PARA ESTA SEMANA FEBRERO 11 DE 2018
Salgamos al encuentro de quien ha venido a buscarnos.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, de Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo, reciban mi saludo cordial que lleva los mejores deseos de paz y bien en el Señor Jesús y que en este día en el que recordamos a nuestra madre en su advocación de la Virgen de Lourdes, pedimos que los enfermos sientan la cercanía, ternura y amor de Dios; por los enfermos nuestras oraciones y señales de afecto.
El Evangelio de este domingo (Mc. 1, 40-45) nos presenta a un leproso que se acerca a Jesús y con humildad le pide que lo cure. Para el Leproso Jesús era toda su esperanza, era el único que le podía sanar, rescatar de esa situación. Por Jesús el enfermo se “atreve”, da un paso en fe, se lanza y se acerca a Jesús. Y El Señor se compadece. La humildad de este hombre, la fe, la sencillez de la petición, la certeza que tiene que Jesús es el único que le puede sanar, si quiere, es lo que conmueve a Jesús, le “arrebata” el milagro.
Jesús al sanarlo hace que el hombre recobre toda su personalidad; con la presentación que debe hacer al sacerdote, puede participar de la vida religiosa y social de la población. Y para el curado es imposible callar, no contar lo que Dios ha hecho en Él; Dios le había vuelto a la vida, lo había sacado de los bordes de los caminos; ahora valía más que la limosna que podía conseguir. Era un hombre nuevo en Jesús.
Vamos a dar un paso más en nuestra reflexión y pensemos en esas realidades que a nosotros también nos excluyen de una vida en comunión, que nos condenan a la soledad, que hacen de alguna manera que estemos al borde del camino haciéndonos mendigos de afectos y de amores. Muchos de nosotros, por algunas actitudes que tenemos, por algunas palabras que usamos, por detalles que nos caracterizan, nos hacemos indignos del amor, de la confianza, del abrazo o del beso de los demás.
Nos falta dominio propio, amor propio; con nuestros comportamientos nos hacemos “leprosos”, se nos cae el corazón a pedazos, la vida a pedazos. Y ojalá entendamos que nos queda Dios y que Jesús es nuestra esperanza, ojalá veamos la necesidad que tenemos de convertirnos, de cambiar. Muchos leprosos hubo en el tiempo de Jesús, pero muy pocos se atrevieron a dar el salto en la fe, asumir una nueva realidad de vida desde el encuentro con el Señor.
Pensemos un poco en la lepra que nos va carcomiendo el corazón y acaba con la esperanza. Tomemos decisiones radicales y llenas de fe. Salgamos al encuentro de quien ha venido a buscarnos, a darnos la mano y rescatarnos del abismo de nuestro pecado. Que la lepra no sea la razón ni el pretexto para estar lejos. Jesús ha venido a acercarnos a la realidad del propio ser y de la vida. Que Él nos toque, que Él nos mire con bondad y que siga ayudándonos a encontrar el bien que buscamos.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
Más reflexiones del Padre Jaime Alberto Palacio González, ocd