No me iré, me quedo contigo.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, de Carmen de La Habana, de Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Los saludo deseándoles una semana de bendiciones y con este mensaje quiero hacerles una invitación concreta para esta semana: digámosle al Señor que nos quedamos, que no nos iremos y que a pesar de las dudas que nos asaltan, de las tristezas que podamos tener, de las dificultades por las que estamos atravesando, no renunciamos a la fe, no renunciamos a Él y a la posibilidad de seguirlo. ¡Nos quedamos!
Digámosle al Señor que no nos iremos. Nosotros queremos vida eterna, nosotros queremos Palabras que son Espíritu y Vida, necesitamos sus Palabras que vienen de lo alto, que saben a cielo y que nos lleva a experimentar la cercanía amorosa de Dios Padre que ha querido venir a nuestro encuentro a través de su Hijo. Hoy más que nunca necesitamos saber y sentir lo que significa un amor verdadero, fiel, bondadoso y misericordioso. Hoy más que nunca necesitamos escuchar palabras que son verdad, que llenan de vida, que traen paz y alegría al corazón. Esa palabra pronunciada por Dios y que se vuelve caricia y presencia. Hoy más que nunca te necesitamos.
¿A quién iremos? Ya hemos ido a quien en nombre tuyo nos ha engañado y nos ha hecho verte como un Dios de venganzas al que por cumplir normas también se olvida de nosotros y la propia fragilidad.
Ya hemos ido a predicadores de catástrofes que nos han hablado de oscuridad, de muerte, de infierno, de final de mundo, que no te conocen y que hacen de nuestros miedos e inseguridades su riqueza.
Ya hemos ido a los que han olvidado que has venido a sanar, a perdonar, a abrazar, cargar y hasta tocar a los que no valen, a los enfermos, a los pecadores. Hemos idos a aquellos que se hacen personas excluyentes del misterio de amor que salva y que da vida. Ya hemos ido a los que redujeron tu banquete, la cena pascual ofrecida para todos, en una cena privilegiada, una cena para los que de nuevo, por normas y leyes, por fariseos modernos, se hacen tus dueños presumiendo de ser buenos o santos porque se glorían de no ser como los demás.
¿A quién iremos? ¿A los que hablan de ser poseedores de la verdad, sabiendo que tú eres la única verdad que nos acerca a Dios y que hacen de sus ritos sanadores y liberadores nuevas ataduras porque ya somos parte de un pueblo que se puede contar y reducen tu poder y majestad a unos cuantos privilegiados.
Vamos a tomar la decisión no de irnos sino de cambiar, de amar. La decisión de seguirte en fidelidad así se acaben los milagros y los aceites y las oraciones de poder. Tomamos la decisión de sentarnos a escucharte de nuevo no con los prejuicios que llevamos sino abiertos a la sorpresa de los enamorados; esa sorpresa con la que tú nos sorprendes cada día en tu amor.
¿A quién iremos? Si tienes Palabras de vida eterna, si nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien se lo quieras revelar.
¿A quién iremos? Si eres agua viva, Pan bajado del cielo; si eres camino y verdad. Si eres la luz.
Señor ahora entiendo que me he ido, me he alejado y hasta me he dejado llevar por doctrinas llamativas y extrañas y me he apartado de la Iglesia, porque nunca estuve contigo y cuando lo estuve nunca te amé. ¡No me iré me quedo contigo! y solo te pido que me enamores para serte fiel en el amor con el que sé que debo amar siempre. Dame tu Pan, tu Carne, que es vida eterna.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd