El amor que controla la acción.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien en el Señor; un buen final de mes y que el Señor nos conceda todas las bendiciones para el que comenzaremos. Que lo vivamos con la certeza infinita de su amor que se hace presencia y también con la esperanza que nos conforta en los momentos difíciles.
Para esta semana mi reflexión es un poco libre y pretende expresar lo que en fe creo que es importante en la vivencia de la misma.
Es interesante cuando uno lee ciertos comentarios a la Palabra de Dios o escucha algunas prédicas, constatar que existen personas que aún ven la salvación o la condenación como premio o castigo de Dios. La salvación como algo que se consigue por méritos propios o la condenación como privación del premio que tienen los buenos. Y entonces hay gente llena de miedo, con terror a Dios. Hay gente que no ha podido enamorarse, amar a Dios sobre todas las cosas, porque se sienten perseguidos, acusados por el dios que impone, de alguna manera, ser bueno, entendida la bondad como el cumplimiento estricto de normas, sin contar los contextos, las formas y llegando a ignorar del todo al ser humano que sigue estando por encima de las leyes. Ese Dios tan distinto al Padre bueno, justo, misericordioso que predicó Jesús.
¡La mentalidad, hay que cambiarla!
Una conversión real de mente y de espíritu que haga pasar la norma y la ley por el corazón enamorado; por el corazón que se llena de Dios y que desde el amor domina el pensamiento. El amor que controla las acciones. Y las acciones de los demás que pasan por el crisol del corazón que es capaz de comportarse ante las faltas con misericordia.
La propuesta de Dios no es salvarse, esa fue ya una decisión que Él tomó. La propuesta de Dios es que salvados vivamos a plenitud la vida y en armonía con los demás y con lo creado. El ser humano salvado se siente seguro, protegido y sabe que jamás está solo, aunque sea noche, aunque venga la tempestad, aunque esté en Getsemaní. El ser humano que se sabe salvado, porque es amado, hace hasta lo imposible por no perder el amor, hace hasta lo imposible para que el amado permanezca. Es una relación mutua: Dios que nos ama quiere quedarse para siempre; el ser humano que sabe que es amado quiere permanecer en el amor.
La salvación es por fe, por la convicción profunda y sincera que Dios nos hace dignos, nos justifica y que Jesús seguirá intercediendo para que el amor de Padre nos siga llamando a vivir en santidad el proyecto de vida. La salvación se llama Jesús y en Él y por Él nosotros conocemos al Padre. Él es el que nos da la vida eterna y nos invita a que cumplamos sus mandatos, el que nos amemos los unos a los otros.
La religión no te salva ni te condena, solo te permite caminar para que viviendo tu relación y unión con Dios, vivas a plenitud en amor y en servicio a los demás. La salvación es de Dios y Él ya tomó la decisión. Fue Dios el que nos amó, nos llamó y nos predestinó en Cristo a ser sus hijos. En la encarnación se manifestó el deseo de Dios de salvarnos.
La decisión de vivir salvados o hacer de esta vida una eterna condenación, sobre todo cuando no valoras o dignificas a los demás, es tuya.
La religión te da herramientas, tú escoges el camino. La religión te ofrece una experiencia de Dios que tú mismo debes aprender a discernir. Pero no porque te creas bueno condenes a los demás o por pertenecer a una religión descalifiques a las otras personas. Dios es mucho más de lo que se diga o se piense. Dios es amor y el amor siempre y en todas partes será desconcertante.
Muchos de los milagros de Jesús fueron en tierras paganas
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd