PARA ESTA SEMANA OCTUBRE 10 DE 2016
La gratitud demuestra la grandeza de la persona.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien en el Señor y la invitación para que nos acerquemos a Jesús con toda la fe; con la certeza que Él nos escuchará, nos sanará y que desde la fe lo podremos seguir descubriendo como Dios cercano que al pasar por nuestras vidas nos deja un mensaje lleno de esperanza y de amor.
Esta semana los invito para que también pensemos en las personas que a lo largo de nuestras vidas han hecho cosas por nosotros. Esas personas que nos llenan de esperanza, de amor, que ha sido fortaleza en los momentos difíciles y que nos dan alegría y paz. Podríamos decir que esta es la semana de la gratitud y de oración por los que solo buscan nuestro bienestar y nuestra tranquilidad.
La gratitud es un gran valor que nos hace volver sobre las personas y reconocer cada una de las cosas lindas que hacen por nosotros.
Es verdad que la persona buena no necesita de las «gracias» o «gratitudes» para hacer las cosas, pero también es verdad que en la gratitud todos nos gozamos en el sentido que nos sentimos bien al hacer algo por los demás. Ser agradecidos muy en el fondo muestra la humildad y la sencillez de la persona. La gratitud nos lleva a reconocer “nuestra dependencia” hacia quien todo lo entrega para nuestro bien.
A Dios nuestra gratitud no lo engrandece, dice el prefacio IV de la liturgia, pero Él hace suya nuestra acción de gracias. Dios vive nuestra gratitud porque la gratitud enriquece al ser humano y lo lleva a mirar a quien ayuda con sentimientos de amor. La gratitud a Dios va de la mano con el deseo de fidelidad, de quedarse para siempre con Él. La gratitud aumenta la fidelidad.
Inspirado en el texto de Lc. 17, 11-19 que habla de los leprosos que salen al encuentro de Jesús y que luego de ser curados solo uno regresa a dar las gracias. Los quiero invitar a reconocer, en verdad, que cada uno de nosotros sufre de algo que le margina, que no le permite sentirse bien con los demás o por lo que le han excluido o se ha sentido excluido. Todos cargamos, todos tenemos alguna cosa que necesita ser redimida, sanada, perdonada. Cada uno vive su propia situación de “leproso”, de marginalidad. Esas realidades que solo nos llevan a mirar a Jesús, a gritarle para que tenga compasión.
Sabemos que ante Dios no somos dignos, que hemos fallado, pero también sabemos de su amor, de su bondad, de su misericordia.
En nuestra realidad gritemos al Señor que pasa y con ese grito, que genera compasión de parte de Jesús, expresemos nuestro deseo de estar ahí, junto a Él; el deseo de caminar de su mano, de no marginarnos más. Deseo de cambio, deseo de comenzar de nuevo, pero también deseo de poder agradecer todo el bien que nos ha hecho. No es solo sanarse o reconciliarse, es volver a Él llenos de fe y de gratitud.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd