Nos encontramos, después de haber celebrado el Bautismo del Señor, en el Tiempo Ordinario en cual nos iremos encontrando con el desarrollo de todo aquello que ha sido la misión de Jesús entre nosotros y cómo fue conformando la comunidad que le habría de acompañar hasta nuestros días. Jesús está en Caná de Galilea, nos dice el apóstol san Juan (2, 1-11) en la celebración de una Boda. Jesús está con su madre y con sus discípulos. La madre bien sabe quién es Jesús y la posibilidad que tiene de ayudar a los demás cuando las situaciones son adversas o difíciles. Los discípulos tienen admiración por Jesús al que siguen y del que van descubriendo los planes que tiene como Mesías para salvar al mundo.
Todos están en la fiesta y poco a poco la pareja pierde centralidad para dársela a Jesús.
La Madre de Jesús; la mujer que llegará hasta el final, la que será acogida por Juan en su casa, la que tendrá una hora que será la hora final de su Hijo, se da cuenta de que se acabó el vino. Que llegará la tristeza a la nueva pareja, que tendrán un problema grande frente a todo lo que habían planeado. Sin vino falta la alegría, acaba la fiesta y María, con corazón de madre, sabe que Jesús, les puede ayudar, puede resolver el problema que la pareja, sin saberlo, tiene. Por eso llena con la certeza de quien confía le dice que el vino se acaba y sea lo que sea, ella tiene cierto que Jesús ayudará y por eso dice a los sirvientes “Hagan lo que Él les diga” María anticipa, con su ruego, la hora de Jesús.
Y con este signo manifestó su gloria y los discípulos creyeron en Él.
Era importante en los inicios de la comunidad y del proceso del anuncio del Reino la realización de este signo.
En Caná de Galilea dice el evangelista que Jesús realizó el primer signo, aquello que lo iba a presentar como el Hijo de Dios y como quien podía de llenar de alegrías a la humanidad. La conversión del agua en vino nos anticipa el momento en el que el vino se transformará en Sangre. También se nos muestra la capacidad de intercesión que tiene la virgen María, ella logra “arrebatar” el milagro de Jesús por el que se manifiesta; manifestación que se hará más evidente en el momento de su muerte y especialmente de su resurrección en donde Él mostrará definitivamente su ser de Dios. Jesús no da el mejor vino, todo lo tiene reservado para nosotros, para llenarnos de alegría, para sorprendernos desde el amor.
Pidamos al Señor que en nuestras casas no falte el vino de la alegría; dejemos a Jesús que convierta la tristeza en gozo y que nosotros en cada gesto de amor, en cada signo, lo reconozcamos como el Señor de la vida.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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Fuente: P. Jaime Palacio
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