PARA ESTA SEMANA AGOSTO 28 DE 2017
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, de Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Un abrazo y los mejores deseos de paz y bien en el Señor que nos invita a caminar en la fe y a que descubramos la fidelidad del amor de Dios en Jesús, su Hijo el Mesías.
En el Evangelio de este domingo (Mt. 16, 13-20) nos damos cuenta que la gente se ha ido haciendo una idea de Jesús. Unos porque se la dicen, otros porque han visto y han sacado las propias conclusiones; pero en general, es un buen concepto el que se tiene de Él. Un profeta fuerte, arriesgado y comprometido con la causa de Dios. Para los discípulos no sabemos quién es Jesús.
Pedro toma por ellos la palabra y afirma que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Este puede ser un resumen de la fe de la comunidad de creyentes, de aquellos que lo han dejado todo por seguirlo, de aquellos que le han creído y caminan con Él, de aquellos que han cambiado su vida al encontrarlo. Jesús es el Mesías. Decir esto parece fácil, pero en realidad es un cambio de vida, de actitud, de costumbres y hasta de la manera de relacionarse con Dios.
Y es que hasta el confesarlo le cambió a Pedro la vida. Alguien que sabe que Dios es fiel, que Dios ha cumplido su promesa, que nos ha enviado a su Hijo, al Mesías y que ahora está con nosotros no vive de cualquier manera, vive en gratitud y en servicio a Dios; alguien que como Pedro ha conocido al Señor y ha estado con Él en muchos momentos y que públicamente confiesa la fe, al menos delante de los propios compañeros, es digno de confiar, de encomendarle una misión; de confiarle el cuidado de la comunidad, de sus hermanos. Y eso fue lo que hizo el Señor con Simón.
Pedro confiesa que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, movido por un sentimiento que viene de las entrañas, de lo más profundo; movido por la fe. Ha sido Dios el que lo ha inspirado y eso da confianza también a la comunidad, a los discípulos que lo dudaban o que no se atrevían a confesarlo. Ahora todos lo sabemos, Jesús es el Hijo de Dios, es el Mesías.
Pedro lo ha dicho, Jesús lo ha ratificado al encargarle la comunidad y lo que viene en este proyecto. Y nosotros acogemos con alegría la fidelidad de Dios a su proyecto, a la continuidad del mismo en cabeza de Pedro y confesamos en fe que Jesús es el Señor, el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Jesús tiene el proyecto del Reino de Dios y a nosotros nos corresponde seguir propagándolo, anunciar que está cerca, disponer corazones para Dios, allanar caminos e invitar a la conversión del corazón y de la mente de las personas, incluyendo a las creyentes que se olvidan de la novedad de Dios en la vida. Los que aceptan la Palabra, la invitación, la conversión; los que se abren en fe a Dios, los que se bautizan en el fuego y en el agua, forman ahora un nuevo pueblo, la Iglesia que tiene una base sólida que ni el poder del infierno la derrotará. Eso porque a la cabeza del proyecto, en el corazón del proyecto, y el sentido del Proyecto, es Dios, está Dios.
Todo nos lleva a Él y el infierno que es la muerte mientras esté la vida no tiene poder; el infierno que es el mal, mientras esté el bien no tiene poder, el infierno que es la oscuridad mientras esté la luz no puede oscurecer. Nada podrá con la Iglesia porque ella está sostenida por Jesús, es amada por Dios Padre e iluminada por el Espíritu Santo.
Hay una gran comunión entre lo eterno y lo terreno, entre lo divino y lo humano. Lo que aquí se ata queda atado en el cielo, lo que se desata queda desatado en el cielo. Dios vela, cuida a su Iglesia. Nosotros velamos por el prójimo, por el mundo, por la creación, es decir por Dios.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.