Vigésimo sexto del tiempo ordinario
EL RICO AVARO Y EL POBRE LÁZARO:
Justicia y misericordia en el discipulado de Jesús
Lucas 16, 19-31
Introducción
El evangelio de este domingo cuenta la parábola del “rico epulón”, pero quizás sea mejor llamarla del “rico avaro y el pobre Lázaro”.
La parábola combina dos temas:
(1) El primero es el revés de las fortunas en el mundo futuro para el rico y el pobre.
Este tema había sido presentado ya en el “Magníficat” de María, “a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió sin nada” (1,53), también en el sermón de la llanura, “Bienaventurados los pobres… pero ¡ay de vosotros, los ricos!” (6,20b.24ª) y en la parábola del rico insensato, “el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios” (12,21).
(2) El segundo es la seriedad de la escucha de la Palabra.
El evangelio de Lucas ha insistido con frecuencia en el anuncio de la Palabra y en la importancia de la calidad de la escucha: “Mirad, pues, cómo oís” (8,18ª). En la parábola se plantea el hecho de que si la Ley y los Profetas –la Palabra de Dios- parecen insuficientes para llamar al rico a la penitencia, ni siquiera el regreso de un resucitado de entre los muertos logrará la conversión esperada. Los milagros en sí mismos no pueden ablandar los corazones duros.
En el contexto anterior de la parábola del “rico epulón y el pobre Lázaro” notamos que se tiene presente la enseñanza de Jesús sobre el uso de la riqueza “para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas” (16,9; lo leímos hace una semana).
El auditorio de la parábola son los fariseos, quienes frente a la enseñanza que acabamos de recordar habían reaccionado mal: “Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de él” (16,14).
Pongámonos a la escucha del Maestro que nos cuenta otra de sus parábolas mejor elaboradas en Lucas 16,19-31:
«16,19 Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas.
20 Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas,
21 deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico… pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.
22 Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado.
23 Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.
24 Y, gritando, dijo: «Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama.»
25 Pero Abraham le dijo: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado.
26 Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros.»
27 Replicó: «Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre,
28 porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento.»
29 Díjole Abraham: «Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan.»
30 El dijo: «No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán.»
31 Le contestó: «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite.»»
Veamos la parábola en sus dos partes que son como dos cuadros que se desarrollan, uno en la tierra y el otro en el más allá:
(1) la situación del rico y el pobre en su existencia terrenal (16,19-21);
(2) la situación del rico y el pobre en su existencia más allá de la muerte (16,22-31).
1. La situación del rico y el pobre en su existencia terrenal (16,19-21)
La primera parte de la parábola cuenta la historia de un rico que no siguió la enseñanza de Jesús de pensar en los demás y ayudar a Lázaro. Lázaro sólo recibía migajas que caían casualmente y no fue objeto de la más mínima caridad. Podemos ver al rico como un ejemplo concreto del mal uso de la riqueza (ver el evangelio del domingo pasado).
El relato comienza haciendo una cuidadosa descripción de un rico bien rico y un pobre bien pobre. Jesús, verdadero maestro en la construcción de un relato, diseña las contraposiciones extremas de los dos personajes. Invitamos a leerla con atención.
1.1. Un rico que usó mal su riqueza (16,19)
“Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas”
Un hombre que posee abundantes recursos económicos, se permite un estilo de vida suntuoso. Jesús lo describe así:
(1) “Era un hombre rico” (16,19ª). La mención es genérica, no se refiere a ninguno en particular, lo cual es una invitación para que cada uno revise su conducta.
(2) “Vestía de púrpura y lino fino” (16,19b). Se viste a la manera de los reyes y altos dignatarios, con ropas llamativas y del más alto precio. La ropa teñida de púrpura (del exótico molusco “múrex”, ver Mc 15,17.20; Ap 18,21) y el lino fino (Ester 1,6; Prov 31,22) son conocidos en la Biblia como ropa de ocasiones solemnes. La forma verbal deja entender que no era una cuestión ocasional.
(3) “Celebraba todos los días espléndidas fiestas” (16,19c). Ahora se dice de manera explícita que su conducta es habitual. Este rico se puede permitir ofrecer una fiesta cada día con opíparas comidas. El “espléndidamente” muestra la suntuosidad de sus fiestas y sugiere generosas inversiones. ¿A qué hora trabajaba? ¿De dónde salía el dinero? (ver 12,19).
1.2. Un pobre que no recibió caridad (16,20-21)
“20 Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas,
21 deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico… pero hasta los perros venían y le lamían las llagas”.
La descripción del pobre es un poco más extensa y cuidadosa:
(1) “Y uno pobre, llamado Lázaro” (16,20ª).
A diferencia del rico, el pobre tiene nombre. El nombre Lázaro tiene una significación: el término hebreo La‘azar es una abreviación de ’el‘zr, “Aquél a quien Dios ayuda”. El detalle vale la pena porque es el único caso en el que Jesús le pone nombre a un personaje en sus parábolas. El significado anotado apunta a la misericordia de Dios que piensa prioritariamente en el pobre (tema lucano, ver 4,18; 6,20; 7,22; 14,13.21; 21,3). Además, Lázaro parece encajar en el perfil del israelita piadoso: sin tierra, sin posesiones, sin herencia, sólo Dios es su herencia (ver Salmo 16,5).
(2) “Echado junto a su portal”:
Incluso la casa del rico es opulenta: tiene un vistoso portal. Parece que sus amigos le hicieron la caridad de dejarlo allí, un lugar propicio para pedir limosna. Debía estar de pie encorvado o tirado en el piso.
(3) “Cubierto de llagas” (16,20c):
Su salud está deteriorada. No sólo su triste apariencia sino hasta su olor se insinúa aquí. Quizás lo mantienen a distancia para provocar asco y no arruinarles el apetito a los comensales.
(4) “Deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico”:
El estado de Lázaro llega aquí a su nivel más lamentable. Su “deseo” no satisfecho nos recuerda la deplorable situación del hijo pródigo cuando llegó al punto más bajo (ver 15,16). Sabemos que existía la costumbre de comer primero los varones, luego las mujeres, enseguida los niños y las sobran iban a parar a los domésticos, que a su vez la pasaban a los mendigos y a los perros.
Pero a Lázaro no le alcanzó a llegar nada. Una interpretación quizás más segura de esta frase está relacionada con los pedazos de pan que los invitados usaban para limpiarse las manos (en aquel tiempo era normal) y que luego arrojaban de la mesa; habitualmente las aprovechaban los perros (ver Mt 15,27). Con esto vemos el trato que se le da al mendigo: peor que los perros.
(5) “Pero hasta los perros venían y le lamían las llagas”:
La situación es dolorosa, los perros empeoraban las heridas con sus lamidos y lo hacían ceremonialmente impuro. ¡Cuánto sufrimiento físico y moral!
1.3. Una lamentable indiferencia
Lo que la descripción de los personajes ilustra es la indiferencia del rico hacia el pobre. El rico exhibe su avaricia pensando solamente en sí mismo (ver 12,19), manteniéndose a distancia y sin hacer absolutamente nada por ayudar al mendigo. El perro que lame las llagas de Lázaro –intentando al menos limpiarle las heridas- parece portarse mejor que el rico.
La falta de caridad es total.
2. La situación del rico y el pobre en su existencia más allá de la muerte (16,22-31).
Ahora la parábola invierte completamente la situación. El punto de partida es el momento de la muerte y, luego, después de describir el estado post-mortem de cada uno, la parábola nos hace asistir al diálogo que hace salir a flote una brillante reflexión.
2.1. El momento de la muerte
“Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado” (16,22)
Se introduce el punto decisivo de la historia.
Como si estuvieran recordando los Salmos sapienciales sobre el destino del pobre y del rico, la parábola muestra que ambos tienen algo en común: la muerte. Sin embargo se hace notar una diferencia:
(1) Dios, como dice el Salmo 72,12, sostiene -ver la imagen de los ángeles “elevando” a Lázaro- “al afligido que no tenía protector”. Dios se ocupa de Lázaro.
(2) En cambio del rico solamente se dice: “fue sepultado”. No hay honores celestiales (ni tampoco terrenales).
2.2. La doble petición del rico
La parábola entonces concentra su atención en el rico, quien toma la palabra para hacerle dos solicitudes a Abraham.
El relato describe primero brevemente la nueva situación del rico y del pobre: “Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno” (16,23). Ya el evangelio lo había anunciado: un revés de posición era lo que podía esperar. Quien hasta el final de su vida no hizo sino gozar lujuriosa e irresponsablemente, quien no sufrió ninguna carencia, ahora no cuenta con nada de ello para mitigarle su cruel destino. La humillación del rico es grande al ver “a lo lejos” (lo mismo que él le había hecho en la tierra) a Lázaro. Su “tormento” no sólo es físico, es moral: la frustración.
Por el contrario, en Lázaro se realizan las palabras de Sabiduría 3,1: “las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno”.
Comienza entonces el diálogo del rico con Abraham.
(1) Primera petición: una gota de agua para mitigar el tormento (16,23-26)
Esta comunicación “a los gritos” entre el rico y Abraham no es posible sino en una parábola. El rico implora: “Y gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’” (16,24).
El rico, apoyado en la paternidad espiritual que Abraham tiene sobre Israel, parece usar su derecho para hacer la solicitud. Pero ya en Lc 3,8, en la severa predicación del bautista se había anunciado que no habría méritos por ser israelita sino por la conversión personal.
Lo que pide es, ante todo, un gesto mínimo y humilde de misericordia con él en medio de la gran necesidad: “una gota de agua” (ni siquiera el habitual vaso de agua, símbolo de caridad). El rico parece imaginarse que todavía puede humillar a Lázaro poniéndolo a hacer mandados. Pero la ironía es evidente: pide que Lázaro se ocupe de sus necesidades, cuando en vida –cuando estaba blindado y sin conversión- él no hizo absolutamente nada por el pobre, ni siquiera “lo vio”. Aunque el hecho de que conozca el nombre de Lázaro nos hace precisar: se negó a verlo, porque evidentemente sabía de él.
La respuesta es la esperada: “Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado” (16,25).
El rico no solamente recibió las posesiones sino que también gozó la vida; ahora su destino es el dolor. Bien había dicho Jesús en las bienaventuranzas: “¡Ay de vosotros los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo” (6,24). Si Lázaro fue beneficiado por el tiempo de la gracia (“porque vuestro es el Reino de Dios”, 6,20b), el rico entró en el tiempo de desgracia porque al no abrirse a los valores del Reino de Dios se cerró al Reino mismo.
El tiempo de Dios aquí en la tierra es tan serio, que se tendrán que asumir las opciones cuando ya todo sea irreversible. Con la muerte se llega al fin del tiempo de las opciones. Esto es lo que quiere decir la frase siguiente: “Y además, entre nosotros y vosotros se interpone (ha fijado) un abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’” (16,26).
Al rico no se le ofrece la ayuda porque hay que hacer justicia. Pero también porque el juicio es irrevocable.
(2) Segunda petición: evitarle a sus hermanos el mismo destino (16,27-31)
Llegamos al final de la parábola asistiendo al momento en que el rico mismo hace la aplicación. La mirada se dirige de nuevo al mundo terrenal, donde la descripción inicial –tan dramática y chocante- se sigue repitiendo. Ubicándonos virtualmente en el tiempo futuro, se nos muestra cómo es que se puede cambiar el presente.
El rico admite su destino, escuchemos su segunda petición: “Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’” (16,27-28).
Hace un nuevo esfuerzo para incidir en lo que todavía es posible: prevenir a sus hermanos para que no corran la misma suerte que él. Al pedir de nuevo que envíe a Lázaro el rico que ya no tiene potestad sobre él.
Llama la atención el término “dar testimonio”, término habitualmente referido en Lucas al ámbito de predicación del evangelio (por ejemplo: “Con otras muchas palabras les daba su testimonio y les exhortaba: ‘Salvaos de esta generación perversa’”; Hch 2,40).
El rico se remite acertadamente al poder de la predicación de la Palabra.
La idea es que sus hermanos caigan en cuenta que su estilo de vida los conducirá al lugar de tormento, como efectivamente lo podría testificar con credibilidad alguien que ya haya estado en el mundo de la muerte. Esto implica un hecho milagroso. Pero como ya estaba demostrado, sería inútil, puesto que ni con los milagros de Jesús muchos estuvieron dispuestos a convertirse (ver 7,18-35; y también la historia de otro también llamado Lázaro, cuya resurrección no logró la conversión de las autoridades judías, en Juan 12,10).
Para lo que el rico ahora quiere lograr, la solución ya estaba dada, era cuestión de aprovecharla: “Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’” (16,29). Jesús recuerda que a pesar de su venida, la Ley sigue siendo válida (ver 16,17). La ley y los profetas siguen siendo escuchados todos los sábados en la sinagoga y en la Palabra de Dios –que tiene su plena realización en él (ver 24,27.44)- tienen la fuerza para el camino de conversión.
Pero el rico sabe por experiencia personal que su familia no toma en serio lo que dice la Palabra de Dios escrita, por eso quiere algo más contundente para que sus hermanos se arrepientan e insiste en el milagro: “Él dijo: ‘No, padre Abraham, sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’” (16,30).
A la mente del lector cristiano le viene enseguida el hecho de la Resurrección de Jesús, la cual –mediante la predicación del kerigma- es punto de partida para el llamado a la conversión (ver Hch 2,22-36). Acerca de esto Jesús ya había venido hablando en el camino, antes de contar la parábola (ver 9,22; 11,29-30; 13,32).
La frase final de la parábola es contundente: “Le contestó: ‘Si no oyen a moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite’” (16,31).
Abraham aparece inflexible. La petición es denegada y se le recuerda al rico el por qué: los milagros no convencerán a aquellos corazones endurecidos moralmente y sin arrepentimiento. No se persuade a quien no quiere ser persuadido.
En fin…
La parábola anuncia una buena nueva tanto para los ricos como para los pobres. Los primeros, son llamados a través de esta “Palabra” a la conversión y los segundos saben que Dios ha asumido su causa y les hace justicia.
En el momento de plantear la problemática, el énfasis de la parábola va sin duda en dos direcciones: la carencia del “ver” y la carencia del “escuchar”:
(1) El rico no ve: no vio a Lázaro en la puerta de su casa, su riqueza elevó un muro entre él y su alrededor. No es capaz de ver, de apreciar el mundo real.
(2) El rico no es capaz de escuchar, porque todo se encuentra en el rollo de Moisés y los Profetas: ¡Basta escuchar para encontrar lo que se busca!
Entonces, no hay disculpa para una vida egoísta y falta de solidaridad. Para reconocer y cumplir la voluntad de Dios basta leer y comprender la Biblia que nos habla del amor a Dios que se hace concreto en el amor al prójimo. Menos disculpa todavía tiene un discípulo de Jesús: de nada sirve la fe en el Resucitado para quien no cree lo que lee en las Escrituras o ve, pero, no vive lo que cree. De ahí que vivir la solidaridad es la mejor manera de expresar nuestra fe pascual. Vive pascualmente quien ama y le tiende la mano a su hermano.
Volviendo a la conclusión de la parábola, notamos cómo en el momento de plantear la solución el Señor Jesús enfatiza la importancia del “oír”. La palabra “oír”, que se repite dos veces en las palabras finales, nos invita a tomarnos en serio la enseñanza.
Como quien dice, a cada uno le corresponde ahora sacar la propia lección.
3. Releamos el evangelio con los Padres de la Iglesia:
Observemos cómo releen este pasaje, con profunda intuición espiritual y claro énfasis pastoral –como es típico de los Padres de la Iglesia-:
3.1. San Gregorio: Sobre el nombre de Lázaro y el rico sin nombre
“Conviene prestar atención también al modo de narrar usado por la Verdad, cuando indica que el rico es soberbio y que el pobre es humilde. Dice, en efecto: ‘Había un hombre rico’; y luego añade: ‘Y había un pobre llamado Lázaro’. Es sabido que entre el pueblo son más conocidos los nombres de los ricos que los de los pobres. ¿Por qué será que el Señor, hablando del rico y del pobre, expresa el nombre del pobre y no del rico? Esto significa que Dios reconoce y aprueba a los humildes e ignora a los soberbios.
Por eso en el juicio final, a algunos que se ensoberbecen por los milagros realizados, el Juez divino les dirá: ‘No os conozco: apartaos de mi, vosotros que cometisteis la iniquidad’ (Mateo 7,23). En contrapartida, a Moisés Dios le dice: ‘Te conozco por tu nombre’ (Éxodo 33,12). Del rico, por tanto, dice el Señor: ‘Un cierto hombre’; del pobre, al contrario dice: ‘Un pobre llamado Lázaro’. Es como si proclamase abiertamente: Conozco al pobre, al humilde; desconozco al rico, al soberbio. Conozco y apruebo al primero; no conozco al segundo y por eso lo condeno en mi juicio”. (San Gregorio Magno, Homilía 40,2)
3.2. San Ambrosio: Siembren en la tierra del amor
“Ustedes, oh ricos, son esclavos: esclavos de aquél pecado que es la codicia, la avaricia insaciable. Se parecen al agua estancada que de prisa se pudre y se llena de gusanos. ¡Que el tesoro de Ustedes no se quede estancado!
Se parecen al incendio que acabará por destruirlos, si no lo combaten dándoles las riquezas a los pobres.
Sí, Ustedes ya están en una hoguera ardiente –que es el ansia de poseer- y sus voces se confunden con las del rico epulón: “¡Padre Abrahán, envía a Lázaro para que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua!”.
Siembren en la tierra del amor, y el amor germinará en el cielo.
Planten su amor en el corazón del pobre, y se convertirá en una gran planta que llegará hasta Dios.
Pero que quede claro: no se trata de distribuirles a los pobres los bienes de Ustedes, sino que le restituyan a los pobres sus bienes. Porque Ustedes monopolizan aquello que Dios dio para el uso de todos. La tierra no le pertenece a la casta de los ricos, sino a todo el género humano.
Por eso lo que se les pide no es que hagan gratuitamente un acto de beneficencia: lo que se les pide es que paguen su deuda”. (San Ambrosio de Milán, en De Nabuthae Historia)
4. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
Aprendamos de Jesús, como dice san Pablo: “Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2 Corintios 8,9); y grabemos también en nuestro corazón su enseñanza: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hechos 10,35).
4.1. ¿La descripción de la parábola en que se parece a la realidad de hoy? ¿Por casualidad se siguen levantando nuevos muros de la indiferencia?
4.2. La parábola destaca al comienzo que los ricos “no ven” (no aprecia el mundo real) y al final que “no escuchan” (la Palabra de Dios). ¿Qué se quiere decir con esto?
4.3. ¿Qué estamos haciendo para que la parábola no se repita?
4.4. ¿Qué compromiso de vida podríamos sacar en nuestra familia o comunidad para expresar nuestro compromiso con los más desfavorecidos?
4.5. ¿Qué relación tiene la parábola con el misterio pascual de Jesús? ¿Cómo lo celebramos en este domingo?
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM