PARA ESTA SEMANA AGOSTO 21 DE 2017
Y así es el amor de Dios…
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, de Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Abrazos y bendiciones para la semana que comenzamos. Los invito a poner toda la fe en los proyectos que tenemos y que sea Dios el que en nosotros haga su voluntad.
Este domingo nos encontramos con el texto de Mt. 15, 21-28. La mujer que grita, que pide por su hija.
Ella lo sabía; Jesús podía liberarle a su hija de ese demonio muy malo. Ella era pagana, no era judía, pero ella creyó en Jesús y con toda la humidad de quien se siente indigno le pide que le sane a su Hija. Son años de sufrimiento, años buscando cómo salir de la pena que lleva en el corazón viendo sufrir a su hija. Ella es madre y las mamás no tienen límites ni vergüenzas para pedir por sus hijos enfermos.
Los Hijos duelen en el vientre, se sienten en el corazón, viven en el pensamiento y mueven la vida, aunque a veces se llegue a los abismos. Así es el amor de Dios, así ama esta mujer a la que le han dicho que Jesús puede sanarle a su hija, que le han visto hacer liberaciones, milagros y que además en el nombre de Dios anuncia un reino que, basado en el amor, busca la justicia y la dignidad del ser humano.
Y Jesús pasa por su pueblo, por su casa; ella tiene que gritar; ella entiende que Dios no tiene religiones y que ella en su medida es también amada y escuchada. Su corazón se lo dice: Dios te ama y ama toda tu realidad de mujer, de madre, de pobre. Y su fe la hace gritar, hace que se acerque a Jesús, le pone las palabras para “conmover al mismo Dios”. Y lo logra. No necesita más que la Palabra de Jesús, no necesita ver; ella lo sabe: el amor todo lo cambia y Dios las ama a las dos.
Y grita porque Dios no es un adivino; Él nos conoce y en su amor sabe lo que nos conviene, pero el ser humano en su realidad libre, pide a Dios lo que piensa que le conviene así no lo sea y muy poco pide que realmente se haga su voluntad. Dios puede saber, pero lo que no se sabe es qué es lo que quiere el hombre, cual es el milagro que espera.
Ella, la mujer cananea, grita pidiendo por su hija; los discípulos piden a Jesús que la escuche. Son oraciones de súplica para interceder por alguien. Jesús no le responde nada a ella; Jesús está cumpliendo una misión con el pueblo de Israel, abrir otros frentes era peligroso y además con gente que solo busca milagros, gente que “desconoce” la historia de Dios con Israel y la importancia de la misión, gente a la que solo le interesaba un milagro, no es oportuno.
Pero la fe roba milagros; la súplica humilde y confiada todo lo alcanza. A Jesús le sorprende que está mujer va mucho más allá. Y aunque no es judía, espera en Dios y sabe que el poco de Dios para ella lo es todo. Ella está dispuesta a resignarse con las migajas mientras que los judíos no se contentaban ni con la mesa servida para ellos. A Ella le bastaba un poco de amor que con eso encontraba la paz y la felicidad, a los judíos solo les interesaba la normatividad de lo que se hacía pasando incluso por encima el amar a los demás. Y esto, el gesto de esta mujer, su fe, mueve a Jesús y el milagro se realiza, se hace lo que ella desea y su hija queda curada.
Cuidemos nosotros la fe, nunca perdamos la humidad frente a Dios. El poco de Él es nuestro todo, su amor llena cualquier necesidad que tengamos. Que la fe nos lleve a buscar a Jesús, a encontrarlo y a abrirle el corazón. Dios no está para adivinarnos, Dios está para colmar nuestros deseos de paz y bien.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd