CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

Carisma

NUESTRO CARISMA: LA OBLATIVIDAD

El carisma fundacional de un Instituto de vida consagrada dado por el Espíritu Santo a la Iglesia, mediante un Fundador, la enriquece con nuevos caminos de santificación, este es el caso del Venerable Padre. José Julio María Matovelle Maldonado, quien recibió el carisma de: “Imitar la vida de HOSTIA Y DE INMOLACION, que llevó N.S. Jesucristo desde su encarnación hasta su ascensión triunfante, y que continúa aún en la tierra, en el adorable sacramento del altar, y en el cielo a la diestra del Eterno Padre”. (Constituciones Primitivas, Art. 1. 1883). Se trata de la vida de oblación del Hijo de Dios. La vocación a la santidad fue particularmente clara y por eso ungido por el Espíritu Santo su experiencia pentecostal funda una nueva familia religiosa de oblatos y oblatas que acrecienta el caudal de la “vida y santidad de la Iglesia” (c.574, §1).

Nuestro carisma

Siendo la espiritualidad de la Iglesia una sola, la que resulta de la relación de cada creyente con las tres Divinas Personas según el evangelio; sin embargo, el Carisma Fundacional de una familia religiosa crea una relación de comunión particular con cada una de las Divinas personas con este aspecto o sesgo de Cristo que reproduce dicho carisma. Así, la relación trinitaria en la experiencia matovellana se expresa así: “El Instituto adora a la augusta persona del Padre como al término último de todas sus inmola acciones; a la Divina persona del Hijo, como que por el ministerio de la encarnación es el altar; de todos nuestros sacrificios, en quién y por quien únicamente tienen valor ante Dios nuestras miserables ofrendas; a la amabilísima persona del Espíritu Santo, como el fuego divino que con sus ardores debe consumir todos nuestros holocaustos”. (Constituciones Art. 9. 2014).

Cada Carisma Fundacional configura al creyente con el Cristo total desde un aspecto particular de Su Persona. No se trata por lo mismo de un reduccionismo de la experiencia cristiana, sino de un ahondamiento en aspectos del ministerio inagotable de Cristo. En este orden de ideas, hablamos de espiritualidad oblata, como profundización de un aspecto de la única espiritualidad del Evangelio.

El Carisma oblato se fundamenta en los siguientes pilares: la Santísima Trinidad, el Santísimo Sacramento (Eucaristía), el Sagrado Corazón de Jesús, el Inmaculado Corazón de María, y los Santos Patronos Principales: San José (19 de Marzo); San Miguel Arcángel y los nueve Coros de los Ángeles (29 de Septiembre); San Juan Evangelista (27 de Diciembre); y como Patronos Secundarios: Santa Mariana de Jesús (26 de Mayo); Santa María Magdalena (22 de Julio);San Felipe Neri (28 de Mayo ); San Francisco de Sales (24 de Enero) y Santa Margarita María de Alacoque (16 de octubre).
Nuestro Carisma Interno corresponde al Ser de Cristo en la Eucaristía mediante los cuatro espíritus que en ella residen: Reparación, Acción de gracias, Súplica y Holocausto. Todo lo anterior ha de mover el corazón humano para adorar al atributo mayor de Dios: El amor.

El Carisma Externo por su parte tiene que ver con la “Extensión del Reinado social de Jesucristo”, como se puede ver, corresponde al hacer oblato a través del servicio apostólico en la atención de parroquias, administración de santuarios, educación, medios de comunicación, misiones y obras de impacto social bajo la fuerza del OB AMOREM DEI (Todo por amor de Dios) y nutrido por el dinamismo del TRABAJAR AMAR Y PADECER en la vivencia continua de las virtudes oblatas de LA CARIDAD Y EL SACRIFICIO.

Y nos preguntamos:

¿En qué sentido y bajo que parámetros, la espiritualidad de oblación en Matovelle es fuente y camino para una Iglesia en salida? ¿Qué conexión encontramos entre oblación y una experiencia eclesial en salida? ¿Cómo el amor de oblación puede responder al reto que nos pone el Papa? ¿La espiritualidad de la oblación es significativa en la transformación misionera de la Iglesia?

El Papa Francisco en su exhortación apostólica, Evangeli Gaudium, invita a toda la Iglesia a una transformación misionera para responder al mandato de Cristo: “Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que les os he mandado” (Mt 28, 19-20).

Esta transformación será posible cuando la Iglesia:

Primero, se ponga en actitud de salida de sí misma hacia la periferia.

Segundo, desarrollando un pastoral de conversión que comience a superar una pastoral de “simple administración” y convierta todos los lugares de la tierra “en estado permanente de misión”, a partir de una reforma permanente de nuestro ser y hacer Iglesia por fidelidad a Cristo.

Tercero, esta evangelización para que permanezca misionera en su sentido genuino debe realzar y hacer brillar el corazón del evangelio que, es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado; todas las doctrinas y la moral de la Iglesia se desprende de este acontecimiento de tal forma que si alguien pierde la conexión con este centro su doctrina y moral perderá su fuerza salvífica y se convertirá en un peso insoportable para los pueblos.

Cuarto, la misión se encarna en los límites humanos porque la tarea evangelizadora se mueve entre los límites del leguaje humano y las circunstancias, por lo que necesitamos una labor de reformular con fidelidad creativa la verdad perenne del evangelio; quinto, el rostro de la Iglesia en salida debe ser la de una madre de corazón abierto para que sea verdaderamente la casa abierta del padre.

Con esta iluminación del Santo Padre, pasamos a exponer el concepto de oblación desde varios puntos de vista para mostrar que esta espiritualidad nacida del carisma de oblación inspirada por el Espíritu Santo, al P. Julio María Matovelle, es hoy fuente y camino para una Iglesia en salida, los puntos de vista son bíblico, histórico, teológico y antropológico.

1.- Visión Bíblica de la oblación

El concepto oblación desde el punto de vista bíblico lo usa el autor de Hebreos 10, 5-7 que a su vez hace una relectura cristológica de Am 5, 21: “Por eso, al entrar en el mundo dice: sacrificio y oblación no quisiste; pero me haz formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡he aquí que vengo – pues de mí está escrito en el rollo del libro: a hacer, oh Dios, tu voluntad!”.

La oblación al estilo del Antiguo Testamento tiene que dar paso a la nueva economía de salvación de Cristo, la que se realiza en el cumplimiento de la Voluntad Divina encarnada en la totalidad de la existencia del Verbo encarnado de Dios; la existencia histórica total de Jesús es la Oblación agradable al Padre. La ofrenda sacrificial alcanza su plenitud en la inmolación por amor de Cristo. La ofrenda de la vida en totalidad tiene una sola y única finalidad que la voluntad de Dios se haga en la tierra como se hace en el cielo.

San Pablo en Rm 12,1-2 nos dice: “Os exhortó, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de tal forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.” El apóstol exhorta a la comunidad de Roma a ofrendarse a sí mismo porque ese es el culto espiritual, que está de acuerdo al evangelio que, él está predicando; y, del que no se avergüenza porque es fuerza salvadora de Dios para todo el que cree: “del judío primeramente y también del griego”. (Rm 1,16).

Desde la perspectiva bíblica, las notas específicas de la espiritualidad de oblación, “como salida”, que podríamos señalar son las siguientes: primero, la salida de creyente, desde un culto centrado en los sacrifico del templo, a un culto existencial en donde la historia individual y colectiva se convierten en culto agradable a Dios, es decir, el culto sale del templo a la vida de cada ser humano; segundo, sale del rito al cumplimiento de la Divina Voluntad ahí donde el ser humano batalla día a día; tercero, sale de sí mismo renunciado a su propio yo, para convertirse en culto espiritual; cuarto, salir del acomodo a este mundo con su mentalidad para vivir de acuerdo con lo bueno, lo agradable y lo perfecto a los ojos de Dios, tener la valentía de desacomodarnos para discernir y vivir en consonancia con la voluntad discernida.

2.-Visión histórica de la oblación

En la historia de la Iglesia el termino oblato fue muy “frecuente en la literatura eclesiástica medieval, se designaron tanto los niños consagrados a Dios en un monasterio para que llegaren a ser monjes, como los adultos que en la tardía edad media se ofrecían a sí mismos, con sus servicios y fortunas, a un monasterio, iglesia, cabildo u otra institución eclesiástica.”

“En Oriente, la llamada Regla grande de San Basilio preveía la aceptación de los niños oblatos, que debían establecerse en habitaciones adecuadas, llamadas “Metoguía”, situadas fuera del recinto monástico. Allí eran educados, por monjes experimentados, en las virtudes y en las letras. La profesión de castidad parece que en Oriente no se hacía hasta llegar a una edad que hiciese posible la asunción personal y consciente de dicha responsabilidad. En este momento la profesión de castidad se hacía formalmente, delante de testigos, convirtiéndose así el oblato en miembro estricto definitivamente vinculado al monasterio. De modo que si el candidato no se sentía capaz de aceptar este compromiso tenía que ser despedido del monasterio.

En Occidente, se desarrolló de acuerdo a la Regla de San Benito, los menores de edad se ofrecían durante la misa del abad por sus padres, los cuales presentaban la petición escrita. Como para indicar la adhesión del niño, este era acompañado después del evangelio al altar, llevando en la mano la oblación de la misa y la petición, y todo quedaba envuelto con las ofrendas.

El acto de la oblación comportaba una separación total y definitiva de los vínculos que podían mantener al oblato en el siglo. Para ello, los padres, si eran pudientes, tenían que jurar no dejar sus bienes a los hijos oblatos. Parece muy probable que la oblación se entendió ya por San Benito como irrevocable. Así se comprende que la Regla de San Benito no mencione ratificación alguna por parte del oblato, una vez llegado a la edad adulta. Esta norma fue recogida estrictamente por el Decreto de Graciano. Sin embargo; el Concilio X de Toledo limitaba ya la facultad de los padres, de ofrecer a sus propios hijos como oblatos, hasta que estos tuviesen 10 años.

Algunas decisiones pontificias recogidas en las decretales de Gregorio IX garantizaron también la libertad de opción de los jóvenes monjes, llevando la profesión a los 12 años para las mujeres y 14 para los varones. Esto hizo desaparecer la oblación de niños poco a poco de los monasterios. Más tarde el decreto del Concilio Tridentino declaró inválida la profesión antes de los 16 años, con este decreto desapareció definitivamente los últimos vestigios de la oblación de niños. La oblación de niños estuvo presente entre los canónigos regulares y algunas familias religiosas mendicantes como los franciscanos, con modalidades análogas a los benedictinos.

En la baja Edad Media floreció la oblación de adultos. Bajo esta acepción del término oblato se comprenden aquellas personas que, en diversa medida y vínculos jurídicos algo distintos, se ofrecen a sí mismas, sus propias riquezas y sus propios servicios, a un monasterio, cabildo, Iglesia, hospital, entre otros.

De esta oblación personal se conocen casos esporádicos desde el siglo VIII. Los documentos hablan de personas que entregaban al monasterio, vinculándose con obediencia al Abad y convirtiéndose en miembros de la familia monástica, aún sin asumir todas las obligaciones de un monje. La regla de San Fructuoso parece que es el primer documento que reguló esté género de oblación, admitiendo también la posibilidad de familia enteras entregadas de este modo a un monasterio.

Entre las oblatas parece que también hay que contar a las piadosas mujeres, que desde el siglo VII se ofrecían a los monasterios, tanto femeninos como masculinos, asumiendo algunas misiones apropiadas a su condición, como la confección de hostias, el cuidado de los ornamentos sagrados, la encuadernación de códices, entre otros. Podemos ver una huella de ello en los estatutos cluniacenses, en los que se dispone que su habitación este afuera de la clausura monástica.

Pero sólo en los siglos XI-XIII la oblación de adultos se generalizó en los monasterios Cluny, Camaldoli, Valleumbrosa, Premontré, Cister, entre otros. El afianzamiento de la institución de oblatos estuvo condicionado por las complejas circunstancias, que determinaron en aquel tiempo la evolución interna de los monasterios. Los miembros de la comunidad monástica, al principio en su mayoría laicos, sufrieron el fenómeno de la clericalización. Lo cual comportó, entre otras cosas, el abandono del trabajo manual por parte de los monjes, que desviaron sensiblemente su actividad hacia el terreno cultural y hacia una vida litúrgica cada vez más absorbente. Los servicios inferiores del monasterio que daban asegurados por laicos. Entre estos surgió y se afianzó la institución de los oblatos, consagrados al servicio del monasterio.

La índole de esta oblación era muy variada en los diversos lugares, pero comportaba siempre cierto carácter religioso, que vinculaba al oblato con el monasterio, casi siempre mediante una promesa de obediencia y fidelidad. Algunos residían en el interior del monasterio, otros fuera del recinto monástico; algunos incluso en sus casas ofreciendo parte de sus bienes al monasterio. Algunos vivían en celibato, otros, en cambio, vivían en matrimonio; algunos hacían renuncias de sus bienes, otros conservaban parte de los mismos o su usufructo. En Camaldoli, Valleumbrosa, en la gran cartuja, estos laicos entraron poco a poco a formar parte de la comunidad monástica, adoptando el nombre de ‘conversos’ y haciéndose verdaderos religiosos. Otros profesaban un tipo de obligación menos plena, aun gozando de los privilegios de las personas eclesiásticas.

Esta espiritualidad es retomada en los siglos XVIII y XVIX por algunos fundadores y es convertida en carisma fundacional de algunos institutos de vida consagrada de forma autónoma. Cada fundador toma de Jesucristo un sesgo distintivo muy propio. El 6 de octubre de 1884 el Venerable P. Julio María Matovelle funda la Congregación de Misioneros Oblatos de los Corazones Santísimos de Jesús y María con énfasis eucarístico. Pues se trata de: “Imitar la vida de HOSTIA Y DE INMOLACION, que llevó N.S. Jesucristo desde su encarnación hasta su ascensión triunfante, y que continúa aún en la tierra, en el adorable sacramento del altar, y en el cielo a la diestra del Eterno Padre”. (Constituciones Primitivas, 1883)

Desde el punto de vista histórico la espiritualidad de oblación como salida, tendría estas características: primera, salida de los propios intereses personales hasta el despojo total de sí mismo; segundo, salida desde el desprendimiento de los bienes materiales para ponerlos al servicio de la comunidad eclesial; tercero, salida de toda la familia desde el propio ámbito al ámbito eclesial.

3.-Visión Teológica de la Oblación

La vida de amor Intratrinitaria de Dios se desborda misericordiosamente al contemplar el dolor y la muerte de la humanidad herida por la causa del pecado. Las tres divinas personas deciden redimir el género humano, para ello la segunda persona de la trinidad es enviada en misión, y para obrar la salvación redentora de la salida del verbo consubstancial al Padre, se encarna en las entrañas de la siempre Virgen María. El verbo eterno de Dios sale de la inhabitación trinitaria para hacer oblación y holocausto de suave olor por los pecados del mundo y para a dar a conocer la verdad total.

La transformación misionera de la Iglesia es la fidelidad a la misión del Hijo, es insertarse en esta misión. San pablo nos muestra el despojo del Hijo para asumir nuestra naturaleza humana: “El cual siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios si no que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo.

Asumiendo semejanza humana y apareciendo en porte como hombre, se rebajó a si mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte en la cruz. Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre. Para que el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, y en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre.” (Fil 2, 6-11).

Desde el punto de vista teológico la espiritualidad de oblación se fundamenta en la misión del Hijo que se hace ofrenda para cumplir la Voluntad Salvífica del Padre. Por eso toda acción evangelizadora implica una salida de sí misma despojándose para llegar al abismo del otro, así la Iglesia es misionera en su esencia. La Iglesia no puede ser auto referencial porque estaría en contra de su propia identidad. La Iglesia no está para vivir para sí misma si no para la humanidad, su camino es el camino del hombre, para capacitarlo para que pueda decidir el don del Reino de Dios.

Toda la vida de Jesús desde su encarnación, es vida de oblación al Padre, que continúa en el Santísimo Sacramento y a la diestra del eterno Padre, este carisma y consecuentemente su espiritualidad es continuación de la vida de oblación del Hijo quien lo asume. Esta espiritualidad es fuente y camino para vivir la vida de la Iglesia en salida. El seguimiento de Jesús por su Kénosis (abajamiento – desasimiento de sí) es la mayor salida de sí mismo hacía la salvación del prójimo; para salvar es necesario asumir lo salvado.

4.-Visión antropológica de la oblación.

El ser humano en su mismidad no puede subsistir ni desarrollarse en sí mismo y por sí mismo, necesita del otro y de los otros para reconocerse a sí mismo y crecer. Tenemos conciencia de nuestro yo al encontrarnos con el tú, ahí me reconozco y reconozco a los demás. En el encuentro recibimos a los demás y los demás nos reciben a nosotros, podemos decir que nos donamos a los otros y los otros se donan a nosotros. Para que un encuentro sea significativo y enriquecedor entre personas debe haber autodonación mutua. Los encuentros que llenan de significatividad y enriquecen nuestras existencias son aquellos en los que nos volvemos ofrenda para los demás y los demás se ofrendan a nosotros. La vida de Cristo resucitado nos enriquece y llena de significatividad nuestra existencia porque Él se da como oblación y hostia.

El encuentro que más nos enriquece y nos llena de significatividad es el que hacemos con Cristo Resucitado. Después de encontrarnos con Cristo nos deja mejores de lo que éramos. El encuentro con Cristo es y siempre será intrínsecamente salvífico. Hay encuentros en la vida que no son enriquecedores ni salvíficos, no nos dejan nada bueno que nos haga crecer. Un maestro que se entrega oblativamente en el ejercicio de su magisterio al encontrarse con sus discípulos los enriquece y les ayuda a crecer y desarrollarse, ese encuentro se vuelve significativo; igualmente, los discípulos si se entregan oblativamente a buscar la verdad mediante la investigación harán doblemente fructífero ese encuentro, crecerán y se desarrollarán maestro y discípulos.

La salida del yo hacia el tú, es una necesidad metafísica de cada persona para poder subsistir como individuo relacional que es. Nuestro ser solamente es posible en la relacionalidad. Para que esta relacionalidad sea fructífera y enriquezca nuestro ser y el de los demás necesita que sea oblativa, es decir, ofrendarnos en totalidad cuando interactuamos. La oblación es por trascendencia, salir con todo nuestro ser de nosotros mismos para donarnos generosamente a los demás.

Trascender oblativamente es salir de nuestro encerramiento para entregar a los demás generosamente lo que somos. Todo ser humano para desarrollar su ser debe entregarse oblativamente para que su existencia en este mundo sea significativa y deje huella positiva a los demás. Un buen padre o madre de familia fueron aquellos que vivieron oblativamente su ser y quehacer de padres. Un buen consagrado, un buen sacerdote fueron personas que se dieron oblativamente a la Iglesia y a la sociedad. Un servidor público significativo que deja huella en la historia es porque se dio oblativamente sirviendo en la “cosa pública”.

El profesional que ejerce oblativamente su trabajo necesariamente dejará una huella significativa en sus clientes. La trascendencia intramundana de cada persona lo lleva a la trascendencia Eterna de Dios. Si el grano de trigo no muere en la oblatividad no producirá fruto ni en este mundo ni en el Eterno. El Venerable Julio María Matovelle nos exhorta en su obra sobre “Ciencia política” a atacar la miseria de nuestros pueblos, inyectando el espíritu de la oblatividad e inmolación en el ser y hacer de cada ciudadano, pues un pueblo que olvida el espíritu de oblatividad e inmolación cae en la mediocridad y por ello en la miseria.

Los carismas fundacionales de los Institutos de Vida Consagrada, unas veces se configuran más con el “hacer” de Jesús y otros tienen un énfasis en el “ser”, es decir, unos siguen actividades practicadas por el Hijo de Dios, otros hacen seguimiento de su ser; en consecuencia, unos se dedican más a actividades en la Iglesia y en la sociedad y otros se dirigen a sanar y resolver problemas del “ser”. Estos carismas al tocar el “ser” de la Iglesia y de la sociedad por lo mismo influyen en la identidad de los pueblos. El carisma fundacional de oblación pertenece al “ser” de Cristo, por lo tanto, actúa y sana en el “ser” de las personas.

Por otro lado, el Carisma Fundacional de cualquier Instituto de vida consagrada, aporta soluciones y satisface necesidades eclesiales y sociológicas permanentes en una determinada época histórica.

El carisma de oblación satisface la necesidad eclesial y sociológica del amor ágape, como nos recordó el Papa Emérito Benedicto XVI en su encíclica “Deus Charitas Est”. El amor Eros, es decir, amor de conveniencia e interés esta dominando la vida de las personas en el ámbito social y eclesial, por eso dice el Venerable P. Julio María Matovelle: “Estando profetizado que el enfriamiento de la caridad y la abolición del sacrificio serán los signos precursores del fin del mundo, es necesario para que el mundo se salve y se retarde su ruina, hacer que florezcan en él las hermosas cuanto difíciles virtudes de la caridad y el sacrificio”. El amor ágape es amor de oblación, es el amor gratuito que llega hasta el sacrificio por el otro.

En el ámbito eclesial cada vocación debe estar en salida de sí misma: la vida matrimonial, la vida consagrada, la vida sacerdotal, el laicado comprometido deben estar movidos por el amor de oblación, es decir amor de entrega. Una Iglesia en salida debe tener el motor del amor de oblación para que se movilice hacia fuera de sí misma abandonando la instalación en la autorrefencialidad. La falencia del olvido del amor de oblación es una debilidad que está en el ser mismo del creyente, pues el amor de oblación es el amor de Dios. El amor de oblación fue el amor con que nos amó Cristo.

Hasta este punto hemos expuesto, la visión bíblica, histórica, teológica y antropológica de la espiritualidad de oblación del Venerable Julio María Matovelle enunciada arriba, volvemos a retomar la iluminación del Santo Padre Francisco sobre la transformación misionera de la Iglesia mediante una Iglesia en salida.

Una Iglesia en salida debe tener como presupuesto, tres elementos: debe ser una comunidad, debe ser discipular y debe ser misionera. Por eso donde hay estructuras pastorales con énfasis simplemente administrativo y laicos domingueros con devociones particulares aisladas, ahí no es posible una renovación misionera de la Iglesia, o una Iglesia en salida. Esa estructura eclesial debe salir de sí misma con amor oblativo para iniciar un proceso de conversión pastoral, es decir, pasar de una pastoral de simple mantenimiento a una pastoral misionera.

En este orden de ideas, la Iglesia en salida es una comunidad de discípulos y misioneros que aman con amor oblativo, es decir con amor de entrega y gratuitamente, en este contexto eclesial, son cinco las orientaciones propuestas por Evangelii Gaudium que configuran la interrelacionalidad entre la oblatividad y una Iglesia del siglo XXI en la vida de todos los creyentes:

1.- Primerean, esto es que toman la iniciativa de amar, que invitan a entrar en la comunidad salvífica en sus actividades, en sus estructuras pastorales, en sus celebraciones, en su vida parroquial y diocesana, entre otros.
2.-Se involucran en la Iglesia e involucran a otros, sirven lavando los pies a sus hermanos, huelen a oveja por su contacto diario con las personas concretas.
3.-Acompañan a cada ser humano en los procesos personales, el camino es el camino de cada persona con sus gozos y esperanzas.
4.-Fructifican porque el Señor quiere a su Iglesia fecunda, llena de frutos, por eso cuida el trigo sin desesperarse por el brote de la cizaña, sin actitudes quejosas o alarmistas.
5.-Festejan y celebran cada triunfo porque es una comunidad gozosa que evangeliza y vuelve bella toda su labor pastoral en la liturgia. La liturgia refleja el gozo de una comunidad, que camina con el Señor resucitado, que sigue manifestándose al partir el pan en la mañana, en la tarde y cuando muere el día.

Así se configura la Iglesia misionera en salida, creemos solamente es posible si hay verdadero amor oblativo en la vivencia de cada vocación particular, laical, sacerdotal, consagrada. Solamente cuando salgamos de nosotros mismos hacia nuestra periferia, a que nos ha llamado el Santo Padre Francisco, podremos ver cómo vive nuestro prójimo, experimentar sus gozos y esperanzas. Si vivimos encerrados en nuestra “polis” protegidos por muros para que no nos incomoden “los de afuera”, no podremos salir de nosotros mismos y por lo tanto no podemos generar vida. Necesitamos derribar los muros de nuestro egocentrismo para salir a la periferia existencial.

El Venerable P. Julio María Matovelle quiso y quiere una Iglesia en salida, desde un clericalismo cerrado, hacía una Iglesia abierta al laicado comprometido, escuchemos le que decía en Cuenca el 19 de Octubre de 1877:“En la situación actual del mundo de terrible desorganización religiosa, política y doméstica; cuando todo el afán de los imperios parece reducirse a inutilizar la acción salvadora del sacerdocio en la sociedad, cuando el mundo todo de halla apartado hoy del templo y los altares, creemos lo siguiente: 1º Que los sacerdotes deben extender más que antes el círculo de su acción, sin limitarse al terreno puramente eclesiástico, y, 2º Que es deber estricto de los seglares organizar una falange auxiliadora del sacerdote al corazón incrédulo y corrompido del mundo.

Si nos fuera permitido decir, expresaríamos que es necesario hoy un cierto sacerdocio seglar que, revistiendo las apariencias del siglo, lleve la salud al seno de la descreída sociedad actual. Bien, así como los primeros siglos de la Iglesia, los santos misterios eran llevados a las cárceles mamertinas por los prefectos y senadores, así hoy la santa palabra del sacerdocio debe ser llevada a las cárceles de la impiedad, por los que se revisten de autoridad y poderío según el mundo.

Bien entendido eso sí, que la acción de los seglares debe ser estrictamente del magisterio sacerdotal, como la vanguardia de un ejército obedece las órdenes del estado mayor. Debe, pues, hoy, haber misioneros de levita, no solo de sotana. (…) Este sería el nuevo aspecto que el catolicismo presentará en nuestros tiempos y que debería hacernos admirar la acción fecunda y múltiple, la vivificante y nunca agotada savia de nuestra excelsa y divina religión”.

Creemos que el mismo Espíritu que animaba al Venerable Julio María Matovelle, anima hoy a la Iglesia de nuestros tiempos, la Iglesia del papa Francisco, es decir una Iglesia que con el laicado toma iniciativas, involucra, acompaña, fructificando en el mundo y celebrando gozosa en su liturgia los gozos y esperanzas del hombre del siglo XXI.

P. Manuel Onofre Celis, o.cc.ss.
Maestro de Novicios.