Corpus Christi
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo.
Mi saludo en esta solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo y los mejores deseos para la semana que comenzamos.
Dios, que en su Hijo se nos dona como alimento de salvación, sea nuestra fuerza para que nos entreguemos con amor a los demás y nuestra vida sea también alimento para tantas personas que nos necesitan, que pasan momentos difíciles y que nosotros, desde la experiencia de Dios, podemos ser para ellos el consuelo y presencia de Dios que se revela en nuestras obras y palabras. La Solemnidad del Cuerpo y Sangre nos recuerda la alianza o pacto que Dios hace con su Pueblo, que somos familia redimida y alimentada con el Cuerpo y la Sangre del Señor y tenemos fuerza para el camino.
La última cena ha sido preparada por el mismo Jesús; la última cena no es casual, está preparada. En esa cena no solo se hace presente el poder salvador de Dios que libera al Pueblo de Egipto sino que también, ahora en la entrega de Jesús, somos liberados de toda atadura, de todo pecado. Es una cena liberadora en la que Jesús nos da su presencia que es amor divino hecho carne. Jesús da en su Sangre la vida, pacta una nueva alianza que nos hace familia con Dios y se hace presente en cada sacrificio de la Iglesia. En la Eucaristía encontramos a Cristo mismo. Él está presente en las especies consagradas. Jesús lo ha dispuesto todo para anticipar, en la cena, su entrega.
Todo se abre con un gesto de “abajamiento” o humillación por el que se reconoce la dignidad de los suyos, de aquellos que ya no son siervos sino amigos, aquellos que ama hasta estar dispuesto a dar la vida por ellos.
Jesús, sentado a la mesa, en el pan y en el vino se hace ofrenda.
A partir de ese momento, de la última cena, y cada vez que los discípulos nos reunamos en la mesa para renovar la Pascua, para comer juntos como familia de Dios, como hermanos en Él, entonces se nos hará presente. Seguirá entregando su vida, seguirá derramando su sangre para el perdón de los pecados, en cada cena nos hará dignos de estar con Él, sentados a la mesa porque ahora será con su sangre que nos lava, que nos devuelve la dignidad perdida por el pecado.
Nosotros necesitamos alimentarnos de Jesús, Él es Pan de Vida eterna, el que nos sostiene en el camino; necesitamos disponer el corazón para recibirlo. Jesús se ofrece, se hace pequeño, se parte y entra en el corazón para restaurarlo, para llenarlo de más amor para que siendo amor eucaristía nosotros también nos demos a los demás sin condiciones, que nuestro amor, como el de Jesús, restaure.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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16. Oración antes de la confesión
18. Oración para antes de tomar una decisión
19. Ave María en varios idiomas
20. Coronilla de la divina misericordia
Fuente: P. Jaime Palacio
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