PARA ESTA SEMANA FEBRERO 9 DE 2020
Ustedes son la luz del mundo, la sal de la tierra
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Un abrazo cargado de bendiciones con los mejores deseos para la semana que comenzamos. En estos días esforcémonos para ser luz y sal del mundo.
Ser luz y ser sal del mundo implica no solo iluminar, dar sabor, preservar de la corrupción, sino que también implica gastarse, entregarse hasta el final. Ser luz y ser sal son tarea de todos los días, es el reto personal que nos pone Jesús. El mundo necesita luz, caminar con claridad para no perder el horizonte y necesita de la sal para que todo tenga el buen sabor y para que nada se dañe o se corrompa. Nosotros siendo luz y siendo sal protegemos, no permitimos que se tome en el camino equivocado o que la vida carezca de sentido.
Somos la luz del mundo, somos la sal de la tierra y debemos cuidarnos. Que los vientos no nos paguen, que no perdamos el sabor. La esencia de la luz es alumbrar y dar claridad a los de casa, la esencia de la sal es salar, dar sabor, evitar la corrupción. Ser luz y sal no son un deber ser, no son una tarea para mañana, no es una exhortación hacia algo que debemos alcanzar. Jesús es claro: Somos luz del mundo y somos sal de la tierra. Jesús habla de un ya, de un ahora.
Somos de Dios por lo tanto nuestro ser es luminoso, eterno. Seamos lo que tenemos que ser.
Ser luz y ser sal son modos de amar, de servir a los demás. Son un entregarse. De la vivencia de las bienaventuranzas nace la convicción profunda de ser para los demás. El mundo sin los cristianos, sin la sal, tiende a “podrirse, descomponerse”. Estamos llamados a preservar. Sin Cristo el mundo se pudre. Somos la sal, evitamos la descomposición del mundo. Un cristiano sin vivir su fe, sin expresarla, pierde el sentido. No perdamos el sabor. No tengamos un cristianismo de fachada, de apariencia, seamos verdaderos, coincidamos con los valores de Jesús, del Evangelio.
Estamos puesto en lo alto, estamos para las buenas obras. Somos atrayentes; debemos seducir con nuestra calidad de vida, debemos atraer con la fuerza de la luz. Somos un referente de la presencia de Dios en el mundo. Somos testigos de alguien, brillamos con la luz de Cristo. Él es el que nos ilumina para iluminar. No podemos ocultar el ser luz; somos testigos del amor de Dios, de su presencia entre nosotros, del cambio que genera el encuentro personal con Jesús. Y eso no lo podemos negar, no lo podemos callar.
Somos instrumentos privilegiados en las manos de Dios para hacer creíble el anuncio del Evangelio.
Alumbremos a todos, demos sabor a la vida. Las buenas obras sea expresión de lo que somos. Ayudemos a que el mundo se sienta atraído por Dios para que desde Dios el mundo, los conozca el verdadero camino y entienda el sentido de la entrega.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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Fuente: http://ow.ly/zZfo50ybbsz