PARA ESTA SEMANA JUNIO 19 DE 2017
Cuerpo y Sangre de Cristo.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, de Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Un abrazo y todo lo mejor para la semana que comenzamos. Dios nos colme de bendiciones y que cada uno nos propongamos dar lo mejor a los demás; darnos sin reservas, darnos con amor; gastarnos por los demás de la misma manera que lo ha hecho el Señor, que, al darse, se quedó para siempre y en el dar la propia vida nos llenó de vida y de eternidad.
La fiesta que celebramos en este día nos dice que el cielo, lo eterno, lo divino; Dios mismo, se queda en la tierra, en cada uno, para continuar siendo amor y salvación desde cada uno. En la fiesta del Cuerpo de Cristo Dios está alimentando a su pueblo con el Maná del cielo que nos da la fuerza para que viviendo en la tierra nos demos a nosotros, trabajemos por la salvación y vivamos a plenitud el hecho de haber sido creados para el amor.
Cada celebración de la Eucaristía nos permite renovar la presencia de Jesús. Dios con nosotros. Cada Sagrario nos lleva a reconocer la fidelidad de Dios que ha permitido que su Hijo se nos quede para siempre; cada vez que nos reunimos en memoria de Él recordamos y revivimos el misterio de su entrega, los años que caminó con los suyos haciendo el bien y predicando el Evangelio y recordamos también su muerte que es fruto de una vida en fidelidad, en amor, en bondad y que se hace acto salvador en la resurrección.
Dios nos muestra que ni siquiera la muerte producto del odio, del rechazo, del desprecio, de la falta de fe, del egoísmo, puede acabar con el proyecto del amor. Con el plan trazado desde antiguo, con el Reino que se hace vida en cada persona que desde el amor se hace justa y actúa con misericordia, se compadece de sus hermanos y lo entrega todo para el bien y la salvación de todos.
Jesús se ha hecho Eucaristía, se ha quedado para siempre en la Eucaristía; Jesús es alimento y por lo tanto se ha ofrecido para ser consumido. Alimento que nos da fuerza para caminar; alimento que nos llena de eternidad para contagiar e introducir el cielo. Donde está quien ha comulgado hay un sagrario, en quien ha comulgado está Jesús evangelizando y dando su vida; cada uno, en quien comulga Dios se hace Pan vivo bajando del cielo; Pan de vida eterna.
Todos para alimentarnos nos preparamos, hacemos un alto en el camino, nos alejamos un poco de la rutina y con lo que somos, desde la realidad que vivimos, desde nuestra pequeñez o fragilidad, desde nuestro pecado, nos alimentamos; Y si es la Eucaristía, nos disponemos para recibirla, nos llenamos de buenos propósitos y nos dejamos alimentar. Dejamos que Jesús entre hasta lo más íntimo del ser y desde la experiencia de encuentro entre lo humano y lo divino, en la fusión que se da cuando comulgamos y dejamos que Jesús nos tomé para sí ya no es el pecado ni la fragilidad las que existen sino la eternidad, la divinidad y el deseo inmenso y profundo de no perder las gracias que el amor de Dios, su misericordia y su compasión nos dan.
Hay un cambio al comulgar, ya no somos los mismos: nos habita lo eterno, lo divino, el amor. Y nos hacemos presencia. Dios no se nos niega ni rechaza la pequeñez o la fragilidad o el pecado, pero nos da para que seamos en Él grandes, fuertes y llenos de gracia, de vida; capaces de tomar decisiones frente al pecado.
Vayamos a Jesús, alimentémonos y dejemos que Él sea quien en nosotros y desde nosotros o mejor uniéndonos a Él en la Eucaristía, sea Él quien siga amando y salvando a la humanidad. Llenemos nuestros espacios de Jesús. Seamos sagrarios. Comamos el Cuerpo del Señor.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.