Un día, para el cual debemos estar preparados, vendrá el Señor y nos tomará para llevarnos con Él. Ese día, del encuentro, debe prepararse dando sentido a lo que hacemos y llevando a plenitud lo que significa tener los dones que el Señor nos regaló para la vida; administrando correctamente lo que se nos fue confiado; dando lo mejor de cada uno a las personas que encontramos; siendo amor en el mundo y por lo tanto posibilidad de reconciliación para los demás.
Trabajadores incansables haciendo lo que tenemos que hacer. Esperar, vigilar. Estar con las lámparas encendidas y con el aceite suficiente para que no se apaguen. El Señor vendrá cuando menos lo esperamos pero nunca de improvisto. Sabemos que estamos a su servicio, sabemos que Él regresa y nos ha dicho que estemos preparados. Y vendrá con todo su amor a recoger los frutos de la cosecha, los que espera de cada uno de nosotros.
Con el regreso de Jesús todo “tambalea”, Él se convierte en nuestra única seguridad, nuestro refugio y fortaleza.
Su regreso marca nuestro encuentro definitivo con Él, con la eternidad. El encuentro con Él es una glorificación, nuestro nombre con el suyo será enaltecido, porque es ahí, en el momento del encuentro, cuando se revelará de verdad lo que ha sido nuestra vida, saldrán a relucir nuestras sombras y brillarán nuestras buenas obras. Jesús regresa, viene por cada uno y lo hace es para congregarnos, para que volvamos a ser en el amor del Padre uno solo en Él. Los elegidos por Dios, los que Él llamó para sí; cada uno de nosotros, por los que Jesús entregó su vida, iremos con Él al Padre y seremos uno en su amor, en su corazón.
El día y la hora de la llegada del Señor nadie la conoce. Lo importante es que sepamos que Jesús está a la puerta, cada día el encuentro está más cercano. En la vida lo único que no pasa, que no es efímero, es la Palabra de Dios; esa Palabra que es viva, es creación, es eternidad. Es en la Palabra de Dios que tenemos que fundar nuestra vida, su Palabra debe ser la fuente de inspiración de nuestras obras. Jesús sabemos que llegará para consumar nuestra historia, viene en su gloria para llevarnos a la plenitud, no se presenta como el enemigo que genera terror sino como el culmen de nuestra esperanza; el horizonte que nos muestra el final lleno de vida. Jesús es el camino y el que nos conduce al Padre.
Atentos y vigilantes. Siempre haciendo el bien y esperando con alegría el regreso del Señor y que venga en el momento que Él considere más oportuno. Somos administradores de su hacienda, de su tesoro, de sus talentos y mientras tanto servimos con humildad y amamos con misericordia.
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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Fuente: P. Jaime Palacio
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