La Santísima Trinidad

Mis queridos amigos de santa Teresita, de San José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Mi saludo lleno de paz y de esperanza, que la semana que comenzamos se convierta en la posibilidad que tenemos para ser cada día mejor en lo que se refiere a las relaciones con los demás. Que seamos manifestación del amor de Dios que nos habita.

Este domingo la liturgia nos propone que celebremos la Santísima Trinidad.

El misterio más grande de Dios revelado; misterio hecho amor que se palpa y que transforma vidas. Amor trinitario que sana y redime al ser humano por el Hijo y gracias a la acción del Espíritu Santo, don de amor del Padre. Dios se acerca al pueblo y le acompaña con amor; Dios es poderoso, Dios ama, Dios es uno solo, es único. Y el Pueblo va reconociendo a Dios como tal: no hay más dioses. Dios es perfecto, es cercano es amor.

El amor Trinitario es relacional y se hace servicio.

Tres personas eternas que amándose aman la creación y de manera especial a la humanidad. El amor Trinitario nos dignifica cuando nos sumergimos en el mismo misterio del amor a través del Bautismo. El amor Trinitario, que es infinito, se hace vida en cada uno y desde ahí nos hace capaces de amor, de entrega, de salvación. Este amor de Dios, con el que nos ama, hace posible que florezcamos, que la vida tenga como característica la entrega de sí misma a los demás.

El amor de Dios se abaja en el Hijo, se hace fuerza en el Espíritu y la fuerza del amor hace que de nuestro pecado y de nuestra pequeñez nazca cada día la esperanza de que el amor triunfe y supere todo egoísmo que es el que aleja de la experiencia de la entrega generosa. Hagamos la experiencia del amor, dejemos que surja del interior la fuerza del amor; el amor que llega a lo más íntimo para hacerse externo en obras y palabras.

El amor de Dios nos hace vivir la perfección con la que fuimos creados e ilumina las noches oscuras que podemos vivir.

El amor Trinitario nos invita a salir, a que hagamos discípulos, a que proclamemos el amor Trinitario que nos habita, que ha hecho del corazón su lugar de acción y desde el cual sigue creando y restaurando a cada persona que se deja encontrar, que se deja amar, que acepta a Jesús en su vida y se compromete a vivir y cumplir su mandamiento del amor unos a otros. Solo como Dios nos ama podremos, sin hacer daño, amar a los demás. Dejemos que el Espíritu de Dios nos lleve, nos dignifique como hijos de Dios y nos haga herederos del Reino. Jesús nos ha dejado su Espíritu y junto con el Padre acompaña el caminar de los que han aceptado el Bautismo y trabajan por el Reino de amor que nos propone Jesús.

Con mi bendición:

P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.