Volvamos al amor
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo colmado de bendiciones para la semana que comenzamos. Iniciamos con una invitación muy concreta: amemos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Llamemos pues a esta semana: vuelta al amor.
Es conmovedor cuando Dios mismo dice a su pueblo: «No hagas sufrir ni oprimas al extranjero» cuando nos invita a no explotar a los huérfanos ni a las viudas; cuando nos pide no ser usureros con el pobre al que se le presta dinero y a no quedarse con nada de lo que es prestado y mucho menos si quien te prestó algo es pobre (Ex. 22, 20-26)
Tener un Dios misericordioso es un alivio en medio de tanto sufrimiento. Tener un Dios que sabemos nos ama y está moviendo el corazón de tantas personas al bien nos reconforta y llena de esperanza.
Tener un Dios que es compasivo en y a través de los demás para que se vuelvan a nosotros con bondad y nosotros volvernos a ellos en sus tristezas y necesidades para ayudarles y confortarles.
Tener un Dios que ha hecho pactos y alianzas con su pueblo y piensa en nuestra relación con los demás, de manera especial con los débiles, pobres, enfermos, forasteros, eso nos anima hacia el compromiso. Tener un Dios que es amor y que ama ¡Eso nos tiene que llevar a un compromiso! Ser desde Dios en el mundo y para el mundo es la gran tarea o como nos lo enseña el mismo Jesús: Seamos compasivos como el Padre celestial es compasivo.
Dios te debe importar, tu relación con Dios debe importarte, tu sentimiento de amor hacia Dios deber ser fundamental.
La vida se puede organizar desde Dios, desde su Palabra, desde el amor que tiene a todos, no solo a cada uno, sino que su amor es un don y riqueza para todos pero de manera especial su amor se hace compasivo con los pobres, con la multitud que camina como ovejas sin pastor. El amor, nuestro amor, también debe llevarnos a ser generosos, honestos, serviciales con los demás y de manera especial compasivos con quien sabemos que necesita de nuestra compasión. Como aquel que nos debe y no tiene cómo pagarnos; como aquel que nos falló y necesita ser perdonado. Como quien se extravió del camino y necesita ser encontrado.
Hay que volver la mirada a Dios. Hay que aceptar la invitación de amarlo sobre cualquier realidad. Y es que amando a Dios se descubre el valor de la persona, el propio valor. Con amor y si es de Dios más, se mira al necesitado de otra manera y nuestra forma de ser con los demás es diferente.
¿Qué hacer para amar a Dios?
Para amar a Dios toca salir de todas esas cosas con la que hemos ido llenando el corazón y hacen que nuestras expresiones sean de pecado. De esas cosas que han hecho nido en el interior como son los rencores, resentimientos, envidias…; hay purificar, limpiar, sanar la mente y el Espíritu para que le amemos con todo nuestro ser. Despojarse de lo que no es Dios. Salirse al desierto y pedirle de nuevo que nos enamore.
Para enamorarse de Dios hay que determinarse. Hay que entregársele del todo y sacar los tiempos y los espacios, para que en diálogo y en soledad, nos encontremos con Él. Tener la certeza que Él es la fuerza que necesitamos para sobre ponernos a todos los sufrimientos y para no cansarnos de hacer lo bueno y lo que agrada.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd