Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien. Que el Señor siga, por nuestro medio, haciendo el bien a la humanidad y mostrando su amor especialmente hacia los más débiles, los enfermos y marginados, por causas varias, de la sociedad.
Jesús obra el bien porque es lo suyo; el bien es esencial al amor y Él es amor.
Amor que ha venido a salvarnos; amor que ha venido a darnos la vida y amor por el que nos hace hombre nuevos capaces no solo de amar sino de salvar de la manera que Él lo hizo y con la fuerza del Espíritu Santo, don del Padre, que le acompañó en su ministerio. Jesús hace el bien, ama, salva, rescata, perdona y todo lo hace cumpliendo la voluntad del Padre que quiere que en su Hijo todos seamos salvos y tengamos la vida eterna.
Jesús es Palabra del Padre, en sus enseñanzas nos revela el querer, la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros. En Jesús somos hijos del Padre, somos parte de la historia de Jesús, fuimos creados por Él y para Él; en Él nos movemos y existimos lo mismo que en el Padre; tenemos un vínculo especial con Jesús que nos es de carne ni de sangre: es un vínculo divino. Por eso acoger a Jesús, escuchar su Palabra y ponerla en práctica, es lo que nos hace cercanos y parte del proyecto del Reino.
Los verdaderos discípulos, al estilo de María, escuchan a Dios, creen a Dios y viven el proyecto de Dios.
Por eso dice Jesús que su familia, su madre y hermanos, son todos lo que estando con Él acogen su Palabra y la hacen vida y eso Jesús lo vivió con sus Padres que siempre y en todo se dejaron conducir por la fuerza de la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios, hecha vida, nos conduce y nos hace vivir siempre “centrados”. Somos amor por gracia de Dios, pero el mal que nos habita busca protagonismo, quiere en todo oponerse al bien que Dios quiere. El mal pertenece a la realidad humana y debemos aprender a cuidarnos y estar siempre atentos y vigilantes. Somos nosotros, no los demás, los responsables de las malas obras.
Estar en Dios, con Dios nos garantiza que el mal sobre nosotros no tiene triunfos. Entender que el mal no es el que obra significa que vivimos para los demás, que somos capaces de salir de nosotros, de nuestros egoísmos. Hagamos todo para aceptar la voluntad de Dios, escuchar su Palabra y no dejarnos llevar por los miedos por las críticas que hacen los demás; salgamos de nosotros, pongámonos en camino y trabajemos por el Reino que es justicia y verdad. Amemos sin reservas.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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Fuente: P. Jaime Palacio
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