Trigésimo tercero del Tiempo Ordinario
Lucas 21, 5-19
CUANDO LOS TIEMPOS SE PONEN DIFÍCILES
Discernimiento, Fe y Testimonio perseverante
“Así tendrán oportunidad de dar testimonio de mí”
El ministerio de Jesús en Jerusalén, del cual vimos un apartado el domingo pasado, culmina con el llamado “discurso escatológico”, es decir, la enseñanza sobre el fin.
Nos ubicamos de nuevo en el Templo de Jerusalén. Lucas tiene una novedad: a diferencia del evangelio de Marcos, donde Jesús y los discípulos aparecen fuera del Templo (van bajando por el Monte de los Olivos y desde allí contemplan el Templo; ver Mc 13,3), según Lucas los oyentes se encuentran dentro y el tema de conversación es su decoración interna. Esta ambientación le da mayor solemnidad al pasaje: ante Jesús está un amplio auditorio que incluye a los discípulos y a la multitud.
De todo el discurso que allí Jesús pronuncia hoy leemos la primera sección. Situémonos en él. Leamos despacio y atentamente el pasaje de Lucas 21,5-19:
“21,5 Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo:
6 ‘Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida’.
7 Le preguntaron: ‘Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?’.
8 El dijo: ‘Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: Yo soy y el tiempo está cerca. No les sigáis.
9 Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato’
10 Entonces, les dijo: ‘Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
11 Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales en el cielo.
12 Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre;
13 esto os sucederá para que deis testimonio.
14 Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa,
15 porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios.
16 Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros
17 y seréis odiados de todos por causa de mi nombre.
18 Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza.
19 Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’.
En este pasaje distinguimos tres partes:
(1) El anuncio de la destrucción del Templo (21,5-6)
(2) No dejarse confundir sobre la llegada del fin (21,7-11)
(3) El tiempo de persecución como oportunidad de testimonio (21,12-19)
El discurso de Jesús parece a primera vista oscuro y quizás algo negativo. Pero si miramos bien, notaremos cómo poco a poco va colocando palabras positivas, como si fueran luces discretas en medio de la oscuridad, y esto es lo que en última instancia importa. Notemos esta constante: caminando a través de las crisis maduramos para la plena vida.
1. El anuncio de la destrucción del Templo (21,5-6)
“Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo: ‘Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida’”.
Un comentario sobre el esplendor del Templo conduce al anuncio, por parte de Jesús, de que éste será completamente destruido en días futuros.
1.1. Los elogios de la belleza del Templo de Jerusalén (21,5)
“Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas…” (21,5)
En principio es una cuestión de apreciación artística. La estética de los arquitectos y el buen gusto de los peregrinos que han dejado allí sus ofrendas votivas es motivo de admiración de residentes y visitantes.
La magnificencia del Templo obedece al gusto su último reconstructor: el rey Herodes el Grande (40-4 aC). Herodes, de origen idumeo (un pueblo de comerciantes al sur de Palestina), quiso ganarse el favor de sus súbditos promoviendo esta construcción de dimensiones casi colosales. Se hizo en el mismo lugar donde el rey Salomón había construido el primer Templo y donde después del retorno del exilio se había hecho la primera reconstrucción por parte del movimiento de Esdras y Nehemías. El rey de las grandes edificaciones militares, de magníficos palacios y reconstructor de una ciudad entera (Cesarea Marítima), hizo una gran inversión en este Templo.
En los días del ministerio de Jesús la construcción estaba bastante avanzada, si bien no terminada completamente. Los peregrinos no podían sino quedar boquiabiertos ante semejante edificación, la cual tenía lo mejor en materiales y decoración.
1.2. La profecía de Jesús
“El dijo: ‘Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida’” (21,6)
Jesús le hace una réplica a los comentarios de la gente, anuncia un cambio de situación: “días vendrán” (el mismo lenguaje utilizado en 5,35 y 17,22 para señalar cambios radicales). Lo que la gente ahora “contempla” será destruido: los muros se vendrán al piso, “una piedra no quedará encima de otra”. En 19,44, precisamente antes de entrar en la ciudad santa y de cara a ella, encontramos una profecía similar por parte de Jesús.
El mensaje de Jesús es que no hay que sentirse absolutamente seguro con el hecho de tener Templo (generalmente se espera que los bellos y grandes edificios duren mucho tiempo) porque un día será destruido.
Ahora bien, hay un matiz en la frase que es digno de ser notado: el “llegarán días” se refiere a que el panorama del Templo destruido durará largo tiempo. Esto es importante para entender que el “fin” del que se va a hablar enseguida no es el día de la destrucción del Templo sino en ése período.
2. Primera parte de la enseñanza: no dejarse confundir sobre la llegada del fin (21,7-11)
“Le preguntaron: ‘Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?’. El dijo: ‘Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: Yo soy y el tiempo está cerca. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato’. Entonces les dijo: ‘Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales en el cielo.
Puesto que en la mentalidad judía de estos tiempos se pensaba que el fin del Templo sería uno de los signos del fin de los tiempos, la pregunta sobre la llegada del fin de la historia pasa ahora a ocupar el centro de atención:
(1) La gente plantea dos preguntas a Jesús (21,7) y
(2) Jesús responde (21,8-11).
2.1. Las preguntas (21,7)
“Le preguntaron: ‘Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?’” (21,7)
Jesús es interpelado en calidad de “Maestro”. A él se le plantea la doble pregunta: (1) cuándo sucederá y (2) qué signo inequívoco dará el pronóstico.
En la pregunta llama la atención el plural: “estas cosas”. Esto se debe a que la destrucción del Templo es uno de los eventos distintivos de los últimos días, pero no el único.
Por eso el discurso va más allá del asunto del Templo y se explaya en la enumeración de signos apocalípticos que ya estaban en la mentalidad popular. Sobre todo aquellos que tenían que ver con desgracias. Esto no es novedad: siempre que hay calamidades lo primero que se tiende a pensar es en el fin del mundo.
Pero hay un punto importante que no podemos perder de vista si queremos entender el pensamiento lucano: que la suerte de Jerusalén está ligada a la del Templo, que es el signo de las relaciones de Alianza entre Dios y su pueblo. Su tragedia resulta de las vicisitudes comunes de la historia siendo, al mismo tiempo, emblemática de todas las crisis de la humanidad, en la cuales está siempre indicado el comportamiento del hombre para con Dios.
2.2. La respuesta (21,8-11)
Como se ve en la respuesta que sigue, a Jesús la pregunta por el “cuándo” le interesa poco o nada. El verdadero problema está en ver y comprender en esos acontecimientos (“estas cosas”) los “signos” que remiten a la relación con Dios y a las decisiones más adecuadas que hay que tomar.
Notemos la respuesta se desarrolla en dos partes:
(1) Contra los charlatanes: advierte sobre los falsos Mesías (21,8-9).
(2) La realidad de la violencia: describe, en tres círculos concéntricos, tres niveles progresivos de conflictividad (21,10-11)
En el centro de la enseñanza encontramos el aviso: “Aún no habrá llegado el fin” (21,9b). Ésta vale para ambas partes.
2.2.1. Contra los charlatanes: la advertencia sobre los falsos mesías (21,8-9)
“El dijo: Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis” (21,8)
Jesús habla fuerte, con imperativos. La enseñanza debe quedar inculcada en los oyentes. La fragilidad de sus seguidores parece preocupar a Jesús.
Cuando se viven tiempos difíciles es muy fácil ser “engañados” (literalmente “apartados” o “desviados”, ver Ap 2,20; 12,9; 13,14), caer en manos de avivatos que se aprovechan de la situación. Estos charlatanes aprovecharán las calamidades para anunciar el fin del mundo y se ofrecerán como rescatadores de los que no quieran perecer en los eventos finales.
Con un nuevo plural, Jesús deja entender que éstos florecerán por todas partes y todo tiempo. Se presentarán:
(1) Como “Mesías”: Para tener credibilidad éstos se presentan en el nombre de Jesús, autodenominándose “Mesías”. Diciendo “Yo soy”.
(2) Como portadores de mensajes de parte de Dios. El contenido de su predicación es “el tiempo está cerca” (ver Dn 7,22 y su eco en Ap 1,3; 22,10), es decir, ganarán discípulos que adherirán a ellos esperando la salvación.
En los Hechos de los Apóstoles se nos cuenta que situaciones similares sucedieron en aquellos tiempos: Hch 5,37; 20,30.
2.2.2. La realidad de la violencia: tres niveles progresivos de conflictividad (21,10-11)
Si bien los discípulos no deben dejarse “desviar” (o engañar) por falsos profetas que aparecen en tiempos de desgracia ofreciendo una salvación que no pueden dar, tampoco deben escandalizarse ante la realidad del mal en el mundo. En medio de las guerras y de los desastres naturales se da una situación de muerte a la que hay que ponerle remedio, pero hay que tenerlo claro: no son vaticinio de parte de Dios de que ha llegado el fin inmediato del mundo.
Siguiendo la lectura del pasaje notamos cómo se van describiendo eventos trágicos de menor a mayor escala planetaria, incluso cósmica. El mensaje es siempre el mismo: “El fin no es inmediato” (21,9b).
Notemos cómo en orden se van describiendo tres niveles de conflictividad:
(1) Conflictos locales en Palestina (21,8-9)
“Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato” (21,9)
Los discípulos escucharán hablar de guerras e insurrecciones (ver Santiago 3,16). Aquí parece estarse hablando de guerras civiles. Es posible que se esté pensando en la guerra judía (66-70 dC) que culminó en el 70 dC. También en esa época hubo falsas profecías y mala interpretación de los signos de los tiempos.
Las guerras que aparecen en el discurso apocalíptico, son típicas de su lenguaje (Is 19,2; Ez 13,31; Dn 11,44; Ap 6,8). Los disturbios pueden llegar a hacer pensar que llegó el fin y llenar los corazones de miedo, pensando que no sobrevivirán.
Lc es claro cuando dice “primero”, es decir, “antes del fin”. Lo cual quiere decir que es apenas el comienzo de un largo tiempo. Así reafirma que: “el fin no es inmediato” (21,9b).
(2) Conflictos internacionales (21,10)
Después de un breve quiebre en el discurso (“entonces le dijo…”), Jesús retoma el realismo de la descripción de situaciones de violencia: “Entonces, les dijo: ‘Se levantará nación contra nación y reino contra reino’” (21,10)
Los discípulos no deben aterrarse. Estos eventos están en el plan de Dios: deben suceder y así se realiza el plan de Dios (Dn 2,28). La idea de fondo sigue siendo la misma: esto no significa que ha llegado el fin.
(3) Conflictos naturales en la tierra y en el cielo: signos cósmicos (21,11)
Pasamos ahora a los desastres naturales y a los signos cósmicos: “‘Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales en el cielo’” (21,10-11)
También la literatura apocalíptica acostumbra hablar de terremotos (ver Is 13,13; Ageo 2,6; Zc 14,14; Ap 6,12; 8,5) y de eventos climáticos que matan las cosechas y provocan la hambruna (ver Is 14,30; 8,21; Ap 18,8).
Junto a los desastres en la tierra, se anuncia que se verán signos terribles en el cielo. Parece hacerse referencia a fenómenos inusuales que los astrónomos no consiguen explicar. Las convulsiones cósmicas también pertenecen a los típicos signos apocalípticos (ver Joel 2,30-31; Am 8,9; Ap 6,12-14).
Todos son signos apocalípticos del fin pero no son el fin. La misma idea sigue martillando: “pero el fin no es inmediato” (21,9b).
3. Segunda parte de la enseñanza: el tiempo de persecución como oportunidad de testimonio (21,12-19)
“Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.
Dentro del escenario de conflictividad que se da en el tiempo entre el ministerio de Jesús y el retorno glorioso del Señor al fin de la historia, ahora se sitúan los discípulos: “Antes de todo esto…”.
También por causa de la fe se sufre violencia. Jesús nos invita a ver bajo esta nueva perspectiva la era de los mártires.
