PARA ESTA SEMANA ABRIL 14 DE 2014
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Un abrazo cargado de buenos deseos para esta semana santa. Que nos sintamos tocados por el misterio del amor y que nuestro corazón se llene de razones para amar.
Seguramente como lo hemos hecho o lo haremos tú y yo (la mayoría de nosotros), hemos salido o saldremos a aclamar a Jesús como el que viene en el nombre del Señor.
La gente que aclama como Rey y Salvador a Jesús en Jerusalén probablemente ha escuchado hablar de él o a lo mejor lo han visto en el templo, o le han escuchado en alguna oportunidad de esas en las que Jesús estuvo en la ciudad.
Muchos habrán sabido de sus milagros, de su manera de enseñar y de las propuestas hechas con respecto a un nuevo Reino.
De hecho hasta Herodes sintió la inquietud y quiso conocer a Jesús. Un hombre de tanta fama, en un país tan pequeño, tan religioso, sometido al Imperio de Roma, no puede pasar desapercibido y mucho menos cuando ha tocado puntos esenciales de la fe, de la ley, de la relación con Dios. Tenía fama de sanador, de andar con quien no se debía y hasta de blasfemo.
Jesús llegó a Jerusalén. Llegó el Emmanuel, el Mesías, el Rey. Llegó no la leyenda, sino aquel de quien tanto se había hablado y que suscitaba entre la mayoría del pueblo una gran admiración pero que también, al mismo tiempo, inquietaba a unos pocos, pero poderosos e influyentes personajes del pueblo.
Seguramente entre los que aclamaban a Jesús estaban hombres y mujeres cargadas de esperanza, anhelantes de libertad.
Muchos enfermos habrían salido ese día a recibir a Jesús, muchos perseguidos, acusados por la Ley. Muchos importantes camuflados y mucha gente, de esa que no cuenta casi nadie, la multitud.
Jesús era la concreción de las promesas del Padre y muchos creyeron en él. Este pasar por Jerusalén era decisivo en el proyecto de Jesús, pero las cosas no se dieron, pudo la obstinación, el poder. De nuevo los “influyentes” decidieron por el pueblo y cambiaron el rumbo de la historia. Porque el que había venido enviado por el Padre a liberar, a sanar o quitar opresiones y a anunciar el año de gracia ahora lo tendría que hacer desde el corazón de las personas que se abrieran en fe a él. Ahora tendría que reinar desde la cruz y mostrar en la humillación, en la pasión y hasta en la muerte su ser de Dios.
La obstinación de unos líderes religiosos, la terquedad de algunos del pueblo, la manipulación de las personas hacen de Jesús un rey que invita a darse por entero.
En la Cruz Dios se hace cercano, presente. Se hace vida eterna, resurrección. De la nada de nuevo Dios crea y da vida. Del fracaso de la cruz nace un nuevo pueblo que le apuesta al amor y a la misericordia.
Tenemos mucho que aprender del misterio de la cruz. Tenemos que aprender del dolor, de la persecución, de la pasión. Esta semana santa encierra aún para nosotros un ejemplo grande de humildad. Cuando parece que todo está perdido Dios tiene la palabra, el gesto, la acción. Al dolor el consuelo, a la debilidad la fortaleza, a la muerte la resurrección.
Semana Santa, para aclamar al Señor con fe, para proclamar y gritarle al mundo que él es nuestro Señor y Salvador. Lo aclamamos con alegría, con convicción. Muchos pueden estar ahí como simples espectadores, pero nosotros estamos ahí como aquellos por los que él entregó su vida. La Razón de ser de su entrega, de su amor.
Salimos hoy y esta semana a celebrar porque sabemos que el amor todo lo puede, porque creemos en que un mundo más justo puede darse y porque entendemos que la cruz es la plenitud de un amor fiel y constante que espera de nosotros la misma respuesta.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd
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