Trigésimo Cuarto Ordinario – Noviembre 20 de 2022
Solemnidad de Jesucristo Rey Universal
Lucas 23, 35-43
“Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino”
Concluyamos este año litúrgico, en el cual nos ha acompañado el evangelista Lucas, con esta bella oración de san Juan Eudes, en la cual declaramos a Jesús el “Rey” de nuestras vidas:
“Señor Jesús, que seas todo en la tierra
como lo eres todo en el cielo.
Que lo seas todo en todas las cosas.
Vive y reina en nosotros en forma total y absoluta,
para que podamos decir siempre:
¡Jesús es todo en todas las cosas!
¡Queremos Señor Jesús que vivas y reines sobre nosotros!
Dios de poder y de misericordia,
quebranta en nosotros cuanto a ti se opone.
Y con la fuerza de tu brazo
toma posesión de nuestros corazones y nuestros cuerpos,
para que empieces en ellos el Reino de tu amor. Amén”.
(San Juan Eudes)
Introducción
“35 Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.»
36 También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre
37 y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»
38 Había encima de él una inscripción: «Este es el Rey de los judíos.»
39 Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!»
40 Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?
41 Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.»
42 Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.»
43 Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.»”
Sobre la cumbre de la pequeña elevación en las afueras de la ciudad de Jerusalén está Jesús crucificado.
No con corona de perlas y oro, no con poderoso bastón de mando, tampoco con refinada corte a su servicio, pero desde allí humillado, sufriente y encarnizado reina al servicio de la vida del hombre por quien se había encarnado.
Contemplando al rey crucificado culminamos en este domingo el año litúrgico en que nos ha acompañado de manera especial Lucas, el evangelista de la ternura de Dios, de la misericordia, de la fuerza del Espíritu y de la evangelización de los pobres y marginados, de la mujer y de los paganos; y también el evangelista de María.
El último cuadro, con el cual cerramos este año de “lectio divina” dominical lucana, es una grandiosa escena de misericordia en el momento cumbre de la vida terrena de Jesús: allí se nos enseña de qué manera Jesús es Rey y cómo su reinado es coherente con su anuncio continuo de la misericordia.
El Jesús que Lucas nos ha presentado, desde el pesebre hasta el Calvario, como la manifestación y la ilustración perfecta de la bondad y de la misericordia de Dios, no se desmiente a la hora de la cruz. Justo en esa hora, el “amigo de publicanos y pecadores” sigue siendo leal a su proyecto al acoger al criminal que comparte su cruel destino, dándoles así a sus discípulos la última y sublime lección que nunca podrán olvidar.
Contemplar al crucificado (23,35ª)
De brazos abiertos y manos clavadas en la Cruz, en el montículo llamado “Calvario” (por su parecido a un cráneo o calavera; en arameo “Gulgutha” y en griego: “Gólgota”), Jesús aparece lo suficientemente expuesto como para ser visto por una amplia multitud.
Se le ve rodeado por dos criminales (ver Lc 23,32.33.39), realizándose así la profecía isaiánica del “siervo sufriente” que dice: “ha sido contado entre los malhechores” (Is 53,13, citada en Lc 22,37). Estos criminales eran probablemente sediciosos fanáticos del partido Zelota, adversarios políticos del imperio romano, como Barrabás, de quien se había dicho que “había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato” (23,19). Quizás no sean simplemente “ladrones”, como nos hemos habituado a llamarlos, sino delincuentes de peligrosidad confirmada.
Frente al crucificado y su macabra corte, nos dice el evangelista que “estaba el pueblo mirando” (23,35ª):
• El “estar” connota en este texto “permanencia”: el tiempo suficiente para ver todo lo que le sucede al crucificado.
• Se dice que el pueblo estaba “mirando”. La última escena de la vida de Jesús es vista de cerca con todos sus detalles. Nótese el verbo que enmarca la escena (23,35ª.48). El verbo griego utilizado aquí connota “contemplar”.
Mientras el evangelista Marcos, con su habitual realismo, abre aquí el espacio para que se capte la realización del Salmo 22,8ª (“Todos los que me ven de mí se mofan”; ver Mc 15,29: “Los que pasaban por allí le insultaban meneando la cabeza”), Lucas por su parte evita la descripción de los gestos groseros, mostrando al pueblo más bien con una actitud respetuosa y curiosa. Para Lucas el pueblo se hace “testigo” de los últimos instantes del crucificado.
