Trigésimo del Tiempo Ordinario (B)
EL CAMINO DE JESÚS HACIA JERUSALÉN
Y LA FORMACIÓN DE LOS DISCÍPULOS (VII):
Una catequesis sobre la fe como esencia del discipulado
Lectio de Marcos 10,46-52
Introducción
Con la historia positiva y estimulante de Bartimeo, el itinerario formativo de Marcos sobre “el seguimiento de Jesús por el camino de la Cruz” llega a su punto alto (ver toda la sección de Marcos 8,27 a 10,52, que hemos venido comentando en los seis domingos anteriores), enfatizando la Buena Noticia de que es posible decirle “sí” al llamado de Jesús para seguirlo con radicalidad.
El relato conclusivo de la sección sobre la formación del discípulo en la subida a Jerusalén es un historia de fe. A partir de la observación de todos los movimientos de Bartimeo, el evangelista elabora una preciosa catequesis que educa en el “itinerario interno de la fe”. Ya desde el primer momento, en este mismo evangelio, Jesús había dicho que el Reino de Dios se acoge en la “conversión” y la “fe” (ver 1,15).
La dinámica de la fe es la esencia del discipulado, porque sólo la adhesión total –la comunión estrecha con el Maestro- hace posible el seguimiento de Él en todos los aspectos de la vida. Para vergüenza de todos los anteriores, este hombre ciego y pobre es el modelo del que sabe responder al llamado de Jesús: “¡Ánimo, levántate, te llama!” (10,49), pasando del estar “sentado a la orilla del camino” (10,46) al “seguirlo por el camino” (10,52).
Vale la pena explorar algunas riquezas de este maravilloso relato.
1. El texto, su contexto y estructura
1.1. Leamos atentamente Marcos 10,46-52:
“46 Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino.
47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ‘¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!’
48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’
49 Jesús se detuvo y dijo: ‘Llamadle’. Llaman al ciego, diciéndole: ‘¡Animo, levántate! Te llama’.
50 Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús.
51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’ El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’
52 Jesús le dijo: ‘Vete, tu fe te ha salvado’. Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino”.
1.2. Contexto
El Evangelio de Marcos nos va dando poco a poco pistas concretas sobre su organización interna. La sección sobre el discipulado en la subida a Jerusalén (8,27-10,52), por ejemplo, está enmarcada por dos curaciones de ciego:
– La curación del ciego de Betsaida (8,22-26), la cual concluye la primera parte del ministerio de Jesús en Galilea y enseña que el “ver” se logra procesualmente y gracias la ayuda de Jesús. Inmediatamente después ocurre la confesión de fe de Pedro, quien manifiesta con pocas palabras lo que ha visto y comprendido de la persona de Jesús.
– La curación del ciego de Jericó (10,42-46), llamado Bartimeo, con la cual se concluye la subida a Jerusalén. Inmediatamente después tenemos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. También Bartimeo hace una confesión de fe en el mesianismo de Jesús y sigue a Jesús por el camino.
Por cierto, la de Bartimeo y la del joven poseido por el demonio (ver 9,14-28) son las únicas curaciones que Jesús realiza en esta sección del Evangelio. Ambas están relacionadas con el camino de la fe.
Tengamos presente, además, la conexión con el pasaje inmediatamente anterior: la curación de Bartimeo ocurre después que Jesús ha dicho que ha venido a servir (10,45). Jesús aquí presta un servicio concreto, contraponiéndose al grupo de discípulo que –por el contrario- niegan el servicio intentando deshacerse del ciego que se les ha vuelto incómodo.
1.3. Esquema del pasaje
La narración está construida como un itinerario de fe, en el que, si atendemos a los movimientos, podemos distinguir tres partes:
(1) Descripción de la situación: el ciego “sentado” a la vera del camino (10,46)
(2) El camino de Bartimeo hasta Jesús (10,47-50)
(3) el camino de Bartimeo junto con Jesús (10,51-52)
Así, Bartimeo se convierte en un nuevo discípulo, precisamente el último que Jesús llama antes de entrar en la fase final de su ministerio.
Analicemos algunos detalles.
2. La descripción de la situación: el ciego “sentado” a la vera del camino (10,46)
“Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino”
“Llegan a Jericó”. En vísperas de su entrada a Jerusalén, y teniendo en vista la pascua dolorosa que se aproxima, Jesús pasó la noche como peregrino en la ciudad de Jericó, la “ciudad de las palmeras”, muy próxima al río Jordán y al Mar Muerto. Ahora Jesús está saliendo de la ciudad para tomar la empinada cuesta de 30 kilómetros que, atravesando el desierto de Judá, lleva hasta la Ciudad Santa: “Y cuando salía de Jericó…”.
Jesús no va solo, lo acompañan “sus discípulos” y “una gran muchedumbre”. Todos ellos están a punto de coronar la meta de su peregrinación a Jerusalén para celebrar la Pascua hebrea.
De repente, a la orilla del camino, aparece Bartimeo, ciego y mendigo, quien ha ido a acomodarse en el lugar preciso por el que deben pasar los peregrinos. En esta época del año, en el que la gente es más generosa, el ciego espera captar más limosnas. Él ya sabe la estrategia para lograrlas, por eso está allí en su “lugar de trabajo”.
Es curioso que se nos de el nombre del ciego: “Bartimeo”. Significa “hijo de Timeo” (sobre el nombre de “Timeo” no sabemos que pueda significar). Esto sólo ocurre en los primeros relatos de vocación: los llamados por Jesús al discípulado tienen nombre propio; en cambio, cuando de milagros se trata, al menos en el Evangelio de Marcos, nunca se da el nombre, excepto en este caso.
Ninguna otra persona curada en el Evangelio ha sido descrita con tanto detalle como ésta. Una vez más notamos: esto ocurre habitualmente con las personas que van a ser llamadas al discipulado (ver 1,16-20; 2,14).
3. El camino de Bartimeo hasta Jesús (10,47-50)
47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ‘¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!’
48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’
49 Jesús se detuvo y dijo: ‘Llamadle’. Llaman al ciego, diciéndole: ‘¡Animo, levántate! Te llama’.
50 Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús”.
La rutina del mendigo se rompe, y para siempre, cuando toma información y se entera que muy cerca de él pasa Jesús (10,47ª).
(1) La escucha
El paso del camino de fe de Bartimeo es el “oír” (se usa el verbo griego akouo). Él se toma en serio el anuncio. Es todo lo contrario de los otros discípulos a quienes Jesús reprendió diciéndoles: “¿Aún no comprendéis ni entendéis?… ¿Teniendo ojos no véis y teniendo oídos no oís?” (8,17).
Esto tiene otro antecedente en el Evangelio: cuando en una ocasión la predicación apostólica llegó al palacio del rey, Herodes después de oír, no consiguió captar la verdadera identidad de Jesús y no dio el paso de la conversión y la fe (ver Marcos 6,14-16).
Pues bien, y retomando la parábola del sembrador, vemos cómo con el ciego sucede todo lo contrario: aunque la semilla cae al borde del camino él se hace buena tierra que sabe oír (ver 4,15 y 20). La “escucha” lo desacomoda, Bartimeno no permanece como el discípulo inmóvil que sabe de todo sobre Dios pero no da pasos significativos en la vida.
El relato se va por esta línea: el encuentro con Jesús cambia radicalmente la vida de Bartimeo, de la ceguera pasa a la visión y de la marginalidad en el camino pasa a ser su activo peregrino (confrontemos los vv.46 y 52). Pocas palabras, apenas las precisas, y mucha decisión de ambas partes, constituyen el relato. Cada detalle del proceso de aproximación está cargado de significado y se va armando como una síntesis de las lecciones fundamentales del discipulado en el evangelio.
(2) El grito de fe
Brota entonces el grito de ayuda que todavía los discípulos no se habían atrevido a pronunciar (ver 4,38-40, 8,14-21; 9,19). Los discípulos han pasado por serias dificultades, no comprenden la cruz, pero no piden ayuda sino que regañan o ignoran al Señor. En contraposición Jesús había propuesto el modelo del padre de familia que hace “la oración de la fe” (ver 9,24.28).
El evangelista hace notar que el clamor del ciego va aumentando gradualmente, no sólo en la intensidad de la voz (10,48: “pero él gritaba mucho más”) sino en la invocación de Jesús.
Bartimeo clama misericordia. Su oración tiene como trasfondo la oración penitencial del Salmo 51 (“miserere”), en su primera línea, pero también la promesa mesiánica de Isaías 35,2-5:
“Se verá la gloria de Yahveh, el esplendor de nuestro Dios.
Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes.
Decid a los de corazón intranquilo:
‘¡Animo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene vengador;
es la recompensa de Dios, Él vendrá y os salvará’
Entonces se despegarán los ojos de los ciegos,
y las orejas de los sordos se abrirán…”.
Es de notar que a la invocación de “Jesús de Nazareth”, el ciego le agrega dos títulos: (1) “Hijo de David”, es decir que lo reconoce como el Mesías, y (2) “Rabbunni” (mi Maestro), que tiene una nota de aprecio, de relación estrecha de comunión y de confianza. Al contrario del hombre rico, que también lo llamó “Maestro” (con el complemento adulador “Bueno”), este pobre sí deja que Jesús sea efectivamente su Maestro, porque le obedece.
Si Pedro había reconocido a Jesús como “Cristo” (=Mesías; ver 8,29), el ciego Bartimeo lo confiesa como “Hijo de David”, un título con valor mesiánico (ver también 12,35).
(3) La superación de obstáculos
Bartimeo enfrenta obstáculos. Además de sus dos primeras limitaciones, su ceguera y su pobreza, es reprimido para que se calle (10,48). Es visto como uno que no tiene valor para los demás, como el niño que perturba la dignidad del Maestro (ver 10,13). Él es imagen del que entra en el Reino despojado, abandonado con absoluta confianza en la presencia y la palabra de Jesús. Y a diferencia del hombre rico que exhibe su santidad (ver 10,20), el mendigo se presenta como pecador contrito, como alguien lejano de la comunión con Dios pero que suspira por tenerla.
El despojo es todavía más radical cuando hace dos gestos:
– “Arroja el manto” (10,50ª): el manto es el mayor bien de un pobre, lo único que le queda (ver Éxodo 22,25-26), es su cobija para la noche, su abrigo para el frío, su recipiente para la limosna. Es la antítesis del hombre rico renuente al seguimiento, precisamente por este obstáculo (10,22), y la imagen viva del que “lo deja todo para seguir a Jesús” (10,28).
– “Da un salto y viene donde Jesús” (10,50b): su salto (¡inaudito para un ciego!) es un gesto de confianza total, expresión de apoyo en la palabra de Jesús.
El hombre rico no le creyó a Jesús que en su palabra de llamado para el seguimiento había un nuevo apoyo que sostendría y con mayor calidad su vida (ver 10,29-30). La respuesta de Bartimeo no puede ser más completa.
El ciego logra su objetivo: Jesús, se detiene ante él (10,49ª) y lo llama (v.49b). Jesús no pasa indiferente ante el medigo del camino sino que se interesa por él.
4. El camino de Bartimeo junto con Jesús (10,51-52)
“51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’ El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’
52 Jesús le dijo: ‘Vete, tu fe te ha salvado’. Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino”.
Comienza ahora el diálogo directo entre Jesús y Bartimeo. El encuentro personal comienza con una pregunta.
La pregunta “¿Qué quieres que te haga?” (10,51) nos recuerda otra similar dirigida a Santiago y Juan en el relato anterior: “¿Qué quieren que haga por vosotros?” (10,36).
La respuesta de Bartimeo es bien distinta a los de los discípulos que querían poder, éste pide “ver”. Esta es la petición más apropiada para un discípulo (ver 4,11-12; 8,14-21).
Se subraya que en última instancia la fe es dejar “actuar” a Jesús, es la apertura total a la salvación por la vía que Él como Maestro e Hijo de Dios viene señalando y a la que los discípulos le han puesto resistencia. Además un aspecto importante de la relación de discipulado es el tener claras nuestras expectativas frente al Señor, por esa vía la fe se purifica y se va lejos.
A diferencia de otros relatos de milagro, en esta ocasión no hay ningún contacto físico, es suficiente la palabra de Jesús para que el ciego vea.
Curiosamente, entre todos los que Jesús ha curado a lo largo de su ministerio, este es el único que inicia un camino de seguimiento: “le seguía por el camino” (10,52). Ahora Jesús tiene un nuevo discípulo, quien ha recibido el don de la vista y se caracteriza por su fe.
Observemos además que las últimas palabras de Jesús contienen:
(1) un envío,
(2) una declaración de salvación,
(3) una exaltación de su fe (v.42ª).
En la recuperación de la vista de Bartimeo se explica la fuerza salvífica de la fe. La fe que lo ha “salvado” tiene siete características: es una fe que
(1) parte del reconocimiento radical de la necesidad de Jesús,
(2) clama humildemente ayuda,
(3) va creciendo progresivamente en la relación con Jesús,
(4) supera los obstáculos,
(5) impulsa al abandono absoluto en las manos de Jesús,
(6) clarifica los propios motivos y
(7) lleva a decisiones radicales y valientes (“arrojar la capa”, “dar un salto”, decidir “ver”) y que se convierte en seguimiento real (dejarse conducir por el Maestro).
Es así como la fe se hace seguimiento. Bartimeo escoge finalmente el camino de la Cruz. Así se concluye la escuela de discipulado en el camino a Jerusalén: la confesión de fe de Pedro al inicio del camino (ver 8,27-30), se concreta al final con un gesto orientado a la aceptación de la Cruz, la de un Hijo de David exaltado por el camino de la humillación.
5. Las lecciones del último de los discípulos llamados por Jesús: Bartimeo
La historia del ciego Bartimeo (Mc 10,46-52) relata un caso exitoso de discipulado. Lo fue precisamente porque:
Partió del reconocimiento de sus límites más profundos, particularmente de su pecado: “Se puso a gritar: ‘¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” (10,47 y 48).
Jesús lo llama (10,49).
Deja lo único que tiene en medio de su pobreza: el manto en el que recoge la limosna (10,50).
Acoge el “hacer” de Jesús (10,51) como un acto concreto de fe: “Tu fe te ha salvado” (10,52ª).
Entra en la ruta del camino de la cruz sin más “peros”: “al instante… le siguió por el camino” (10,52b).
El ciego Bartimeo, el hombre que lo necesitaba todo, nos deja una profunda lección: mucho hay que hacer en esta vida, pero la comunión con Jesús es la única cosa necesaria.
Permítanme recalcarlo: nuestro relato trata de algo más que de la simple curación de un ciego. Si observamos bien, veremos que muchos de los temas tratados en los pasajes anteriores aquí son retomados:
(1) La identidad de Jesús.
Al principio vimos a Pedro confesando la fe en Jesús como “el Cristo” (8,29), ahora Bartimeo es el primero en llamar a Jesús “Hijo de David”, título que tiene un sentido mesiánico (10,47-48). En el pasaje siguiente, la entrada triunfal en Jerusalén, este mesianismo será proclamado con fuerza (11,1-10).
(2) El camino de la salvación.
Al principio Jesús enseñó el camino hacia la vida, hacia la salvación (8,34-9,1; ver 10,17-31). Ahora Bartimeo afirma que la fe lo salvó y lo condujo hacia la salvación (10,52).
(3) La necesidad de la fe.
En el exorcismo del joven poseído (9,14-29), Jesús afirmó que era necesaria la fe para estar en comunión con el poder salvador de Dios (9,19.23.24.29). Ahora le dice a Bartimeo: “Tu fe te ha salvado” (10,52).
(4) El servicio al pequeño y marginado.
Los discípulos le impedían a los niños acercarse a Jesús (10,13). Ahora es el ciego Bartimeo quien experimenta la misma dificultad (10,48). En ambos casos Jesús no acepta esta actitud, su misión es el servicio (10,45); pues bien, esto mismo deben hacer los discípulos: acoger y servir a todos sin excepción (9,35; 10,43-44).
(5) Los encuentros con Jesús en el camino.
El rico fue al encuentro de Jesús en el camino (10,17). Ahora es Bartimeo quien va a al encuentro con Jesús en el camino (10,46). El rico es llamado por Jesús al seguimiento, pero dice que no. El ciego no es llamado explícitamente y sin embargo sigue a Jesús.
(6) Jesús escucha las peticiones pero no responde de la misma manera.
Dos discípulos le hicieron una solicitud a Jesús, pero su petición fue rechazada (10,35-41). Ahora es Bartimeo quien le hace una solicitud a Jesús y él le responde positivamente (10,46-50). Ahora sabemos qué es lo que un discípulo debe pedir y qué no. Con todo, Jesús siempre escucha; notemos que en ambos casos la pregunta de Jesús es la misma: “¿Qué quieres que haga por ti?” (10,36.51).
En fin…
Una y otra vez, en el camino hacia Jerusalén, los discípulos han mostrado su dificultad para comprender a Jesús y su camino. Al llegar al final del camino un personaje que no había aparecido antes en el Evangelio, pero que tiene nombre propio, así como los primeros discípulos, se convierte en modelo de un discípulo de Jesús: es modelo de una persona de fe; él pide lo que todo discípulo debe pedir; él, ya viendo, emprende la ruta del seguimiento hasta Jerusalén, el lugar donde ocurrirá el evento de la Cruz, una Cruz que conduce a la plenitud de vida.
El verdadero discípulo es aquel que ve con los ojos de Jesús y, de esta manera, comparte decididamente su camino misionero hasta el final.
6. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia
“Quien ignora el esplendor de la eterna luz, es ciego. Con todo, si ya cree en el Redentor, entonces ya está sentado a la vera del camino. Esto, sin embargo, no es suficiente. Si deja de orar para recibir la fe y abandona las imploraciones, es un ciego sentado a la vera del camino pero sin pedir limosna. Solamente si cree y, convencido de la tiniebla que le oscurece el corazón, pide ser iluminado, entonces será como el ciego que estaba sentado en la vera del camino pidiendo limosna.
Quien quiera que reconozca las tinieblas de su ceguera, quien quiera que comprenda lo que es esta luz de la eternidad que le falta, invoque desde lo más íntimo de su corazón, grite con todas las energías de su alma, diciendo: ‘Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí’.
[…] Es tiempo de escuchar lo que fue hecho al ciego que pedía la vista o, también, lo que él mismo hizo. Dice todavía el Evangelio: ‘Luego él recuperó la vista y se puso a seguir a Jesús’. Ve y sigue quien realiza el bien que conoció; ve pero no sigue aquel que igualmente conoce el bien, pero no se dedica a realizarlo.
Si, pues, hermanos, ya conocemos la ceguera de nuestro peregrinar; si, además de eso, después de la ceguera, por el don de la fe que penetra la inteligencia, fuimos iluminados, esforcémonos por seguir con las obras a aquel Jesús que conocemos con la inteligencia. Observemos hacia donde el Señor se dirige e imitándolo, sigamos sus pasos. En efecto, sólo sigue a Jesús quien lo imita”
(San Gregorio Magno, Homil. in Ev. 2, 2.8)
7. Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
7.1. Este es un relato cargado de detalles sobre el ciego. ¿Qué quiere decir esto en el evangelio de Marcos? ¿Qué indica cada detalle?
7.2. El ciego hizo un proceso que lo llevó de la marginalidad a la vera del camino al seguimiento de Jesús en su mismo camino y junto con el resto de los discípulos. ¿Qué pasos dio para lograrlo?
7.3. ¿Cómo se entiende la “fe que salva” en este relato?
7.4. Comparando el relato con el hoy de mi comunidad: ¿Se ha repetido alguna vez el gesto de los discípulos que intentan apartar al mendigo por ser incomodo para el grupo?
7.5. ¿Qué nuevas lecciones saco para mi vida de discipulado, a partir de la lectura orante del relato de Bartimeo?
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM
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