Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Mi saludo cargado de bendiciones y buenos deseos para la semana que comenzamos. Dios siga sembrando en nosotros la semilla de su amor para que nuestros frutos sean abundantes y llenen de alegría los corazones de los demás y de manera especial las personas que nos rodean.
Jesús hoy nos habla del Reino de Dios y cómo es su obrar en nuestras vidas.
El Reino, como la semilla, obra en el corazón de quien la recibe. Está lleno de vida, entra delicadamente en nuestro ser; es sutil y hace un proceso interno de muerte en nuestra tierra para que nos llenemos de vida; la semilla, como el Reino de Dios, cumple su misión aunque parezca que nada sucede; transforma la vida de quien la recibe y pacientemente deja que el ser se transforme en ella. Somos semillas de Dios llamados a dar vida.
El Reino de Dios, el que Jesús ha venido a predicar, genera en las personas muchas cosas: unos entienden que es un tesoro que está por descubrirse, otros una perla de gran valor; algunos lo conciben como un espacio en el cual se va realizando el proyecto de Dios en cuanto acogida, sombra, cobijo. El Reino de Dios es lo mejor que le puede pasar a la humanidad que anhela ser rescatada y quiere hacer algo por crecer, por amar, por servir.
Predicar el Reino es la primera tarea de Jesús y la que luego encomienda a sus apóstoles y discípulos.
El mundo debe saber que el Reino ha llegado, que el amor de Dios se abaja para engrandecernos y que el Reino transforma la existencia llenándola de alegría. Que el mundo sepa que el Reino tiene carne, que debe entrar en nuestra tierra para llenarnos de vida, que el Reino de Dios tiene nombre y es el de Jesús.
La fuerza de Jesús y su poder transformante, ese poder que llena la vida de esperanza y de alegría es lo que se conoce como el Reino.
Dios ha sembrado a su Hijo, se ha manifestado con todo su amor; para Dios el tiempo de la cosecha, de la siega, de “meter la hoz” ha de llegar, es por eso que nosotros debemos vivir en la consciencia de la existencia de algo, en lo más íntimo del ser, que nos llena de vida; que la Palabra de Dios nos penetra y que los frutos que debemos dar ya están en “potencia” o capacidad en cada uno, en la tierra que somos. Debemos permitir que de nuestro interior fluya Dios, que la Palabra comience a “reventar” y que la corteza con la que envolvemos el bien y la capacidad de amar, se rompa para que fluya, desde lo más profundo del ser, el Reino.
Dios que nos habita y que fluye delicadamente, por cada uno, para los demás.
A la predicación del Reino le acompañan signos que cambian vida: liberaciones, sanaciones; perdón de los pecados. Que en el mundo entero se predique el amor de Dios y se les invite a las personas a que lo acojan, que dejen que fluya de sus vidas lo mejor y que el amor resplandezca siempre y en cualquier circunstancia.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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20. Coronilla de la divina misericordia
Fuente: P. Jaime Palacio
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