Del peligro de ser “engañados” o confundidos pensando que estamos ante el “fin”, el discurso pasa a un peligro mayor al que se expone el discípulo: el peligro de sucumbir ante la tentación de ceder en la fe.
Los escenarios de la persecución que amenazan la fe y el testimonio de los discípulos son dos:
(1) El arresto y el juicio en los tribunales (21,12-15)
(2) La traición en la familia y el odio generalizado (21,16-19)
3.1. Fe y testimonio ante el arresto y el juicio en los tribunales (21,12-15)
Jesús primero describe el escenario y luego enseña cómo reaccionar frente a él.
3.1.1. El escenario de la persecución (21,12-13)
“Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio” (21,12-13).
Lo primero que se aclara es que lo anunciado ocurrirá “antes de todo esto”. Es decir que hay una antesala: la violencia entre los hombres y los desastres del mundo comienzan primero en la violencia –por parte de judíos y paganos- contra los discípulos por causa de su fe en Jesús.
La persecución (ver 11,49), la captura y la entrega a las autoridades –como es frecuente en los Hechos de los Apóstoles (Hch 8,3; 12,4; 21,11; 22,4; 27,1; 28,17)- es una ocasión propicia para dar el testimonio de Jesús: “Esto os sucederá para que deis testimonio” (21,13). Lo importante es que este es el tiempo del testimonio. Hay que aprender de los mártires.
Los lugares a los cuales serán llevados los discípulos son las “sinagogas” –las cuales tenían eventualmente la función de corte judicial local- y las “cárceles” –una forma de castigo ampliamente conocida (ver Hch 8,3; 22,4)-.
3.1.2. La enseñanza de Jesús sobre cómo reaccionar (21,14-15)
“Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios” (21,14-15)
Habiendo dicho que enfrentarán situaciones penosas ante los jueces, ahora Jesús instruye a los discípulos para que sigan un comportamiento consecuente con su fe.
Los que sufren por su nombre, reciben coraje y sabiduría de la persona de Jesús. Entonces no hay que dejarse dominar por la ansiedad, ya que Jesús promete que él mismo (“yo”) dará tanto boca (capacidad de expresión; ver Ex 4,11.15; Ez 29,21) como sabiduría (contenido; ver Hch 6,10). Pero a ellos les corresponde “Decidir no preparar el discurso” (ver 12,11). Es interesante notar en esta línea cómo el nombre de Jesús está en lugar de la conocida mención al Espíritu Santo (ver 12,12).
En consecuencia, los adversarios no serán capaces de resistir (ver el evangelio del domingo pasado).
3.2. Fe y testimonio ante la traición en la familia y el odio generalizado (21,16-17)
Por segunda vez, y con un grado de tensión mayor, Jesús describe un segundo escenario de los conflictos por causa de la fe y educa a los discípulos para reaccionar adecuadamente frente a ellos.
3.2.1. El nuevo escenario de la persecución (21,16-17)
El asunto se pone todavía más cruel cuando la persecución procede de los seres queridos: “Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros” (21,16). Este nuevo escenario se desborda en el rechazo generalizado que reciben los discípulos de Jesús: “y seréis odiados de todos por causa de mi nombre” (21,17).
La violencia es como un espiral que sube desde la familia y va contagiando los diversos estamentos de la vida social.
Aquí se habla expresamente de una violencia que se sufre por causa de la fe: el motivo es la lealtad a Jesús. Ésta destapa otras falsas lealtades (ver 6,22.27).
También en este caso –en que describe una injusticia generalizada- Jesús acude al lenguaje apocalíptico profético:
“¡El día de tus centinelas, tu visita ha llegado!
¡Ahora será su consternación!
¡No creáis en compañero, ni confiéis en amigo; de la que se acuesta en tu seno guarda la puerta de tu boca!
Porque el hijo ultraja al padre, la hija se alza contra la madre, la nuera contra su suegra, y enemigos de cada cual son los de su casa”
(Miqueas 7,4b-6).
Pero es importante tener en cuenta la conclusión de esta profecía: “Mas yo miro hacia Yahveh, espero en el Dios de mi salvación: mi Dios me escuchará” (Mq 7,7).
3.2.2. La enseñanza de Jesús sobre cómo reaccionar (21,18-19)
Con todo lo cruel que pueda parecer y quizás hasta exagerado, Jesús está describiendo duras verdades. De ahí pasa a su exhortación final: un discípulo debe ser sólido en su fe y su testimonio, estos sucesos no pueden realmente debilitarlos. Es mostrando solidez como ellos alcanzarán la vida resucitada.
En las palabras finales vemos cómo el “don” y el “esfuerzo” se aúnan en el camino de la fe.
(1) El don de Dios: “Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza” (21,18)
El discípulo, así como su Maestro que se abandonó en las manos del Padre (ver 23,46), se siente seguro de su Padre.
Precisamente hablando de Dios Padre, en 12,7, Jesús le había prometido a sus discípulos leales que ni un cabello perecería (ver Hch 27,34).
En un contexto de martirio estas son las palabras precisas que necesita oír el discípulo y apóstol de Jesús. Los conflictos parecerán grandes, horrorosa incluso la muerte de algunos hermanos, pero la comunidad de los discípulos no debe perder por esto su confianza en Jesús.
(2) El esfuerzo del discípulo: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (21,19)
Esta frase final también se podría traducir: “Sufriendo con entereza se salvarán” (P. Ortiz). En el fondo está virtud de la “paciencia” y la “entereza de carácter” como característica del discípulo. En otras palabras: saber cargar la propia cruz.
Jesús espera discípulos que perseveren en la fidelidad así como él lo hizo y de esa forma alcanzarán la plenitud de la vida. La carta de presentación de un discípulo de Jesús será entonces: “Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas” (22,28).
Esto nos remite a otro pasaje lucano sobre el discipulado: es verdadero discípulo “oyente de la Palabra” aquel que llega a “dar fruto con perseverancia” (8,15). Dicha perseverancia es el resultado del cultivo de la semilla de la Palabra del Reino en el corazón (y para esto es la “Lectio Divina”).
En conclusión… ¡Que no se acabe la profecía!
Ante la pregunta por el “cuándo” y el “cómo” de la llegada del “fin” y de cara ante la lista de acontecimientos trágicos enumerados, Jesús nos hace caer en cuenta que ninguno de ellos es exclusivo de ningún período histórico particular. Lo mismo vale para las persecuciones a los discípulos. Lo que cuenta es que en medio de ellas debe brillar la fuerza de la fe y del testimonio.
Un discípulo de Jesús no es inmune a las crisis de la humanidad; pero en medio de ellas no puede caer ni en stress generando alharacas ni tampoco adormecerse acunado en falsas seguridades de espiritualidades superficiales que ignoran la realidad de la vida o invitan a la fuga de ella, sino movilizar evangelización con la fuerza de los profetas.
Con las enseñanzas de hoy retomamos con mayor conciencia de sus implicaciones el evangelio de las Bienaventuranzas que leímos al inicio de este año:
“Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo.
Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas” (Lc 6,22-23).
En medio de las dificultades del mundo (violencia, pobreza, marginación, silenciamiento de las voces críticas) los discípulos son “profetas”. Como lo deja entender el pasaje de hoy, viviendo las actitudes enseñadas por Jesús, ellos encararán con realismo histórico y fe madura las violencias presentes y futuras, y alcanzarán la plena libertad.
Habrá dificultades, sí, muchas de ellas absurdas, pero así como en aquella ocasión que nos narra los Hechos de los Apóstoles, los discípulos siguen adelante “contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre” (Hechos 5,41). Esto es vivir las bienaventuranzas y ser ante el mundo un signo de esperanza.
4. Releamos el evangelio con los Padres de la Iglesia
Dos Padres de la Iglesia, San Gregorio Magno y San Agustín, profundizan algunas líneas del evangelio de hoy. Los textos que seleccionamos para hoy bien podrían intitularse “la espiritualidad del discípulo en medio de las tribulaciones”.
4.1. San Gregorio Magno: “Seré yo quien combata”
“Al escuchar tantas cosas terribles, se perturbarían los ánimos más débiles. Por eso el Señor acrecienta luego: ‘Poned, pues, en vuestro interior, el no preparar vuestra defensa. Yo os daré una lengua y una sabiduría que ninguno de vuestros adversarios podrá resistir o objetar’. Es como si quisiese decir: no os asustéis ni temáis, vosotros descenderéis al campo, pero seré yo el que combata; vosotros moveréis la lengua, pero seré yo el que hable.
Y agrega: ‘Seréis entregados hasta por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos y provocarán la muerte de algunos de vosotros’. Los males inflingidos por extraños hacen sufrir menos. Nos hacen peor las penas que nos sobrevienen de aquellos que suponíamos que nos querían mucho, porque al mal del cuerpo se acrecienta el dolor de la amistad perdida… Pero porque es duro aquello que dice de la aflicción, de la muerte, el Señor añade luego la idea de la resurrección, diciendo: ‘pero de vuestra cabeza ni un cabello se perderá’.
Sabemos, hermanos, que una cortada en la carne duele, el corte del cabello no duele. Y el Señor dice a sus mártires: ‘pero de vuestra cabeza ni un cabello se perderá’, queriendo significar: ¿Por qué teméis perder un miembro que duele al ser cortado, cuando hay una promesa de que ni siquiera se perderá aquello que, al cortarse, no duele?”
(San Gregorio Magno, Homilía 33,3)
4.2. San Agustín: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”
“El Señor Jesucristo dice en cierto lugar del Evangelio: ‘Con vuestra paciencia poseeréis vuestras almas’ (Lc 21,19)
Llámese ‘paciencia’, llámese ‘constancia’, llámese ‘tolerancia’, con diversas palabras es lo mismo lo que significa (…).
Dice el pobre: ‘¡Líbrame!’ y tú piensas que él pide ser liberado de la pobreza.
Dice el rico: ‘¡Líbrame!’. ¿Estará enfermo? Puede suceder que esté sano y sea rico, no obstante grita: ‘¡Líbrame!’. ¿De qué, sino de aquello a que se refiere la propia oración: ‘¡Líbranos del mal!’?
No importa cuáles sean los bienes en que viva, también el cristiano tendrá siempre que clamar: ‘¡Líbranos del mal!’.
Si grita ‘¡Líbranos del mal!’ es porque tiene algo de lo cual necesita ser liberado; si ha de ser liberado de algo, es porque viven en medio del algún mal; y si se encuentra en algún mal, sean cuales fueren los bienes que lo puedan deleitar, tiene que resistir hasta el momento en que goce de Dios.
Así pues, la resistencia es necesaria para todos en este mundo: para los pobres, para los ricos, para los sanos, para los enfermos, para los cautivos, para los libres, para los emigrantes y para los que residen en su patria.
La resistencia es necesaria, porque todos somos peregrinos en este mundo”.
(San Agustín, Homilía 359 A, 2.5)
5. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
5.1. ¿Por qué se establece una relación entre la destrucción del Templo y las vicisitudes históricas de la humanidad, especialmente las relacionadas con situaciones de violencia a todos los niveles?
5.2. ¿Una vez que hemos pasado el año 2000, se han acabo los anuncios milenaristas de un fin del mundo? ¿Qué lecturas se hacen de los diversos acontecimientos que enlutan la humanidad hoy día?
5.3. ¿Conozco casos de falsos mesianismos y falsos mensajes, supuestamente de parte de Dios? ¿Qué hacer?
5.4. ¿Por qué se mencionan tantos acontecimientos crueles en el evangelio de hoy? ¿Cómo vivir el discipulado y la misión en medio de ellos?
5.5. Repasando todas las palabras del evangelio de hoy: ¿Qué espera Jesús de mí? ¿De qué manera el Maestro me da ejemplo en el evangelio de aquello que me pide? ¿Qué palabras de Jesús retengo especialmente del evangelio de hoy?
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico Pastoral del CELAM