PARA ESTA SEMANA JULIO 31 DE 2017
El Reino de los cielos. El tesoro, la perla de gran valor.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, de Carmelitas de Cúcuta y de tantas partes del mundo. Dios los colme de bendiciones y que a todos nos llene de sabiduría para saber tomar las mejores decisiones en la vida; decisiones que no sean solo para colmar nuestras ambiciones y egoísmos, sino que sean decisiones que pasen también por el corazón para que entre todos busquemos y encontremos el bien común.
Para este domingo (17 del Tiempo Ordinario) el Evangelio de san Mt. 13, 44-52 continúa diciendo lo que le sucede al Reino de los cielos que, aunque es un tesoro y una perla de gran valor a muchas personas no les interesa y prefieren seguir viviendo en su propia pobreza o en sus propias riquezas que aunque algo son, no colman las expectativas de quien sabe el valor de lo eterno, del servicio, de la entrega.
El Reino de los cielos es como un tesoro escondido. Existe, está ahí, pero muy pocas personas lo han encontrado; muchos sabiendo que existe no se han interesado en buscarlo. Jesús nos enseña que el Reino al encontrarlo nos cambia la vida, nos obliga a renunciar a otros pocos y pequeños “valores” que nos atan, para poder entregarnos de lleno a disfrutar el tesoro, la riqueza encontrada. El Reino es de opción, es para todos, pero cada uno es libre para hacer lo necesario para encontrarlo. El Reino está y hay que encontrarlo.
El Reino no está en feria, no se regala, no se vende; el Reino es un don del Padre, es un regalo de Dios que, para ser recibido, encontrado, lo que necesita de nuestra parte es apertura, trabajo y sobre todo la convicción profunda que es el tesoro por el que hay que trabajar y luchar ya que el Reino da una nueva vida y nos ayudará a vivir una dimensión realmente humana en cuanto se expresa en solidaridad y entrega amorosa a los demás.
Preguntémonos qué buscamos en la vida, realmente queremos hacer del proyecto de Dios el proyecto personal o si deseamos sencillamente conformarnos con un cristianismo de oraciones y de cumplimientos de deberes a nivel moral, pero de los que descartamos los compromisos. ¿Cuantos estamos buscando a Dios sinceramente, cuantos tratamos de encontrarlo para hacer de su vida nuestra vida y de su proyecto el nuestro? A cada uno Dios ha puesto en la tierra para una misión: la de amar y que amando llevemos a plenitud las relaciones. Y de amar no hay que cansarse. Por eso busquemos el Reino y su justicia. Ahí está todo lo que nos hace plenos.
El Reino, cuando ya es nuestro, descubrimos que vale la pena conservarlo. Nos viene la convicción que tenemos que hacer todo lo necesario para no perderlo. El Tesoro es Jesús y vale la pena renunciar, vender todo y quedarse solo con Él. Nosotros existimos en Él, fuimos hechos por Él y volver a encontrarnos con la esencia, con la plenitud, con la vida, con la eternidad.
Volver a tener el cielo, la paz; volver a sentirse amado es ya la plenitud de la vida y el colmo de la alegría. Y si para esto hay que renunciar, dejar, alejarse del pecado, recuperar espacios propios y personales, luchar por ser uno mismo, por ser uno en Dios, entonces hay que hacerlo, hay que tomar decisiones. Hay que ir y quedarse sin nada para tenerlo Todo. “Quien a Dios tiene nada le falta” decía santa Teresa.
El Reino, es decir, Jesús, es la perla de mayor valor. Nosotros podemos tener muchas riquezas, muchos valores, cosas que nos hacen ricos, pero cuando aceptamos el Evangelio, cuando le abramos el corazón a Jesús, cuando le dejemos entrar en nuestro interior, entonces recrearemos la vida, purificaremos cosas, limpiaremos la casa y haremos todo para que el gozo del encuentro y la certeza de tener a Jesús en el corazón no se nos pierda.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd