Dios de amor, Dios de fiesta. Dios celebra nuestra vida.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Mi saludo que va cargado de bendiciones. Dios de amor y de misericordia nos conceda un Espíritu de gratitud y de alabanza, nos haga capaces de ser misericordiosos como Él y de ponernos en camino al encuentro del más necesitado.
Comienzo la reflexión diciendo que en la vida, del que se dice creyente, el pecado es una opción contraria a Dios; es una elección que nos aleja del proyecto de felicidad que Dios tiene para cada uno y siempre en relación con los demás. El pecado es ajeno a la experiencia del amor y no puede ser en el creyente la razón de ser de su personalidad ya que en esencia somos buenos, valiosos y dignos del rescate, que en Jesús, Dios ha pagado por nosotros.
Aprendamos a construir la vida desde la experiencia del amor de Dios.
En este domingo 24 del tiempo Ordinario, se nos presenta tres parábolas que quieren dar razón de ser del por qué Jesús obra con misericordia, viene al encuentro con los pecadores, los llama, se sienta con ellos a la mesa y los invita no solo con Palabras sino también con obras a la conversión. Jesús es consciente que podemos, en algún momento de la vida, perdernos. Las parábolas de la misericordia encarnan el hecho de que Jesús haya venido a salvar; ha venido por los pecadores para rescatarlos desde la propia dimensión del pecado. Jesús acoge pecadores y en la Eucaristía los invita a su mesa.
Las parábolas nos hablan de tres pérdidas: la oveja, la moneda y el hijo menor. La oveja sin el pastor no puede vivir. Es indefensa, depende en todo de su Pastor. Por es que el Pastore la busca hasta encontrarla. Y la alegría de Dios es única, hace fiesta.
No ha dejado, el Pastor, que la oveja perdida se muera abandonada, sin su Pastor. Y Jesús es Pastor. Dios, en Jesús nos busca. Tenemos valor, lo somos todo para Él.
La mujer, segunda parábola, se alegra al encontrar la moneda que aunque no es de gran valor, para ella era importante encontrarla.
Jesús ha venido a encontrar lo que se había perdido. Dios nunca se da por vencido, todo tiene valor para Dios y por eso nos busca sin cesar. Estamos en el corazón de Dios.
La tercera parábola nos habla de un hijo que deja a su Padre y que luego, lleno de dolor, al no tener ni siquiera comida, toma la decisión de regresar, de mejorar su posición y está dispuesto a asumir el precio de su pecado. Pero el Padre nos espera y con alegría nos acoge. La búsqueda del Padre fue la espera con un corazón sin resentimiento. No tengamos miedo a la conversión, a dejarnos encontrar, a pedir perdón. Dios nos ama, nos espera, nos acoge, nos rescata y sacia nuestra hambre. Dejemos que la misericordia de Dios nos transforme de tal manera que en gratitud no nos volvamos a perder.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd
Fuente: https://parroquiacarmelitascucuta.com
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