PARA ESTA SEMANA MAYO 22 DE 2017
El proyecto de Dios que es divino se llenó de humanidad.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, de Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Los saludo y les deseo una semana colmada de bendiciones. Dios les ayude en cada una de sus necesidades y les permita compartir la alegría de saberse y sentirse amados. En cada gesto de amor recibimos los dones de Dios y en cada gesto de amor nos damos por completo y hacemos a Dios visible y palpable. Amémonos y seamos sacramento de la presencia y de la ternura de Dios en un mundo tan lleno de odios, de divisiones y tan falta de compromiso con los demás.
Para Jesús en claro que si le amamos podremos cumplir sus mandatos porque es solo desde el amor que nosotros entendemos por qué hacemos las cosas y sobre todo para qué las hacemos. Amando a Jesús; enamorados de Jesús podremos alcanzar el tener los mismos sentimientos que Él tiene y entender por qué hizo las cosas que hizo por los demás independientemente que creyeran o no en Él. El mandamiento que Jesús nos manda a cumplir es el del amor, el que nos amemos como Él nos amó.
Amar es una realidad que llena el corazón, que colma la esperanza y que transforma muy desde dentro a quien ama y a quien es amado.
El amor, cuando es real, tiene su propia fuerza y es capaz de transformar las cosas que nos parecen imposibles desde la razón. Amar colma y llena pero también puede pasar que el amor como exige tanta entrega y paciencia y ternura y misericordia; como el amor debe comprender y soportarlo todo…, entonces puede agotar, nos agota; el amor es un ejercicio que desvanece y tal vez es por esto que Jesús cuando nos invita a cumplir sus mandamientos, nos dice que vendrá el defensor, el Espíritu que será el que nos haga fuertes, nos defienda y nos permita vivir en la alegría de tener el cielo en lo más íntimo del ser.
El Espíritu en el ánimo de dar, de entregar, de gastarnos; cuando ya no tenemos fuerzas nos queda el Espíritu; cuando ya no sabemos ni entendemos Él habla por nosotros, nos abre los ojos y nos lleva a descubrir y a vivir las cosas de otra manera. El Espíritu de Jesús es el amor del Padre y del Hijo que en cada uno posibilita la experiencia de un encuentro siempre eterno dándose a los demás sin reservarnos nada.
Jesús regresa a su Padre, pero todo lo ha ido preparando para que los suyos lo sientan siempre cercano, siempre presente.
Ahora el proyecto de Dios, que es divino, está lleno de humanidad. Los discípulos no deben desanimarse porque: Queda el amor de Dios en lo más íntimo y en lo más real, es decir en el Espíritu que recibimos; queda Jesús en la Eucaristía siendo alimento y fuerza; nos queda la certeza de poder estar descubriendo, viendo a Jesús en cada uno, en cada hermano, en cada persona que encontramos. Es que es verdad: todos, inclusive nuestros enemigos y los que no queremos, son y somos presencia de eternidad, somos dignos de amor y de compasión y somos parte de un todo que se llama cielo.
Lo nuestro, lo del discípulo, es buscar al perdido, invitar a la conversión al pecador, amar a todas las personas y orar por cada uno. Lo nuestro es servir y no discriminar. Nuestras expresiones y actuaciones deben conducir a los demás a Dios; somos su rostro, imagen y semejanza. Tendamos a la perfección. Y aunque el mundo no nos quiera, aunque no acepte muchas cosas, aunque no quiera cambiar no por eso estamos solos. Dios nos ama y está siempre presente y lo conocemos y sabemos que no miente. Sigamos creyendo en el Evangelio como la opción que alegra el corazón y en el amor como lo único que puede llegar a hacer cambiar desde el corazón a los demás y logremos un mundo en paz y reconciliado.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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