35).
Esta turbación es la sensación previa a las lágrimas, es una conmoción profunda, por eso dice “del corazón”. Es la sensación de que a uno como que le quitan el piso, no tiene apoyo, como que se pierden los horizontes, todo se vuelve oscuro. Es una sensación desagradable; por eso tememos tanto la partida de los seres que amamos.
Un místico lo expresaba de una manera bellísima con relación a Dios: “Que yo sin ti me quedo, que tú sin mí te vas”. Es decir: seguir viviendo sin el amado es como morir.
Frente a ese sentirse sin apoyo Jesús les ofrece un piso de confianza: “Creéis en Dios, creed también en mí” (14,1b). Jesús señala la actitud fundamental con la cual los discípulos deben afrontar la situación de la separación: la confianza.
Esta exhortación vale no sólo para los discípulos, sino también para todos aquellos que creerán después en Él.
Estos últimos se encuentran en la misma situación de aquellos discípulos, para los cuales no sólo Dios sino también Jesús mismo ahora hace invisible para los ojos mortales.
Ante este hecho, los discípulos no deben dejarse impresionar, perder la compostura, para andar preocupados o inquietos. Justo ahora deben tener su más sólido fundamento y su inquebrantable apoyo en Dios y en Jesús. Sólo en la fe serán capaces de enfrentar esta situación. Jesús habló varias veces del “creer” como respuesta a sus signos y como camino de acceso a la vida eterna. Ahora que ellos no lo verán más, el “creer” de los discípulos es aún más necesario.
Pero así como uno cree en Dios a quien no ve, Dios es invisible, así también hay que creer en Él en cuanto Señor resucitado. De la misma manera que se cree en Él Dios invisible hay que creer en el Resucitado.
Jesús y el Padre están al mismo nivel. A Dios y a Jesús se les debe el mismo tributo de fe, porque el Padre se deja conocer a través del Hijo y obra en comunión inseparable con el Hijo por medio de Él (14,10-11). Sin ver, los discípulos deberán apoyarse con una confianza ilimitada en el Padre y en el Hijo, construyendo todo sobre ellos.
(2) El nuevo y definitivo espacio de relación en la casa del Padre (14,2)
El hecho de que Jesús se vaya no constituye una separación definitiva, sino que sirve para su unión eterna: “Voy a prepararos un lugar” (14,2b).
La referencia a “muchas mansiones” en la casa del Padre, expresa ante todo la idea de una morada permanente. La metáfora no describe a Jesús arreglando un cuarto sino construyendo una casa: así como los que se aman, construyen casa para vivir juntos.
En la frase hay dos pistas importantes:
– Para Jesús la muerte es un retorno a la casa del Padre (13,1). Exaltado y glorificado, él estará para siempre en la comunión perfecta con el Padre.
– Jesús había explicado su muerte y su resurrección desde el comienzo del Evangelio en la expulsión de los vendedores del templo diciendo que destruiría el templo destruido por hombres y lo reconstruiría en tres días, anota el evangelista: “Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo” (2,21). Jesús resucitado es la nueva construcción.
Es así como la Pascua es la construcción de la “morada”. Exaltado y glorificado, Jesús estará siempre en la perfecta comunión con el Padre. En ésta “morada” serán acogidos los discípulos de Jesús. Los discípulos tienen su patria definitiva no sobre esta tierra sino en Dios (el cielo).
(3) Una comunión perenne: el don más precioso de Jesús (14,4)
Jesús no se va para abandonar a sus discípulos sino para prepararles un puesto junto al Padre. Viene entonces para tomarlos consigo y estar en unión eterna con ellos: “Volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros” (14,3).
Es importante que los discípulos no se fijen solamente en el hecho de que Jesús muera de tal muerte y que ya no esté con ellos. Ellos deben ver con fe el fin, o sea, que todo aquello que Jesús ya llevó a cabo está orientado a su comunión perenne con Él y con el Padre.
(4) Para ello hay que ponerse en camino (14,4)
Pero este don de Jesús, no puede llevar al discípulo al pasivismo: de la participación y el compromiso. Y eso es lo que Jesús quiere decir con la imagen del “camino”: “A donde yo voy sabéis el camino” (14,4).
Hay que ponerse en movimiento por el “camino” indicado por Él mismo en sus palabras, sus obras y todo lo que aprendieron en la convivencia amiga con él.
Pero viene enseguida una gran revelación.
3.2. Una gran revelación: el camino es el mismo Jesús (14,5-7)
En esta segunda parte Jesús les hace una gran revelación a sus discípulos:
5 Le dice Tomás: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿Cómo podemos saber el camino?”.
6 Le dice Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.
7 Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto”.
Como se acaba de anotar, lo dicho en la primera parte acerca del don de la Pascua, podría dar la impresión de que los discípulos permanezcan pasivos y que sean simplemente conducidos por Jesús al Padre.
La enseñanza ahora es que los discípulos no pueden permanecer inactivos sino que deben también moverse por sí mismos. Por eso Jesús los instruye sobre el camino para llegar al Padre: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (14,6).
(1) Los matices de esta revelación (14,6ª)
“Camino”
El camino es el mismo Jesús. Ya en la parábola del Buen Pastor, él había dicho: “Yo soy la puerta: si uno entra por mí, estará salvo” (10,9). Nosotros hombres no podemos salvarnos por nosotros mismos, esta posibilidad es inaccesible para nosotros. Hay un único acceso a la salvación: Jesús en persona. La salvación consiste en la unión con Dios gracias al acceso que Jesús nos da a esta comunión. Como es la única puerta, así Jesús es también el único “Camino” hacia el Padre, en cuanto es la “Verdad” y la “Vida”.
“Yo Soy”
Esta es la sexta vez en este Evangelio que Jesús se presenta con un solemne “Yo Soy”. Como cada vez que se define con la expresión “Yo soy”, también aquí Jesús nos demuestra que en su persona está presente Dios (Yahvé) como dador de salvación para nosotros.
El gran don que Dios nos hace y nos es manifestado por Jesús es el hecho de poder acceder a Él. Dios está escondido para nosotros e inaccesible (“A Dios nadie lo ha visto jamás”; 1,18ª), pero no excluye la posibilidad de que lleguemos a Él (“Pero el Unigénito, que estaba en el seno del Padre, Él nos lo ha contado”; 1,18b).
En Jesús, Dios mismo está presente ante nosotros en su verdadera realidad.
“Verdad”
“Él es la Verdad” significa que sólo por medio de Él se puede conocer el misterio de Dios. Sólo por medio de Jesús, en su realidad de Hijo, se revela que Dios es realmente Padre y vive desde siempre en una afectuosa comunión y a la par con este Hijo (1,1.18). Jesús es la perfecta revelación del Padre.
“Vida”
“Él es la Vida” significa que tenemos la unión con Dios Padre, y por tanto la verdadera vida eterna, sólo a través de la unión con Jesús. Él es la fuente de vida: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10; ver también 1,4-5; 5,26; 6,35.57; 8,12; 11,25; 17,2-3).
(2) La contundencia de esta revelación: todo pasa por Jesús (14,6b)
Es claro que Dios es inaccesible a nosotros en su verdadera realidad de Padre. También es claro que con nuestras fuerzas no podemos llegar por ningún camino hacia Él. Sólo Jesús es el “camino”.
Entonces, por medio de Jesús alcanzamos la revelación completa sobre nuestro origen y nuestro destino (que tiene el rostro de un “Padre” generador de vida y plenitud de la misma); y no sólo lo sabemos sino que lo logramos: en Él está la “Vida”. Sólo por medio de Jesús se nos concede el conocimiento y la vida del Padre: “Nadie va al Padre sino por mí”.
En cuanto sólo Jesús es el Hijo unigénito que está a la par con Dios, sólo Él es la puerta de acceso al Padre. Todos los otros caminos no llevan al Padre. Jesús es el único camino que conduce a la meta. Nosotros no podemos llegar al Padre con ninguna otra guía. Sólo por medio de Jesús obtenemos el conocimiento de Dios y la unión con Él en su verdadera realidad de Padre.
3.3. La maravillosa comunión entre el Padre y el Hijo (14,8-11)
En la tercera parte, que ahora abordamos, Jesús señala su profunda unidad con el Padre:
8 Le dice Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.
9 Le dice Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’?
10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.
11 Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras.
En su respuesta a Felipe, Jesús aclara de qué modo Él es el camino que conduce al Padre. Felipe le pide: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (14,8).
Felipe parece estar pensando en una teofanía, en una visión directa de Dios, en una experiencia extraordinaria. Jesús no es “camino” en cuanto transmite fenómenos y experiencias excepcionales de este tipo. Lo es del modo que aquí experimentan los discípulos: con sus palabras y con sus obras, con la vida común entre sí. Lo es en cuanto Verbo de Dios hecho carne, con su aspecto humano lleno de discreción.
La única posibilidad de abordar y recorrer esta vía es la fe.
Para quienes tienen fe les dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (14,9). Quien reconoce por la fe a Jesús como Hijo, logra enseguida por la fe al Padre. Sólo para quien cree en él, Jesús es el camino, continuará siéndolo aún cuando no esté visiblemente entre los suyos.
La relación con Jesús no es como la que se tiene con un amigo más, sino que va más allá: al conocimiento pleno del misterio de Dios y cuyo fondo es su rostro paterno, y también a la relación misma con este Dios descubierto en su tremenda cercanía de Padre, una relación, una unión en la cual se genera una vida eterna.
Aquel Padre, del que Tomás desea conocer con todo su ser, es lo máximo de la felicidad, de la protección, de la ternura. Por eso dice: “nos basta”.
4. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia
“Si lo amas, síguelo. Me responderás: ‘Yo lo amo, ¿pero por dónde lo seguiré?’. Si el Señor tu Dios te dijera: ‘Yo soy la Verdad y la Vida’, tu deseo de verdad y vida te llevaría ciertamente a buscar el camino para llegar allá, y pensarías: ‘¡Gran cosa es la verdad, gran cosa es la vida! ¡Oh, si fuese posible que mi alma encontrara el camino para llegar allá!’.
¿Quieres conocer el camino? Escucha lo que el Señor dice en primer lugar: ‘Yo soy el Camino’. ¿Camino para dónde? ‘La verdad y la vida’. Dijo primero por dónde debes ir, y enseguida indicó para dónde debes ir. ‘Yo soy el Camino, Yo soy la Verdad, Yo soy la vida’. Permaneciendo junto al Padre es Verdad y Vida. Revistiéndose de nuestra carne, se hizo Camino.
No se te ha dicho: ‘Esfuérzate por encontrar el camino, para que puedas llegar a la verdad y a la vida’. No es eso, ciertamente. Levántate, perezoso. El mismo Camino vino a tu encuentro y te despertó del sueño en que dormías –si es que llegó a despertarte-. ¡Levántate y camina!”.
(San Agustín, Sobre el Evangelio de Juan, 34,9)
5. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
5.1. ¿Cuáles eran los sentimientos de los discípulos de Jesús en el Cenáculo cuando el Maestro anunció su partida? ¿Cómo afrontó los duelos, la muerte de los seres amados? ¿Qué enseña Jesús a propósito de su muerte?
5.2. ¿Cuál es el don que los discípulos reciben a partir de la muerte y resurrección de Jesús? ¿Qué quiere decir la imagen de la “casa”?
5.3. ¿Qué debe hacer un discípulo ante el don pascual de Jesús?
5.4. ¿Cómo entender la frase: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida?
5.5. ¿A qué se refiere Jesús cuando dice: “El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”?
P. Fidel Oñoro,cjm
Centro Bíblico del CELAM