PARA ESTA SEMANA: FEBRERO 1 DE 2016
Enamorados del amor que nunca pasa a pesar de las heridas.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien en el Señor que nos ama y por siempre; el Señor que no deja de invitarnos a que nos amemos en fidelidad y misericordia y que desde el amor seamos capaces de descubrir las grandezas de todas las personas, de manera especial las que comparten con nosotros directamente la vida.
La oración colecta de este domingo IV del tiempo Ordinario pide a Dios que nosotros le podamos venerar de todo corazón y que amemos a los hombres con verdadero afecto. Esto es tratar con respeto, con la dignidad a Dios. Que lo que le expresemos, que lo que pensemos, sea sincero. Lo que creemos debe traducirse en una manera de vivir; la fe se expresa, la experiencia de Dios brota del corazón y se conoce por los labios y por las obras. Dejar de lado las apariencias, que todo salga del corazón que es el lugar donde la verdad se guarda. Venerar a Dios es llevar una vida conforme a Cristo. A Dios se le ama, se le venera, se le acoge en el hermano, en el prójimo, en los pobres, es decir, lo humano, la humanidad, el mundo, son los lugares y los espacios donde los verdaderos adoradores, los verdaderamente enamorados de Dios, dan testimonio y permiten que Dios sea o venga también venerado por los demás.
Y eso de amar a los hombres con verdadero afecto es saber traducir en gestos y en palabras lo que estamos sintiendo; que a quienes amamos lo sepan, lo disfruten, se lo gocen. Nacimos para el amor pero para ese amor que seduce, que conquista, que forja personas. Amor que llena de oportunidades y que engrandece a los débiles. Amor que perdona y que es misericordioso con quien nos ofende. Amor del que viene de Dios. El amor que no pasa, que es eterno, amor al prójimo que se siente en lo más íntimo y que duele en las entrañas cuando falla.
El amor es el mandamiento principal. Amar a Dios, amarnos a nosotros mismos, amar al prójimo. Amar debe ser el verbo que se hace carne cada segundo, el verbo que seduce y que conquista. Amor es el origen de todas las cosas y debe ser el origen de nuestras relaciones. Amor es lo más divino que los humanos tenemos de Dios y es lo más humano de Dios; de hecho Dios para demostrarnos el amor asume nuestra condición y desde lo que somos y hacemos nos invitó a amar, a amarnos a dejar todo sentimiento de rencor y nos invitó también a ser solidarios y desde el amor, compasivos con los demás.
Debemos aspirar a los dones más excelentes, nos lo recomienda san Pablo (1Cor. 13, 31-13) pero de manera especial el que llena de vida la vida, el que permite soñar con el cambio, el que nos acerca más a Dios y nos hace parecidos a Él. El don de amor, ese que nunca pasa a pesar de las heridas, de los desencantos. El amor duele en lo más íntimo, el amor es la cruz que debemos cargar cada día pero es que en el amor amando estamos nosotros, nos perdemos y encontramos; lloramos y reímos. En el amor somos todo para acabar siendo en los demás nada y todo.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd