El 16 de agosto, día de su fiesta, hay multitudinarias peregrinaciones en Ocaña, el privilegiado pueblo colombiano.
El peregrino que desea hacer una visita a Su Reina y Señora, no puede dejar de encaminar sus pasos, en actitud de penitente hacia Ocaña, el privilegiado pueblo colombiano que es celestialmente gobernado por Nuestra Señora de las Gracias de Ocaña. El P. Jerónimo de la Cruz, estudioso mariólogo, inicia una serie de relatos de lugares de peregrinación en el mundo entero.
Primeras noticias históricas
Corrían los primeros años del siglo XVIII. El viajero que recorriera las montañas de Torcoroma escucharía una noticia jubilosa: en el corazón de un árbol ¡Había aparecido una preciosa imagen de la Virgen bendita! Dos afortunados campesinos lugareños habían sido los privilegiados descubridores.
La novedad se extendió con el entusiasmo de un pueblo que cree con sinceridad de corazón y con una fe pura y rendida en el amor de Dios. Pero la Santa Iglesia, como en todos estos casos, actuó con prudencia y desconfianza. Llegado el relato de los sucesos a la colonial ciudad de Ocaña, la Sagrada Jerarquía designó a un varón de mucha ciencia y piedad, P. Diego Jácome Morineli, por ese entonces Cura y Vicario de la ciudad, quien tras examinar con atención las circunstancias, y las cualidades, procedió a autorizar la veneración. Era 1711.
En 1788 se escribe un folleto intitulado «Reseña histórica de la aparición de Nuestra Señora de la Concepción en el monte de Torcoroma en Ocaña», donde se recoge la documentación del prodigio y la relación de milagros y favores concedidos. Pero no es sino hasta 1805 que se publica el estudio más serio con que cuentan los historiadores.
El milagro
La montaña de Torcoma era por entonces una zona agraria y de gente sencilla. En las laderas de la majestuosa obra natural, la familia de los Melo Rodríguez tenía su parcela. Don Cristóbal y doña Pascuala gozaban de la compañía de sus dos hijos, José y Felipe. Según atestiguan sus contemporáneos, los Melo Rodríguez eran personas de reputadas buenas costumbres y de vida impregnada de fe cristiana.
Una mañana don Cristóbal envió a sus hijos a talar un árbol que tuviese buena madera para tallar la caja o «canoa» con que fabricaba sus dulces.
Los jóvenes se internaron en la montaña y a medida que aumentaba la espesura, seleccionaban las posibles talas, hasta que encontraron uno que era un portento: pese a que era verano, exhibía unas fragantes flores encarnadas. Era tal su perfume y porte que desde lejos se podía percibir su presencia.
Entusiasmados con el feliz hallazgo, procedieron a talar el árbol. Dada la complicada ubicación del mismo, al cortar su base se produjo un derrumbamiento y la parte principal cayó por un barranco. Atardecía y los muchachos resolvieron regresar a casa y comentar el suceso a su padre. Posteriormente continuaron buscando un árbol apropiado para el fin que requerían satisfacer, pero no dando con ninguno que les sirviese apropiadamente, determinaron utilizar el ya talado y se dirigieron al lugar donde había quedado caído.
La imagen de Nuestra Señora
Comenzaron a tallar allí mismo la «canoa» y a poco de dar los primeros hachazos, quedó a luz «una imagen de María Santísima mi Señora a modo de Concepción, de medio relieve, juntas y puestas las manos sobre el pecho, con acción del rostro como dirigido al cielo, con su corona imperial, parada sobre su media luna, todo del color del mismo palo, la cual vista y reparada por el buen Cristóbal Melo, metiendo las manos al hijo que a la sazón era el que cortaba con el hacha, le detuvo el golpe, y postrados padre e hijos, adoraron aquella rica Joya, de la que se dice despedía de sí no sólo una gran luz, sino el aromático olor de todo el árbol como cuando lo cortaron…» Así fue según las palabras consignadas en el citado documento del P. Gómez Farelo.
La noticia se esparció por toda la región y los primeros milagros comenzaron a suceder. Y el Sr. Vicario autorizó la veneración privada. Hacia 1716 el Ilmo. Monseñor Don Fray Antonio de Monroy Meneses llegó hasta Ocaña e investigó por sí mismo los prodigiosos sucesos que se relataban, tras lo cual nombró a Pascuala Rodríguez – madre de los muchachos y esposa de Melo – como Camarera de alhajas y su ropa de altar. Y dio permiso para que allí mismo se levantase una capilla en Su honra. Posteriormente dio orden para que la bendita imagen fuese trasladada a la iglesia principal «con toda la honra y pompa del caso».
Al tiempo que esto ocurría, en la montaña de Torcoroma surgía lo que podría llamarse un «pequeño Lourdes»: un manantial de aguas límpidas se volvía un bálsamo milagroso para curar toda dolencia de cuerpo o de alma.
Su primera iglesia
Hasta fines del mismo siglo, Nuestra Señora de Torcoroma carecía de iglesia propia, ya que se le veneraba en uno de los altares de la iglesia principal. Pero un emocionante prodigio vino a subsanar tal carencia.
En la Semana Santa de 1782, visitaba Ocaña el Señor Obispo de Santa Marta, Fray Juan de Espinar y Orozco. El licenciado Don Bartolomé Silvio de Aguilar y Quiroz tuvo la honra de hospedarlo. Teniendo la feliz ocurrencia de esta visita pastoral, el Señor Obispo procedió a consagrar el santo óleo, de manera que fueron depositados doce frascos conteniendo el precioso elemento.
El Alférez José Nicolás De la Rosa, autor de «La floresta de Santa Marta», nos cuenta que en ese momento «rompióse accidentalmente el cajón, y por consiguiente los frascos, vertiéndose en el suelo los Santos Oleos, y el respeto de no pisar aquel suelo, fue motivo de no volver su dueño a vivir en la casa; y con este desamparo se fue cayendo poco a poco, hasta el estado en que está hoy». Por este motivo fue precisamente sobre la casa del Licenciado Bartolomé Silva de Aguilar donde se construyó la iglesia de la Torcoroma, en 1800.
Y fue en el preciso lugar de la montañesa Torcoroma donde surgió un manantial de aguas límpidas y propiedades milagrosas. Quienquiera se acerque en busca de la curación de su cuerpo y su alma, será retribuido con largueza. A causa de esto, este manantial de Nuestra Señora fue conocido como el Lourdes colombiano.
Enterado de los milagros y prodigios obrados por intercesión de Nuestra Señora en este dichoso y desconocido punto de Colombia, Su Santidad San Pío X concedió, con fecha 27 de Junio de 1906, misa propia a la Santísima Virgen bajo la advocación de nuestra Señora de las Gracias de Torcoroma.
La Ocaña que recibe hoy al peregrino
El paisaje humano y arquitectónico que hoy aprecia el penitente es muy distinto del que presenciaba los celestiales acontecimientos. Pero la devoción y entusiasmo que “la Virgen Morena” produce en los ocareños lejos de disminuir aumenta cada día. Con la declaración de S.S. Pablo VI, nombrándola oficialmente “Patrona Principal de Ocaña”, hoy en día, casi no hay diócesis que no cuente con al menos una capilla en honor a la Torcoroma.
Si el penitente acude el 16 de agosto, día de su fiesta, verá las multitudinarias peregrinaciones provenientes de Barranquilla, Bucaramanga, Barrancabermeja, Cúcuta y Santafé de Bogotá. Y es en esta lejana provincia donde las damas y caballeros bogotanos unieron generosos tributos marianos para construir el hermoso templo que hoy se levanta en la parroquia de Nuestra Señora de la Gracias de Torcoroma, gracias al notable esfuerzo y entusiasmo del Padre Álvaro Santos.
Valgan como palabras finales la copla del renombrado dominico Fray Campo Elías Claro O.P. autor del libro de poemas «SAUDADES»
Torcoroma linda,
Torcoroma bella,
Virgen de mi Ocaña,
Virgen montañera,
bajaste del cielo
de la dicha eterna,
mostrando el rostro de luz y belleza
entre los perfumes de las rosaledas
y el aura purísima de las primaveras:
Te quiero, te quiero
con alma muy tierna;
con amor inmenso,
te busco en la pena,
te evoco en mis sueños
de mustio poeta;
te canto y te imploro,
Palomita bella,
Virgen vegetal,
más dulce que estrella
que esclarece suave
las más negras penas!
Torcoroma linda,
Torcoroma bella,
Virgen de mi Ocaña,
Virgen montañera,
Madre de Dios:
dame la pureza,
enciende mi fe
con luces eternas
de gracia y amor!
La Playa, agosto 19 de 1984
Fuente: https://es.catholic.net/