El texto con el que nos encontramos en este segundo domingo de Cuaresma es el de la transfiguración (Lc. 9, 28-36)
Un volver la mirada en aquel en quien hemos puesto nuestra fe y esperanza y ratificar para la vida que Jesús es el Señor, el Mesías, el Hijo de Dios, el cumplimiento de las promesas. Nada ni nadie, después de la Transfiguración nos debe hacer dudar. Ni los miedos y mucho menos la muerte podrá separarnos de Jesús. Él es el Hijo amado del Padre Dios; a Él debemos escuchar y según su enseñanza debemos vivir. Delante de Pedro, Santiago y Juan el Señor revela su gloria y majestad, acerca el cielo y nuestra que el Padre tiene un proyecto que inicia, de parte nuestra, por la escucha y aceptación de Jesús como el Hijo amado. El Hijo que ha sido elegido y enviado a salvarnos.
En lo alto del Monte, en el lugar en el que Dios suele manifestarse a su pueblo y desde el cual instruye, ilumina y consagra a los suyos para una misión, Jesús es presentado a la humanidad como el Hijo al que debemos escuchar. El cielo se acerca al misterio de la humanidad de Jesús para llenar de gloria al que es Señor de la gloria, para vestir de majestad al que es el Rey y para manifestar al mundo que en la fragilidad del hombre obra la divinidad.
El proyecto del Reino es del Padre
Por lo tanto, del cielo y de todos aquellos que han vivido en la fe esperando el día de la redención. El día en el que Dios nos envíe al Hijo para que la salvación sea una realidad que nace en el corazón enamorado del Padre.
Frente a la situación de duda o de incomprensión de los discípulos por el anuncio que había hecho Jesús acerca de su pasión, muerte y resurrección, era importante confirmar la fe de los que habían creído en Él, hacerles entender que todo puede suceder cuando el ser humano se cierra, erradamente, en sus creencias, se obstina frente a las personas que le contradicen o sugieren un cambio de mentalidad que era lo que estaban viviendo.
La Transfiguración se convierte en el acontecimiento que impulsa a seguir luchando por la verdad, por la vida y todo desde un amor que viene de lo alto.
Dios mismo nos da la clave: escuchemos al Hijo de Dios que es el Elegido.
Las voces que vienen de los obstinados líderes, las que se llenan de miedo ante las amenazas, las que dudan de la verdad de Dios, esas voces no deben ser escuchadas. Solo Jesús tiene palabras de vida eterna.
La oración colecta de la misa nos invita a obedecer a lo que el Padre nos ha mandado: escuchar al Hijo amado; Palabra que se hace alimento y que purifica nuestra mirada. Confiemos en Dios, en su proyecto y sigamos a Jesús.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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Fuente: P. Jaime Palacio
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