PARA ESTA SEMANA MARZO 20 DE 2017
Dale tu sed que Él te saciará.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, de Carmelitas de Cúcuta y de tantas partes del mundo. Mi saludo cordial, los mejores deseos para la semana que comenzamos y que puestos en la protección de san José nosotros vivamos la experiencia de fe como apertura al acontecer de Dios en la historia. Una fe que sea creyéndole a Dios y haciendo lo que Él nos pide. Y aprovecho este saludo para felicitar a los hombres en su día y que Dios nos colme con su amor y bendición para seguir dando lo mejor a los demás.
Este domingo nos encontramos con el texto del Evangelio de la Samaritana (Jn. 4, 5-42) una mujer que llega al pozo en el que está Jesús. Ambos quieren agua, cada uno, de alguna manera, puede ayudar a saciar la sed del otro. En esta hora del día a Jesús y a la mujer los une la sed; el cansancio del camino de uno y el cansancio de la vida de la otra. Una mujer que Jesús la descubre como sedienta de amor, de estabilidad emocional, de vida. Un hombre, Jesús, que siente sed de agua pero que sabe puede saciar la sed de vida y de amor de quien se acerque a Él. La sed de Jesús se calma con la respuesta positiva que nosotros demos a su invitación de beber del agua de vida eterna.
La Samaritana es una mujer, es un pueblo, es una historia, es cada uno de nosotros. Ella refleja la búsqueda constante que tenemos los seres humanos de amor. Es una sed de ser amados, de amar, pero que tristemente saciamos o pretendemos saciar con personas o con cosas que en el tiempo nos generarán más sed. Cuando no encontramos la fuente del amor, el agua que sacia y da vida, entonces todo es una rutina en el que llevando nuestro vacío lo llenamos de cualquier agua. Vamos y volvemos con el cansancio de una vida que se desgasta entre sentimientos de soledad, de sed.
¡Jesús llega!, en algún momento de nuestra vida Él llega. Jesús ha llegado tanto para ti como para mí, pero no sé hasta dónde has abierto el diálogo o te has abierto al reto de pedirle agua al Señor. Dale tu sed que Él te saciará. Dale tu nada que Él la llenará. Dale tu agua para que Él la transforme en caudalosos ríos de agua vida. Nada resulta imposible para el amor de Dios que viene a saciar nuestra sed. No importa la historia, si se es o no amigo, si hay o no pecado; importa la apertura, la generosidad y ante todo el deseo de saciarse, de tomar del agua de vida eterna para no tener más nunca sed, para abandonar la rutina de la vida, el vacío del desamor y la distancia entre las culturas. El manantial de agua de Jesús da vida eterna; las otras aguas en las que nos saciamos, dan sed y hasta generan muerte, en el sin sabor de las penas del corazón. El desamor acaba con la ilusión de amar sin fatigas ni cansancios. El amor verdadero va hasta el final, llega hasta el extremo, sacia a quien sediento quiere beber de nuestro amor.
Saciémonos con el agua de vida eterna, con Jesús que sabe del Padre, que lo conoce y que nos anima para que desde el corazón rindamos culto a Dios; abriendo el corazón a Jesús, acogiendo a Jesús en el corazón; dejando que Él nos habite, entonces así nos haremos adoradores en Espíritu y en Verdad y Dios será presencia permanente y estará en todo lugar e irá con nosotros anunciando la buena noticia del Reino e invitándonos a la conversión.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.