El que sabe humillarse se pone en el lugar del otro antes de juzgarlo.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien en el Señor que nos está invitando a optar por el camino de la sencillez, del abandono. Que aprendamos a ser grandes siendo pequeños y a ser los primeros siendo los últimos.
La experiencia del amor propio, con el que también debemos amar a los demás, debe partir del reconocimiento de la dignidad y de la grandeza que cada uno como hijo de Dios tiene. No son los lugares, últimos o primeros, ni son los aplausos o gratitudes, los que hacen de nosotros hombres grandes, personas dignas.
Son nuestras obras y la capacidad de ser siempre en cualquier lugar y circunstancia buenos, lo que hacen que nuestra vida ante Dios siga siendo un don, un regalo para los demás.
“El que se humilla será enaltecido” El que se sabe “sentar” en cualquier lugar, el que entiende que su grandeza radica en él mismo y en su capacidad de ser bueno, imagen de Dios; el que sabe abandonarse o abajarse como lo hizo el mismo Jesús que “siendo de condición divina se abajó y se hizo uno de tantos”.
Será enaltecido también aquel que entiende que humillarse es colocarse en el lugar del niño que aunque para los demás no “vale” o no cuenta, tiene la certeza de que su Padre no lo abandonará y siempre estará para protegerlo. Humillarse es permitir que Dios obre desde el corazón y que no sea la razón o la lógica del mundo la que mueva el obrar. El que se humilla entiende de la pobreza y riqueza del otro, sabe ponerse en el lugar de los demás y también es capaz de reconocer que sea o suceda lo que suceda la otra persona es digna de amor, de perdón y de compasión.
Quien se arriesga a permanecer sereno en su puesto sin pretender reconocimientos, aquel que no hace depender su valor y dignidad del juicio de los demás, ese es el que elige el camino de la humildad.
Nacimos para ser buenos, para darnos, para el amor.
Nuestro obrar debe estar motivado por el bien, por el amor. Y desde el corazón entender que hay personas que nos necesitan, que se pueden beneficiar de nuestra generosidad, de nuestro amor; muchas personas no tendrá como agradecernos ni con qué pero eso para la gente buena de corazón, se convierte en una razón más para ser los mejores a los ojos de Dios, para ser dignos de los talentos que Él regala.
Agrademos a Dios en el silencio del corazón. No andemos pregonando, hagamos el bien como lo quiere Jesús, siendo pequeños y sencillos.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
Fuente: https://parroquiacarmelitascucuta.com
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