“Concédenos Señor venerarte de todo corazón y amar a todos con verdadero afecto”
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo.
Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien para esta semana y mes que estamos iniciando en la alegría de saber que el amor de Dios nos libera de nuestras ataduras e impide, en la persona de su Hijo, que el mal nos domine. Dios ha venido a romper toda cadena y a liberar de toda esclavitud a la que el mal nos tiene sometidos.
Existen dos cosas que fundamentan la experiencia de fe y de entrega a Dios. Dos cosas que pedimos en la oración colecta de ese cuarto domingo del tiempo Ordinario: venerar a Dios de todo corazón y amar a todos los hombres con verdadero afecto. Lo primero que es venerar a Dios está implicando reconocimiento de su grandeza, de su inmensidad, de su omnipotencia. Es decir le pedimos a Dios que nos conceda una actitud humilde, una apertura sincera a su dignidad y un respeto incondicional a su Ser desde nuestro actuar. Que no perdamos nunca la dimensión de ser creaturas y que estamos siendo constantemente llamados a ser señores de la creación y mucho menos perdamos la capacidad de saber ponernos de rodillas ante la grandeza y dignidad del que se abaja y asume nuestra condición humana para redimirla y volverla a su plenitud y dignidad.
La segunda cosa que fundamenta la fe y la experiencia de Dios es la de amar a los hombres con verdadero afecto. Es decir amar con cariño y con ternura. Amar desde la entrañas, desde lo más íntimo y lo más profundo de cada uno y es a todos, sin excluir a ninguno. Amar es de Dios y nuestro amor debe ser desde Él. Por eso le pedimos al Señor la gracia de poder amar con verdadero afecto, es decir desde un amor en el que comprometemos el ser, la propia vida. Desde el amor que libera y que puesto en la dinámica del Evangelio es entrega y fidelidad.
Amor que camina, amor que encuentra, amor que llama, amor que sana, amor que libera que acompaña. Amor que es palabra, que es compañía y que se hace solidario. Amar a todos los hombres de la misma manera que Jesús nos ha amado. “Ámense unos a otros como yo los he amado” El amor que debe asumir el liderazgo y que sigue estando llamado a asumir el lugar que le corresponde. El amor que busca ser reconocido como el medio por el cual nosotros podemos demostrar no solo el afecto sino también lo que llevamos dentro. Lo que nos hace de Dios, semejantes a Él. Son los actos los de muestran lo que guarda el corazón.
El bien o mal son realidades que salen de lo más íntimo del ser y por eso el corazón debe estar lleno de Dios y la vida en su actuar debe releerse desde una experiencia de amor y de entrega. Dice Jesús que lo que daña al hombre es lo que éste ha guardado en el corazón.
Cuando el mal se encuentra con Jesús, ve a Jesús, es natural que se sienta incómodo (Mc. 1, 21-28) Donde está Dios el mal se incómoda, quiere desaparecer. El mal y el bien no pueden compartir el mismo espacio, el mismo sujeto. Es natural que amor incomode en sus acciones al mal. Es contrario el amor al mal, del que realmente es bueno no puede salir el mal. Por eso el amar a todos con sincero afecto implica que nuestro amor es liberado, sanador y sobre todo lleva a los demás al reconocimiento de aquel que es origen del bien.
Llenar el corazón de amor y conservar a Dios como el centro del mismo es la principal tarea de todos aquellos que se comprometen con el bien y con un mundo mejor.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd