Dios se ha quedado en lo que se toca, se palpa; en lo íntimo y en lo epidérmico.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Reciban mi saludo cordial con los mejores deseos en el Señor que sigue invitándonos a ser miembros activos en el proyecto de su Reino y que también nos invita a estarnos con Él y llenarnos de su encanto divino capaz de transformar nuestras vidas en amor.
Hagamos que esta semana transcurra en la paz de Dios.
Comenzar la semana recordando que nuestro cuerpo es sagrado; que de Dios hemos recibido el Espíritu Santo y que por eso nuestro cuerpo es su templo que debemos dignificar.
Recordar que Dios habita en nosotros, para ser desde nosotros, el Dios con nosotros, es una gran noticia y más cuando sabemos que Dios nos ha comprado a un precio muy alto (1Cor. 6, 13-15.17-20) En la Pascua de su Hijo nos ha declarado de su propiedad para venir, Él mismo, a recrearse en nuestra vida.
Dios en su amor nos rescató del pecado y en nosotros rescató el mundo.
Dios nos hace herederos del Reino que ha venido a instaurar en su Hijo del que, ciertamente, tenemos que hacer una experiencia de encuentro. Mirar a Jesús, reconocer en Jesús al salvador por el que el Padre nos ha rescatado y en el cual nos ha manifestado en extremo su amor; seguir a Jesús y estarnos con Él para ser enviados es lo que Dios quiere de cada uno y lo que al mismo tiempo se convierte en la plenitud de la vida y en la mejor respuesta que podemos dar a Dios que sigue amándonos y en nosotros salvando al mundo.
Dios nos ha llenado de Él mismo quedándose en cada uno, en lo más íntimo y en lo más externo, en lo más profundo y en lo más superficial, en lo que nos relaciona. Dios se ha quedado en lo que se toca, se palpa. Dios en su Hijo Jesús volvió la dignidad al que desde siempre fue digno, Dios ha de nuevo engrandecido al que fue creado grande; el Hijo de Dios ha muerto en Cruz para darle vida al que nunca tuvo que haber muerto por el pecado.
En nosotros, en ti y en mí, Dios ha hecho una nueva creación y desde cada uno la ha llenado de Él.
Somos plenitud, templo, presencia de Dios. Por eso debemos darnos el trato divino, soberano y respetuoso que nos merecemos. Nuestro cuerpo es para servir al Señor porque el cuerpo expresa todo lo digno y lo grande que somos y todo el amor y la bondad del corazón.
Cada uno debe hacer digna su propia realidad. El cuerpo es expresión del interior y es el que nos permite relaciones divinas y humanas. Relaciones todas llamadas a la santidad. Todos estamos llamados a glorificar a Dios con el cuerpo.
Los invito a descubrir la grandeza y dignidad del ser humano. A vivir en la santidad que nos anima y a enamorar del que enamorado nos ha rescatado de la esclavitud del pecado.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd