Su presencia destella en una imagen. Desde su venida a la Cueva, hace más de mil trescientos años, las presiones agresivas del duro clima, quizá hayan obligado a cambiar las imágenes concretas en numerosas ocasiones. En este momento nos interesa conocer aquella que tenemos ante nosotros.
Su figura ha sido tallada, encarnada, dorada y policromada sobre madera de roble. El tiempo de su confección es del siglo XVI. Sus medidas son 71,4 cm de altura, incluyendo la peana. La anchura llega a 46 cm, y la profundidad a 21. El Niño actual ha sido colocado en el año 1704, sobre la mano izquierda de la Madre.
En su vestidura merece destacarse el manto que luce Nuestra Señora desde los hombros hasta los pies y cae en su parte posterior en ángulo hasta la base de la peana. Sus colores cambian según los tiempos litúrgicos. El manto normal es de color rojo púrpura, con una cenefa dorada. Se completa con el jubón, camisa de manga larga ceñida al talle, y la basquiña o falda con sencillas estampaciones de motivos florales.
A lo largo del tiempo ha recibido siempre esmerada atención y cuidados constantes. Así el conjunto fue retocado en 1820. Se reajustó en 1874. Finalmente ha sido restaurada por el Instituto Nacional de Conservación y Restauración de la Dirección General de Bellas Artes en 1971 y 1986.
La actual imagen de Covadonga estuvo en la capilla de la Colegiata de San Fernando desde 1778 hasta 1820 en que fue llevada a la Cueva, donde se había habilitado una pequeña capilla para su custodia.
Es un signo que une a los hijos de Asturias
La antigua talla del siglo XVI fue en 1874 transformada en la Santina que hoy conocemos por el imaginero y dorador valenciano Antonio Gasch, responsable también de la brillante decoración del camarín de la Cueva, diseñado por Roberto Fransinelli. Igualmente a Gasch se debe la hechura de la artística peana con tres cabezas de querubines sobre la que descansa la venerada figura. La imagen de la Virgen de Covadonga nos recuerda y hace vivir lo que ella representa en la historia de salvación para Jesús y para sus discípulos de ayer y de hoy. La Santina es una imagen universalmente conocida. Preside calles, fachadas y el interior de los hogares. Tras una cierta decadencia a finales del siglo XVIII y parte del siglo XIX, su devoción ha crecido y se extiende sin cesar.
Está cordialmente arraigada en el pueblo asturiano. Sobre todo, en los emigrantes que, alejados un tiempo de su tierrina natal, al retornar, sienten como un deber cordial acudir a Covadonga, como se acude al hogar de la Madre. Es un signo que, por encima de cualquier división, une a todos los hijos de esa comunidad histórica que llamamos Asturias.
Origen del culto a Nuestra Señora en la Santa Cueva
La historia primitiva nada nos ha dejado escrito acerca de los comienzos del culto a la Virgen María en la Cueva de Covadonga, y las noticias que de aquella época tenemos, es necesario buscarlas en la tradición. Refiere ésta que la Cueva de Covadonga servía de retiro a un ermitaño que la tenía dedicada al culto de la Virgen, cuya imagen allí se veneraba.
En cierta ocasión Pelayo, refugiado con otros cristianos en aquellas montañas, entró en la Cueva persiguiendo a un malhechor. El ermitaño rogó a Pelayo que lo perdonara, puesto que se había acogido a la protección de la Virgen, y que llegaría también el día en que él tendría necesidad de buscar en la Cueva el amparo y ayuda de Nuestra Señora.
Algunos historiadores dicen que lo más verosímil es que Pelayo y los cristianos, en la huída por aquellas montañas, llevarían consigo alguna imagen de la Virgen, que colocaron en la Cueva para implorar su protección, o mejor que la pondrían allí después de la victoria obtenida, a fin de dar culto a María Santísima en memoria y gratitud por el triunfo obtenido por su mediación y, más tarde, Pelayo, deseando tributar a María un homenaje perenne, edificó en la misma Cueva un altar a la Virgen María.
Batalla de Covadonga
Las Crónicas árabes, cuando hablan de Covadonga afirman que en esta Cueva las mermadas fuerzas de Pelayo encontraron refugio, alimentándose de la miel que las abejas habían producido en las colmenas construidas en las hendiduras de las rocas.
Ante ella se libró lo que se vino a llamar la “Batalla de Covadonga” y que vendría a ser una de “las primeras piedras de la Europa cristiana”. Las viejas crónicas ponen en boca de Pelayo esta afirmación: “Nuestra esperanza está en Cristo y de este pequeño monte saldrá la salvación de España”. El rey Alfonso I y su esposa Dª Hermesinda, construyeron una iglesia y en ella fueron erigidos tres altares, dedicados uno a la Santísima Virgen, en el misterio de su Natividad; otro a San Juan Bautista y el tercero a San Andrés. Además, con el fin de que se tributara un culto continuo a la Madre de Dios, fundaron dichos monarcas un monasterio.
La escritura de fundación que se atribuye a Alfonso I dice que hace entrega de la iglesia a los monjes Benedictinos; trae la lista de donaciones de objetos para el culto y privilegios y firman el Rey y la Reina, tres Obispos, dos Abades y algunos caballeros y manda trasladar desde el Monsacro una imagen de Nuestra Señora. A este templo construido en la hendidura de la peña se le llamó “del milagro” dado que al ser construido con madera y ésta volar tanto sobre el abismo era un auténtico milagro que se mantuviese en pie.
La visita del Papa Juan Pablo II
Los días 21 y 22 de agosto del año 1.989 el Papa Juan Pablo II, peregrino de la fe, visitó a Santiago de Compostela, quiso visitar pastoralmente la iglesia particular de Asturias, después de haber tenido encuentro con ella en el “aeropuerto de la Morgal”, en el concejo de Llanera, peregrinó a Covadonga siendo recibido en la explanada de la Casa de Ejercicios, donde pernoctó, por el Cabildo del Real Sitio y feligreses de la Parroquia.
Al día siguiente se reunió con el Patronato del Real Sitio y gruta de Covadonga en la antigua Colegiata, subió seguidamente a la Santa Cueva y ante la imagen de la Santina oró largamente recitando al final una hermosa plegaria. A las diez de la mañana celebró la Eucaristía en la explanada de la Basílica. Con él concelebró toda la Conferencia Episcopal Española y una gran representación del Presbiterio Diocesano. Asistió a la misma una gran cantidad de fieles. Anteriormente, siendo Patriarca de Venecia, había visitado Covadonga el Cardenal Roncalli, futuro Juan XXIII; ocurrió el 21 de julio de 1.954 quedando impresionado con la imagen de la Virgen de Covadonga y de su Santuario.
Oración del Papa Juan Pablo II durante su visita a la Virgen de Covadonga
Fuente: https://www.santuariodecovadonga.com/nuestrasenora.html