Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Mi saludo que lleva los mejores deseos de paz y bien en el Señor que nos da la vida y nos invita a que nos abandonemos en Él que es resurrección y por lo tanto es eternidad. En Jesús nosotros regresamos, después de la muerte, al corazón del Padre.
En el texto del Evangelio que la Iglesia nos presenta para este V domingo del tiempo de Cuaresma (Jn 11, 1-45) nos encontramos con la muerte de Lázaro y todo el acontecimiento de su resurrección obrada por el Padre en Jesús. Jesús es vida, es eternidad. La muerte nos configura plenamente en Cristo. Él es quien cumple la voluntad del Padre que quiere que ninguno se pierda sino que todos resuciten y tengan vida eterna. Jesús es vida y posee en sí mismo la resurrección. El que cree en Él no morirá para siempre. Jesús no ha venido a eliminar la muerte como tal sino que viene a dar vida después de la muerte; Él es la fuente de la vida. Y da, al que muere, una vida que va más allá. Cuando todo está preparado, viene por nosotros para que estemos con Él donde Él está.
Al nacer nos traemos un pedazo de cielo, al morir volvemos al lugar del que nunca nos fuimos que es el cielo aquí vivido como noticia de eternidad y ahora, después de la muerte, en Jesús, es vivido eternamente a plenitud. Nacidos de Dios y hechos para el cielo. La vida eterna no es algo automático sino que requiere vivirla en Cristo y creer en Él. La invitación es entonces a que reconozcamos a Jesús como Mesías e Hijo de Dios y entreguemos la vida a Él que es Salvador. Que siempre y en cualquier circunstancia la fe sea el motor que genera paz y esperanza mientras sigamos en este regreso a la casa del Padre.
Jesús tiene el poder de dar la vida y le conmueve profundamente la situación de muerte, llora al vernos encerrados en el sepulcro. Para que Él nos resucite nosotros debemos quitar la piedra que obstaculiza la vida y nos mantiene encerrados en situaciones de muerte. De piedra en piedra corremos el peligro de hacer de nuestra vida un sepulcro y en lugar del vivir el cielo comencemos a vivir sin fuerzas, sin esperanzas.
Cuando Jesús no está llega muerte, la vida acaba en un sepulcro. Cuando Jesús está lejos la vida se apaga. Jesús abre nuestros sepulcros para que salgamos y enfrentemos la realidad. Es un camino de liberación en el que necesitamos la ayuda de los demás para que nos quiten las vendas que nos hacen caminar con lentitud. Escuchemos la invitación que el Padre Dios en Jesús nos hace: salgamos. Pongámonos en camino y que la vida eterna sea la meta que anhelamos sin perder la conciencia que parte de esa meta ya la llevamos dentro. El corazón es morada de Dios, lugar de eternidad.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
Fuente: https://parroquiacarmelitascucuta.com
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