CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

PARA EL FIN DE SEMANA JULIO 21 DE 2016.

PARA EL FIN DE SEMANA JULIO 21 DE 2016.

Orar es también aprender a ser presencia de Dios.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo cordial con los mejores deseos de paz y bien en el Señor que en su amor está siempre dispuesto a ayudarnos y colmarnos con su bondad.

Orar, es hablar con Dios, pensar en Él, mirarle. Orar es la certeza de saberlo presente, saber que esta ahí y que nos escucha y es también disponerse para escucharlo. Orar es de dos, es un diálogo en el que dos personas se unen y en el que el misterio se desvela. Orar parte del respeto y del reconocimiento; vamos a hablar con alguien que es importante, con nuestro Padre que es bueno, que es perfecto. Vamos a conversar con alguien que seguramente nos preguntará por el otro, por las relaciones con los demás; cada momento de oración debe serlo también de confrontación personal: ¿Cómo le hemos visto y tratado en el otro?, ¿si somos merecedores de misericordia, si nos hemos detenido ante la miseria y la necesidad de los demás? Más que para pedir orar es un llenarse de fuerzas, de intimidad, de amor después de haberlo dado todo durante la jornada.

Nuestro diálogo con Dios tiene como base la gratuidad, Él es quien nos permite acercarnos; ha sido Él el que ha tomado la iniciativa; Él se nos ha dado a conocer y ahora quiere compartir sus proyectos, por eso orar es un escuchar. Es con Él y junto a Él que debemos planear las estrategias de cada día. No estamos solos, somos capaces, Él nos guía y se ocupará de las cosas que necesitamos. Orar es pedir la bendición y salir a la calle sabiendo que nos vamos llenos de Él, que nos concede el Espíritu Santo para discernir las cosas, tratar a los demás con el amor y respeto que se merecen, tomar las mejores decisiones y ayudar a los demás. En la oración nos descubrimos dignos de llevarlo, de sabernos buenos, en la oración volvemos a sentir la dignidad de nuestro ser. Somos también cielo habitado por Dios.

Pidamos al orar, pidamos con insistencia, pero sobre todo pidamos el Espíritu Santo que es lo que el Padre nos regala y desde el cual tendremos la capacidad para resolver muchas de las cosas que pedimos.

Cuando vayamos a orar digamos Padre Nuestro y dejemos que Él haga, que nos llene y nosotros sencillamente dispongámonos para sentirnos amados y transformados en Él.

Con mi bendición:

P. Jaime Alberto Palacio González, ocd