CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO SEPTIEMBRE 11 DE 2022

Vigésimo cuarto del tiempo ordinario
La misión de Jesús y sus discípulos:
Salir en búsqueda del pecador compartiendo la misericordia y el gozo de Dios
Lucas 15, 1-10 (11-32)
Introducción

Entramos en este domingo en el gran capítulo 15 del evangelio de Lucas -núcleo de la Buena Nueva de Jesús y de la revelación de los sorprendentes sentimientos de Dios- en el cual escuchamos al Maestro pronunciar las tres parábolas de la misericordia:

(1)    la oveja perdida (15,4-7),
(2)    la moneda perdida (15,8-10) y
(3)    el Padre misericordioso (15,11-32), en la cual asistimos a la historia del hijo perdido y encontrado.

Los primeros tres versículos del capítulo nos presentan el contexto –como necesaria clave de lectura- que lleva a Jesús a pronunciar estas bellas lecciones sobre la misericordia de Dios (15,1-3).

La finalidad del pasaje de hoy es profundizar en el tema del amor de Dios demostrado en el ministerio salvífico de Jesús con los excluidos y los pobres de la sociedad, particularmente con un grupo de excluidos que está en todos los estratos sociales: los “pecadores”. El capítulo anterior de Lucas (ver 14,15-24) ya nos había ambientado el tema en la parábola en la cual Jesús invitaba a los excluidos a la mesa del Reino.

1.    El texto en su contexto

1.1.    Antes de entrar a Lucas 15 hay que mirar atrás

Recordemos algunos momentos clave del evangelio:

(1) Desde el primer momento en que Jesús llamó a un discípulo, a Simón Pedro, sacó a relucir su praxis de misericordia con los pecadores. Dijo Simón Pedro: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (5,8b); Jesús le respondió: “No temas” y le mostró su confianza entregándole una misión (5,10).

(2) A partir de entonces vemos que la constante de Jesús es la acogida del pecador, hasta el punto de llegar a hacerlos sus discípulos. Es el caso de Leví (5,27-28), de la pecadora arrepentida (7,36-50), de Zaqueo (19,1-10). A los pecadores Jesús los llama a la conversión, les perdona los pecados y los hace crecer mediante el seguimiento (ver 8,1-2). Todo esto no es más que la realización del “año de gracia del Señor”, cuyo cumplimiento proclamó desde su discurso inaugural en la sinagoga de Nazareth.

(3) Pero, como se hace notar desde el primer día, este mensaje no fue bien recibido por todos.

Los gestos de perdón que Jesús hacía generaron desconfianza por parte de los fariseos y escribas desde el mismo comienzo del ministerio en Galilea. En la escena de la curación-perdón del paralítico se escuchó la primera crítica: “¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” (5,21).

(4) Con todo, Jesús no se dejó detener por la crítica y siguió adelante, hasta el punto de que uno de los comportamientos habituales de Jesús más recordados en el evangelio es el de sus comidas con pecadores. En esos momentos nuevos agrios comentarios se escucharán: “¿Por qué coméis con los publicanos y pecadores?” (5,30), “Ahí tenéis a un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores” (7,34b); “Ha ido a hospedarse en casa de un hombre pecador” (19,7).

(5) En respuesta a sus críticos, Jesús se remite con una gran contundencia al sentido de su misión: “No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores” (5,32). Esta frase sigue siendo válida para el resto del evangelio, incluso hasta hacerla núcleo de la misión apostólica: “predicar en su nombre (Cristo) la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones” (24,47).

Con este ambiente llegamos al capítulo 15 de Lucas. Aproximémonos primero al contexto (15,1-3) y luego a la dinámica y el contenido de las dos primeras parábolas (15,3-10). (La parábola del Padre Misericordioso, ya la habíamos leído en la cuaresma de este año y por ello remitimos a las anotaciones ya realizadas).

1.2.    El texto

Leamos despacio Lc 15,1-10:

15,1 Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle,
2 y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos.»
3 Entonces les dijo esta parábola.

4 «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra?

5 Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros;

6 y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.»

7 Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión.
8 «O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra?
9 Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido.»
10 Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»

2.    La situación que motiva las tres parábolas de la misericordia (15,1-3)

Vale la pena que nos detengamos un poco en la introducción del capítulo. Su esquema (que es similar al de 5,29-32) nos da tres informaciones:
(1) La observación de un hecho: “Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle” (15,1);
(2) La desaprobación de este comportamiento por parte de los fariseos y los escribas: “Este acoge a los pecadores y come con ellos” (15,2); y
(3) La respuesta de Jesús: “Entonces le dijo esta parábola” (1,3).

Notemos algunos detalles interesantes.

2.1.    El hecho: “Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle” (15,1)

Suena exagerado, pero así lo afirma Lucas, “Todos” los publicanos y pecadores buscaban a Jesús. En realidad es una manera de enfatizar una preciosa realidad constatada en el ministerio de Jesús. Ahora bien, no se trataba de hechos puntuales sino de una constante, como puede verse en la forma verbal que describe una acción continua: “buscaban”.

Estos que buscaban a Jesús tienen el calificativo peyorativo de “pecadores”: personas que por su comportamiento contrario a la Ley de Dios, a lo mejor con reincidencias y públicamente asumidos, se han colocado fuera del ámbito de la Alianza. Evidentemente eran reprobados. Se habla también de un grupo particular de ellos: los “publicanos”.

Los publicanos (cobradores de impuestos para Roma) era mal vistos por tres razones que estaban en la mentalidad de la gente: (1) porque ejercían un oficio que –por continuo contacto con los gentiles- los hacía religiosamente impuros; (2) porque por el hecho de estar al servicio del imperio eran blanco de ataques por parte de los nacionalistas del pueblo; (3) porque se convirtieron en prototipo de corrupción administrativa y abuso de poder (el caso de Zaqueo lo deja entender).

Hay que recordar que en el evangelio de Lucas, los publicanos:

(a)    Estaban en la lista de las personas llamadas públicamente a la conversión por parte de Juan Bautista (ver 3,12).

(b)    Luego se convierten en modelo del que responde al llamado al arrepentimiento. Por ejemplo, en 7,29 Jesús cita la respuesta positiva de ellos a la predicación de Juan: “los publicanos reconocieron la justicia de Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan”. Y ni se diga la generosidad, digna de imitación, de los publicanos Leví y Zaqueo, frente al llamado de Jesús.

(c)    Muestran una alta calidad espiritual, incluso superior a la de los fariseos: cuando Jesús trata el tema de la oración, en una de sus catequesis, un publicano –y no el fariseo- será el modelo del orante según los nuevos criterios del Reino (ver 18,10-13).

Si los publicanos y pecadores llegan a un nivel tan alto de vida espiritual (aspecto que los fariseos no miran) es porque “iban a oír” a Jesús, lo cual es signo de conversión. Si recordamos la conclusión del evangelio del domingo pasado lo entendemos mejor: “El que tenga oídos para oír, que oiga” el llamado a las exigencias del discipulado (14,35). Que los publicanos y pecadores “vayan” y “oigan” a Jesús significa que se han tomado en serio la lección sobre el discipulado.

2.2.    La crítica: “Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: ‘Éste acoge a los pecadores y come con ellos’” (15,2)

Los fariseos y escribas salen al ruedo una vez más –después de 5,21.30; 6,7; 11,53- para poner en tela de juicio lo que Jesús hace. Ello, se dice expresamente, “murmuran” contra él.

La murmuración es la crítica cargada de fastidio por un comportamiento que no se admite. Así aparece, por ejemplo, en la polémica que le hacen a Pedro por su apertura a los gentiles: “Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos” (Hch 11,3).

Los fariseos y escribas se muestran molestos con Jesús y sacan a relucir su prejuicio contra los pecadores y marginados. Su actitud contra Jesús se percibe en la manera lacónica de referirse a él, lo llaman “Éste”.

Dos verbos describen el comportamiento reprobado: “Acoger” y “Comer (junto con)”.

Las dos acciones se complementan ampliando su significado. Jesús es presentado como el anfitrión de una comida festiva en la que recibe y atiende con simpatía a sus ilustres huéspedes.

Pero no se trata de un formalismo: la “acogida”, en el lenguaje del Nuevo Testamento, se refiere también al ofrecimiento de asistencia que una persona requiere. Acoger es “dar la mano” (ver Rm 16,2; Flp 2,29). Esto es lo que parece suceder al interior de las cenas de amistad que ofrece Jesús. Los fariseos, por el contrario, son aquellos que critican, reprenden y dicen lo que hay que hacer, pero no le dan la mano al pecador. Hay un pensamiento rabínico tardío que parece recoger el principio fariseo: “no permitas a un hombre juntarse con el malvado, ni siquiera conducirlo a la Ley” (M. Ex. 18,1). Esto explica la actitud de los fariseos.

Pero Jesús no piensa así. Si él en las comidas se aproxima a las personas consideradas de baja moralidad o de ocupaciones de baja categoría -gente a la que un judío respetable no tendría por qué tratar- es porque está poniendo en práctica su enseñanza sobre el Reino de Dios: Dios ha visitado su pueblo y ha establecido con todos una increíble cercanía (ver 1,68; 7,16; 17,21); su presencia es poder que transforma la vida entera.

2.3.    La respuesta de Jesús: “Entonces les dijo esta parábola” (15,3)

Jesús responde en parábolas, fiel al principio según el cual “los misterios del Reino de Dios” se les dan a conocer “a los demás sólo en parábolas” (8,10). Las parábolas del evangelio están construidas de tal manera que subvierten nuestra habitual manera de razonar y nos llevan a pensar con la lógica del Dios del Reino.

El narrador Lucas anuncia una parábola y al final resultan tres. Al leerlas tengamos presente que:

(a)    Todas van al mismo punto: la alegría que experimenta una persona que recupera lo que había perdido.

(b)    Las dos primeras parábolas apuntan explícitamente al hecho de que esta alegría es el reflejo de la alegría que Dios siente cuando recupera lo que había perdido: aquello que le era propio y de un gran valor para Él.

(c)    La tercera parábola supera las dos primeras: sin perder de vista el tema de la alegría de Dios (representada en el papá misericordioso) describe ampliamente la situación de una persona perdida (el hermano menor) y también la actitud de quien aparentemente no se perdió (el hermano mayor); éste último no es capaz de compartir la alegría del padre por el regreso del hijo (y hermano) perdido.

Las parábolas de la misericordia explican el por qué del comportamiento de Jesús e invitan a los fariseos (y a los lectores) a unirse a la praxis de Jesús.

3.  Celebrando el regreso de una persona muy valiosa: las parábolas de la oveja y de la moneda perdida

Jesús cuenta dos parábolas que tienen mucho en común (como sucedió con las del domingo pasado) y se refuerzan la una a la otra en el mensaje. Pero las imágenes de base son diferentes: la primera parábola se detiene en la historia de un hombre y la segunda en la de una mujer; ambos con dos oficios típicos del mundo bíblico israelita: un pastor y un ama de casa. El primero vivirá una aventura al abierto, en el campo, y la segunda dentro de la misma casa.

Releámosla:

“¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra?
5 Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros;
6 y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.»
7 Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión”.

3.1.    La historia de un pastor: parábola de la oveja perdida (15,4-7)

“¿Quién de vosotros?”. La mirada se pone en la persona y en lo que normalmente ésta haría en una situación similar aplicando la sana lógica. Por tanto, no se trata tanto la historia de una oveja, cuanto de la de un pastor que rebosa de felicidad después de hallar su oveja perdida.

Distinguimos dos partes: (1) la parábola propiamente dicha (15,4-6) y (2) la aplicación (15,7).

La parábola propiamente dicha

En la parábola propiamente dicha notamos que la dinámica que implican los verbos permite distinguir momentos bien marcados:
(1) “Tener” (cien ovejas);
(2) “Perder” (una de ellas);
(3) “Dejar” (las 99 en el desierto),
(4) “Buscar” (la oveja perdida)
(5) “Encontrar” (-la);
(6) “Poner” (-la sobre los hombros),
(7) “Convocar” (a los amigos y vecinos) y “Decir” (-les).

Destaquemos la idea central de cada acción:

•    “Tener”. El pastor posee un rebaño de un centenar de ovejas. Es la cantidad normal para un pequeño hacendado.

•    “Perder”. La imagen es la de un pastor que al final del día se pone a contar las ovejas de su rebaño y descubre que el número está incompleto.

•    “Dejar las noventa y nueve en el desierto”. Se acentúa la locura de la acción del pastor, quien se olvida de la elemental precaución dejando el rebaño desatendido en pleno desierto (donde se pueden perder todas) en cuanto se precipita en la búsqueda de la oveja perdida. Pero al narrador le parece normal que eso se haga: “¿Quién de vosotros no haría esto?”, dijo Jesús al comenzar la parábola.

Claro que es probable que las ovejas hayan quedado bajo la responsabilidad de un cuidandero (ver Juan 10,3).

El que se destaque una entre noventa y nueve no significa que esta oveja sea más importante que las otras, se trata más que todo de una formulación paradójica que sirve para poner de relieve la alegría por el hallazgo de lo que se había perdido.

•    “Buscar”. La búsqueda no para hasta que no logra su cometido: “hasta que…”. No hay reposo. El celo es total.

•   “Encontrar”. La alegría del hallazgo se manifiesta en la convocación de los amigos. Este es un rasgo del amor de Dios, pero lo esencial es lo que viene: la alegría que proviene de la nueva situación en el Reino de Dios.

•    “Poner sobre los hombros”. El pastor regresa con aire triunfante. El trato de la oveja hallada es de tierna solicitud. La ternura del pastor que carga a la oveja (tema amado por la iconografía paleocristiana), asistiéndola en su delicada situación, nos recuerda Isaías 40,11: “Como pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas”. Ella es preciosa, delicada, de un gran valor.

•    “Convocar”. El pastor organiza una reunión festiva, está lleno de alegría por el éxito de su búsqueda. Una alegría de estas no se vive sólo, se la comparte con los amigos.

La aplicación de la parábola

Aplicando la parábola a la acción de Dios, podemos reconocer en el celo del Pastor la realización de la profecía de Ezequiel: “Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas” (34,12); y también el anuncio de la misión del Mesías: “Yo suscitaré para ponérselo al frente un solo pastor que las apacentará y será su pastor” (34,23-24).

Pero la insistencia de Jesús está en la descripción de la alegría de Dios por el pecador que se convierte: “Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por uno solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (15,7).

El motivo de la fiesta del cielo es la conversión de un sólo pecador (uno que ha obedecido al llamado de Jesús en 5,32). En contraste con el pensamiento fariseo  -que recordamos por un dicho rabínico que habla de la alegría de Dios por la caída de los malos (ver: t. Sanh. 14:10)- Jesús invita a descubrir que la felicidad de Dios es precisamente por lo contrario: su salvación.

Jesús habla de “más alegría”: el cielo multiplica la alegría. Uno se siente muy contento cuando se reconcilia con Dios, pero la alegría que Dios siente por este mismo acontecimiento es mayor. No quiere decir que Dios no esté contento con los que están sanos y salvos -los “noventa y nueve justos que no necesitan conversión”-, sino que su alegría por el pecador que se ha dejado encontrar por el amor misericordioso es superior.

3.1.  La historia de una mujer: parábola de la moneda perdida (15,8-10)

“8 O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra?
9 Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido.»
10 Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”

Como dijimos, la construcción de la segunda parábola es idéntica a la de la anterior, sólo que esta es una versión en femenino y en el ámbito de una casa. Exceptuando, por razones evidentes, el motivo de la “ternura” (cuando el pastor carga la oveja), vemos que las acciones de esta parábola son las mismas de la anterior:
(1) “Tener” (diez dracmas);
(2) “Perder” (una de ellas);
(3) “Encender” (la lámpara) y “barrer” (la casa),
(4) “Buscar” (cuidadosamente la moneda)
(5) “Encontrar” (-la);
(6) “Convocar” (a los amigos y vecinos) y “Decir” (-les).

También aquí subrayamos algunos elementos destacados en la descripción:

•    “Tener”: una mujer que posee diez dracmas. El “dracma” era una moneda griega de plata, casi equivalente en valor al denario romano, o sea, el equivalente de la ganancia diaria de un trabajador (un jornal; ver Mt 20,2). Algunos creen que equivaldría al valor de una oveja. Otros, que sería lo equivalente a la dote de una mujer que es dada en matrimonio. También se sugiere que con diez dracmas se podría comprar un collar en forma de diadema. Pero no hay prueba segura de ninguna de estas hipótesis. El hecho es que se trata de un porte de valor en manos de una mujer que vela celosamente por la economía del hogar.

•    “Perder”. Se hacen ver que encontrarla requiere grandes esfuerzos.

En una parábola rabínica una historia similar sirve para ilustrar los esfuerzos que hace un estudioso de la Ley para desentrañar del texto su valor (pero esto lo citamos aquí solamente para animar a los lectores en este mes de la Biblia).

•    “Encender la lámpara” y “barrer la casa”. Si nos atenemos al contexto, podríamos deducir que esta mujer vive en una casa de campo que generalmente tiene una sola puerta y no tiene ventanas. Cuando la puerta de la casa se cierra a la hora de dormir la única sala de la casa se convierte en dormitorio. Esto nos permite entender el drama de la búsqueda: ella debe encender la lámpara (ver 11,33), y por lo tanto despertar la casa entera (ver 11,7); y en medio del fastidio que ha debido causarle a la familia entera, barrer cuidadosamente (11,25) hasta que encuentra su moneda. Podría haber esperado hasta la mañana siguiente, pero eso es precisamente el “celo” que se quiere describir: la búsqueda del pecador no da espera.

•    “Convocar”. El hallazgo conduce al regocijo, que las vecinas y amigas son invitadas a compartir con gran sentimiento.

Aplicación de la parábola

De la misma manera, dice Jesús, hay alegría con un pecador arrepentido. La frase “en presencia de los ángeles” (ver también 12,8), es una referencia a Dios mismo y su ámbito celestial (como cuando se dijo antes: “en el cielo”, ver 15,7). Los ángeles se regocijan con Dios, pero lo que importa es la inmensa alegría de Dios.

Esta vez no hay comparativo, pero de todas maneras el contraste entre la alegría de Dios y las murmuraciones de los fariseos y escribas se deja sentir. Los fariseos deberían estar felices por la misericordiosa bondad de Dios. Dios se complace en la conversión de los pecadores, ni les desea nada malo ni los abandona, como dice Ezequiel 18,23: “¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado –oráculo del Señor Yahveh- y no más bien en que se convierta de su conducta y viva?”.

La dimensión femenina de esta parábola no deja de lanzar provocaciones. El hecho que Jesús coloque una mujer como ejemplo es chocante para los fariseos, quienes las rechazan en el estudio de la Torá. Ellas, sin embargo, también son modelo del comportamiento de Dios. No es sino ver el final: las mujeres que se alegran con su vecina superan la espiritualidad de los fariseos.

4.    Concluyendo la lectura

El evangelio de hoy nos invita a entrar en el corazón misericordioso de Jesús, descubriendo en él la grandeza su revelación acerca de Dios y la fuerza atrayente de su propuesta del Reino.

Jesús nos revela que a Dios le importamos mucho y que sufre y goza con nuestro destino. Él mismo es la imagen de un Dios que sale en búsqueda del pecador. El suyo es un amor primero e incondicional.

Estamos llamados a mirarnos evaluativamente en el espejo del evangelio. Si reducimos a lo fundamental la dinámica de las parábolas a los términos “pérdida”, “búsqueda”, “hallazgo” y “alegría compartida”, y los confrontamos con la tarea “pastoral” que se espera que hagamos, ciertamente percibiremos que tenemos mucho por hacer.

El hecho de tener noventa y nueve ovejas en sus manos no tranquilizó la conciencia del pastor. Ni tampoco a la mujer a la que le quedaban nueve monedas. Ese “uno” que falta es de gran valor. Bien decía santa María Eufrasia, parafraseando estas parábolas que “una vida vale más que el mundo entero”.

Entonces la conversión que se pide hoy no es solamente la del pecador, sino también la de la pastoral, o más exactamente, la de quien se ha adormecido en su celo pastoral y ya no sale a buscar a las ovejas ni a las monedas perdidas. No podemos quedarnos con los brazos cruzados esperando a que la oveja vuelva sola y sin hacer nada para provocar su conversión. Como aquel pastor y como aquella mujer no podemos dormir tranquilos mientras una oveja esté perdida.

5.    Releamos el evangelio junto con los Padres de la Iglesia

Algunos Padres de la Iglesia, practicando el llamado método “alegórico” de interpretación, ven en estas parábolas imágenes que recogen bien el movimiento de la historia de la salvación. Veamos dos ejemplos concretos:

5.1.    Para san Ambrosio, los tres protagonistas de las parábolas (el pastor, la mujer y el papá) representan a Jesús-Pastor, a la Iglesia-Madre y a Dios-Padre.

“¿Quiénes son estos tres: el padre, el pastor y la mujer? ¿No serán, por ventura, Dios Padre, Cristo y la Iglesia? ¡Cristo te carga con su cuerpo, habiendo tomado sobre sí tus pecados; la Iglesia te busca; el Padre te acoge! (Cristo) Te carga sobre los hombros como hace un pastor; (la Iglesia) viene a buscarte como una madre; (Dios) te reviste como hace un padre. Primero es la misericordia, después la intercesión, en tercer lugar la reconciliación. Todo corresponde exactamente: el Redentor viene a nuestro auxilio, la Iglesia intercede, el Creador nos reconcilia”.
(San Ambrosio de Milán, In Lucam, VII 208)

5.1.   San Agustín hace una maravillosa síntesis de la historia de la salvación que tiene su plenitud en la persona de Jesús.

“Esta parábola habla más de la divina misericordia que de nuestro proceder humano. Abandonar las cosas grandes, amar las pequeñas, es propio de la potencia divina y no de la avidez humana: porque Dios da la existencia a las cosas que no existen y va en busca de las cosas perdidas, sin abandonar las que dejó; y encuentra las perdidas sin perder las que quedaron guardadas.

No es un pastor terreno, sino celestial, y esta parábola no presenta hechos humanos, sino que manifiesta misterios divinos (…)

Aquel hombre que tenía cien ovejas es Cristo, el buen pastor, el pastor bondadoso que en Adán, como con una única oveja, había comprendido a todo el género humano y lo había colocado en los pastos de la vida de los prados del paraíso; pero esta oveja olvidó la voz del pastor y se fió de los aullidos de los lobos; perdió así los apriscos de la salvación y quedó completamente herida con llagas mortales.

Viniendo Cristo a buscarlo, lo encuentra en el seno de un campo virginal. Vino en la carne de su nacimiento y, elevándola sobre la Cruz, la cargó sobre los hombros en su pasión; lleno de alegría por la felicidad de la resurrección, subiendo al cielo la transportó hasta su morada. Y llamó a los amigos y a los vecinos, esto es, los ángeles, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque encontré mi oveja que estaba perdida’”. (San Agustín)

6.    Para sembrar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

6.1.        En las dos parábolas se subrayan seis verbos idénticos. Analizando detenidamente uno a uno, ¿Cuál es el que más vivo? ¿Cuál es el que más quisiera vivir?

6.2.        ¿Cuáles son los criterios que usa la sociedad de hoy ante una persona que comete un error: se inventa todas las estrategias posibles para salvar a esa persona o más bien aplica el dicho: “al caído caerle? ¿Y yo, qué hago?

6.3.        ¿En mi familia, o en mi comunidad existe una persona que es como lo llamamos comúnmente “la oveja negra”? ¿Qué hemos hecho para ayudarla a salir de esa situación? ¿No será que con nuestro comportamiento la aislamos y no le permitimos cambiar?

6.4.        El actuar de Jesús suscitó críticas en los escribas y fariseos quienes “murmuraron” de Él. ¿He criticado alguna vez el comportamiento de alguna persona? ¿Por qué lo he hecho? ¿Cómo actuaría Jesús?

6.5.        ¿En qué forma concreta experimento el amor misericordioso del Padre que me busca y se alegra cuando me encuentra? ¿Cómo hago que los demás lo experimenten?

P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

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