No sucede lo mismo con los que ahora van a hacerle sus bufonas solicitudes a Jesús.
Veamos en el texto cómo enfrentan a Jesús tres tipos de personas, de mayor a menor dignidad:
(1) Los magistrados (23,35b)
(2) Los soldados romanos (23,36-38)
(3) Uno de los malhechores colgados junto a él (23,39).
Poco a poco se va viendo a un Jesús cada vez más degradado.
Por otra parte uno de los términos clave de este evangelio sale a relucir en el escenario siendo echado en cara a Jesús. Se trata del verbo “salvar”:
(1) “Que se salve a sí mismo” (23,35b)
(2) “¡Sálvate!” (23,37b)
(3) “¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!” (23,39c).
Estos gritos a Jesús están asociados a la identidad que le reconocen:
(1) Los magistrados: “el Cristo de Dios, el Elegido”
(2) Los soldados: “el Rey de los judíos”
(3) El primer criminal: “el Cristo”
(4) El segundo criminal: “Rey” (se dice de forma implícita en la frase: “cuando vengas con tu reino”, 23,42).
Puede verse una alternancia entre los títulos “Cristo” y “Rey”: el mesianismo de Jesús se verifica en la realización de su predicación del Reino. Las solicitudes que le hacen en Jesús tienen que ver con la identidad que ha revelado e intentan poner a prueba su predicación sobre la salvación pronta del hombre sufriente.
Mientras esto va sucediendo, el pueblo sigue “contemplando” la escena. Vamos también nosotros los lectores a contemplarla, siguiendo paso a paso sus dos momentos:
(1) Las afrentas de los magistrados, los soldados y el criminal (23,35b-39)
(2) La réplica del otro criminal a su compañero (23,40-41)
(3) El breve diálogo entre los dos crucificados: el criminal y Jesús (23,42-43)
1. Las afrentas al Rey y Salvador crucificado (23,35b-39)
Antiguamente en la coronación de un rey, sus cortesanos desfilaban solemnemente frente a su nuevo soberano para expresarle su reconocimiento de súbditos, exaltar sus virtudes y felicitarlo. Paradójicamente en el caso de Jesús nos encontramos con una escena que representa el polo opuesto.
1.1. Primera afrenta (23,35b)
“Los magistrados hacían muecas diciendo: ‘A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido’” (23,35)
Los primeros en ridiculizar a Jesús son las autoridades judías, los “magistrados”. Ellos le piden a Jesús que muestre su potencia.
Esto nos remite al comienzo del evangelio. En el momento del nacimiento de Jesús, el Ángel del Señor había anunciado: “Hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor” (2,11). La venida del Mesías había sido recibida con bombos y platillos: ¡un Mesías de linaje real que tenía como misión la “Salvación”!
A lo largo del evangelio se fue narrando cómo efectivamente Jesús era el “salvador” que se ponía misericordiosamente al lado de los débiles, que se hacía presente en situaciones de peligro mortal, que venía al encuentro de toda necesidad humana “para buscar y salvar lo que estaba perdido” (19,10).
Pero ahora, cuando ha sido cruelmente golpeado, cuando ha sido llevado a la fuerza al patíbulo, cuando pende clavado en una cruz, cuando es él quien pasa extrema necesidad, vale la pregunta: ¿Este es él el Cristo, el rey definitivo enviado por Dios, que garantiza la salvación plena a todo hombre? ¿Para qué sirve un Cristo que no puede ni siquiera salvarse a sí mismo de la muerte? ¡Si su pretensión es verdadera, que lo demuestre en este momento, que dé una prueba! ¡Este es el momento para demostrar que tiene poder para salvar, es decir, que es el verdadero “Cristo de Dios” (tal como lo confesó solemnemente Pedro; 9,20)!
Lo que había sido firmemente afirmado por el apóstol es reformulado en una frase condicional por las autoridades de Israel: “Si es el Cristo de Dios…”. La aceptación de su mesianismo dependería de un nuevo acto milagroso espectacular que eliminara su dolor y cambiara su destino en los últimos instantes de la cruz.
Pero más allá de los gestos burlones –las muecas y los improperios- de los adversarios, la cruz está anunciando una verdad: Jesús es verdaderamente el “Elegido” de Dios (como se proclamó en la Transfiguración: 9,35) pero su misión la realiza por el misterioso camino del sufrimiento, de la misma manera que el “Siervo de Yahvé” antiguamente profetizado (ver Is 42,1; sobre todo el “cuarto cántico del siervo”: Is 52,13-53,12).
La expectativa de que Dios venga a rescatar al “justo” de sus espantosos sufrimientos y aún de la muerte (“Pues si el justo es hijo de Dios, él le asistirá y le librará de las manos de sus enemigos”, Sabiduría 2,18), será cumplida de manera diferente a la que los judíos esperaban.
1.2. Segunda afrenta (23,36-38)
“También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: ‘Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!” (23,36-37)
En segundo lugar encontramos a los soldados que vienen a reírse de Jesús. Semejante humillación no la encontramos sino en el evangelio de Lucas. Como en el caso anterior, la burla está compuesta de gestos y palabras. La descripción del gesto esta vez es más clara: “le ofrecían vinagre”. Tengamos presente que el motivo de la burla es la inscripción que, sobre su cabeza, lo declara “rey”.
1.2.1. El vinagre
Burlándose, “Le ofrecían vinagre”. Llega la hora del brindis por el nuevo “rey”.
El gesto del ofrecimiento de vinagre por parte de los soldados lo encontramos en todos los evangelios (ver Mc 15,36; Mt 27,48; Jn 19,29-30). Es la burda caricatura de un poder humillado.
El “vinagre” que aquí se menciona es un preparado que servía como bebida energizante, apta para quien hacía grandes esfuerzos físicos como los soldados o también cualquier persona con debilidad física. No es extraño que los soldados tuvieran esa bebida a la mano.
En el caso de Jesús, los soldados tienen un aparente gesto de caridad con el moribundo sediento, pero en realidad se trata de extenderle la agonía y prolongarle el sufrimiento. Mientras tanto, sus adversarios se gozan en verlo sufrir, como dice el Salmo 69,20-22: “Ante mí están todos mis opresores / El oprobio me ha roto el corazón y desfallezco (…) / En mi sed me han abrevado con vinagre”.
Se asoma entonces una nueva ironía: el rey, quien debía ser sano y fuerte, es un pobre hombre débil. Aquel que lleva encima de su cabeza el título: “Rey de los Judíos” (23,28), no tiene fuerza para comandar un ejército. Los soldados se mofan.
1.2.2. La burla del “rey” débil
Los soldados ya han hecho notar la contradicción que hay entre el crucificado y la inscripción que pende sobre su cabeza (“Este es el Rey de los judíos”; 23,38b), ahora con sus palabras vuelven a señalar la incapacidad del “rey”: “Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!” (23,37).
A diferencia de la anterior burla de los magistrados, los soldados enfrentan a Jesús en segunda persona: “Si tú eres…”. Ya no solamente se ridiculiza lo que ha narrado el evangelio sino que se pide a Jesús que responda por su contradictoria situación presente.
El poder del reinado de Jesús está desacreditado. Pero de nuevo el evangelio nos va contando que el reinado de Jesús es de otro orden, no es político. Más aún, que este espectáculo de debilidad humana es lugar de salvación.
El “¡Sálvate a ti mismo!” cobra más fuerza. Jesús, el salvador de los pobres, enfermos y oprimidos, se había presentado en discurso inaugural en Nazaret como el “ungido por el Espíritu”, el que era conducido por el “poder del Espíritu”. En aquella ocasión había previsto que se le diría: “Médico, cúrate a ti mismo”.
1.3. Tercera afrenta (23,39)
“Uno de los malhechores colgados le insultaba: ‘¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!’” (23,39)
Los insultos a Jesús crucificado llegan a su punto más alto: lo hace un criminal. Este hombre que aparece “colgado” (o sea también crucificado; ver Hch 5,30; 10,39; Gal 3,13), compartiendo el mismo destino de Jesús y desde su desesperación afrenta a Jesús.
1.3.1. Una blasfemia
El narrador del evangelio califica las palabras del criminal como “blasfemia” (las traducciones colocan generalmente: “insulto”).
Al poner este calificativo el evangelista parece estar haciendo una reflexión: la burla a Jesús por rehusarse a usar sus poderes para revertir el sufrimiento y la muerte es una blasfemia contra él porque está contradiciendo la gran proclamación (y se entiende que esto es una reflexión pascual) de que el Mesías por el camino del sufrimiento entró en su gloria (24,26); por ese camino transitarán los discípulos (Hch 14,22).
1.3.2. La salvación del criminal
El tema de la “salvación” sigue presente como en los casos anteriores y, todavía más, se amplía. Al reto que le acaban de hacer los soldados de “salvarse a sí mismo” se le agrega el “sálvanos a nosotros”.
El criminal aparece como uno que –ante el horror de la muerte- siente honda repugnancia por su sufrimiento, no acepta ni su cruz ni la de Jesús.
A la pregunta retórica “¿No eres tú el Cristo?”, la respuesta lógica es “sí” y podría dar a entender que el criminal estaría reconociendo implícitamente la identidad mesiánica de Jesús. Sin embargo, la cuestión se invierte porque su forma condicional presupone que lo reconocería como “Cristo” si Jesús hiciera algo ahora en la cruz por sí mismo y sus compañeros de castigo.
Con todo hay una segunda interpretación posible, según la cual el criminal –probablemente un revoltoso político del grupo zelota-, leyendo también la inscripción “Rey de los Judíos” en la cruz de Jesús no podría haber aceptado como Mesías a uno que no promueve la revolución política.
De cualquier forma la interpelación a Jesús suena amarga y la forma verbal deja entender que la hace repetidamente: el moribundo no comprende por qué Jesús no hace nada en este momento y blasfema contra la obra de Dios en Jesús.
1.3.3. ¿Habrá una respuesta?
En fin, los magistrados, los soldados y hasta el criminal ponen en tela de juicio toda la obra anterior de Jesús. La realidad de la cruz parece desmentir claramente su pretensión mesiánica: ¿Una persona que cuelga de una cruz y que está a punto de morir, cómo puede ayudar a los otros? Quien depende de su ayuda, ahora no podría más que reírse, buscar otro mesías o desesperarse.
Bueno, queda también el camino mismo del evangelio que paso a paso nos va revelando en el acontecimiento pascual cómo efectivamente Jesús es el salvador, el verdadero rey, y no “a pesar de” sino precisamente “por medio” de la Cruz.
2. Las palabras del “Buen ladrón”: modelo de discipulado (23,40-41)
Cuando todo parece perdido, cuando duele el silencio de Jesús, de repente interviene el otro criminal que acompaña a Jesús en su condena para darle un giro importante a la comprensión del “reinado” de Jesús:
(1) Se dirige a su compañero, introduciendo una palabra correctiva sobre su errada apreciación (23,40-41).
(2) Se dirige al mismo Jesús en una implícita confesión de fe que le da paso al pronunciamiento final del Maestro (23,42).
2.1. En defensa de Jesús (23,40-41)
“Pero el otro le respondió…” (23,40ª)
El segundo criminal –el tradicionalmente mal llamado “buen ladrón”- entra en escena interrumpiendo a su compañero: (1) lo reprende con una pregunta (23,40b), y (2) hace una afirmación sobre ellos y sobre Jesús, mostrando el gran contraste (23,41).
2.1.1. Pregunta (23,40b)
El evangelista ya había calificado la afrenta del criminal como una “blasfemia”, ahora su mismo compañero la califica de falta de “temor de Dios”: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?” (23,40b).
Del primer criminal se habría esperado una reacción distinta frente a Jesús. Cuando leemos el texto en griego, percibimos un matiz: “es que ni siquiera tú…”.
Y viene enseguida el punto central de la dura reprensión: burlarse del crucificado en su situación humillante es no “temer a Dios”. La expresión ya había aparecido en la parábola del juez inicuo que “no temía a Dios ni respetaba a los hombres” (18,2; ver también 1,50; Hch 10,2.22.35; 13,16.26). Tanto allí como aquí significa: ignorar el juicio de Dios. Y colocarse de cara al juicio de Dios es algo que el criminal debería estar haciendo ahora en la antesala de la muerte. Ante la muerte se debería estar pidiendo perdón a Dios por los pecados y no insultándolo.
2.1.2. Afirmación (23,41)
“Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho” (23,41)
El criminal sigue su discurso. Después de interpelar a su compañero, (1) reflexiona sobre sí mismo (23,41ª) y (2) sobre Jesús (23,41b).
(1) La culpabilidad: “nos lo hemos merecido” (23,41ª)
El criminal reconoce que él y su compañero están sufriendo su castigo justamente: “nosotros con razón”. Frente a la inocencia de Jesús el criminal ahora reconoce su pecado: “nos lo hemos merecido por nuestros hechos”.
Se abren las puertas de la reconciliación: aceptar el castigo es un expresión de penitencia (ver Salmo 51,6bc).
(2) La inocencia: “nada malo ha hecho” (23,41b)
Ellos están recibiendo castigo por sus hechos, ¿pero Jesús? La antítesis entonces se hace notar: “en cambio, éste nada malo ha hecho”, él no ha hecho nada equivocado, literalmente en griego “nada fuera de lugar”.
Quien viene leyendo el relato de la pasión desde el comienzo recuerda en este momento que acerca de Jesús la autoridad romana había declarado públicamente su inocencia, o sea que Jesús era justo: “nada ha hecho que merezca la muerte” (23,15). En el mismo sentido se expresará también el centurión romano a la hora de la muerte de Jesús: “ciertamente este hombre era justo” (23,47).
De la inocencia de Jesús, su compañero en el patíbulo ofrece un nuevo testimonio público.
2.2. Una súplica a Jesús (23,42)
“Y decía: ‘Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino’” (23,42)
Ahora el criminal vuelve su mirada hacia Jesús y pronuncia una oración en la que le manifiesta su esperanza de ser aceptado por Dios. Al no pedirle a Jesús que lo libere de la muerte sino que lo admita en el Reino que se manifestará con su “venida” gloriosa, en pocas y densas palabras este hombre señala el sentido del reinado de Jesús.
También éste malhechor ha visto el título de Jesús “Rey” encima de la Cruz. Sólo que él lo interpreta de otra manera, él va en la dirección correcta.
Las palabras son significativas:
(1) “Jesús” es invocado directamente. Hasta ahora ninguno de los anteriores lo había llamado por su nombre.
(2) El “acuérdate” tiene el sentido de “acordarse para bien”; hoy diríamos “piensa en mí”.
(3) Pone su mirada en el triunfo final de Jesús: “Cuando vengas con tu Reino” implica el “Cuando vengas como Rey”, esto es, en la parusía, cuando el Hijo del hombre venga resucitado de la muerte y con la gloria y la plenitud del poder de Dios (ver el evangelio del domingo próximo). Ésta ha tenido inicio con la “entrada” de Jesús en su Reino en la Resurrección, Ascensión y Exaltación.
Como puede notarse, el criminal ve en Jesús mucho más que un mártir que muere inocentemente: ve al autor de la salvación. De esta manera implícitamente confiesa su fe: Jesús es el Mesías.
Un crucificado podría comprender mejor a otro crucificado. En contraposición al anterior, el segundo criminal -“el buen ladrón”- comienza a revestir la figura de un auténtico discípulo de Jesús que reconoce sus pecados, que testimonia la inocencia del Crucificado y que está dispuesto a entrar en ese camino que pasando por la muerte culmina en el paraíso. En todo este breve proceso se puede ver que este hombre capta mejor que ningún otro en todo el relato de la pasión quién es Jesús.
3. La respuesta de Jesús al criminal (23,43)
“Jesús le dijo: ‘Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso’” (23,43)
La respuesta de Jesús es un solemne “amén” a toda su obra de misericordia a lo largo del evangelio, el broche de oro de su misión salvífica. El Maestro pronuncia su última lección comenzando con un solemne: “Yo te aseguro”.
De nuevo vemos cómo cada palabra tiene su peso:
(1) “Hoy”
El “hoy” parece insinuar, en primer lugar, que ese mismo día de la crucifixión es el día de la entrada en el Paraíso. Pero hay más. En el evangelio de Lucas el “hoy” es el tiempo de gracia pregonado por Jesús, en el cual la salvación se hace realidad:
1. “Hoy ha nacido un salvador” (2,1)
2. “Hoy se ha cumplido esta Escritura” (4,21)
3. “Hoy hemos visto cosas maravillosas” (5,26)
4. “Hoy la salvación ha llegado a esta casa” (19,9).
