Jesús ha hecho un anuncio claro a los discípulos y es sobre lo que a Él le espera en Jerusalén.
Será juzgado, condenado a muerte, pasará mucho dolor, pero después su Padre lo resucitará y serán ellos, los discípulos, los encargados de hacer del Reino una realidad. La muerte de Jesús no opacará el anuncio, ni los discípulos dejarán de ir por todo el mundo ya que la resurrección y el don del Espíritu Santo les darán la fuerza y la Palabra que necesitan para salir de los propios miedos y entender que Dios siempre nos amará y su amor será salvador.
Los discípulos, durante la vida de Jesús y después del tiempo compartido con Él, no tienen las cosas claras y siguen pensando en un Mesías que será dominador, que tendrá un ejército que conquistará a las demás naciones y que ellos de alguna manera serán los que ocupen lugares importantes cuando las cosas se den y la conquista se logre.
Jesús explica de nuevo que este proyecto de amor, que nace en el corazón del Padre y en el cual se involucra toda la Trinidad, es diferente en su planteamiento aunque el conquistar el mundo sigue siendo la meta. El Reino que se instaura es con personas capaces de entender que en el servicio, en la ofrenda de la propia vida, en la misericordia, acogida y reconocimiento de la dignidad de los demás, está la victoria.
Un corazón amado y enamorado, es un corazón para Dios y desde Dios para todos los demás.
Quien ama solo tiene amor para dar y si se entiende que el corazón está lleno de amor porque es el lugar de Dios entonces como lo dice el mismo Jesús, “de la abundancia del corazón hablan los labios” y se añade también que somos capaces de dar frutos buenos, porque somos buenos y tendemos siempre a la bondad que acoge.
La grandeza de cada uno se demuestra en el servicio, en la capacidad de hacerse pequeño para que los demás sean grandes; ser últimos en el Evangelio es ser primeros, el último siempre sabe dónde están los otros. Jesús nos invita a cambiar la mirada sobre los demás y la lógica relacional de poder que se convierte en algo insaciable para quien aspira a dominar a los otros.
Ante Dios no tenemos ningún privilegio, somos iguales, creados a su imagen y semejanza; hechos por amor y para el amor. Por eso lo que nos une siempre será el amor que hace el bien y lo que nos divide será el pecado que nos lleva a pensar que podemos estar por encima de los demás. La vida tiene sentido cuando se vive por y para los demás.
Quien vive por los demás, vive responsablemente porque está comprometido con Dios y con el Reino.
Servir, el camino de la pequeñez. Amar y entregarse. Confiar en Dios y amarlo con todo el corazón recoge el proyecto que Jesús predica y por el cual compromete hasta la propia vida. Nunca nos cansemos de amar y busquemos en la pequeñez la grandeza.
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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Fuente: P. Jaime Palacio
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