Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Los abrazo y les deseo una semana colmada de bendiciones. Y que así como Jesús hace lo que le es propio: enseñar, sanar; de la misma manera cada uno de nosotros nos dediquemos a hacer lo propio de nuestro ser: amar y darnos, desde el amor sin medidas. El Evangelio de Marcos (1, 21-28) nos presenta a Jesús en la Sinagoga enseñando a la gente; muchos se sorprenden porque su enseñanza es con autoridad, lo que es normal para nosotros en cuanto que sabemos quién es Jesús y entendemos que sus enseñanzas, sus palabras y acciones son de Dios; Él es Dios y nadie como Él conoce el espíritu de las normas y leyes y el fin de la historia de la salvación.
Dios en Jesús se nos revela como plenitud de vida.
La gente se admira pero no van más allá. Jesús es mucho más que lo que enseña y que los milagros que hace. La gente que está en la Sinagoga reconoce la autoridad de la enseñanza de Jesús, pero no pasan de ahí, no dan un salto en fe, en cambio los espíritus inmundos lo reconocen y hacen una revelación: Jesús es el santo de Dios; Jesús es aquel que los puede someter, tiene autoridad sobre ellos. Jesús no está para enfrentarse a los demonios porque él es superior, él es la expresión del supremo bien y del amor de Dios por la humanidad. Los demonios le huyen, tienen miedo, no resisten su palabra ni autoridad. Jesús puede acabar con ellos y con el mal que nos desborda. Pero nos tenemos que acercar, pedir con fe. Querer ser liberados.
Los actos de Jesús invitan a la apertura del corazón.
Jesús está entre nosotros como la Buena Nueva de Dios; ha venido a alegrarnos el corazón, a enamorarnos del Padre que nos ama. Jesús quiere nuestra felicidad, nuestra libertad. Jesús nos empodera, con su Espíritu nos hace fuertes para resistir en la adversidad. Jesús con su sola presencia combate el mal; el encuentro con Jesús debe generar en nosotros paz. Su presencia nos ayuda a reconocer que el mal que nos habita es ajeno a nuestra esencia, que lo propio nuestro es Dios y sus dones.
Que la alegría, la paz son nuestra mayor riqueza y por eso es que, cuando sintamos que el mal va tomando fuerza y lo expresamos en palabras y obras, debemos acercarnos, ir al encuentro de Jesús. Cuando él está en nosotros el mal huye. Hagamos un serio examen y revisemos lo que estamos proyectando a los demás. Escuchar las voces de quienes nos quieren como las de los familiares y amigos es fundamental.
El mal puede estar haciendo su obra en nosotros y tal vez no somos conscientes.
Jesús nos brinda protección, nos llena de amor, nos hace pacientes y mansos como Él; misericordiosos y perfectos como el Padre Celestial. Por eso es importante estar con Jesús, caminar con Él, permanecer y Él y cuidarnos de todo aquello que nos puede hacer daño.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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19. Ave María en varios idiomas
20. Coronilla de la divina misericordia
Fuente: P. Jaime Palacio
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