Vigésimo Tercero del Tiempo Ordinario (B)
CAMINO HACIA LA COMUNICACIÓN
Lectio de Marcos 7,31-37
Estamos ante una escena de sanación. Contemplamos a Jesús en el momento en el que hace salir a un hombre de su incapacidad de comunicarse. El gran Padre de la Iglesia, san Ambrosio llama a este episodio y su repetición en el rito bautismal el misterio de la apertura.
Dividamos el relato en tres partes. Hay tres tiempos al interno de este relato breve que leemos:
(1) la descripción del sordomudo (7,31-32),
(2) los signos y gestos de apertura de los oídos y del lenguaje de este hombre (7,33-34), y
(3) Las consecuencias del milagro (7,35-37).
Este relato, aunque breve, merece ser leído con suma atención.
1. La descripción del sordomudo (7,31-32)
31 Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis.
32 Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él.
El evangelista Marcos ve la necesidad de dar detalles precisos sobre el sufrimiento del sordomudo. En el versículo 32 hace dos afirmaciones concretas sobre la situación del sordomudo. Primero lo describe como un sordo que además hablaba con dificultad. Se trata de una persona que no oye y que se expresa con unos sonidos confusos, guturales de los cuales no se consigue captar el sentido. Pero en segundo lugar él especifica que le ruegan a Jesús que imponga la mano sobre él. Se nota también que este hombre no sabe siquiera qué es lo que quiere, puesto que es necesario que otros lo lleven hasta donde Jesús. El caso en sí es bien desesperado.
Después de este, Jesús, apartándose de la gente a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le toco la lengua.
2. Los signos y gestos de apertura de los oídos y del lenguaje (7,33-35)
33 El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.
34 Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Ábrete!»
35 Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente.
Notemos en primer lugar que Jesús no realiza de manera inmediata el milagro, quiere ante todo hacerle entender a este hombre que lo quiere mucho, que su caso le interesa, que puede y quiere ocuparse de él para restablecerle el bienestar. Por esto lo separa de la multitud.
Jesús, apartándose de la gente a solas con este enfermo de incomunicación lo lleva de un espacio de bullicio a otro espacio de silencio que supera el silencio absurdo al que ha sido sometido este hombre por su enfermedad. Jesús lo lleva a un nuevo silencio, un silencio que brota de la comunión íntima entre los dos.
Además lo separa de una multitud que busca a Jesús con expectativas milagreristas. Que conocen a Dios de manera funcional e interesada pero que no han dejado hablar a Dios del infinito amor que siente por cada uno y del proyecto de amor que le propone a cada hombre en el mundo.
Esta toma de distancia de la multitud lleva al sordomudo a abrir también los oídos a un nuevo conocimiento de Dios que se revela a través del interés, de la delicadeza que Jesús muestra amablemente por él.
Después de llevarlo aparte, vemos que Jesús hace tres gestos simbólicos que indican lo que quiere hacer con él.
1. Le introduce los dedos en las orejas para volver a abrirle los canales de la comunicación.
2. Le unge la lengua con saliva para transmitirle su misma fluidez comunicativa en la que expresa toda la riqueza que lleva dentro. Jesús le da su propia comunicación, su capacidad de hablar desde el fondo del misterio.
A primera vista nos puede parecer extraña esta actitud de Jesús de colocar su propia saliva sobre la lengua enferma. Pero el significado es hondo. De qué otra manera se podría describir la intensa identificación entre Jesús y el sordomudo. La increíble manera que Jesús tiene de entrar en la vida de una persona encerrada en su propio mundo, en su inercia para sacarla de allí, no de una manera superficial sino para hacer que se exprese de una manera clara como lo hacía el mismo Jesús que se relacionaba con Dios, con los pecadores, con los enemigos, con los niños, con los grandes sin ninguna dificultad.
Por otra parte cómo expresarle amor a quien se ha bloqueado, a quien se ha encerrado en sí mismo sino con gestos físicos concretos.
Notemos el orden de los gestos.
Jesús comienza con la sanación de la escucha y luego como consecuencia la sanación de la lengua. Primero saber oír para después poder hablar.
Y a estos dos gestos, Jesús agrega todavía un tercero. Levanta la mirada hacia el cielo y se le escucha un gemido que indica su sufrimiento y su participación en una situación tan dolorosa como la de este hombre, por eso Jesús al mismo tiempo que coloca los dedos en los oídos gime.
La comunicación no es solamente física sino una comunicación profunda de corazón en la que Jesús capta lo hondo del corazón de este enfermo y le da voz en su propia oración. Este suspiro de Jesús indica la plenitud interior del Espíritu Santo en Jesús.
Después de los tres gestos simbólicos, en los que Jesús ha entrado en el mundo interior del sordomudo por medio del tacto, de la saliva, de su mirada hacia el cielo, sigue la orden fuerte de Jesús, su palabra con autoridad que reconstruye la vida del hombre. Su palabra sanadora resuena con mucha fuerza: Effatá que quiere decir ábrete.
Qué bello este imperativo de Jesús. Effatá. Esta misma orden fue desde muy antiguo pronunciada en la liturgia del bautismo en el rito de iniciación cristiana de adultos.
E inmediatamente después del imperativo, el evangelista nos describe el relato sin perder la finura. El milagro se describe en tres pasos: en primer lugar como una apertura: se le abrieron sus oídos. Se describe como una soltura de la lengua, como un nudo complicado que después se desata, y en tercer lugar como la capacidad de expresarse correctamente. Este hombre logra un excelente nivel de expresividad. Dice el texto y hablaba correctamente.
Apertura, soltura de la lengua y capacidad de expresión correcta. Esto es lo que sucede en este hombre.
3. Las consecuencias del milagro (7,35-37)
36 Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban.
37 Y se maravillaban sobremanera y decían «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
Terminemos con las consecuencias del milagro. El milagro se generaliza. La capacidad de expresión del sordomudo de repente se vuelve contagiosa. Todo el mundo se vuelve comunicativo. Se caen las barreras de la comunicación, la palabra se expande como el agua que ha roto las barreras de un dique. La gente queda tremendamente maravillada. El evangelista lo describe con un verbo griego que literalmente significa “salir de sí mismo”. La admiración y la alegría se difunde por los valles y las ciudades de Galilea: “Y se maravillaban sobremanera y decían: ‘Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos’” (v.37).
En esta persona, que vivía encerrada en su propio mundo, que no sabía expresarse, que no podía hacerse entender, es relanzada por Jesús hacia el vértice gozoso de una comunicación auténtica. Pero en el “Effatá” de Jesús, sigue resonando no sólo una palabra de sanación física, sino también de la obra de la gracia para la humanidad entera.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
1. ¿Cuál fue el proceso que siguió Jesús en la curación de este sordomudo? ¿Qué significado tiene?
2. ¿Cuáles son mis dificultades de comunicación? ¿Cómo ayudo a otros a que puedan comunicarse bien?
3.¿Qué podemos hacer en familia para ayudar a otros a comunicarse?
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM
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