Con el “hoy” Jesús corrige amablemente al buen ladrón, quien espera la salvación para el futuro (“Cuando vengas en tu Reino”). El Reinado de Jesús, si bien se consumará en el tiempo de la exaltación y de la parusía, abrió sus puertas en el ministerio de Jesús y particularmente en la Cruz: con su muerte entra en posesión de su señorío real en el cielo (ver 24,26), tal como lo proclamó en el juicio ante las autoridades judías, “Desde ahora el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios” (22,69).
(2) “Estarás conmigo”
¡La frase no puede ser más bella! Señor que acoge los pecadores lo hace también con este criminal que ha admitido su culpa y ha suplicado la aceptación de Dios. El don de la vida del Crucificado es también para este pecador el hoy de la salvación. Pareciera que en este momento se sintetizaran todos los encuentros narrados en el evangelio: el crucificado es el salvador de todos los pecadores.
Por lo demás, la muerte de Jesús abre una posibilidad de conversión incluso en el último instante.
Tenemos aquí el abrazo de la reconciliación con Dios que se abre desde el aquí y el ahora de la Cruz.
(3) “En el Paraíso”
El “Paraíso” incida el “cielo”, la “comunión” definitiva con Dios (ver 2 Cor 13,4; Ap 2,7).
Vale recordar que el término “Paraíso” proviene de la lengua persa y significa originalmente “jardín”, “parque”; luego ésta fue utilizada por los traductores de la versión griega del Antiguo Testamento para referirse al “Jardín del Edén” en Gn 2,8 (ver también Is 51,3).
Jesús le pone una cita al nuevo discípulo: no el lugar de la muerte sino de la vida plena que nos ha alcanzado Jesús con su victoria pascual. Esto equivale a una promesa de perdón para el malhechor agonizante.
Una nueva comprensión de la muerte se revela: ésta conduce a los discípulos hasta la presencia de Jesús, esto es, hasta la comunión con el Dios de la vida en el cielo.
En conclusión…
En un momento de desorientación general en medio de los dolorosos acontecimientos de la pasión, solamente un delincuente proclama su fe en el Mesías Salvador.
El poder del reinado de Jesús se despliega en función de la salvación de todas las personas, particularmente de los antisociales y criminales que se vuelven a él con fe. El segundo criminal –a diferencia de los que antes de él se han dirigido al crucificado- capta de qué manera Jesús reina en la Cruz y se deja salvar por él.
No hay que dejar perder de vista la grandeza de la fe del malhechor convertido. No es común encontrar en los evangelios casos parecidos. Lo habitual es que se reconozca la dignidad de Jesús después de algún milagro, pero nunca en circunstancias tan negativas.
De esta forma, el criminal sentenciado se convierte en un “catequista”. como bien dijo san Juan Crisóstomo: “No subestimemos a este ladrón y no tengamos vergüenza de tomar como maestro a aquel a quien el Señor no tuvo vergüenza de introducir, delante de todos, en el paraíso”.
El “buen ladrón”, no fijándose en su propio sufrimiento, se esfuerza por hacer caer en cuenta a su compañero desesperado ante quién se encuentran.
De “discípulo” pasa enseguida a ser “apóstol” que testimonia desde lo alto de la Cruz que Jesús es el modelo hacia el cual todo el mundo debe mirar. Él invita a la humanidad entera a comprender el misterio del Crucificado: comenzando por los mártires que comparten su destino de sufrimiento, pero incluyendo también a los pecadores, aquellos que sufren la consecuencia de sus errores. Esta es la buena noticia: todos podemos encontrar en Jesús un refugio, porque Él es el rey misericordioso que se ocupa de nuestras vidas.
Con el “Buen ladrón” aprendemos finalmente que lo grave no es la condenación al patíbulo sino la exclusión del Reino de Dios.
Y para que nadie se quede fuera no nos cansaremos de proclamar el “pregón pascual” que comenzó en medio de aquel diálogo amoroso entre Jesús y el delincuente: anunciamos la victoria sobre la muerte para Jesús y para todos lo que crean en él.
Terminemos nuestro año litúrgico poniendo la mirada en lo esencial: nuestra cita con Dios no es en la morada de los muertos sino en el Reino de la vida y de los vivos que comenzó a brillar en la Cruz.
4. Releamos el evangelio con los Padres de la Iglesia
Deteniéndose en la figura del “buen ladrón”, san Juan Crisóstomo y san Agustín nos regalan hoy valiosas intuiciones para la captación espiritual del texto. Vale la pena leerlos más de una vez.
4.1. San Juan Crisóstomo: “El ladrón fue más allá de las apariencias”
“Me dirás: ‘¿Qué hizo de extraordinario este ladrón para merecer, después de la cruz, el paraíso?’.
Ya te respondo:
• En cuanto, en el suelo, Pedro negaba al Maestro; él, en lo alto de la cruz lo proclamaba ‘Señor’ (…).
• El discípulo no supo aguantar la amenaza de una criada; el ladrón, ante todo un pueblo que lo circundaba, gritaba y ofendía, no se intimidó, no se detuvo en la apariencia vil de un crucificado, superó todo con los ojos de la fe, reconoció al Rey del Cielo y con ánimo inclinado ante él dijo: ‘Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino’.
Por favor, no subestimemos a este ladrón y no tengamos vergüenza de tomar como maestro a aquel a quien el Señor no tuvo vergüenza de introducir, delante de todos, en el paraíso; no tengamos vergüenza de tomar como maestro a aquel que, ante toda la creación, fue considerado digno de la convivencia y la felicidad celestial. Pero reflexionemos atentamente sobre todo, para que podamos percibir el poder de la cruz”.
(San Juan Crisóstomo, “De cruce et latrone”, I 2s: PG 49,401ss)
4.2. San Agustín: “Reconoció al dador de gracia sin despreciar al compañero de castigo”
“Dios se deleita con nuestra justicia, no con nuestros tormentos. Y en el tormento del juicio del Dios omnipotente y veraz no se preguntará lo que cada cual habrá sufrido sino la causa por la cual sufrió. No es por causa de la pena del Señor, sino de su causa, que nos podemos persignar con la Cruz del Señor. Porque si eso se debiera a la pena, la pena idéntica de los ladrones obtendría el mismo efecto.
En un mismo lugar estaban tres crucificados; en medio estaba el Señor, que fue contado entre los malhechores (Is 53,12).
Por otro lado le pusieron dos ladrones, pero su causa no era la misma. Estaban al lado del Crucificado, pero los separaba una gran distancia. A ellos, los crucificaron sus crímenes; al Señor, los nuestros.
Entre tanto, hasta en uno de ellos se manifestó suficientemente cuánto vale no el tormento de crucificado sino la piedad de confesor.
En medio del dolor, el ladrón obtuvo lo que Pedro, lleno de temor, había perdido. Reconoció su crimen, subió a la cruz, cambio su causa y compró el paraíso.
Mereció cambiar enteramente su causa aquel que no despreció a Cristo por el hecho de sufrir la misma pena que Él.
Los judíos despreciaron a Aquel que hacía milagros; él creyó en quien colgaba de un madero. Reconoció como Señor al compañero de cruz y, creyendo, violentó el Reino de los Cielos.
Cuando vacilaba la fe de los apóstoles, el ladrón creyó en Cristo. Justamente mereció escuchar: ‘Hoy estarás conmigo en el Paraíso’”
(San Agustín de Hipona, Sermón 285,2)
5. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
5.1. Después de leer atentamente el relato, ¿Qué es lo que más me impresiona de él?
5.2. ¿Se escuchan de nuevo, aún con otros términos, las afrentas que le hicieron a Jesús en cuanto estaba clavado en la Cruz? ¿Qué ejemplos concretos podría poner?
5.3. ¿Cómo entienden el “Reino” de Jesús (1) los magistrados, (2) los soldados, (3) el primer malhechor y (4) el segundo malhechor conocido como el “buen ladrón”?
5.4. ¿Cuando pienso en “Jesús Rey” qué me viene a la mente? ¿Qué me corrige el evangelio de hoy? ¿Por qué la proclamación del “Rey del Universo” está estrechamente ligada al acontecimiento de la Cruz?
5.5. ¿El camino de fe del “buen ladrón” de qué manera ilumina el mío para que hoy y siempre proclame que Jesús “vive” y “reina” en mi vida, en mi familia, en mi comunidad y en todos los ambientes y culturas del mundo? ¿Qué implica para mí esta proclamación si estoy viviendo una enfermedad, una situación difícil que estremece mi fe?
P. Fidel Oñoro C., cjm
Centro Bíblico Pastoral del CELAM